Presente y Pasado: "De la orfandad política a la transición de Eduardo Duhalde" - 1° parte
“Que se vayan todos”
La crisis de diciembre de 2001 es inseparable de la revuelta popular que resuena bajo el lema «¡Que se vayan todos!». Estalla en un país atravesado por una recesión prolongada que deviene crisis humanitaria, de representatividad, social, económica y política. El presidente Fernando de la Rúa se aferra a una idea fija: sostener la convertibilidad como ancla de estabilidad. La derrota en las elecciones legislativas de octubre no lo sacude; persiste en la defensa de un esquema económico agotado y en la negativa a abrirse a un gobierno de coalición, reclamado por la oposición e incluso por la Iglesia. Esa obstinación refleja lo que Natalio Botana identifica como la fractura entre legalidad y legitimidad: la forma republicana se mantiene en pie mientras la realidad social se derrumba
El 19 de diciembre, De la Rúa decreta el Estado de sitio. La respuesta es inmediata: decenas de miles de personas ocupan las calles en todo el país para expresar un repudio que ya no se limita al presidente, sino que apunta a toda la dirigencia. La orden de reprimir multiplica el drama y deja un saldo de muertes que sella el descrédito del gobierno. “Poco importa que algunos sostengan que la revuelta fue inducida”: la participación de todos los sectores sociales es inocultable. La clase media, hasta entonces beneficiaria de la ilusión de estabilidad, responsabiliza directamente al presidente y a su ministro de Economía. Guillermo O’Donnell advierte que cuando la política se niega a escuchar, la sociedad reacciona con una fuerza que desnuda la debilidad institucional. El helicóptero que despega de la Casa Rosada simboliza ese colapso de autoridad: “Una forma de gobernar basada en la terquedad, el aislamiento y la falta de escucha” (Yasenza, 2021).
La sociedad tarda en comprender que la estabilidad sostenida en la convertibilidad es un espejismo. Durante años se celebra la posibilidad de consumir en dólares, viajar y endeudarse, pocos advierten que detrás se esconde la destrucción del aparato productivo, el endeudamiento externo y la exclusión de millones. Aldo Ferrer (2004) señala que el modelo de los noventa funciona como “ficción de modernidad”, pero se paga con desindustrialización y fractura social. Cuando la burbuja explota, la indignación ya no reconoce mediaciones políticas. El “¡Que se vayan todos!” expresa tanto la orfandad política como la impotencia ciudadana frente al derrumbe.
Transiciones
La crisis arrastra a cinco presidentes en diez días. Finalmente, el Congreso designa a Eduardo Duhalde como jefe de un gobierno de transición con apoyo de gobernadores y del ala alfonsinista de la UCR. No llega por elección popular directa, lo cual marca la excepcionalidad de su mandato. El nuevo presidente asume en medio de una recesión profunda y con el desafío de restaurar la gobernabilidad. Su diagnóstico es brutal: “La Argentina está quebrada. Este modelo perverso terminó con la convertibilidad, arrojó a la indigencia a millones, destruyó la clase media, quebró nuestras industrias y pulverizó el trabajo de los argentinos”.
Cinco días después, el 6 de enero de 2002, se derogan los pilares de la Ley de Convertibilidad y se establece la pesificación asimétrica. La paridad 1 a 1 se abandona, la cadena de pagos sigue rota y la promesa de devolver íntegramente los depósitos en dólares jamás se cumple. El malestar social persiste, pero el viraje económico abre el camino a una lenta recuperación. El precio político, sin embargo, es alto: Duhalde gobierna bajo presión de los sectores excluidos y de los grupos de poder desplazados. Su legitimidad es precaria y se sostiene en un equilibrio frágil entre las urgencias sociales y las resistencias corporativas.
El recorrido previo del propio Duhalde avala su postulación. Ya en 1998 advierte que el modelo “está irremediablemente agotado” (Clarín, 03/08/1998). En la campaña presidencial de 1999, su consigna “Concertación ahora” busca instalar una alternativa de diálogo y protección social. Propone moratoria de la deuda, seguro de desempleo universal, suspensión de despidos y fomento al compre nacional. Su discurso, sin embargo, suena anacrónico frente al predominio neoliberal y a una sociedad aún fascinada con la estabilidad. La derrota electoral ante De la Rúa lo margina, pero la crisis posterior le devuelve centralidad.
Ilusiones
La sociedad argentina se demora en reconocer la magnitud del desastre incubado por la convertibilidad. La necedad de De la Rúa acelera el colapso al sostener un rumbo insostenible. Cuando la ficción de estabilidad se derrumba, el país queda en orfandad política y social. Duhalde encarna una transición marcada por la urgencia de cerrar un ciclo y abrir otro. Pero más allá del cambio de nombres y medidas, queda flotando una incógnita:
¿Hasta qué punto aquella ilusión de estabilidad se sostiene en la adhesión ciudadana? ¿Y cuánto de esa ilusión se retroalimenta por la carencia de una dirigencia política capaz de comprender la complejidad del país?
*Eduardo Dalmasso - Dr. en Ciencia Política.
N. de R: En la próxima edición, la 2° parte de este artículo.
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