ACERCA DE LA HEGEMONÍA DE LOS EEUU - VII
“Diría que el Rey de la Selva, ruge más que nunca,
cuando necesita meter miedo.”
ACERCA DE LA HEGEMONÍA DE LOS EEUU - VII
Por Eduardo Dalmasso*
¿A
quién beneficia el patrón de acumulación adoptado?
Una
consideración importante, es la pregunta y consiguiente respuesta respecto a
quién beneficia el patrón de dominación adoptado, vale decir si este patrón
imperial sostiene el bienestar de toda
la sociedad norteamericana o a sectores determinados. Es obvio que en la fase
ascendente, o sea en los primeros treinta años de la post guerra, los
beneficios fueron al conjunto de la sociedad
a través de un creciente nivel de empleo y de los salarios reales; sin
embargo, hoy y desde fines de los setenta, la expansión o sostenimiento del imperio
es soportado por el conjunto, mientras que sus beneficios han sido
usufructuados por minorías. Consecuencias de este perverso sistema son, por
ejemplo, los serios problemas en el sistema de educación primaria, el paro en
zonas de desindustrialización, las debilidades manifiestas en el sistema de
salud, etc.
El
rol del Estado
Dicho
de otra manera, al abandonar el Estado las acciones de regulación fundamental
para sostener un proceso social en equidad, las diferencias de ingresos se
comienzan a acentuar hasta tornarse muy difíciles de revertir. Situación que
plantea una injusticia, si nos atenemos a los valores de un sistema
democrático. Esto tiene que tener serias consecuencias en el sistema político y
económico. Vale decir, cuando en la lógica de la confrontación ideológica gana el pensamiento conservador, los modelos
de mercado arrastran a la política, a los modelos de relaciones sociales, al
modelo de dirección del control del
Estado, etc.
El
tema es que los mercados por si solos, no funcionan correctamente. Lo peor es que, dentro de esa concepción, no es que
el Estado deje de funcionar sino que se transforma en una herramienta de
redistribución regresiva. Como bien lo ejemplifica Richard Parker (Egresado de
la Universidad de Oxford, Inglaterra.
profesor especializado en los procesos de cambios de la economía mundial),
la época de Reagan significó de hecho, mercado para los pobres y Estado para
los ricos. Joseph Stiglitz (premio Nóbel de Economía) sostiene,
referenciando el mismo período, que: “en
la década de los ochenta, las “reformas” regulatorias de Ronald Reagan, que
disminuyeron la capacidad del gobierno de frenar los excesos del mercado, se
nos vendieron como excelentes herramientas para impulsar la economía
estadounidense. Por desgracia, lo que ocurrió fue justo lo contrario: el
crecimiento se aletargó, pero lo más extraño fue que esto sucediera en la
capital mundial de la innovación”.
Lo
que los autores citados critican, deriva de una
concepción ideológica que no sólo valora el mercado como omnisciente,
sino que traslada esa visión a la defensa de sectores enmarcados en el poder
imperial. Interpreto que las políticas
de Reagan estaban encaminadas a derrotar el Imperio Soviético fundamentalmente,
bajo el supuesto que eso haría de los EEUU la única potencia hegemónica en el
Orbe.
El
Financiamiento del Gasto Imperial
Durante
los años 70, el Estado era el
responsable directo del financiamiento
de los déficits crecientes del gasto público, a través del aumento de la masa
monetaria. Ello provocaba la depreciación continua del dinero y la explosión
correlativa de la inflación. Para solucionar esta consecuencia, se apela a que
la Reserva Federal cambie radicalmente la política crediticia. Se cierra el
grifo de la emisión de moneda (lo que provocará la recesión de 1980-82), pero
simultáneamente se abre la vía de la financiación masiva, mediante la emisión
de bonos y obligaciones que se renuevan constantemente en el mercado de
capitales. Esta política iniciada en la Administración de Carter, es la
que retoma y generaliza la
administración Reagan y continúa en períodos posteriores.
Por
un lado, el Estado emite bonos y obligaciones para financiar sus enormes y
siempre crecientes déficits, que son suscritos por los mercados financieros
(bancos, empresas y particulares). Por otra parte, empuja a los bancos a que
busquen en el mercado la financiación de sus préstamos, recurriendo a su vez a
la emisión de bonos y obligaciones, y sucesivas ampliaciones de capital
(emisión de acciones). Se trata de un mecanismo altamente especulativo, con el
que se intenta aprovechar el desarrollo de una masa creciente de capital
ocioso. Este mecanismo procura fondos cada vez más cuantiosos, que inicialmente
derivan de los excedentes del comercio a favor de terceros; primero, respecto
al déficit con Japón, y luego con los resultados del intercambio con China.
Para tener una idea más clara de este proceso, observemos el comportamiento de
la deuda pública durante la administración del Presidente Barack Obama: al
20 de enero de 2009 el stock de la deuda federal era equivalente a 10.626.877.048.913 dólares. En la tarde que
expiró su segundo mandato presidencial, el 18 de enero de 2017, esta cifra
se estimaba en 19.961.467.137.974
dólares, es decir que la cifra casi se duplicó en esos 8 años.
Este
crecimiento del endeudamiento, como lo hemos expresado, no significa otra cosa que un nivel de gasto financiado
por el resto de la economía mundial. Para rembolsar los intereses y lo
principal de los bonos emitidos, lo que se hace es recurrir a nuevas emisiones
de bonos y obligaciones. Ahora bien, esto significa más y más endeudamiento, con
el riesgo de que los prestatarios abandonen la suscripción de las nuevas
emisiones. Sin embargo, es un circuito de interconexión difícil de modificar, por la dependencia del
mercado norteamericano y su poder financiero. El resultado es por un lado, la enorme
inundación de dólares sobre el conjunto de la economía mundial y, por otro, un
déficit comercial creciente, de parte de los Estados Unidos.
Las
dificultades en la reversión del proceso
Utilizando
libremente las apreciaciones de Paul Kennedy, en “Auge y caída de las grandes potencias”, el proceso descripto es justamente
lo que parecería la Administración Trump. Trata de revertir, más allá de sus
mecanismos y formas de acción política. Para esto se vale (y esto hay que
entenderlo), de la realidad de un sistema interconectado y del propio poderío
del Imperio. No hay duda que muchos intereses tienen que estar afectados por el
cambio de rumbo, que este presidente trata de imponer.
Sin
embargo, la interrelación del Sistema
Mundo, hace que sea muy difícil volver a un patrón post segunda guerra. Esto
produce, por lo menos por ahora, la incapacidad de sostenimiento del discurso
de campaña por parte del Gobierno, respecto al objetivo original de disminuir
la injerencia de EEUU en los conflictos mundiales. Situación que agrava las
condiciones que producen el déficit fiscal
y de su balance de comercio. Podemos concluir y decir entonces que: “El
Rey de la Selva ruge más que nunca cuando necesita meter miedo…”.
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