LÍDERES DE NUESTRO DESTINO - Educación y no formación

LA EDUCACIÓN DEL LÍDER

El líder debe aprender a pensar, a discernir en forma autónoma, ejercitando la reflexión y a permitir que la imaginación se ejercite por fuera de moldes preestablecidos.

Por Prof. Dr. Eduardo Dalmasso *

¿Por qué la educación del líder?
Porque educar desde nuestra concepción implica no sólo impartir conocimientos a partir del proceso de información, repetición y aprendizajes de conceptos, sino de algo mucho más importante, que es el aprender a pensar; es decir, aprender a discernir en forma autónoma. 

Esto conlleva que lo fundamental es el ejercicio de la reflexión y el permitir que la imaginación se ejercite por fuera de moldes preestablecidos. Por cierto, también involucra el cuidado del cuerp o y el desarrollo de lo que podríamos denominar nuestra espiritualidad, el respeto por el otro, el ejercicio de nuestros sentidos, aunado a una profunda responsabilidad por los ecosistemas, en defensa de nuestro planeta y de la vida de las futuras generaciones. En este punto, recordemos lo que Ronald A. Heifetz nos expresa:
“El liderazgo despierta pasiones. El ejercicio e incluso el estudio del liderazgo agita sentimientos porque el liderazgo compromete nuestros valores. El término mismo está cargado de valores. Cuando pedimos por liderazgo en nuestras organizaciones y en la política, pedimos por algo que apreciamos”. (Gil RobinxonHickman; 1998,

¿Por qué no formación?
Porque el formar, desde nuestro punto de vista, implica trazar el camino o la forma de hacer algo sin juego de alternativas. Se refiere a la fórmula y modo de proceder. En su acepción más llana “molde en que se vacía y forma alguna cosa”, conforme a las reglas y prácticas establecidas.

Vale la pena, les relate de dónde surge en mi persona la importancia de rechazar el concepto de formación: Yo viajaba a dar una conferencia en Brasil sobre la educación en la formación de los líderes y en el avión me encuentro con un querido colega, profesor de la Universidad Católica Argentina y de varias universidades europeas, que se llamaba Ricardo Ricardi. Es él quien, con sus 84 años y su sabiduría a cuestas, me enseñó esta importante distinción:
“(…) tú tienes que distinguir muy bien el concepto de educación del concepto de formación, no es lo mismo formar que educar. Formar es trazar un molde, es plantear un esquema, un recipiente y en ese recipiente, lo cargas de información y no das alas de libertad. Educar es dar alas de libertad, la libertad personal, la libertad intelectual, de pensar y de hacer. Vos sabes que a mí me gusta lo que hago y que lo hago con amor con dedicación, y pienso que lo que puedo dar es lo que yo puedo entregar y hago lo que puedo”.
Atento a esto, un formador restringe la libertad del formado.

Para nuestro cometido “el educando o futuro líder” debería desarrollarse bajo la premisa de educarse incorporando el pensamiento crítico y, por ende, la capacidad de cuestionar paradigmas vigentes. Notable el desafío, dado que los que tendríamos que contribuir al cambio de paradigmas en el sistema educativo, y en la actual dirigencia social, estamos imbuidos y “formados” dentro de un modelo que muestra su agotamiento a ojos vistas.

Lo que me interesa aportar es que a partir de madurar la distinción que he señalado, me plantee que la educación encierra a menos cuatro conceptos: 1.- El desarrollo del pensamiento crítico, entendiendo por esto la capacidad de observar y cuestionar los fundamentos de lo que creemos que sabemos. La preparación necesaria para no recibir fácilmente los conceptos, sino de pasarlos por un cernidor, plantearse realmente si son válidos para lo que nos proponemos hacer, si realmente no hay teorías o conceptos superiores. 2.- Un desarrollo consciente de valores, puesto que son ellos quienes guían nuestro transitar en la vida. Debemos tener en claro qué es lo que a mí me importa, qué es lo que es valioso para mí y para el conjunto, qué significa que nos importen estas cosas. 3.- Desarrollo del carácter, que tiene que ver con el desarrollo de la personalidad, la fuerza, la pasión, la experticia. Ustedes, saben que han llegado adonde han llegado, porque le han entregado pasión. La vida sin pasión no se llega a nada. Por más capaces que seamos y por más esforzados que pudiéramos ser, si no planteamos la diferencia de la pasión con el mero hacer por cumplimiento del deber o mandatos recibidos, la fuerza, la valentía y la osadía necesaria para sortear obstáculos (propios de la complejidad social) no surgirán. 4.- El cuarto factor clave es el desarrollo del equilibrio entre los sentidos. Éstos en forma consciente implican una relación sensual ante la vida. Entendiendo por sensual la capacidad de percibir y disfrutar de las distintas manifestaciones, sean pequeñas cosas o grandes cosas de la vida, de nuestra capacidad de sentirlas, de aprender de los grandes y de los pequeños logros que nos devienen. Esto es lo que produce que la vida no pase en vano.

El concepto de desarrollo de la persona, en el sentido únicamente técnico y económico, provoca la agravación de dos pobrezas: La indiferencia y la falta de imaginación para contribuir a la dignidad de vida de tantos excluidos, también la del alma y de la psiquis. En cambio, atendiendo las enseñanzas de Edgar Morin, desarrollo humano significa entonces integración. Vale decir la combinación, el diálogo permanente entre los procesos técnicos-económicos y las afirmaciones del desarrollo humano que contienen en sí mismas, las ideas éticas de solidaridad y responsabilidad.

Miguel Grimberg menciona un concepto de Morin que viene al caso:
“Necesitamos proyectarnos en un futuro posible, aunque hoy improbable. Pero debiéramos poder vivir sin sacrificar el presente por el futuro, sin abandonar tampoco el pasado. Necesitamos conservar una herencia cultural. Necesitamos mantener la fidelidad a nuestras raíces. Debemos conquistar, de todos modos, nuestro presente, es decir, vivir no sólo de un modo utilitario y funcional sino también de un modo poético, siendo el estado poético aquél al que nos hacen acceder el amor, la comunión, la fiesta, el júbilo que culmina en el éxtasis. (Morin, Edgar; 2002)

¿Quién es un líder?
Para mí, cómo lo expresara en Liderarse para Liderar, el líder es aquel que por distintos factores, sea capacidad, voluntad, ubicación social, manejo de información clave, talento intelectual, científico o artístico, ejerce una significativa influencia sobre la sociedad en sus diferentes manifestaciones, o simplemente sobre grupos auto convocados o convocados de una u otra manera.


Es obvio que mi caracterización implica un gran esfuerzo de las comunidades sociales para encauzar dichas capacidades hacía el concepto aristotélico de virtud. Es decir, la de hombres encauzados en su accionar hacia el bien de la polis. Hombres en el que el sentido de justicia prevalezca.

¿El liderazgo encierra la condición ética?
No, es claro que no. Hitler fue uno de los líderes más importantes del s. XX. Sin embargo, significó uno de los ejemplos del posible retroceso de la inteligencia social de la humanidad en virtud de su concepción anti-histórica. Esto también señala con claridad el riesgo de cualquier cuerpo social cuando pierde el rumbo, cuando el proceso de entropía sepulta la capacidad de sus liderazgos en entender el proceso para rehabilitarlo y generar nuevas condiciones. Cuando esto ocurre, los costos humanos y sociales toman el nivel de tragedia.

El problema central es que la ética debe articularse como el eje esencial del nuevo salto civilizatorio. En particular en las sociedades en proceso de desarticulación avanzada, como sería el caso de algunos de nuestros países. ¿Qué nos dice el ejemplo de Hitler? No podemos considerar el ejercicio del liderazgo como ajeno a un conjunto de valores. 

Observemos que no podemos imaginar auténticos liderazgos a aquellos que se centran en sus propios intereses, desconociendo la importancia de cada uno de los agentes que integran una sociedad u organización.

Estamos asumiendo que aun en los casos de gran capacidad de movilización como pasó en la Alemania nazi, el liderazgo imperante significó estrictamente el seguimiento de la visión del líder. En lugar de que esa mirada, y las acciones consecuentes, sirvieran para que la propia sociedad resuelva sus problemas sin dejarse llevar por visiones mesiánicas.

Siempre deberíamos tomar en cuenta que en la relación entre líderes y seguidores se produce un contrato implícito, cuyo eje de articulación, a partir de los valores que venimos definiendo, es el respeto mutuo en términos de dignidad. Los líderes son o deberían ser guías para la reflexión, el aprendizaje, la articulación y enriquecimiento de la visión. Dentro de un proceso de crecimiento de autoestima necesaria del conjunto para captar los inconvenientes esenciales, desarrollar su voluntad y enfrentar los problemas necesarios para lograr caminar hacia la visión. Claro, esto exige mucha humildad y fortaleza interior.

La mejor contracara de esto último es el reflejo de la condición humana que expresan Frank Underwood y Claire Underwood en la conocida serie House of Cards, de Netflix. Ambos personajes absolutamente alienados al poder y que, lamentablemente desde la ficción, retratan a gran parte de los actores reales tanto de la vida pública como privada.

* Dalmasso Eduardo, Liderarse para liderar. Comunicarte. Córdoba, Argentina. 2002.

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