ALGUNAS ENSEÑANZAS DEL BUDISMO ZEN, EN EL CAMINO DEL LÍDER

 ALGUNAS ENSEÑANZAS DEL BUDISMO ZEN, 

EN EL CAMINO DEL LÍDER

 

Eduardo Dalmasso 

Enero 2021

 

Hay distintas interpretaciones sobre el significado de la existencia del ser humano, pero todas nos conducen a una reflexión profunda y valorativa para nuestro acontecer consciente.

Autores como Osho (Bhagwan Shree Rajneesh; 1931 Distruito Raisen - 1990 Pune), líder de un movimiento espiritual de origen indio, hacen énfasis en la libertad interior, la autodeterminación y el goce existencial.  De ello que nos dice que no es importante  saber adónde uno va, sino el tener conciencia del disfrute del camino.  Para ellos,  lo importante es cierta actitud voluptuosa ante la vida, o si se quiere, no perder la inocencia.  Vencer el ego es fundamental, en aras  de  conseguir  transcurrir la vida actuando en consonancia con nuestros  sentimientos más profundos. También nos plantean que la plenitud se logra cuando las sensaciones internas  se correlacionan con nuestra actitud ante el mundo, con creciente independencia  de las creencias más arraigadas.

Particularmente Osho, un  controvertido líder espiritual, sostenía que cada ser humano es un Buda con la capacidad de iluminarse, de amar incondicionalmente y de responder, en lugar de reaccionar a la vida. Paralelamente, señalaba con énfasis que  el  ego por lo general  impide esto, al identificarse con el condicionamiento social y crear falsas necesidades y conflictos, y un sentido ilusorio de identidad que no es nada más que una barrera de sueños. Sin esto, el ser natural del hombre puede florecer en un movimiento desde la periferia hacia el centro.

Otros espirituales como Matthieu Ricard  (monje budista francés que reside en el monasterio Shechen Tennyi  Dargyeling en Nepal), a quien cito por ser un monje de origen occidental, plantea que  la felicidad no es simplemente una sucesión interminable de sensaciones placenteras. Para Ricard esta visión sería algo así como  una receta para el agotamiento. En su visión,  el sentir que la vida vale la pena resulta  del cultivo de muchas cualidades fundamentales, tales como el altruismo, la compasión, la libertad interior, la resiliencia, el equilibrio emocional, el equilibrio interior, la paz interior y otros. Estos conceptos son  muy  parecidos a los que plantea Abraham  Maslow en su libro “La libertad creadora”, en donde hace énfasis en que, a diferencia del placer, todas estas cualidades son habilidades que pueden cultivarse mediante la práctica y el entrenamiento de nuestra mente.

En conclusión, diversos autores  nos llaman la atención sobre que una mente distraída no es una mente feliz, que una mente rumiando no es una mente feliz y que la sensación de auto - importancia exacerbada, tampoco conduce a la felicidad. La sabiduría  para esta corriente, significa aprender a vivir el presente  con total identificación existencial, lo que implica trascender los lastres del pasado y las expectativas del futuro.  Esto como un aspecto  esencial  de lo que ellos llaman el proceso de liberación.  Una flor, una mirada, una circunstancia es valiosa por sí misma. Lo que hacemos vale, en la medida que reflexionamos sobre lo que nos importa, sobre los errores y aciertos que cometemos, aceptando nuestra imperfección. Y, por su parte, los otros, que son seres imperfectos, merecen ser amados tal como uno merece ser amado, por la misma razón.  Esto nos habla de la necesidad de cultivar la compasión por uno mismo y por los otros.

La conciencia  de la muerte como algo natural y maravilloso de la existencia,  permite valorar  cada uno de los actos de nuestras vidas sin angustia  y con plena conciencia de que no todo tiene explicación.  Se considera al ser como parte del cosmos y  se reconoce que esta es razón suficiente  para que  los humanos busquemos nuestra armonía con la naturaleza.

Claro, hay un precepto médico que debiera guiar nuestras reflexiones: “Primero, no hacer daño”. Esto a sabiendas de que el mundo de los sentimientos y las emociones constituyen un universo que muchas veces enturbiará nuestra mirada, y que la   respuesta última dependerá  de la riqueza de nuestra conciencia sobre el significado y las necesidades de nuestras vidas. Para esto, plantear un recetario de comportamientos no es posible, porque implicaría una contradicción con el principio de libertad y búsqueda de plenitud. Por lo tanto, el discernimiento compasivo es parte inherente de nuestra responsabilidad en el ejercicio de la libertad.

Por lo anterior es que siempre rescato el pensamiento de Dunn (autor inglés, educado en un Monasterio Budista Tibetano, cuyo libro más conocido es “El Arte de la Paz”):                                                                                                                                               “El conocimiento de uno mismo permite definir los valores que van a guiar nuestras conductas y aquellos que nos van a permitir ser sujetos de un pensamiento crítico”.

En esta cita, Dunn hace énfasis en que lo valioso del Cosmos,  de la vida, de la sociedad, se halla en función de la persona.

Y ahora vuelvo a Ricard,  para rescatar su afirmación respecto a que todos tenemos varias tendencias naturales, relacionadas con nuestra herencia genética, pero que  nuestra conciencia  respecto a las mismas permite modificarlas o, en el peor de los casos, administrarlas para poder encauzarlas dentro de lo nos expone Dunn. Su afirmación se basa en que los estudios de epigenética  nos demuestran que los genes pueden expresarse o no, dependiendo de las condiciones externas.  Dentro de esos estudios, existe un pleno conocimiento de  la neuroplasticidad  cerebral, lo que implica que sus modificaciones serán respuestas posibles a nuestro entrenamiento.  La práctica de la meditación  y la liberación del  ego de las presiones sociales,   conduce  a otro nivel de pensamientos  y  a valorar el altruismo.  El ejercicio del pensamiento crítico, desde mi punto de vista, es otro instrumento clave del entendimiento. Por supuesto, nuestro control de las condiciones externas es limitado, pero como observadores de nuestro mundo interior,  podemos trabajar con nuestra propia mente a efecto de ir dominando nuestros pensamientos, lo cual constituye el camino hacia la  autodeterminación.  Esto nos evita ser arrastrados por ideas o propuestas sin fundamento.

En conclusión, nuestra mente puede ser nuestra mejor amiga o nuestra peor enemiga; es la mente la que traduce las circunstancias externas en felicidad o desdicha.  Para eso  debemos tomar conciencia de que la mente funciona como caja de resonancia de las diversas presiones sociales; por lo tanto, lograr su dominio será de gran ayuda para liberarnos de nuestras tendencias habituales y pensamientos automáticos, que nos suelen llevar a situaciones de angustias, frustración o ansiedad desequilibrantes. En realidad,  esa capacidad  potencial  se realiza en la medida que superamos los condicionamientos  que nos llevan, para usar el vocabulario Zen,  a  vivir en la ilusión, que no es otra cosa más que la alienación que nos produce no entender qué es lo valioso en la vida, al estar condicionados por una construcción social que se basa en la búsqueda del éxito, el poder y lo material.

Hagamos el simple ejercicio de combatir el ego, dominando  la necesidad  de ganar, de tener siempre la razón,  de sentirnos superiores, de sentirnos ofendidos, de tener más o de confundir nuestros logros con nuestro ser  interior.  Si lo hacemos a conciencia,  estoy seguro que  la sensación de libertad  que nos permite, nos producirá un cambio fundamental en nuestra actitud ante la vida. Claro, no es fácil, es parte y resultado de la disciplina diaria. Por supuesto, me apresuro a aclarar que esta liberación no va en menoscabo de nuestra realización personal como seres inacabados buscando su plenitud, ya sea como trabajadores manuales, maestros, empresarios, investigadores,  artistas etc., sino que  la comprensión  de  la alienación que nos produce la búsqueda del éxito, del poder  o de lo material por sí mismo,  nos conduce a un estado de creciente bienestar espiritual y psíquico. Esto significa no quedar confundidos con los propios logros, y de ello se desprende que la libertad interior es estar libre de rasgos mentales, cavilaciones y proyecciones mentales que eventualmente se traducen en frustración y sufrimiento. 

En el marco de estos reconocimientos, cabe también decir que el dolor o la tristeza son propios de nuestra naturaleza, pero que el sufrimiento es en sí una negación de la libertad interior. Dicho de otra manera, la tristeza no es desesperación, y es compatible con el florecimiento genuino, si asumimos la compasión como un rasgo que enaltece la existencia, por la actitud de buscar el alivio del sufrimiento de los otros y de nosotros mismos, ante situaciones de injusticias, cualquiera sean.  También, merece la pena traer a colación que los estudios neurocientíficos han demostrado que cultivar la atención, la compasión y liberarnos de pensamientos obsesivos, produce cambios tanto funcionales como estructurales en el cerebro.  En el mismo nivel, la fisiología nos indica que una respiración profunda y consciente, oxigena el cerebro de las presiones externas.

Quiero terminar estas reflexiones, tomando un fragmento de algo que vengo sosteniendo en diversas publicaciones (Dalmasso, 2012-2018)

Conociéndose, sabrá cuál es su camino; aprendiendo a pensar con autonomía, sabrá decidir; cultivando su espíritu,  podrá trascender los naturales egoísmos a los cuales nos incentiva el consumismo fatuo; y más que eso, fortalecerá su carácter de tal modo que podrá tomar las frustraciones como elementos naturales de la vida”

Una tarea que no terminará nunca, y que nos posibilita, vaya paradoja, esperar de la vida: ¡lo que ocurra!

 

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