ARGENTINA: BASES POLÍTICAS EN LA CONFORMACIÓN DEL ESTADO MODERNO (4ta parte)

  ARGENTINA: BASES POLÍTICAS EN LA CONFORMACIÓN DEL ESTADO MODERNO

(4ta parte)

Por Eduardo Dalmasso*

¿Dominación o Hegemonía?

El modelo económico instaurado no fue alterado por el advenimiento del   radicalismo, pero sí la preeminencia política de las clases oligárquicas,  severamente cuestionadas por el voto popular. Me parece importante señalar que la clase oligárquica no había establecido un poder hegemónico, al menos en  términos de Gramsci.  Este filósofo  sostenía que la clase dominante ejerce un poder hegemónico cuando  no se manifiesta en fuerzas coercitivas sobre las clases sometidas, sino que induce  comportamientos sociales  a través de distintas formas de control: del sistema educativo, de instituciones religiosas, de leyes, de normas regulatorias  y, sobre todo, por los valores que logra  poner en vigencia dentro del sistema de convivencia.                                                                                                               Argentina  respondió más genuinamente al concepto de dominación, diría de forma indisimulada: el fraude, las componendas y la exclusión forzada rompían con los supuestos básicos de la teoría del italiano. La ostensible coerción y la omisión de los intereses de las clases populares era lo que signaba la acción política. Lo que sí, el crecimiento exponencial de la economía argentina, basada en el modelo agroexportador, permitió el desarrollo de sectores importantes de la sociedad. Sociedad, sin embargo, no tan inclusiva como los mitos acerca de la época suponen. Cuestión de reflexionar acerca de la cadena de conflictos que sobrellevó el  gobierno radical y en el propio devenir político del país.

Las turbulencias políticas

La derrota electoral de la Oligarquía y el creciente predominio del discurso Irigoyenista, tuvo como consecuencia  que  el clima político  disociara a la Argentina en dos bandos que discrepaban sin  búsquedas de mínimos acuerdos. Los debates no se orientaban a la generación de diálogos y consensos para la toma de decisiones políticas, sino que se manifestaban en ejercicios de obstrucción o  de desconocimiento del otro. De ello, que el espacio público constituía un escenario de confrontación y no de  generación de diálogos constructivos para la toma de decisiones políticas.  Los valores en los que se fundaban los distintos discursos revelaban una dura  puja  por  imponer socialmente el propio. El principio del aceptar la existencia del otro, como premisa fundamental de la vida institucional, no tenía lugar. Aun cuando, de hecho, en la política económica de base se confluía.  Un marco de disputas  excedía el lógico antagonismo que surge de la vida democrática. Para la oposición y la oligarquía, el gobierno radical no tenía la entidad cultural suficiente para dirigir los destinos políticos del país y, para el Irigoyenismo, la historia moderna del Estado había  permanecido en manos de una minoría rapaz  y deleznable.  Ese era el tenor de los discursos, y no otro, de ello la debilidad política de la república.                                                                                                                               Pareciera que en el pensamiento del Presidente de la reforma,  el sufragio universal y secreto daría lugar a una significativa regeneración del funcionamiento de la sociedad y del propio Estado. O sea, para este patriota, la reforma que propugnaba era la condición suficiente para que las élites políticas renovadas, montadas en el extraordinario progreso material del país, convergieran en la consolidación de un Estado Nación de avanzada.   

La cuestión de la inmigración   

Saenz Peña, en  sus declaraciones,  no dejaba de hacer énfasis en la importancia de la identidad de Argentina. De modo que manifestaba abiertamente en sus discursos  la preocupación, por el hecho de que los ciudadanos extranjeros poseyeran el 70% de la industria y de las compañías comerciales. Esta situación, para él y sus aliados políticos e intelectuales, significaba que, ante el manifiesto avance de la propiedad en manos de los inmigrantes, la población nativa asumía las formas de un ejército de empleados sin aspiraciones ni energías.  (Oscar Terán- Historia de las ideas en la argentina- Siglo XXl- 2008)            

La Argentina era de los pocos países en el mundo cuya población extranjera y diversa  constituyó, un porcentaje mayor o similar a la nativa.  Si bien, como lo expresa Gino Germani (Di Tella, Germani,  Graciarena, Argentina, Sociedad de Masas. Ed.Univ. de Bs As. 1971), desde el punto de vista nacional, el porcentaje de extranjeros no llegaba a superar el 50%, en las provincias del litoral, centradas en la pampa húmeda, eran mayoría.  El énfasis de Sáenz Peña, a más de reconocer el impacto de la inmigración en términos numéricos, implicaba una fuerte conciencia de su desarrollo como clases propietarias y del efecto de su cultura emprendedora sobre la población de origen.                                                                                               La reforma electoral y la cuestión nacional conformaban el fundamento político de los discursos de Sáenz Peña. En su pronunciamiento de 1909, abordaba la cuestión  en dirección a lograr un Estado moderno y fuerte, tomando la educación pública, la conscripción militar y el voto obligatorio como ejes de ese proceso. Estos tres factores contribuirían a  reforzar la identidad nacional.                                                                                               Saénz Peña, como otros miembros de la élite alineados en la reacción anti roquistas, tenían plena conciencia de que el modelo adoptado era de carácter dependiente, a causa de la influencia del capital extranjero en el desarrollo del país.  ( Martin Castro. El ocaso de la República Oligárquica- edhsa. Bs.As. 2012)                                                                                                  Esta toma de conciencia da lugar a  trabajos autocríticos, propuestas educativas y enaltecimiento de las tradiciones y gestas patrióticas.  Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones quizás fueran los intelectuales más representativos dentro de esa corriente dispuesta a rescatar el pasado, redimensionando los objetivos del  sistema educativo  y el  canto de  las epopeyas que conformaron el Estado,  fruto de  las heroicas luchas de los criollos. Por cierto, para ese entonces, ya las diferencias culturales que se avizoraban  en los espacios urbanos del litoral se revelaban como esencialmente contrapuestas y esto no era un tema menor. (Oscar Terán- Historia de las ideas en la Argentina- Siglo XXl. Edhasa 2008)

No todos veían el futuro con optimismo.

Quien fuera  Ministro de Roca y fundador de la Universidad de La Plata, Joaquín V Gonzalez,  expresaba   su escepticismo en el escrito  “El Juicio del Siglo”:                                         

           “Que la educación política del pueblo argentino no ha llegado al nivel de sus instituciones escritas no podría negarlo ningún observador imparcial y que anhelase para el un progreso verdadero de base futura indestructible.  (…) Ni la educación de las escuelas ni la que viene de la vida han podido destruir los viejos gérmenes, ni menos abatir los troncos robustos que han colocado en nuestros hábitos los vicios, violencias, errores y fraudes originarios de nuestra reconstrucción nacional.(…) La prosperidad del país, como obra de un conjunto de fuerzas internas y externas, inferiores y superiores, antiguas y contemporáneas, no basta para cubrir toda la mercancía ni para fortificar todo lo averiado en las largas jornadas del camino; las clases diversas de la sociedad, enriquecidas unas, civilizadas otras, y las demás obligadas a someterse al yugo del orden y de la paz, por impotencia o por interés, no han adquirido por eso toda la cultura extensiva que hiciera imposible una reviviscencia de la barbarie o del desorden, cuando dejasen de pesar sobre ellas las fuerzas que ahora la sujetan o la encauzan.”

Un claro reconocimiento  respecto a los vicios que hacen a la vida cívica del país. Esclarece la distancia de la práctica respecto al orden jurídico escrito.  González piensa que el pasado colonial y la experiencia pos revolucionaria seguían gravitando negativamente sobre la cultura y de ello los valores que siguieron predominando en la etapa constitucional de la república con fundamentos que negaban lo que aspiraban.                                                                

Terán en el libro citado reflexiona sobre el discurso:

                                                                 “Por otra parte es la confección de un fracaso: del fracaso de su propio sector político social para construir hegemonía sobre la sociedad o al menos para constituir una oposición consistente” 

Este brillante intelectual no se opuso a la reforma propiciada por, en gran parte, seguidores de Pellegrini, ni tampoco lo hicieron otros conspicuos miembros de la oligarquía, tales como el hijo de Julio Argentino Roca (luego Vicepresidente de la Nación).  Pero sí señalaban, con cierta premonición política, que la lista incompleta, que es la que regiría el resultado de las elecciones crearía las condiciones para la perpetuación de la facción dueña de los recursos del gobierno, al permitirle por esta razón el control de los sectores menos favorecidos. En suma, no demasiado diferente que lo que permitió al Partido Autonomista Nacional (PAN), ejercer su primacía  por 30 años.

El Principio del Fin

Pocos años después del primer Gobierno de Irigoyen, Uriburu, un general representante del nacionalismo católico,  encabezando una columna de oficiales y cadetes del Colegio Militar acompañado de un grupo de civiles,  desalojaba al héroe de las luchas anti oligárquicas sin disparar un solo tiro, dejando al descubierto la soledad del Gobierno radical, y peor aún, la precariedad del orden institucional que emergió a posteriori de la reforma electoral.

*Eduardo Dalmasso: Doctor en Ciencia Política de la UNC (CEA) especializado en educación de líderes. Editor del Blog “Miradas Políticas y otros enfoques”

 

 

 

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