ESTADO DE CONFUSIÓN: ante la realidad de nuestro país y la situación de los ciudadanos ante las elecciones próximas

por  Eduardo Dalmasso* 


        

¿Qué significa estado de confusión? Según cierta versión bíblica, “equivocación en la que incurrimos por tener las ideas oscuras acerca de un tema o contenido, y muy poco precisas y entremezcladas las que pertenecen a varios temas o asunto”. Según el diccionario, “falta de orden o de claridad cuando hay muchas personas o cosas juntas”.

La sociedad argentina se encuentra dentro de lo que caracteriza ese estado, por la circulación de ideas oscuras y por la falta de claridad respecto de hacia dónde se dirige. Es tal el nivel de confusión que podemos asimilarla a una situación de anomia que deriva, a mi entender, de un Estado a la deriva.

¿Por qué un Estado a la deriva? Porque en 40 años de democracia no se ha podido establecer un proyecto básico en común respecto de determinadas políticas de Estado, y hemos oscilado entre la visión absolutista de mercado y la concepción del Estado benefactor que todo lo puede.

¿Consecuencias? Me centraré en tres.

1.-Extremada marginalidad y creciente pobreza.

2.- Deterioro alarmante de la educación pública, como lo revelan las diversas pruebas de control de calidad.

3.- Avance de la droga y del delito.

Esto significa que los liderazgos políticos no han estado a la altura de la complejidad argentina, derivada de una suma de intereses contrapuestos que no se han podido superar. Este estado de confusión deriva en una emigración hormiga constante de jóvenes capacitados que buscan en el exterior un ámbito de menor incertidumbre, que a mi juicio seguirá creciendo, con lo que esto implica para el desarrollo posible de nuestro país.

Guerra civil larvada

Cómo se explica este nivel de mediocridad política, que no significa que los actores no sean inteligentes.

Es una pregunta sin respuestas fáciles, porque los actores emergen dentro de la propia realidad social que los contiene, una realidad social sometida por las contradicciones ideológicas, en lo que en diversos escritos he calificado de “guerra civil larvada”.

La experiencia de estos 40 años nos dice que, si bien superamos la experiencia militar –en gran parte, como resultado de la última dictadura, por su nivel de salvajismo y desastrosa práctica económica–, la sociedad y la política no han logrado superar antagonismos, si nos atenemos a la luz de los resultados expuestos.

Esta situación ocurre dentro de una sociedad en la que los políticos jamás hablan de las condiciones fundamentales para el desarrollo. Me refiero al ahorro y la inversión, a la productividad y la estabilidad de las reglas de juego.

Estamos al límite de un modelo de funcionamiento que sólo puede ocasionar una creciente pérdida de identidad. Esto se agrava por la carencia de gestos de comprensión de la dirigencia política, lo que facilita de forma obvia el mote de casta.

Cita a ciegas con las urnas

La incertidumbre ante las próximas elecciones es un fiel reflejo de la confusión reinante: la falta de confianza en la dirigencia política confunde al electorado, dentro del cual una fracción no despreciable expresará su agotamiento de esperanzas votando por propuestas que no significan otra cosa que un salto al vacío.

Es todo muy duro: políticos que hablan de acordar cuando el mandato está en el final; sectores del Gobierno que hablan de la maravilla que han producido, pero que desconocen los efectos de las propias políticas en el cuerpo social.

Otros que hablan de cambio, pero con una concepción tan diferente entre unos y otros que sólo oscurecen la mirada del votante.

En realidad, no es ilógico que suceda este cuadro, porque de esta sociedad de la cual todos somos parte surge cierta laxitud ante los valores republicanos. Claro está, también revela el fracaso del sistema universitario en la transformación de los valores vigentes y la práctica política.

Si los políticos no pueden mostrarnos sus sueños más allá de la coyuntura ni revelar el carácter suficiente para negociar con sus “adversarios” sin abandonar sus principios, el voto se asemejará a una cita a ciegas, con todo lo que esto significa.

Tolerancia democrática

Sin duda, esto exige pensar en el otro no como un enemigo, sino como un representante que piensa diferente, pero igualmente comprometido con la democracia.

Lo anterior será válido en la medida en que haya acuerdos centrales, “nuestro tren al norte” a los efectos de sacarnos del estancamiento y la frustración. De otra forma, la Constitución que nos rige será letra muerta.

La tolerancia democrática es la base de un sistema social y político que se niega al autoritarismo. Pero esa tolerancia por la diferencia será inservible si no existe un acuerdo mayoritario sobre las rémoras que es necesario erradicar o modificar sustancialmente; de allí la importancia de la capacidad de negociación, para lograr que cualquiera de estas medidas fundamentales tenga perspectiva de largo plazo, a diferencia de las contradanzas del pasado.

De no ser así, las frustraciones seguirán existiendo y, creo, en un mayor grado.

Evitar una creciente anarquía y un estado de disolución sólo será posible si se superan concepciones neoliberales y populismos vacíos de sentido.

        * Doctor en Ciencia Política (UNC-CEA); editor del blog “Miradas políticas y otros enfoques”

         Publicado en La Voz del Interior de Córdoba el jueves 15 de junio de 2023




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