Argentina requiere de líderes
que se ganen la confianza del pueblo por su transparencia, por
exponer con claridad sus convicciones, y con modestia para escuchar.
por Eduardo
Dalmasso
 |
Javier Milei, candidato libertario |
Pensando en lo que nos sucede
en la Argentina, he recordado una frase de Bertolt Brecht que se
ajusta bastante bien a la profunda crisis que vive nuestra sociedad
desde hace años: “La crisis se produce cuando lo viejo no termina
de morir y lo nuevo no acaba de nacer”. Es imposible predeterminar
el resultado de las elecciones nacionales de octubre. Cualquier cosa
puede suceder y eso no cambiará fácilmente la situación de un
Estado a la deriva.
Argentina
requiere de un príncipe de la política, entendiendo por príncipe
(o princesa) a personas de Estado, cuya convicción y cuyo
conocimiento de las contradicciones y nudos que vienen cerrando el
camino del desarrollo despierten el respeto de las mayorías; no digo
la adhesión, porque esta responde a una definición ideológica.
Justamente,
el príncipe es quien, sin renunciar a sus convicciones e identidad,
es capaz de flexibilizar sus posturas en aras de lograr lo
importante. En nuestro caso: frenar la inflación, ordenar los
precios relativos, dar seriedad al presupuesto fiscal y poner en
marcha un sistema de seguridad que defienda al ciudadano de la
violencia.
Claro,
eso no alcanza, por lo que el staff debiera trabajar en un plan de
desarrollo que dé perspectiva a la población de que la curva de
declinación podría llegar a un punto final.
Un
príncipe del futuro
Este
enunciado implica mucha claridad sobre el qué, el cómo y el con
quién, fundado en una imagen de transparencia y ascetismo. El pueblo
está cansado de ciertas actitudes de “la casta” y de su fracaso.
Sin confianza, la inconmensurable tarea que exige superar el
estancamiento y la desesperanza no le será posible; va a necesitar
mucho apoyo para superar los duros y hasta salvajes antagonismos de
quienes no quieren perder sus privilegios.
En
resumen, necesitamos que ese príncipe del futuro tenga conocimiento
de los factores críticos que siguen impidiendo encauzar el ahorro y
la inversión, capacidad de conducción para planear un camino
creíble que trascienda los intereses del centralismo porteño, y que
sea capaz de cortar los nudos que convalidan el atraso acumulado en
50 años de historia, única forma de motivar a la juventud a pelear
por su futuro.
El
problema madre: el proceso de deterioro cultural ha provocado que las
elites políticas puedan ser acusadas de constituir una casta.
El
proyecto de gobierno tendrá que superar los límites que los
intereses empresariales de corto plazo intentarán imponer y, a la
vez, lograr su apoyo para fundar un horizonte sostenible. Tendrá que
persuadir a la dirigencia gremial de que se requiere un país que
incorpore trabajadores a la formalidad y no que queden librados a la
mano de Dios por obra de su cultura corporativa.
El
proyecto educativo exigirá una transformación, atento las demandas
del siglo 21; sin duda, tendrá en los gremios del sector su peor
enemigo. Quizá en esta área sí se necesite una revolución.
La
decadencia nos muestra que las expresiones políticas se han nutrido
de cuadros surgidos una clase media educada, pero en su mayoría sin
capacidad de entender lo que significa la democracia dentro del
capitalismo.
Vale
decir, no constituyen un reflejo de la cultura del trabajo
industrial, de servicios o agropecuaria.
Sus
valores, en el mejor de los casos, discurren dentro de un idealismo
estéril o sustentan medidas que, a la postre, terminan siendo un
bumerán contra la sociedad. Lo peor es el alto porcentaje que ha
tomado por asalto al Estado, tras el escudo de políticas que se
suponen populares, pero que, en realidad, constituyen una cobertura
para su mendacidad.
Proceso
de decadencia
Es
necesario advertir que la falta de claridad y de un proyecto
abarcador fundado en valores comunitarios por parte de los sectores
más poderosos ha contribuido al proceso de decadencia.
El
fracaso y las consecuencias de políticas inconsistentes del
presidente Mauricio Macri, sostenidas en un optimismo sin fundamento,
nos revelan las dificultades que cualquier gobierno deberá
enfrentar.
Ambas
vertientes nos han conducido a una situación ruinosa.
A
propósito de lo anterior: no debiera pasar inadvertido que las
regiones de mayor cultura productiva están excluidas hace años del
juego de poder real. Existe una forma de selección muy conectada a
los lobbies centralistas, que a la luz de los resultados son muy
dañinos para la salud de la república.
Hoy
las meras frases demagógicas no son creíbles, y el enojo de la
sociedad ante su propia responsabilidad se manifiesta en la no
participación, o votando a un candidato como Javier Milei, que por
cuestionar todo, puede conducir hacia la nada o el caos.
Sin
embargo, este extraño personaje oficia de heraldo de la necesidad de
cambios fundamentales para superar el estancamiento y la
desesperanza. Diría que su mérito es canalizar la impotencia de una
parte transversal de la sociedad que siente o intuye que el camino
recorrido dentro de un modelo de poder no tiene más posibilidades.
Entonces,
necesitamos líderes que se ganen la confianza del pueblo por su
transparencia, por exponer con claridad sus convicciones, con
modestia para escuchar y capacidad de discernimiento ante la
complejidad a enfrentar. Líderes que, por su visión, sepan alinear
un equipo solidario con él y con el proyecto matriz. Lo menos que
necesita Argentina para iniciar un camino de esperanza.
* Profesor de
posgrado en Liderazgo y Análisis Estratégico; editor del blog
“Miradas políticas y otros enfoques”
Publicado el lunes 18 de septiembre de 2023 en La Voz de Córdoba.
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