POLITICA Y CULTURA

                                                                                 * Por Eduardo Dalmasso

A 40 años del inicio de la recuperación democrática, está más que en claro que Argentina tiene serios problemas con su clase dirigente. El tema es que esa realidad también revela los déficits culturales de la sociedad. Esto quizás por los años de enfrentamientos mediados por la fuerza militar, luego por emergentes políticos desprovistos de una visión de Estado y sin el respaldo de una fuerte burguesía nacional. En consecuencia: no hay valores cívicos lo suficientemente firmes para consolidar un norte. En realidad, no sabemos de qué se trata y por eso tenemos un problema de identidad. Por cierto, podemos adjudicar una importante responsabilidad al sistema universitario, ámbito natural en la formación de las élites.

Las democracias se nutren de la participación y calidad de sus representantes. Cuando la calidad de la representación es pobre, la democracia sufre. “El pueblo gobierna a través de sus representantes”.

Sociedad y dirigentes, pensaron que el solo hecho de liberarnos de la opresión se podría fundar el progreso en políticas de consumo que a la postre como lo demuestra la triste realidad, solo llevaron al país al endeudamiento y un indigno nivel de pobreza.

Tanto las políticas neoliberales como las populistas con alguna diferencia de grado, abusaron del endeudamiento para sostener un sistema que venía mostrando signos de agotamiento desde mediados de los setenta. Sus efectos incidieron en el paisaje de miseria del conurbano bonaerense, lo que sin duda facilitó por su significativa dimensión: la emergencia de aventureros desprovistos de todo sentido de identidad y con fuerte incidencia en el poder político. No es casual que las regiones que expresan una cultura productiva se manifiesten muy diferentes, a las que refleja ese núcleo poblacional. La crisis del 2001 y las políticas posteriores pusieron un cepo a la dualidad social.

Hoy las redes dejan en tiempo infinitesimal al descubierto las debilidades y contradicciones de los dirigentes. La dirigencia política sobre todo la que pudiera estar más infiltrada de oportunistas sin escrúpulos, no ha tomado debida nota, que un nuevo mundo tecnológico, expone su condición humana y sus flaquezas sin piedad. Esto es posible ayude a la recuperación de líderes auténticos, proceso que lleva su tiempo: porque también parte de esas desaprensiones ha impregnado los comportamientos de importantes sectores sociales.

Casi 40 años de decadencia dentro del sistema democrático hace imposible argumentar excusas, salvo a los fanáticos de cualquier bando. Es creciente la gente que está harta de los políticos que emergieron post dictadura y de ello, que aparezcan personajes que por el solo hecho de no tener historia, se transforman en un canal de expresión de repudio. Eso también refleja la carencia de valores claros y firmes que pudieran permitir canalizar esa bronca social de otra manera. Estamos sin duda en una instancia de cambios muy profundos en relación a un mundo nuevo que no termina de aflorar y el viejo que se resiste a morir.

Los sistemas productivos en función de las tecnologías y el conocimiento científico están creando un mundo absolutamente diferente respecto del instaurado en el siglo XX. El problema estriba en que el discurso de gran parte de la clase política sigue montado en ese mundo en agonía, lo que solo puede generar un mayor atraso. De ello surge que no despierten esperanza en las jóvenes generaciones.

Cabe reiterar, que la baja tasa de ahorro formal, y por ende la baja tasa de inversión ligada a los costos financieros de la deuda externa e interna, más la propia amortización y la evasión de capitales no permite ser optimista. El capitalismo requiere de un justo sistema fiscal, confianza y estabilidad en las leyes que rigen la vida social y mayor confianza aún en sus representantes. Su inexistencia contribuye a una mayor desigualdad e impone un solo valor: el de sálvese quien pueda.

Los ensayos neoliberales y el predominio de un discurso populista nos han llevado por un lado a problemas de desocupación estructural; y por el otro a conformar un Estado corporativo, en el que se supone está la fuente de todas las soluciones. Esto nos condujo a crear un monstruo que otorga mucho poder político sin capacidad de alterar un camino decadente. Los intereses corporativos predominan en detrimento del interés general. Los Gobiernos tercian, pero no reconducen los problemas centrales de la economía. Esto implica que cada corporación traduce sus intereses como si fueran de interés general.

Pensemos en la generación de lobbies que se da con la concentración de distintos poderes en la capital del país, en general ocultos con alguna pátina partidaria. Estos sobreactúan e inciden en políticas inclusive de distintos signos en el transcurso de su actuación pública sin vergüenza alguna. Parte de la pobreza de la clase dirigente que he señalado, se genera en ese mercado de intercambios y favores al calor de los medios radicados en la metrópoli. Según los actores y la situación aparece el apoyo de distintas corporaciones.

Así las cosas, sin un tren al norte y sin dirigentes visionarios con la autoridad moral suficiente que nos unifiquen en la diversidad, pienso que no habrá futuro.


*Dr. en Ciencia Política. Editor del Blog Miradas Políticas y otros enfoques. Educador.







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