MODELO PARA ARMAR


Asunción del Presidente Menem en 1989
Traspaso de mando presidencial en sucesión democrática: Alfonsín y Menem en 1989                                      Crédito foto: web diario Clarín-Argentina

Por Eduardo Dalmasso*

                                                               

  Toda verdad pasa por tres fases

                                                                Primero, se la ridiculiza

                                                                Segundo, se le oponen violentamente

                                                               Tercero, se la acepta como obvia y auto evidente.

                                                                                                                              Schopenhauer.

 

Los argentinos, al menos los mayores de 50, posiblemente ya no vivamos de ilusiones. La última fue una desmesurada muestra de nuestro pensamiento mágico. Esa maravillosa creencia de lograr pertenecer al primer mundo en tiempo récord después de ser país de la hiperinflación, para luego, sin solución de continuidad, volver estrepitosamente a la realidad del desempleo, la marginalidad, y un país sobreendeudado.

Lamentablemente la racionalidad aún está en el plano de lo potencial. Nuestra clase dirigente y la sociedad en su conjunto ya han dado muestras reiteradas de la poca capacidad de aprender. Y aunque haya coincidencias mayoritarias en el diagnóstico de la situación, las falencias que nos precipitaron a un abismo sin fin siguen vigentes.

La realidad es que el país ha llegado a parecerse peligrosamente a los principios del siglo XIX, más precisamente, a la anarquía de la década de 1820. El modelo de los 90, como colofón de la dictadura militar, desmanteló la estructura socioeconómica nacida hace 70 años, pero fue incapaz de generar una nueva legitimidad. Su viabilidad implicaba aceptar la exclusión social y el poder de los acreedores y capitales externos de una manera que hacía difícil pensar en la Argentina como un país soberano.

Aunque los logros fueron significativos en la modernización de la infraestructura, libertad de conciencia y expresión, el funcionamiento de unas pocas instituciones y en una mejor comprensión de lo que implica la integración de los mercados, se vieron devaluados por la desintegración social, la pérdida de valores, y la falta de credibilidad de las instituciones democráticas. Para peor el último régimen no facilitó durante su vigencia la estabilidad política ni un claro modelo de acumulación capitalista sustentable.

Hoy remontar la debacle implica solucionar cinco cuestiones fundamentales: la estructura del Estado y su regionalización, el modelo de acumulación de capital, la representación política, la política y estructura financiera, y la política internacional. aspectos que deberían ser fuente de discusión y de programas a esgrimir.

Ética y Política

No es un tema menor hablar del vaciamiento ideológico de los cuadros profesionales de la política. Se puede decir con cierto valor teórico que no existen acciones fuera de alguna ideología. Toda acción de repercusión socioeconómica contiene, aun por omisión, un reflejo de intereses de algún sector que juega en forma efectiva (tal vez solapadamente) en el quehacer económico. (Nicos Poulantzas. Las clases sociales en el capitalismo actual)  El problema sobreviene cuando el quehacer político carece de un discurso coherente en que basarse, o un proyecto claro, o sostiene posiciones que no resisten ningún análisis serio. La situación es peor aun cuando la práctica desdice lo dicho previamente: todo aparece ante los ojos de los ciudadanos como mero oportunismo y se abren un vacío entre la sociedad y sus representantes. Como lo indica la propia experiencia argentina en esta situación el sistema de representación se gana la fama de prebendario y la dirigencia se torna para el conjunto de la población en un mal necesario. La conciencia del bien común desaparece y todo parece valer sólo como acumulación de poder o sostenimiento de posiciones. Crece la fragmentación social y la debilidad de las instituciones.

Sin instituciones respetadas ni credibilidad en la dirigencia es casi ineludible suponer una decadencia perpetua, salvo que ocurra un milagro. Pero el desafío, para la Argentina en su conjunto es paradójicamente, sin volver a lo mágico, “la construcción del milagro”. Es decir, crear y desarrollar por consenso visiones creíbles, otra forma de confrontar y cambiar el sistema de acción política.

La crisis del Estado no es un hecho nuevo en la historia.Ya Aristóteles debió tratar el tema y comentaba que el verdadero fundamento del Estado y del derecho es la virtud. Sin ella ninguna asociación puede ser legítima, de otra manera la asociación política sería igual que una alianza militar de pueblos extranjeros que sólo comparten un espacio común. “El fin de la sociedad política, no es pues, solamente vivir con sus semejantes, sino realizar el bien. Por lo tanto el hombre más virtuoso en sociedad, tiene mas derechos a ser ciudadano que el más rico o más libre, ya que en virtud los supera” (La Política. Libro Primero. Cap. V).

En el pensamiento de Aristóteles, el fundamento de la acción política en democracia tiene reglas claras: la política se ejerce para el bien común, aunque no deje de ser la lucha por el poder. En el peor de los casos, algunos se pueden favorecer más que otros, pero nunca a costa de sumergir en el atraso a esos otros.

En el momento en que la política abandona esa esencia pierde credibilidad y la sociedad inevitablemente acentuará sus fracturas como ocurre en cualquier asociación que carece de dirección y modelos que permitan identificarse. La práctica política desnaturalizada, sin ética, produce un efecto demostración que va generalizándose al conjunto de los ciudadanos acentuando el individualismo como única posibilidad de salvaguarda personal. Si los valores antagónicos, tales como la solidaridad o la participación ciudadana son extremadamente débiles, como parecen ser en la Argentina, se carece de barreras de contención como para evitar que la sociedad caiga sencillamente en la “Ley de la Jungla”.

Impuestos los valores del individualismo, sólo quien tenga una fuerte vocación por el poder por el poder mismo podrá aspirar al mando y liderazgo y sus acciones se sostendrán exclusivamente en función de su capacidad de lograr y distribuir dividendos económicos o prebendas de algún tipo sin importar los costos.

Estamos en esta instancia ante la preponderancia  de caudillismos sin proyecto o de un discurso tecnocrático que intenta aparecer como la racionalidad ante la no racionalidad de quienes no logran articular un discurso omnicomprensivo. En términos de Tulio Halperin Donghi, parafraseando al Gral. Paz y a Sarmiento, estaríamos ante la presencia de caudillos mansos. (Historia de Caudillos. Estudio Preliminar) y no ante los grandes caudillos que forjaron la historia del Río de la Plata (Ramírez, Artigas, Estanislao López, o Facundo Quiroga)

Los ejemplos sobran: representantes que apoyaron la convertibilidad para luego sostener una devaluación inconmensurable en sus efectos sobre los ingresos; políticos que alaban los organismos  internacionales y luego realizan diatribas contra el Fondo Monetario de acuerdo a los cambios de coyuntura; los que negociaron con los personeros de un modelo y luego se hacen los desentendidos ante su fracaso y consecuencias; los que se rasgan las vestiduras por la importancia de la justicia independiente y luego en su acción la desconocen; o aquellos que prometen mano dura para gobernar el país y en la práctica quiebran sus provincias.

Cualquier lector avisado, diferenciará muy claramente una política de alianzas para avanzar en función de una visión o proyecto, de este funcionamiento que se sustenta únicamente en un pragmatismo a ultranza. Esos personajes actúan como simples mercenarios de políticas o estructuras de poder que facilitan su posicionamiento. No tienen problemas de inteligencia, sino de escasa virtud pública.

Guste o no, la representación política es reflejo de la crisis institucional que arrastra nuestro país por lo menos desde la década del 30. La práctica política es también un reflejo de los valores que sustenta la sociedad en su conjunto y en especial los de las clases acomodadas y de sus dirigentes.

Sin embargo, si la sociedad en su conjunto y especialmente las clases de mayores ingresos y los diversos sectores dirigentes asumen su corresponsabilidad en lo acaecido en la Argentina, es posible pensar que dicho cuadro es reversible. La pregunta es si plantearse el desafío en las condiciones actuales, constituye una utopía o un camino sustentable en nuestra búsqueda del logro.

¿El Cambio es Posible?

El cambio es posible, pero necesita de varias condiciones. Lo primero es tomar conciencia de la realidad; luego definir el sistema que condujo a esta situación; tercero, pensar el modelo de recambio y por último, sostener la voluntad de ese cambio en liderazgos y sectores que puedan representar la voluntad general dentro de un sistema democrático. Proceso seguramente no lineal, pero que debería ser reconocido para sostener justamente la posibilidad del cambio.

Obviamente que este proceso no elimina los antagonismos ya que estos son propios del juego de la democracia. Existirán posiciones para defender los intereses que han primado en la Argentina de los últimos treinta años. Pero también surgirán otros para sostener intereses distintos y posiblemente más abarcadores. El tema es que se clarifiquen y confronten desde otra perspectiva de la política.

La madurez de la política se visualizará cuando los proyectos y la búsqueda de consenso aparezcan como más importantes que los circunstanciales dirigentes o posibles líderes. Esto es precisamente parte fundamental del desafío. Solamente la clarificación y la confrontación basada en la virtud permitirán recrear una sociedad más justa e inteligente en su expresión política.

Lo anterior nos lleva a razonar sobre el valor de lo ideológico como sustento de un proyecto político y sobre esto podemos plantear que:

Cuando lo ideológico de cualquier signo se transforma en un recetario de proposiciones, cuando el desarrollo de distintas fuerzas vitales internas y externas al Estado nación son ignoradas, la ideología se constituye en un cepo donde la inteligencia, la sensibilidad y la imaginación creadora perecen.

Cuando lo anterior sucede, el pragmatismo aparece sin solución de continuidad a la pérdida de vitalidad de la inteligencia política. Esta pérdida acarrea que se comience a considerar todas las soluciones socioeconómicas como únicas e inevitables.

Se analiza y actúa exclusivamente en función del aquí y ahora. Se carece de la voluntad de transformación, las conducciones partidarias se burocratizan, la movilización se circunscribe a los cuadros ligados al aparato partidario o a los sectores que pueden usufructuar ciertas dádivas (sectores marginales). Se exalta a los tecnócratas y se adoptan sus discursos sin capacidad alguna de crítica. Cuando se reacciona, por supuesto, es tarde.

Nadie puede poner en duda que el esquemático pensamiento neoliberal predominó en la década de los noventa. Este predominio fue facilitado, con toda seguridad, por el fracaso de la economía en la primera etapa de la restauración democrática y en parte, por los cambios sociales generados durante la última dictadura militar no debidamente evaluados por el gobierno del Dr. Alfonsín, ni por su oposición.

Tampoco pareciera discutible que las proposiciones avaladas por los sectores de mayor poder económico se han escudado en el discurso de lo inevitable y la racionalidad tecnocrática. Toda alternativa era y es automáticamente desechada en razón de nuestra debilidad en el concierto internacional y por el peso de la deuda externa, deuda que se desborda, casualmente en dos etapas guiadas por el mismo discurso y con similares efectos.

Ese discurso predominante fue posible por la transformación de los partidos populares en meras maquinas electorales. Esto no explica las causas pero quizás nos sirva para entender porqué, lo que aparece en el concierto político son discursos independientes de proyectos alternativos, a lo sumo posiciones coyunturales, que por ese hecho arrastran la falta de credibilidad.

El Partido Radical prácticamente ha desaparecido y el Justicialismo se encuentra al 2003 ante la posibilidad de una fractura casi terminal. La historia dirá si esto es bueno o malo, por lo pronto estos quebrantos exigirán un nuevo discurso para defender el porqué de las diferentes posiciones, sobre todo en las poblaciones urbanas de mayor alfabetización relativa.

El sector empresario

El sector empresario en su conjunto mostró, por adhesión u omisión, un apoyo importante al modelo que primó en los noventa. La influencia ideológica del pensamiento neoliberal ya había penetrado fuertemente durante el periodo militar. Al respecto, resultaba impactante ver que en los ámbitos en donde se presentaba su también poderoso ministro de economía se agolpaban los empresarios de cualquier tamaño.

Quizás esta adhesión era una ilusoria búsqueda de racionalidad tecnocrática fundamentada en la imposibilidad de superar el enfrentamiento con los sectores organizados del trabajo y al escepticismo sobre las posibilidades de la política en medio de una creciente fragmentación social. Pero sobre todo por imputar las recurrentes crisis institucionales y económicas a problemas administrativos y no a un claro diagnostico estructural.

Quizás también, esa aludida adhesión, se nutre de la paradoja de que muchos de los más conspicuos empresarios respondían y responden al doble papel de productores agropecuarios y de la industria, agregado a que nuestra cultura industrial nunca pudo desarrollarse plenamente por causa de la inestabilidad política permanente y el fuerte predominio de los intereses ligados al puerto.

No obstante, si bien en parte, el perfil ideológico del empresariado es resultado de algunos de los factores arriba expresados. También es necesario reconocer que en la etapa del anuncio e implementación del plan de estabilización liderado por el Dr. Cavallo y sustentado en la capacidad de liderazgo y maniobra del presidente Menem, su renovada adhesión a las ideas liberales se fundó entre otras en seis aspectos muy racionales:

Primero, la necesidad de la estabilidad de precios. La estabilidad es lo que permite a los poseedores del capital planificar sus procesos de negocios y de acumulación. Segundo, el proceso de privatización como medio fundamental para incrementar la productividad del sistema y eliminar graves corruptelas incorporadas a la propiedad estatal. Tercero, el encontrar mecanismos de renegociación de la deuda externa. Cuarto, aprovechar la existencia de flujos financieros existentes en ese momento en el mundo desarrollado. Quinto, la capacidad de conducción política del Presidente Menem y su alineamiento con EEUU. Sexto, no menos importante, el discurso y la capacidad de acción de un ministro de economía, que no siendo absolutamente ortodoxo despertaba admiración por su talento y empuje. Capacidad de acción que despertó la incondicionalidad económica e ideológica, de los beneficiarios directos de la fuerte transferencia de ingresos que implicaba dicho plan. (sectores en condiciones de usufructuar los mercados de carácter oligopólico.)

La misma ideología primó aún en las capas medias empresariales, que obviamente no podrían sostener la lucha competitiva que las nuevas condiciones del mercado le impondrían. La realidad es que éstas retrocedieron en su inserción en la cadena de producción y de comercialización o simplemente vendieron. Lo peor fue que no solo estos sectores retrocedieron por los proyectos que avalaban. Los grandes grupos económicos, principales soportes ideológicos del modelo y usuarios de sus ventajas iniciales, tampoco escaparon a una caída inédita del mercado interno, el cierre del crédito externo y la inexistencia de mercado de capitales propios.

Al estallar la situación (posibilidad negada sistemáticamente por el establishment) y no estar la conducción del Estado en condiciones políticas de solventar un seguro de cambio, como ocurrió en el 82, estas empresas se encuentran en graves aprietos financieros con relación a los créditos externos. Su deuda interna, no obstante, fue convenientemente licuada ante la posibilidad que estallara todo el sistema. Como ocurre normalmente en un país sin dirección, la transferencia de ingreso no contempló racionalidad alguna. Al igual que en 1982, la única forma de salvar a los principales dueños del capital era mediante un giro brutal.

Es interesante observar cómo esas políticas económicas que aparecen como la esencia del capitalismo termina siempre en situaciones de salvataje para que un grupo de sus empresas abanderadas siga subsistiendo. Esto en sí mismo no es incorrecto, lo que es incorrecto es avalar políticas que nos llevan a dichas situaciones.

Las advertencias realizadas por muchos observadores recién fueron tomadas como propias por la Unión Industrial Argentina a finales de los noventa y más precisamente en las postrimerías del gobierno del Dr. De la Rua. La tardía respuesta del sector industrial, no es casual. El ideologismo neoliberal había penetrado profundamente en sus más importantes representantes. Estos no tomaron conciencia de que bajo el previo ensayo neoliberal, durante los 70, subsistieron o crecieron sólo gracias a su capacidad de lograr una fuerte transferencia del resto de la sociedad por medio de su poder político. El modelo cierra únicamente con una profunda baja de los salarios reales. Paradójicamente esa baja se da, en parte, por la necesidad de rescatar a los deudores de las consecuencias de un modelo neoliberal petrificado. Se solucionan problemas patrimoniales pero el costo es la desaparición del mercado interno.

La dirigencia industrial, quizás por algunas de las razones someramente expuestas carece de una visión adecuada sobre la intima relación entre mercado interno, fuentes y costos financieros con la posibilidad cierta de avanzar en mercados externos. Para que exista una industria  basada exclusivamente en los mercados externos, seria necesario condiciones únicas y diferenciadas del resto de los competidores, algo que Michael Porter encontraría inédita (La ventaja competitiva de las Naciones)

Esta falta de claridad en un sector clave para el aumento del bienestar y la consolidación de una sociedad avanzada contribuyó al fortalecimiento del caudillismo político a expensas del desarrollo de genuinos lideres políticos. Es interesante señalar que no existe ningún precedente de colaboración entre las dirigencias obrera y empresarial en trabajar juntos en el desarrollo de un proyecto de reforma fiscal tendiente al desarrollo de las fuerzas productivas. (Prebisch Raúl. Últimos escritos)

La revolución ideológica del sector, aparece en este contexto como un pre requisito de un proyecto de modernización de las instituciones con legitimidad social. Si esta visión, no es parte de un debate profundo para precisar su rol, alcance y posibilidades los tiempos de decadencia, es muy probable se alarguen. Un nuevo concepto de desarrollo necesita imprescindiblemente, de la visión y el apoyo de los sectores del capital ligados al destino del país. Esto no incluye solamente a los sectores predominantes del capital industrial, pero sin este sector, la destrucción social seguirá su marcha.

¿Las clases medias?

La influencia empresarial no explica plenamente el fenómeno de ilusión que permitió que en 1995 ganara las elecciones quien se negaba a visualizar las consecuencias del exitoso proceso de reformas y por ende la necesidad de reformar la reforma. En verdad, las clases medias votaron por el modelo y el presidente que las encarnaba, aunque ello significara reformar la constitución. Tenían sus razones: la estabilidad, la calidad de servicios de las empresas privatizadas, amplias posibilidades de consumo subsidiadas a través del endeudamiento externo, la posibilidad de endeudarse y el temor a volver a caer en el descontrol político de la última etapa del gobierno del Dr. Alfonsín.

No eran pocas razones. Pero eran, en función de la realidad en que vive la sociedad argentina, argumentos exitistas y efímeros, con pies de barro tal como los sustentados durante la década de los setenta bajo la gestión de Alfredo Martínez de Hoz. En las condiciones de la opinión publica imperante, parecería que solo el propio Presidente Menem podría haber encabezado, lo que denominamos “la reforma de la reforma”.

En consecuencia nuestras clases medias tampoco avizoraron la precariedad del modelo. Los políticos disidentes carecieron de credibilidad. Algunos de ellos, hay que reconocerlo, fracasaron no por su discurso, sino por las contradicciones entre dichos discursos y la metodología de acción política. Al menos como los visualiza la sociedad a través de los medios de comunicación.

El sistema universitario, ámbito propio de los sectores medios, tampoco podía aportar demasiado. El problema de gobierno de las universidades estatales concentra la mayor parte de la energía de sus conducciones. El concepto de modernización permanente, como sustrato de su rol, carece de fuerza. Se rememora la Reforma del 18 en la forma, no en su espíritu.

Esta situación sumerge al mundo de la academia bajo los mismos patrones de conducta del resto de la sociedad civil: la política en la universidad adolece las mismas fallas políticas de los partidos. Esto impide que se reflejen escuelas de pensamientos en el quehacer político social e influye en la pérdida de su carácter referencial. Si alguna universidad comienza a influir en determinados sectores, sobre todo en el de más altos ingresos, es alguna de las universidades privadas. Pero éstas, hasta hoy, son muy nuevas y excepcionalmente poseen una infraestructura de investigación que les permita una inserción profunda para el conjunto de la sociedad. Este estado de cosas explica, al menos parcialmente, por qué las universidades tomaron una posición recién en la etapa final del Gobierno del Dr. De la Rua con el Plan Fénix.

No es casual que la Alianza ganara como expresión de las clases medias, bajo la condición de no atacar el modelo. Si atacar la corrupción, bajo el supuesto simplista que ésta fuera un subproducto ajeno a los mecanismos de su implementación y a las modalidades del ejercicio del poder desde vieja data. Por supuesto en esto influyó, justamente el embelesamiento de su electorado con los efectos inmediatos y aparentes del modelo. Se adolece de un diagnóstico estructural (problema común a todos los partidos) y por consiguiente de estrategias políticas y de herramientas eficaces para producir paulatinamente cambios efectivos. O sea, no existieron estrategias sólidas de cambio en el campo político y económico porque lo único cambiable era el concepto devenido en abstracto de la corrupción.

Lo que no previeron muchos de los impulsores de la Alianza, como lo demostró el propio estilo de gobierno adoptado, fue que el principal convencido de la viabilidad del proyecto neoliberal e ideológicamente ligado a los factores de poder vigente, era el propio presidente electo. Si el modelo estaba agotado, las consecuencias también eran previsibles. Pero esto no lo vieron, ni los sectores empresarios ni tampoco los sectores medios.

Los Sindicatos

Quizás los únicos con recursos y en condiciones organizativas para impulsar un proyecto alternativo eran los sindicatos. No lo plantearon, menos lo desarrollaron, a excepción de su ala minoritaria. Siguiendo a Rouquie (Argentina Hoy. Pág.143) “A diferencia de lo que muestra la evolución de los sindicatos en el Brasil contemporáneo, los sindicatos argentinos definen su perfil desde y para el estado”. Dicho de otro modo, la relación sindicato-clase está fuertemente condicionada por la relación sindicato-Estado, de una fuerte dependencia financiera y orgánica.

En realidad, los sindicatos nunca pudieron recuperarse de la perdida de dirigentes durante la dictadura ni del sistema de control instaurado, con la burocratización consecuente. De ahí en más perdieron su rol histórico dentro del Justicialismo, se desgastaron por su frontal oposición al gobierno de Alfonsín y su posterior adhesión incondicional al proyecto inicial de Menem.

En esa perspectiva es explicable, aunque no justificable, que sostuvieran posiciones estrictamente gremiales a expensas de un planteo abarcador para los sectores trabajadores. Negociaron recursos y canonjías para sostener los restos de una estructura venida a menos por el propio efecto de las políticas económicas vigentes y que ellos apoyaban, al menos indirecta-mente.

El pragmatismo de la dirigencia sindical dio por tierra cualquier contenido ideológico, más allá de la retórica. Dentro de esa realidad y por su propia práctica, el riesgo de financiar un proyecto era demasiado grande para los intereses en juego. Esto tanto desde el punto de vista personal como estructural. La clase trabajadora en estas condiciones acentúa su orfandad política. El Justicialismo debilitado, se repliega en caudillos y se torna conservador, el radicalismo impotente se fractura y la izquierda emerge en sectores contestarios pero aun con escasa inserción. La marginalidad gana la calle. La mitad de la población necesita el subsidio estatal.

¿Y el sector financiero?

El sector financiero, no hay duda, fue el co-artífice ideológico más importante del modelo neoliberal. Su expansión se desarrolló al compás de la monetización de la economía. Y el crecimiento de la deuda externa. El proceso de concentración y el avance del capital extranjero en su propiedad, le da una perspectiva de negocios totalmente ajenas a la realidad estructural de la Argentina que excede los límites de la Capital Federal o las bases del clásico modelo agro exportador. Su propio modelo de financiamiento le exigía el sostenimiento de la paridad a costa de lo que fuere. Por esa razón, sus discursos ligados a la ortodoxia neoliberal propendían y propenden en forma simplista, a la reducción del gasto público, al superávit fiscal, al incremento del costo fiscal de los sectores ligados al consumo o la producción.

Los discursos de los representantes del sector financiero son comprensibles si adoptamos la posición de países centrales ante un país sin autonomía y sin un proyecto global propio(factoría).

Ante los riesgos que imponían e imponen los flujos de capitales, sus negocios tienden a concentrarse y esa concentración les fue otorgando un capital político cada vez más importante.

Su diagnóstico sobre los factores estructurales que impiden un desarrollo equilibrado de la sociedad Argentina es pobre, porque su lógica de acumulación responde a parámetros de desarrollo desigual. Hayan contribuido activamente o no a la salida de casi 20.000 millones de dólares en el año 2001, o sea hasta las medidas restrictivas del Dr. Cavallo, la realidad es que no plantearon alternativas.

El pensamiento de los financistas en general es el del Fondo Monetario y no sostienen otra política que la ortodoxia. Para este sector el país es la Capital Federal. (centro de la factoría) Ahí se desarrollan los grandes negocios, se influencia sobre los medios y se financian fundaciones que van perdiendo de buena fe, o no, contacto con la realidad. Esto se visualiza claramente de observar que los grandes deudores de la gran banca se constituyen en el Estado Nacional y la Provincias. Ni siquiera, el tardío despertar de la Unión Industrial Argentina los alerta. Una pléyade de lúcidos economistas, directa o indirectamente dependen o dependían de este sector. El discurso económico que prevaleció, aun con matices fue sostenido principalmente por el sector financiero.

Cuando el sistema estalla parte de sus grandes ganancias se ha licuado a favor de los deudores. No obstante, en la renegociación de la deuda externa van a jugar un papel importante y esto implica la posibilidad que su discurso siga prevaleciendo. La reforma del sistema financiero no sería un tema más si se quiere reconstituir, seguramente con diferentes tramas, el tipo de tejido social que primó en Argentina hasta principios de la década del 70. Diferentes, necesariamente por razones de evolución tecnológica y requerimientos de un proceso de acumulación diversificado.

¿Y el Sector Agropecuario?

Como siempre en el esquema productivo de Argentina, ante cada crisis los beneficios del sector agropecuario aumentan. Es el único sector significativo, hoy junto a los derivados del petrolero y de la gran minería como proveedor de divisas. Apoyó el proceso de estabilización, se benefició de precios favorables en el concierto mundial pero a diferencia de otras etapas históricas, su nivel de inversión e incremento de la productividad fue inédito en los últimos 70 anos. Para comparar habría que remontarse a la primera etapa de modernización e inserción de Argentina en el mundo. Paralelamente el nivel de concentración acompañó esta expansión y le acrecentó su poder político, máxime el vacío en liderazgo y condiciones económicas del resto de los sectores económicos.

Su futuro político dependerá sin duda del tipo de discurso y liderazgos que emerja del sector. Indudablemente su poder ante la crisis externas, los precios relativos a su favor y su mayor salud financiera, al menos con relación a otros sectores de la producción, lo convierten en el árbitro indiscutido de cualquier política económica. Es claro también, que salvo situaciones excepcionales nada institucional se podrá construir en la Argentina de hoy sin mediar los intereses del sector de más alta productividad del sistema. Su rol dependerá en forma significativa de quienes detentan cuotas importantes de la propiedad concentrada. La negociación con los otros importantes sectores exportadores tiene por supuesto suma relevancia, pero su extremada concentración implica por una parte, una relación enmarcada por la necesidad de capitales y tecnología y por otras relaciones que incluyan la participación de los gobiernos con intereses predominantes.

¿Y la sociedad en su conjunto qué?

Por falencias propias de la cultura argentina y porque la comunidad muestra un comportamiento propio de sociedades en descomposición, le cuesta abordar la responsabilidad que cabe en forma individual y sectorial o de clase en lo que viene sucediendo desde hace muchos años en el país.

No alcanza, aunque es indispensable, abordar la problemática de la situación solamente en términos estructurales para plantear sus posibles soluciones. Existe en los argentinos una incapacidad de asumir la realidad desde una perspectiva autocrítica y esto lleva a sostener conductas que por lógica derivan una y otra vez a las mismas consecuencias, pero agravadas. Este tipo de comportamiento implica una evasión que a algunos les puede servir en términos individuales, pero difícilmente en términos de seguridad y realización social. En definitiva, existen serias dificultades para asumir la principal responsabilidad como seres humanos: pensar con profundidad.

Este problema no es un fenómeno nuevo o meramente un producto de nuestra falta de identificación con lo que representa una sociedad organizada. Alemania es hoy como lo fue antaño una de las principales potencias y exponente de la civilización occidental y sin embargo en la primera posguerra cayó en la irracionalidad del nazismo.

Salvando las distancias con el horror nazi es útil tomar el ensayo que hace Anna Arendt (Fílósofa judía. Discípula de Heidegger, Husserl y Jasper y autora de La Vida Activa. La Condición Humana, La Vida del Espíritu, entre otras obras) de uno de sus protagonistas para reconocer las consecuencias posibles del abandono de la responsabilidad que le cabe a cada ser humano como integrante de un cuerpo social y por su propia dignidad.

Anna Arendt analiza el juicio en Jerusalén al criminal nazi Eichman (La vida del Espíritu. Pág., 30, 31) y trata de la banalidad del mal. Lo importante y por lo que viene al caso es que Arendt rompe con la idea clásica del mal: personajes que actúan movidos por la envidia, por el resentimiento de no haber triunfado sin que mediara su propia falta. También puede guiarles, el poderoso odio que experimenta la maldad ante la pura bondad, o la codicia fuente de todos los males.

Pero Arendt, dice que lo que tenía ante sus ojos durante el juicio era un hecho totalmente distinto e innegable. Lo impresionante de Eichman era su manifiesta superficialidad. El holocausto fue monstruoso, pero, al menos el responsable que estaba siendo juzgado en aquel momento, era totalmente corriente, común, ni demoníaco ni monstruoso. No presentaba ningún signo de convicciones ideológicas sólidas ni de motivos específicamente malignos, y la única característica destacable que podía detectarse de su conducta pasada, y en la que manifestó durante el proceso y los interrogatorios previos, no era estupidez, sino incapacidad para pensar.

¿La diferencia? “La incapacidad para pensar no es estupidez; puede encontrarse con gente muy inteligente, y la maldad difícilmente es su causa; quizás sea a la inversa, que la maldad tenga su causa en la ausencia de pensamiento” (La vida del espíritu. Pág. 40) avanza la autora.

La visión de Arendt es sobrecogedora. El mal es una consecuencia de abandonar la responsabilidad que le cabe al ser humano de pensar por sobre sus intereses inmediatos. El mal sería una consecuencia de abandonar su responsabilidad por los otros. Detrás de estas afirmaciones, sobrevuela la sensación de la responsabilidad de las capas acomodadas e intelectuales de Alemania en el fenómeno nazi. Todos se desentendieron de sus consecuencias.

En la Argentina, la analogía lleva a reflexionar sobre el abandono de la responsabilidad como seres humanos y como ciudadanos. La realidad dice que los argentinos hemos perdido la capacidad de pensar. En consecuencia: la dignidad no tiene valor, Los otros no tienen valor. Los ciudadanos argentinos carecen la capacidad de pensar mas allá de sus intereses inmediatos, de la conciencia de responsabilidad. Han olvidado que cuando no existe el otro, uno tampoco existe.

Seria fácil plantear esta situación de abandono para los profesionales de la política, pero eso es pecar de simplismo. La pérdida de la responsabilidad de pensar y la pérdida del concepto de virtud ciudadana, tan caro al pensamiento de Aristóteles, es propia de todos los estamentos dirigentes, al igual que lo que ocurrió en el ejemplo paradigmático de la Alemania nazi. 

Asumir esa realidad, es la única posibilidad de comenzar a elaborar un compromiso por reconstituir una sociedad digna. Vale decir, respetuosa de sí misma y por lo tanto capaz de plantear una lucha abierta dentro de los fundamentos democráticos para no seguir siendo humillada. 

A la altura de nuestro análisis Argentina, es un modelo para armar y esta es una tarea esencialmente política.

·      *Este trabajo fue presentado en el XVl Congreso de Estrategia (SLADE)en Lima-Perú. Posteriormente fue editado por el Centro de Estudios Avanzados (UNC) y Ferreyra editor en el libro de mi autoría:  Discurso político-discurso económico CONTRADANZAS, año 2004.

 


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