NUEVA BURGUESIA, NUEVO PROYECTO
por Eduardo Dalmasso
Si ponemos una rana en una olla de agua hirviente, inmediatamente intenta salir. Pero si ponemos la rana en agua a la temperatura ambiente y no la asustamos queda tranquila. Cuando la temperatura se eleva a 21 a 26 grados centígrados, la rana no hace nada, e incluso puede pasarla bien. A medida que la temperatura aumenta, la rana está cada vez más aturdida y finalmente no está en condiciones de salir de la olla. Aunque nada se lo impide, la rana se queda allí y hierve. ¿Por qué?. Porque su aparato interno para detectar amenazas a la supervivencia está preparado para cambios repentinos en el medio ambiente, no para cambios lentos y graduales.
“Ya estamos viendo el amanecer”, expresó en su momento un poderoso Ministro de Economía de los años setenta ante 400 comensales en la Bolsa de Comercio de Córdoba. En verdad fue un amanecer difícil para la mayoría de los empresarios presentes en tan festivo almuerzo.
Nuestra práctica
Desde los años ´30, la sociedad argentina ha ido acumulando tensiones y estallidos. Su constante fue la división y una práctica maniquea sobre quién sustentaba los derechos y la verdad de su causa. El otro nunca existió ni existe en el plano interno. En el plano externo desde la pérdida de identidad con los intereses británicos, todas las contradicciones sociales se reflejaban y se reflejan en su política exterior. Pertenecemos al mundo británico, pertenecemos al Tercer Mundo, pertenecemos al Mundo Occidental y Cristiano, pertenecemos a los no alineados, somos pro europeos, para copular por último en relaciones carnales con los EE.UU.
La fidelidad no ha sido nuestra constante y creo no podía ser de otra manera, a partir del permanente conflicto de intereses.
Los argentinos estamos acostumbrados a responder a cambios traumáticos, si bien hoy nuestro desgaste parece manifestarse en el escepticismo y reducción de expectativas. “Algo así como un acostumbramiento a la fatalidad y un encomendarse a la providencia”.
Sin embargo: nuestra práctica se manifiesta en defender posiciones o alcanzar objetivos a partir de condiciones que en los últimos veinticinco años por lo general ha reflejado de una forma u otra, la agonía de una clase de Estado que culmina en las hiperinflaciones del ´89/´90 y la corrupción de su estructura administrativa en todos los niveles.
Justamente, la práctica de responder a intensos desafíos y las dificultades de establecer un proyecto de largo plazo, en forma paradojal nos ha condicionado a sostener nuestra mirada, no hacia el horizonte sino a nuestros pies tratando de afirmarnos como se pueda y denostando a quien se atreva a cuestionarnos. Con ese condicionamiento, siempre hemos entendido que el futuro era y es la repetición del hoy, sin prever en ningún caso que las decisiones de hoy las propias condiciones del sistema pueden y de hecho crean condiciones no previsibles en el corto plazo.
Por lo anterior, un fundamental dilema del aprendizaje social, se refiere a que aprendemos mejor de la experiencia, pero que nunca experimentamos directamente las consecuencias de muchas de nuestras decisiones importantes. “Las decisiones más críticas de las organizaciones tienen consecuencia en todo el sistema y se extienden durante años o décadas”. (Peter Senge, La Quinta Disciplina).
Crisis y Hegemonía
Los años 1988 y 1989, marcaron el epicentro de una crisis estructural, que en realidad se estaba gestando desde fines de la década del ´60 y que termina de precipitarse en la década del ´80 como consecuencia del modelo adoptado por el proceso de reorganización nacional.
Las nuevas condiciones del comercio internacional, la política financiera de EE.UU., la deuda externa y el desfinanciamiento del aparato público, condiciona el margen de maniobra de un gobierno, que como el del Dr. Alfonsín no logra revertir los condicionamientos internos y externos a la acción del Estado.
El agotamiento del modelo vigente, a partir de los revolucionarios cambios en el sistema productivo internacional; la paralela caída de los precios de las materias primas y la pérdida del poder adquisitivo de importantes grupos de trabajadores, facilitan el desplaza-miento del sistema de poder asentado en un patrón de financiamiento sustentado en las exportaciones agropecuarias y la capacidad redistributiva del aparato estatal dentro de un marco de políticas proteccionistas.
La hiperinflación aparece así, como el último estertor de una lucha intersectorial por la apropiación de una renta decreciente sobre el telón de fondo de una forma de Estado, que ya no es representativa del modelo real que surge en los ochenta.
La hiperinflación contribuye a definir la conformación de una nueva estructura de poder hegemónico, que se consolida a partir de su capacidad de gestionar una propiedad pública quebrada y en la instauración de un gobierno que logra controlar la situación de descomposición social y desarticulación del Estado. Este gobierno acepta fundamentalmente desde la etapa fallida de alianza neoperonista, la realidad de la imposibilidad política de establecer rumbos diferentes. Esto sucede así, primero por las razones estructurales y de poder expuestas, segundo por el vaciamiento de la intelligentzia dentro de los partidos políticos. Dentro de este contexto, la caída y disolución de la Unión Soviética, el proceso defensivo de Europa y los escasos lazos con el emergente y poderoso Sudeste Asiático contribuyó a definir la única política exterior posible.
Si tuviera que definir las aspiraciones de la actual etapa de transición desde el punto de vista de sus ideólogos, la misma podría resumirse en ¨Orden y Progreso¨. Aspiración asentada en el significado de la estabilidad, la desarticulación de las fuerzas armadas y el debilitamiento de los Sindicatos, totalmente carentes de proyecto propio.
En estas condiciones, la sociedad argentina aparecería resolviendo un modelo que en realidad no terminaba de definirse desde la década del ´30.
El enamoramiento de la coyuntura
Las transformaciones han sido vastas, los cambios de situación del ´88 y del ´89 al ´93 son abismales. Sin embargo, por su propio significado pueden llegar a confundirse como un fin en sí mismo, cuando en realidad son un punto dentro de una situación que obliga a interpretar rápidamente a dónde se dirige el mundo desarrollado y cuál es la estrategia posible para asentarse en él con alguna posibilidad de éxito.
Si además el poder político no comprende que las instituciones que sostienen el modelo deben reflejar una similar dimensión del cambio, pero ya desde la ética y la eficacia administrativa, es posible que aún a pesar de los cambios de poder establecidos tampoco se puede garantizar la estabilidad del sistema.
Un proyecto político-económico reconocerá su grandeza si es capaz de producir un profundo cambio cultural, la transformación de su sistema educativo e integrar los intereses empresarios, de la gente y la intelectualidad como germen de un nuevo país.
En un mundo que deviene en aldea global, el papel de una burguesía nacional al contrario de lo que podría deducirse de la literatura de los países centrales, acrecen importancia. Claro está, siempre que sea capaz de mirar su mundo desde la perspectiva de los intereses de su pueblo, como cimiento de sus propios intereses.
Dentro de este marco de transformaciones, los partidos políticos deberían repensarse a sí mismos, no como meras máquinas electorales sino como intérpretes estratégicos de un nuevo modelo, de forma que éste le sirva al país en su conjunto. Esto significaría, capacidad para interpretar los intereses de la burguesía emergente, capacidad para contribuir a insertarla dentro de un modelo de acumulación mundial “tecno estructural” y responder adecuadamente a las presiones que atentan contra un tejido social, ya de por sí dañado por años de estancamiento y enfrentamientos sociales.
Orden y Progreso
“La realidad es la única verdad”. Una nueva burguesía emerge triunfante dentro de un proyecto de transformación que todavía dista de cerrar. Orden y Progreso sirven, si el modelo es capaz de generar excedentes para acrecentar la acumulación de capital y proporcionar un fondo residual para elevar el nivel de vida de las mayorías.
El funcionamiento del aparato productivo y de servicios, tendría que alcanzar en un corto plazo, un nivel de productividad internacional que transparente la viabilidad del modelo. Hoy expresado únicamente en consideraciones de equilibrio macroeconómico.
Lo anterior, dentro de condiciones adversas en términos de precios internacionales de nuestros commodities, de la estructura de precios relativos, y la necesidad de incorporar tecnologías que al no ser generadas al interior de nuestra economía son expulsoras netas de mano de obra. Por lo que se plantea en el mediano plazo, no sólo el problema del financiamiento real, sino fundamentalmente la eficiencia y el volumen de las inversiones necesarias para acrecentar el intercambio y sostener el crecimiento del aparato productivo.
Sin embargo es posible, que en la medida que de esta nueva burguesía emerja una intelligentzia que asuma el largo plazo como una serie de realizaciones que ordenen las estructuras de precios relativos, que incrementen cualitativamente el fondo educativo, que coordine el sistema financiero a favor del ahorro y la producción, y que dé el marco estratégico adecuado para la acción y la innovación en todos los órdenes, es posible confiar en el éxito del país como resultado de un implícito compromiso democrático fundamenta-do en la movilización de los intereses nacionales.
En realidad: un proyecto económico viable, solamente podría asentarse dentro de las actuales condiciones de globalización de la economía, en un discurso que privilegie la inteligencia y la cultura. Por cierto, este modelo no debería desconocer que la legitimidad de las instituciones se orienta dentro del consenso y la búsqueda permanente del crecimiento y la unidad nacional en detrimento de intereses subalternos.
Esta tarea, aparece como la más complicada. Una sociedad que no cree en sus políticos, que no cree en sus jueces es una sociedad que permite o facilita el discurso político mediocre y un desconocimiento del valor de la educación. Una sociedad donde sus referentes han renunciado al honor de la palabra empeñada, refleja que “Orden y Progreso” implica una tarea de transformación que al menos exige una revolución cultural.
El papel de los intelectuales
Una de las características notables de nuestro subdesarrollo, se refiere a la poca inserción del pensamiento crítico dentro de las estructuras de poder. Es posible que la debilidad histórica de nuestra clase burguesa o dirigente enfrentada a la carencia de un modelo de acumulación aglutinante, haya sido una de las causas preponderantes de la dificultad de inserción del trabajo intelectual (personal o a través de su pensamiento) en la creación y consolidación de un discurso ideológico, crítico y por lo mismo potencialmente revitalizador.
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