Claves ideológicas
El Estado, cohesionando las distintas formaciones sociales, cumple una triple función: económica, ideológica y política. El Estado liberal presenta la particularidad de aparecer como neutral respecto al predominio efectivo que determinados sectores sociales logran en su estructura y acción. En sus instituciones todo se manifiesta como si no existieran diferencias de privilegios e intereses. La función social de la propiedad no existe y, en el marco de una crisis de hegemonía, el aparato del Estado puede adquirir cierta autonomía en desmedro de los distintos intereses sociales.
El Estado liberal se organiza como una unidad política de una sociedad de intereses económicos divergentes, pero nunca en intereses de clases, sino de intereses de individuos privados, sujetos económicos, lo cual permite inferir que ideológicamente se aísla al Estado de las relaciones intersectoriales y de la relación concreta de los individuos componentes de una sociedad con la apropiación de los frutos de la misma.
El Estado desencarnado que vela exclusivamente por el bien de los particulares a través del juego de mercado en el que se desenvolverían las potencialidades del ser humano, se revela ante los sectores de menores recursos como un ente abstracto e inaccesible incapaz de contribuir a la superación de la marginación el fortalecimiento de las organizaciones solidarias del pueblo. Por el contrario, para los sectores privilegiados, el Estado trabaja permanentemente en su organización política como esquema de poder, disimulando su aislamiento económico y pertrechando el nivel ideológico necesario para dar una respuesta o fundamentar su existencia. Por lo mismo, la existencia de una hegemonía privativa de una minoría no se intenta reflejar directamente en el Estado porque, tal cual está estructurado, aparece como neutral y esto de por sí garantiza el privilegio.
El Estado concebido en la figura del contrato social lleva inscripto en su estructura misma, un juego que permite, dentro del límite del sistema definido, una garantía cierta de algún grado de reivindicación de los intereses de los sectores no hegemónicos. Cuando el juego de las reivindicaciones se rompe, se estaría en presencia de una situación de crisis que refleja no sólo la necesidad de cambios estructurales sino la propia confrontación de hegemonías.
Para la concepción liberal, toda ideología que tienda a derribar las barreras entre el individuo y el Estado, que invada todos los niveles de las prácticas sociales, que tienda a superar los límites políticos del "contrato social", es por supuesto lo totalitario.
La concepción humanista del Estado
Esta concepción parte de reconocer que el Estado se ha conformado a partir de una relación de dependencia económica e ideológica de metrópolis que han sabido conjugar sus intereses con los distintos sectores privilegiados del país según las necesidades de su mercado interno o de las empresas multinacionales.
La manifestación clara de un Estado dependiente, se visualiza en cuatro factores: la exportación de excedentes económicos a favor de la metrópolis, la selección de producción tendiente a acentuar el privilegio, la concepción neoliberal de la economía, la inexistencia de una burguesía capaz de definir un proyecto nacional en donde confluyan los intereses de los distintos sectores sociales.
El reconocimiento de esta situación define la necesidad de transformar al Estado en un instrumento de desarrollo, capaz de vertebrar un modelo que consolide una burguesía nacional, a partir de un proyecto de acumulación que garantice los intereses de la sociedad en su conjunto. El trípode que podrá hacer posible su realización, se asienta en la capacidad estratégica y coherencia operativa de la conducción política; la integración del conjunto de la sociedad en la formulación y control del proyecto; la participación popular en el desarrollo de las organizaciones intermedias (no gubernamentales) y el control democrático de los actos de gobierno.
En este proyecto, a la burguesía le cabe asumir que sus intereses serán válidos si son coherentes con los objetivos nacionales de soberanía economía, soberanía política y la justicia social. Dentro de tal concepción, y subordinado a lo político, su ubicación estratégica y poder económico le permitirá incidir con eficacia en los planes de desarrollo económicos alternativos.
El pensamiento humanista asume desde la práctica laicista el pensamiento cristiano, definiendo el bien común como superior a los del individuo. Reconoce, desde su origen, el carácter dinámico de la sociedad y la necesidad de definir las propias particularidades de cada grupo social en relación a los intereses de la nación. En franco contenido transformador, denuncia la existencia de sectores ligados al atraso, con otros dependientes de las distintas formas de dominación que imponen los intereses del centro a través de sus sistemas de alianzas.
El Estado democrático debería renegar de las prácticas burocráticas que tienden, en los hechos, a perpetuar las situaciones de privilegio. El eje de transformación se planteará y desarrollará a partir de una correcta articulación con las organizaciones intermedias de la sociedad, quienes detentarán cuando no la ejecución, sí, el control de las acciones.
La actual estructura, modelada en función de un país dependiente, debería ser vaciada de contenidos reaccionarios para posibilitar la construcción de una sociedad mejor. En esta tarea de transformación, el diálogo y la inserción lógica de la conducción de los trabajadores con los sectores de la dirigencia empresarial en la elaboración de una estrategia adecuada, facilitaría a partir de la práctica de los propios trabajadores en organizaciones más amplias, la interrelación efectiva de los intereses de la sociedad con la nueva estructura.
Para crear una sociedad en libertad, el Estado como instrumento de bien común, debería ser limitado de sus naturales tendencias coactivas por un conjunto de intereses particulares y comunitarios, que asentaran su accionar en el reconocimiento de que la participación activa de los ciudadanos respecto las diferentes instituciones es el requisito necesario de la justicia.
Crear condiciones para el desarrollo económico, la concertación de intereses y el justo equilibrio con un principio de distribución de la riqueza acorde a la dignidad humana, es el desafío que el Estado actual deberá asumir en un país empobrecido por los intereses de la dependencia y la injusticia, a partir de la disciplina social y la creatividad necesaria para asegurar un futuro mejor.
Dentro de este planteo, y acorde a las nuevas realidades de la situación internacional es obvio que la relación trabajo, capital, gestión y organizaciones intermedias adquiere necesariamente nuevas formas y modalidades dentro del concepto del pensamiento humanista. Estamos ante un mundo que nos exige cambios propios de una nueva fase de transformación tecnológica y social.
Publicado dentro del libro Argentina modelo para armar. 2004
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