Raíces de nuestra cultura

Hé decidido comenzar con la actividad, publicando un artículo de mi autoría, titulado "Raíces de nuestra cultura". El mismo, fue publicado por La Voz el Interior en febrero del 2010 y adaptado a la actualidad. Lo que permite darle la característica de atemporal, es decir, queda aplicable al contexto que se desarrolla hoy y seguramente al porvenir.
Considero que los comentarios ayudan a alimentar nuestros escritos y hasta pueden llegar a generar algunos nuevos. Por lo tanto, serán bienvenidos.
Deseo que sean aportes a la vida misma.
Adelante y muchas gracias.

Ir al Pasado, estar en el presente 

Aunque a veces no lo reconozcamos, como personas, siempre podemos hacer algo por nosotros mismos y por la sociedad. Para ello, lo primero es ser responsable, lo segundo aprender a ser reflexivo y lo tercero ejercitar algún grado de generosidad y sacrificio.
   Es verdad que lo que podemos hacer con nuestras vidas depende, en alguna medida importante, de cómo esté organizada la sociedad y del lugar que ocupemos en el orden social. Sin embargo, no es verdad que no haya posibilidad de modificar una realidad cuando ésta es contraria al espíritu de solidaridad, al reconocimiento de la dignidad y al ejercicio pleno de la libertad.
   La historia, nuestra historia es el escenario de instancias decisivas y todo lo que tiene lugar en ella es decisivo, como lo es el desarrollo de nuestra plenitud humana.
   Nuestro proceso histórico, me refiero fundamentalmente a mi generación y a las que inmediatamente nos siguen, ha transcurrido dentro de un proceso decadente. Aunque lo aprecio en lo que considero hemos perdido: valores firmes y por momentos heroicos. Pero se desarrolló una práctica de vida cínica, ya que nos ciega el oportunismo si se trata de la práctica política o la desaprensión si refiere al respeto por las reglas y la preparación de las nuevas generaciones. Vivimos haciendo responsables a otros y difícilmente asumimos lo que nos toca.
   La realidad social habla por sí misma si comparamos la situación de equidad social en nuestros orígenes con la actual. La considerábamos injusta, aunque principalmente por razones de antagonismos políticos. Una convicción madura significa reflexión, perspectiva, firmeza y posibilidad de cambio. La experiencia y la comprensión de la complejidad social pueden modificar nuestras convicciones. Deviene la pregunta: ¿qué pasa cuando no tenemos convicciones claras y maduras? ¿Qué pasa en una sociedad donde es difícil encontrar convicciones coherentes en el tiempo y en la cual la autocrítica se constituye en un terreno desconocido? Me parece que esto nos estaría revelando una clara situación de anomia.

Todo dentro de la ley

   ¿Sobre las reglas qué? Cualquier organización necesita de reglas para dirimir sus conflictos. Cuando las reglas no son respetadas quiere decir que la organización se derrumba. Es posible cambiar las reglas, claro que sí, pero cuando realmente esté probado que no son válidas para el momento que se está viviendo y que sus cambios implicarían un proceso de búsqueda de consenso para reconstruirlas en función de los objetivos comunes.
   Cuando no ocurre de esa forma, alguien se cree con derecho absoluto a la verdad y al poder; quizás, hasta con buenas intenciones, pensando en que es lo mejor. Sin dudas, se está abandonando lo mejor del espíritu democrático, es decir, el diálogo y la persuasión a través de discursos claros con sus fundamentos y el respeto por las diferencias, sin que esto requiera abjurar de lo que se piense como justo, ni de la firmeza necesaria para defender sus posturas.
   Cuando el intercambio no es de esa naturaleza, su consecuencia es la exaltación de los antagonismos. Antagonismos que, en sus peores momentos, nos dejaron cicatrices difíciles aún de erradicar.
   Tanto las reglas como las convicciones implican valores en uso. Por ejemplo: la tolerancia, el respeto por el disenso, por el entorno, la capacidad de aprender de nuestros errores, concebir que lo que nos toca debe habilitar a las siguientes generaciones. A la vez, pueden aparecer como hegemónicos valores destructivos del tejido social, tales como la falta de respeto, de responsabilidad, de paciencia, de amor por el aprendizaje y del valor de lo institucional. Ambas, reglas y convicciones, son manifestaciones de la vida social.
   ¿Cuáles son los valores que imperan en nuestra sociedad? Parece que no logramos establecer valores firmes en nuestro mundo de relación. ¿Qué pasa cuando todo el mundo mira la paja en el ojo ajeno? ¿Qué pasa con nuestra cultura que desconoce siempre al otro, cualquiera que fuere? ¿Qué pasa cuando hemos trocado nuestras supuestas convicciones por la búsqueda de la salida individual? No hay duda, el discurso único, desde el neoliberalismo, se ha impregnado en nosotros. Me apresuro a agregar que los discursos únicos son siempre alienantes y, aunque se oculte, siempre peligrosamente fundamentalistas.
   Nuestro Juez Rafecas nos dice que la sociedad argentina, a pesar del significado de la institucionalidad democrática, sigue manifestándose autoritaria. Creo que tiene razón y que detrás de nuestros comportamientos existen creencias muy arraigadas y necesarias de desterrar. Ellas tienen por supuesto su historia y, por esto, las jóvenes generaciones tienen que indagar el porqué. Ese ejercicio les permitiría una cosmovisión diferente.
   Como expresó Roberto Mangabeira en El Despertar del Individuo (2009): “Las instituciones y las creencias que desarrollamos en un tiempo histórico pueden aumentar o disminuir las oportunidades existenciales de los individuos, incluso el relativo poder de desafiarlas y cambiarlas en el curso de su actividad”.
   En nuestra cultura, muchas decisiones claves definen maravillosas soluciones de corto plazo. Podríamos aseverar que es una constante, cuyas consecuencias nos llevan a sucesivos colapsos y a enfrentamientos estériles. Esto, porque hemos deshecho valores sociales trascendentes.
   Uno observa que destacados intelectuales, para defender su causa soslayan la ley en aras de supuestos objetivos superadores, pero cuando sus convicciones, que normalmente no son acompañadas del valor de la tolerancia, son vulneradas, ahí sí se aferran a la ley. En estas situaciones, uno se da cuenta que el tema esencial pasa por reconstituir una cultura desde las raíces.

Evaluar el pasado

   Nuestra sociedad no es comparable, por su composición social y económica, con Brasil ni con Chile y menos con Uruguay. Historias diferentes, burguesías diferentes e historia sindical diferente. Son factores demasiado prominentes como para que nos sirvan de comparación. Veamos:
   Los cambios socioeconómicos, en nuestro país, no solamente han sido profundos, sino también anárquicos. Pasamos de una década de gobiernos impuestos por el fraude a un proyecto popular centrado en un fuerte liderazgo, de la revuelta cívico militar contra dicho gobierno a un gobierno de corte desarrollista imposible de comprender y aceptar por el estamento militar, como consecuencia de sus alianzas y contradicciones. A esta gestión le siguió un intento democrático sin el sustento político necesario en las urnas y dentro de un marco ideológico y de acciones no aceptables para los distintos factores de poder. Ambos períodos democráticos mediados por gobiernos de facto esencialmente conservadores. A dicho intento, le sucede un gobierno militar de fuertes rasgos autoritarios, con algún discurso sobre un proyecto nacional, pero altamente imbuido de un anticomunismo enfermizo, lo que los llevó a destruir el importante acervo universitario. Le siguió la vuelta del peronismo como única fórmula de paz, dentro de un clima de graves enfrentamientos y diferencias ideológicas cuyo único dique era el mismo líder, a quien cada bando había idealizado a su manera. Lógico, a su muerte todo se desmoronó y nació otro gobierno militar, al que solamente le cupo la calificación de depredador, condicionando nuestro futuro. Sigamos, la vuelta a la democracia significó un reconocimiento del fracaso del mito militar como salvador de la patria, pero los efectos socioeconómicos de las transformaciones efectuadas no fueron bien evaluados. Este hecho, más una fuerte acción sindical, debilitó el accionar del gobierno, por lo que culminó en una situación crítica. Sucedió la transformación del discurso peronista en un neoliberalismo extremo, sustentado en fuertes apoyos empresarios e internacionales.
   Ideología que resultó ser tan ciega como la que uno podría atribuirle a los partidarios de la revolución de los setenta, que incrementó el costo del desenlace. Sin solución de continuidad, el neoliberalismo no sólo se incrustó en fuertes sectores de la dirigencia peronista, también ganó amplios sectores del radicalismo, como se demostró en el gobierno radical que sucedió, terminando su ciclo con una crisis sin precedentes y de la que no deberíamos olvidarnos. El 2001 y 2002 fueron el epicentro de un modelo que estalló y nos derivó a una crisis total.
   Lo notable y propio de Argentina fue su recuperación económica, como consecuencia de los dolorosos aprendizajes que significó el derrumbe. Surgieron políticas diferentes dentro de un contexto internacional favorable, sin que esto llegara a significar la reversión del cuadro de marginalidad y pobreza estructural, derivado de políticas autodestructivas de larga data.

Conectar generaciones

   En verdad, no existen cuadros suficientes y maduros dentro de la política para plantear un plan de desarrollo de largo alcance. No sólo es necesario no adorar el mercado, sino entenderlo y regirlo a partir de una fuerte visión. Una mirada que impregne a la sociedad de entusiasmo, acompañado de una intelligentsia[1] capaz de diseñar un modelo flexible pero compatible con la realidad estructural.
   Esto no es fácil. Requiere de otra cultura, de genuina sensibilidad, de mucha claridad y voluntad de transformación.
   Esta posibilidad, requerirá de experiencias reflexivas en vastos colectivos y de convicciones muy fuertes de parte de una dirigencia que debería sustentar una cosmovisión que aliente la voluntad en su conjunto.
   Por dónde empezar, no lo sé muy bien. Sí sé que las consecuencias son producto de nuestras creencias y prácticas, por lo que si se aceptara esta hipótesis, lo fundamental sería el crear canales de diálogos con nuestros jóvenes, alentarlos a aprender y rever, a pensar, a evitar los simplismos inconducentes y ayudarlos a sostener nuevas visiones. Ese sería el principio del cambio de todos. Importante sería que las universidades, en el mismo rol, despierten.



[1]  Clase social compuesta por personas involucradas en complejas actividades mentales y creativas orientadas al desarrollo y la diseminación de la cultura, incluyendo intelectuales y grupos sociales cercanos a ellos.

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