ARGENTINA, UN PAÍS EXTRAÑO

“Argentina es el país más extraño del mundo, sus golpes de Estado han ocurrido dentro de realidades de un nivel de bienestar importante. Me llamó mucha la atención en una visita a Argentina, que toda la discusión política estuviera polarizada entre los neoliberales, que creían que el mercado era el demiurgo de todo  y  los neo populistas que creían que el demiurgo era el pueblo, en su sentido peculiar del siglo 18”. (Adan Prezeworski. Entrevista realizada por Gerardo L. Munck en el 2003 en Nueva York).

Lo notable de la aseveración que hizo este destacado cientista social norteamericano (polaco de origen), es que si hoy visitara nuestro país  encontraría  situaciones similares a las que avizoró  a fines del siglo XX. Esto me dice que los rasgos culturales de nuestro país trazan una línea conservadora y sobre todo extremadamente rígida.

Un país que queda petrificado en sus ideas, es un país en el que no ha logrado emerger una dirigencia política superadora acorde a la dinámica de los tiempos. También cabe decir que la observación de Przeworski, comprende a la intelectualidad que emerge de la vida universitaria, quien expresa ideologías con los mismos rasgos de anquilosamiento de   la   sociedad en su conjunto.

O sea, ni por el discurso intelectual ni por el político se puede vislumbrar hasta el presente, la superación del corset que impide el desarrollo pleno del país. Los sectores empresarios también pareciera, expresan esa dicotomía que les hace imposible desarrollar un proyecto de avanzada e integrador.

Me interesa rescatar un aporte de Przeworski,  por considerarlo  esencial para interpretar nuestra realidad:  su  caracterización  del significado de la democracia: 

“sistema de reglas para procesar conflictos de modo pacífico , que conlleva un tipo particular de incertidumbres, y que permite a los grupos concertar compromisos intertemporales”.  

Dice al respecto: “Estoy muy apegado a la idea de la Democracia como un sistema que permite y facilita apoyos intertemporales.”

Lo anterior, desde mi mirada, es lo que no existe ni mayormente existió en la vida política y social de nuestro país desde los principios del siglo XX.

La pregunta del porqué o los porqués, tiene que ver con nuestra historia y conformación cultural muy particular.  En primer lugar, la oligarquía fundadora del Estado moderno con una impronta laicista, se basó en el fraude y la exclusión política, oligarquía que retoma el poder a través del golpe de Estado en el 30 desconociendo las más elementales reglas de la democracia.  En segundo lugar, los dos líderes de masas fundamentales del proceso histórico emergente más allá de sus méritos, no representaron en los hechos el enaltecimiento de la vida republicana.

Si a esta impronta, le incorporamos el alud inmigratorio que cambió abruptamente la composición social y cultural de la Argentina, podemos colegir que las prácticas sociales no pueden menos que reflejar lo aprendido de los referentes institucionales y el producido de un choque cultural sin raíces comunes. En suma: debilidad en las prácticas cívicas y del respeto por el otro.

La caída del presidente líder de los trabajadores, dio origen a una guerra civil larvada que exigía la intervención militar como mediadora y que a la postre fracasaba en sus intenciones. La última dictadura fue el epítome cuando los enfrentamientos larvados se transformaron en acciones bélicas de envergadura. Su desastre político y la forma de represión dejó marcada a fuego toda una generación.  Peor aún: definió el clivaje del  Estado de bienestar, que  a pesar de las luchas intestinas aún se conservaba,  a  la conformación de un Estado a la deriva.        

Estoy tratando a grandes rasgos de resaltar que en la Argentina se perdió un discurso hegemónico que pudiera expresar al conjunto, y que ante esa carencia, la dirigencia política se refleja en caudillos y no en miradas propias del Estadista que hace posible, lo que el autor citado describe como acuerdos intertemporales.                                                                        

Agrava o facilita lo mencionado: la carencia de una burguesía progresista como consecuencia del modelo de desarrollo agrodependiente, establecido en sus orígenes. Ni la industrialización generada en los años 30 fortalecida durante el peronismo, ni el intento de modernización desarrollista pudieron generarla. En un caso por su dependencia (necesaria o no) del proteccionismo y el segundo, por su característica monopólica y con alta incidencia del capital extranjero.

Este proceso de decadencia dentro de un país potencialmente rico y muy creativo, requiere de nuevos estilos de liderazgos, líderes que no se basen en ilusiones, sino en sólidos conocimientos, experiencia y vocación democrática Que tengan la fuerza suficiente para realinear fuerzas políticas que expresan un anquilosamiento que atrasa.  En definitiva, que conozcan las contradicciones de intereses a denunciar y superar. Líderes que enseñen desde su autoridad moral, que significan   las diferentes   visiones de la sociedad   y las diferentes propuestas, que tengan capacidad de armar sólidos equipos. Líderes que asuman la importancia de la educación, el ahorro, la inversión y el desarrollo tecnológico, como bases fundacionales, para poder transitar los inherentes conflictos.
La Argentina de hoy expresa cabalmente el fin de un ciclo. No obstante, el fin de su decadencia dependerá de la conformación de un discurso hegemónico al conjunto de nuevas representaciones políticas, que permitan superar fetichismos históricos, y generar un proyecto económico y social sustentable.

Otros países en situaciones peores lo lograron.

                                                                  * Dr. en Ciencia Política (UNC-CEA)

 

 

 

 

 


Comentarios

Entradas populares