CRISIS DE BURGUESÍA, CRISIS DEL ESTADO NACIONAL

                                                                                                * por Eduardo Dalmasso

Debemos dejar en claro que cuando nos referimos a nuestras crisis políticas recurrentes, estamos indirectamente reflexionando sobre los sucesivos fracasos en consolidar nuestro Estado Nacional, y de las dificultades para conceptualizarlo con cierta homogeneidad en relación a la indudable compleja sociedad que representa. Para nuestros fines, al Estado Capitalista Democrático lo consideramos el resultado de un proyecto común, con cierto nivel de autonomía respecto a los distintos grupos sociales que lo conforman y que fundamentan la representación de sus intereses a través de las instituciones democráticas, pero no solamente a través de ellas, como ejemplifican en su accionar sobre el mercado las corporaciones económicas y las propias estructuras sindicales.

El rol integrador del Estado Capitalista Democrático se nutre del liderazgo que puedan ejercer sectores hegemónicos, como consecuencia de estar asentados en estructuras económicas favorables para la obtención de sus excedentes económicos y de nivel suficiente para redistribuir parte de ellos al conjunto de la comunidad legitimando, a través de dicho proceso, el pacto o acuerdo social expresado en la Constitución. Tal situación le facilita a estos sectores promover su perfil ideológico, y la identidad nacional en forma coherente con sus intereses materiales. El concepto expresado se visualiza claramente en la dinámica productiva e institucional del modelo agroexportador, a partir de la incorporación de Buenos Aires y el fortalecimiento del Roquismo dentro del gobierno nacional. Las inspiraciones ideológicas que acompañaron al proceso liberal se fundaron en los idearios trazados por Sarmiento y Juan Bautista Alberdi.

La crisis del Estado

La crisis mundial del año ´30, no solamente significó la reversión de los fundamentos del sistema económico precedente, sino también las propias limitaciones de la dirigencia política y económica del modelo para entender la necesidad de transformar radicalmente el sistema a partir del hecho obligado de tener que adoptar instrumentos e instituciones económicas que portarían en sí mismas el germen del cambio en las relaciones de fuerza entre los distintos sectores sociales. El debilitamiento del Estado agroexportador, como consecuencia de una profunda crisis estructural y el propio impacto de las corrientes inmigratorias, actuarían en conjunto como un ariete destructor de las propias bases de la nacionalidad. Los grupos más lúcidos, que llegan a entrever los cambios de la realidad internacional e interna, son derrotados explícitamente a través del rechazo del plan elaborado por el Ministro Pinedo. Este plan no solamente es rechazado por su concepción industrialista, sino porque sus acciones concretas implicaban desarrollar un cambio político económico a favor de los intereses norteamericanos. La realidad determinó que los lazos políticos y económicos probritánicos fueran preponderantes.

La fase peronista

Esta fase constituyó en sí misma el esfuerzo de reemplazar una hegemonía virtualmente quebrada por el propio hecho de la inexistencia de una burguesía industrial de envergadura. Surge de la necesidad de dar una respuesta nacional a un proletariado urbano producido por las políticas del régimen instaurado en la década del ´30, y la crisis del modelo imperante durante 50 años. A la luz de las actuales crisis, parecería que la propia existencia del Estado como proyecto autónomo y la preservación de los intereses materiales e ideológicos de vastos sectores sociales se encontraban en juego. La búsqueda de la justicia social que encarnó esta fase, se constituyó de por sí, en un instrumento sustitutivo de la carencia de sectores que lideraran el progreso en aras de la identidad nacional. De lo anterior, el apoyo de importantes sectores de la Iglesia y de las Fuerzas Armadas en una etapa de pleno aislamiento de los EE UU. y la URSS como consecuencia del neutralismo pro-británico sostenido durante la guerra.

Se podría explicitar la primera fase peronista, como un intento de mediación del Estado entre los sectores populares y la burguesía surgida del modelo en crisis, a partir del control del comercio exterior, los servicios públicos y la banca, como instrumentos de una fuerte transferencia de ingresos a los sectores urbanos.

La segunda fase, basada en una concepción del Estado como productor-planificador, la incorporación del capital extranjero en ciertos sectores estratégicos para acelerar el proceso de desarrollo, un rol creciente del industrial nacional y el reconocimiento de la necesidad de preservar cierto nivel de excedentes al sector agropecuario, no pudo concretarse. Su planificada racionalidad resultó inconsistente dentro de un proyecto político contradictorio con los intereses estratégicos del Departamento de Estado norteamericano en plena guerra fría, con la recuperación británica y los intereses subsistentes a partir de mejores condiciones de fuerza de los sectores agroexportadores, y por cierto, de las fuertes presiones ideológicas del sistema capitalista a nivel mundial. La falta de apoyo internacional, la contradicción de intereses con el sector latifundista pro-británico, la confusión política entre el rol del gobierno y del Estado, el personalismo, la apetencia de los mono-polios internacionales y la pérdida del apoyo de la Iglesia, van aislando su acción. Al quebrarse el Ejército, su único apoyo se definía en los sectores organizados del Trabajo. La Constitución del ´49 como expresión de un nuevo orden económico social había fracasado.

Los 34 años que siguieron

De lo anterior, surgiría con cierta claridad, que una de las vertientes de nuestras crisis económicas se origina en gran medida en la carencia de sectores hegemónicos preponderantes para determinar o incidir en un proyecto de acumulación de capital en forma consistente con un proyecto común al conjunto de la sociedad argentina. El quiebre del monopolio hegemónico de los sectores agroexportadores y la posterior derrota de un proyecto basado en el sustento político de los sectores populares, crearon los condicionamientos para la desintegración paulatina de cualquier proyecto político y de la propia vida democrática. Los antagonismos sociales no se resolvieron. Los EE. UU. fueron acrecentando su influencia sobre sectores claves del Estado nacional. El proceso de sustitución de importaciones tal cual se lo abordó desde fines de la década del ´50, no resuelve la debilidad constante del proceso de acumulación interna ni permite superar la confrontación. Entra en crisis, previo delinear como consecuencia de la debilidad de una inteligencia del Estado, una estructura de la oferta productiva inconsistente con el interés social y la propia soberanía. Aparece así, según la coyuntura, una renta diferencial inestable y en permanente circulación, que por su carácter, define la atrofia del sistema capitalista en un estado de crisis permanente. En estas condiciones, el endeudamiento externo provocado en los setenta, representaría la demostración palpable del fracaso de un intento restaurador en condiciones estructurales e históricas ajenas al proyecto. El primer gobierno constitucional que surge en los ochenta, expresaría a su vez la debilidad de los cuadros y partidos políticos en expresar y más aún, en ejecutar un marco político y de alianzas que permitiera reconstituir el proceso capitalista a partir del interés nacional.

Las etapas del post-peronismo

La caída del ´55 significó la vuelta o búsqueda de una estructuración de clases y hegemonías coherente con la preexistente al ´45. El plan Prebisch define un giro total sobre la estructuración de relaciones internacionales, insertando a Argentina dentro del marco de los acuerdos de Bretton Woods y la consecuente hegemonía norteamericana. En la práctica, existió una contradicción implícita entre el modelo a recuperar y una realidad exterior conducida por EE. UU., país con el cual por ese entonces ningún interés objetivo nos unía y con el cual además, Argentina había competido históricamente en la arena del liderazgo latinoamericano. Gran Bretaña no estaba en condiciones de oponerse a la primera potencia y menos aún, liderar una asociación al estilo previo a la Segunda Guerra. Esta contradicción a nuestro entender se constituyó en el factor fundamental del fracaso de la llamada Revolución Libertadora, dado que los capitalistas industriales emergentes y los sectores encuadrados en la clase obrera organizada convergen en confrontar con la misma, desde intereses diferentes pero concordantes en afianzar un proyecto industrial.

El desarrollismo se halló, en los hechos, jaqueado por flancos. Por un lado, el condicionamiento político en virtud del apoyo peronista en las elecciones, y la propia tensión que provocó dicha situación en los sectores políticos y militares embanderados en la causa del ´55. Por otro, la preeminencia de la burguesía agraria y de los sectores ligados al negocio de la importación y exportación en las decisiones relevantes del quehacer económico. La alternativa se asentó en una estrecha alianza con los intereses monopolistas norteamericanos, quienes por primera vez se tornan factores de poder intrínsecos a la nueva estructura económica argentina. Esto no fue suficiente. La debilidad política del gobierno impidió establecer una política coherente. Un zigzagueo obligado terminó provocando un vacío de poder que culminó con su caída. Verdad es que tampoco los halcones de la política exterior norteamericana miraban con simpatía un gobierno que en su política de cancillería pretendía ignorar los términos de dependencia establecidos. El interregno del Dr. Guido, transitó por la dura realidad de una aguda crisis en la balanza de pagos, en la que el sector agroexportador impone sus condicionamientos.

El radicalismo irigoyenista, encabezado por el arquetipo que representó a posteriori el Dr. Illia, no logró condicionar los distintos intereses desde la perspectiva constitucional. Si bien recompone exitosamente la deuda externa, la política de equilibrio buscada reflejaba un número de debilidades que facilitaron la quiebra del sistema institucional:

Entre otras:

  la existencia de un liderazgo en el Ejército no integrada a la concepción política del gobierno y peor aún, asumiendo en forma pública la doctrina de la seguridad nacional.

 la fragilidad política de origen electoral y el consecuente antagonismo de los sectores populares.

 la aspiración de sostener una política exterior libre de condicionamientos.

• la imposibilidad para los sectores monopolistas industriales de avanzar en una política de acumulación, dada la mediación que el Estado ejercía desde la perspectiva polí-tica del gobierno.

 la imposibilidad de conciliar los intereses agroexportadores, no sólo con las aspiraciones de los sectores populares sino con los propios sectores monopolistas.

  el conjunto de estos factores facilitó la frustración de la continuidad del gobierno.

El eficientismo

Con una clara concepción del rol que le cabía al Estado en apoyo de los sectores monopolistas, el gobierno de Onganía pergeñó un proyecto de acumulación que en lo fundamental se sustentaba en el empobrecimiento de los sectores populares no organizados y la transferencia de una parte sustancial de la renta agraria. A través de esta política comienzan a tomar preeminencia los sectores financieros como instrumentos de movilización de recursos. Se profundiza el avance de la propiedad extranjera y el retroceso de la industria nacional no monopolista. Tampoco esta política fue suficiente para instaurar un régimen de largo plazo. Las reivindicaciones políticas de los partidos mayoritarios, la capacidad organizativa de la clase obrera, el descontento y rebeldía de los sectores universitarios y de la comunidad científica, la carencia de virtudes políticas, la rebeldía de los grupos de intereses regionales y la importante confluencia de todos estos factores con los intereses agroexportadores, selló el destino del más coherente proyecto de acumulación monopolista. El interregno de Levignston implicó algunas concesiones concretas a los sectores nacionales como la recuperación de la Ley de Compre Nacional, la realización de ciertas obras públicas, la reactivación del mercado y el control del precio de las carnes. Pero la carencia de sostenimiento orgánico en el Ejército y su propia incapacidad política determinó nuevamente un avance de sectores liberales, más ligados a la estructura de poder tradicional y también a una concepción política más abierta. De todas formas, el régimen había perdido toda credibilidad, no había resuelto las contradicciones de fondo, y el avance político de los sectores nacionales hacía imposible otra cosa que no fuera la vuelta al Estado de derecho.

La restauración democrática

El proceso democrático triunfa, pero la realidad evidenciaba que a 1973, al igual que en el ´62, ´66 y los propios sucesos del ´69, los sectores más importantes de la escena socio-económica se configuraban en: el capital monopolista extranjero, los capitales monopolistas nacionales, el sector latifundista y agroexportador, los sectores financieros, los sectores de la industria nacional, la clase obrera organizada y la pequeña burguesía de la ciudad y el campo (industrial, agropecuaria y comercial). Los cuatro primeros con importantes interrelaciones, pero con claras diferencias de intereses sectoriales. En esta fase los sectores populares, la industria nacional, y la pequeña burguesía aún retenían una parte importante del ingreso nacional, en virtud del esquema de desarrollo basado en el proceso de sustitución de importaciones y cierto margen de control político del Estado, a pesar de su retroceso constante. Sin embargo, el proceso de sustitución presentaba signos inequívocos de agotamiento en el flujo y tipo de excedentes, reinversión y empleo. El ascenso democrático no podía estar ajeno a las contradicciones que asolaban y aún asolan con otros matices de nivel y gravedad, la realidad política y socioeconómica. El funcionamiento del Parlamento de los partidos, reflejaría por acción u omisión la existencia de intereses y estructuras irreconciliables. Importantes intereses no tendrían representatividad en el Parlamento como bien lo expresara el Portantiero de los años ´70. Sumado a lo anterior, dieciocho año de proscripciones habían engendrado frustraciones y líneas ideológicas dogmáticas y antagónicas. La falta de práctica democrática, la carencia de un entendimiento claro sobre el rol de los partidos en un sistema democrático capitalista, contribuyó, en función del cuadro de situación descripto, que al fallecer el líder unificador del frente nacional, y con él su visión estratégica del cuadro interno y de la realidad internacional, el precario gobierno subsistente estallara al amparo de una falta de conciencia sobre la importancia y trascendencia de los valores democráticos en la Argentina de los años ´70.

Como agravante de la situación precedente, la existencia de una guerrilla que, al pasar del cuestionamiento de un gobierno de facto al cuestionamiento del propio sistema democrático capitalista, dejaba al desnudo la profunda crisis del Estado. Ante tal situación, las Fuerzas Armadas retoman su papel de custodia y garantía de la preservación del sistema y de la integración nacional. Pero en los hechos, su confusión entre el concepto de seguridad nacional y régimen antipopular y depredatorio, les provoca un creciente aislamiento de los distintos agentes sociales y, por primera vez desde su intervención en el ´30, una inédita debilidad institucional, como resultado de su responsabilidad en la gestión de gobierno. Si a alguna potencia o sector le interesaba el debilitamiento de Argentina en las nuevas condiciones internacionales que se abrían en perspectiva, sin duda la lucha fratricida fue su mejor aliada. Planificada no hubiera resultado mejor.

Del ´76 a la segunda restauración democrática

La incapacidad del sistema democrático de autosostenerse, facilitó la vigencia de un proyecto que en lo fundamental trataría de revertir una estructura económica y social creada al amparo del proceso de sustitución de importaciones y la fortaleza institucional e ideo-lógica de las organizaciones sindicales. El supuesto ideológico de los sectores que avalaron la caída del régimen institucional, se estructuró bajo la premisa de transformar dichos procesos e instituciones, como causales permanentes de la disolución nacional y la ineficacia del sistema económico imperante. A esta condición necesaria se la justificó y se la complementó con la condición suficiente de la lucha revolucionaria.

El esquema neoliberal se ponía en marcha con los fundamentos críticos sobre situaciones históricas y estructurales precedentes que avalaban un nuevo discurso.

En la práctica, el aislamiento de las Fuerzas Armadas respecto al conjunto de la sociedad y sus propios antagonismos interfuerza como expresión corporativa, facilitaron que la política resultante de: sobrevaluación de la moneda nacional, la baja de aranceles, la paralela reforma financiera, creciente endeudamiento del Estado y los particulares más el crecimiento del gasto del Estado, significara un proceso de estancamiento y alto nivel de inflación. La especulación financiera, se tornó en el centro de la preocupación de los agentes económicos.

Como consecuencia de lo anterior, se dio una importante concentración de capitales, que no tuvo resultado o correlación en un firme proyecto de acumulación de capital ligado al conjunto de los intereses que el Estado debe tutelar. No sólo no se logró la disminución de la intervención del Estado, sino que lo tornó más amplio, ineficiente y arbitrario en la resolución de los enfrentamientos de los distintos grupos económicos y sectores, sumiendo a la sociedad en un proceso de desestructuración propia de la década del ´30. El pasaje de Videla a Bignone definía nuevamente que nuestro país real, con su compleja trama social, no responde a esquemas simples de transformación.

El aislamiento internacional en la lucha por recuperar las Malvinas y el fuerte apoyo del pueblo a dicha gesta más allá de los errores de conducción y oportunidad, pusieron las cosas en su lugar. Las Fuerzas Armadas necesitan encuadrarse dentro de un proyecto constitucional e integrar un proyecto aprobado por el conjunto de la sociedad. La restauración del Estado nacional aparece en ese entonces sólo como posible dentro de una práctica que permita el enfrentamiento de intereses dentro de las reglas de juego de las acciones políticas, la mediación y los procesos propios de la búsqueda del consenso.

Del ´83 a la fecha

Demasiado reciente para sacar conclusiones, sólo podemos decir que se careció de un proyecto claro en relación a las fuerzas que han sido gravitantes en el seno de la comunidad. El discurso de la modernización no se plasmó en un sistema de alianzas reconocidas, sino en intentos con cierto cariz tecnocrático, cierto ideologismo en el discurso, que contrastaba con la realidad de supremacía por acción u omisión de los grupos económicos que durante su gestión continuaron incrementando su importancia económica sin contrapartida en un proceso de acumulación de capital coherente con el interés nacional.

El gobierno fue perseguido por la coyuntura, careció de un plan estratégico y del planteo político necesario para fortalecer polos de poder explícitos al conjunto de la comunidad. En otros planos, careció de cuadros de conducción y por consiguiente, de eficacia administrativa. Sus políticas enmendaron en muchas ocasiones las realizadas durante la gestión de Martínez de Hoz. La pérdida del consenso era la previsible consecuencia, y su debilidad de gobierno si bien no se trocó en un golpe de estado, culminó en un desestabilizador nivel inflacionario y lo que es peor, un nivel de marginación social desconocida para los argentinos de la generación del ´40 en adelante.

Conclusión

La consolidación de un Estado capitalista moderno e integrador del conjunto de la socie-dad argentina, aparece sólo como posible en la medida que los futuros proyectos políticos sean capaces de superar el carácter de renta diferencial que engendra el actual sistema económico, en permanente inestabilidad y disputa intersectorial. En otras palabras, la superación del antagonismo agro-industria sería la primera pieza de un plan estratégico de desarrollo al que será necesario adosar los factores claves de tecnología e inversión que permitan superar la segunda y fundamental antinomia de mercados internos y externos.

La concepción y capacidad política de conducción de tal plan estratégico permitirá cons-truir en plazos no demasiado prolongados un país moderno y socialmente justo a condición de superar los factores determinantes de lo que podemos denominar atrofia capitalista.

 

* Trabajo publicado en resumen en La Voz del Interior, 23 de agosto de 1989, y en forma completa en la serie Notas de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNC.

 

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