SOBRE CONVICCIONES Y REGLAS

SOBRE CONVICCIONES Y REGLAS

16 de Enero de 2019

Por Eduardo Dalmasso

Aunque a veces no lo reconozcamos, como personas, siempre podemos hacer algo por nosotros mismos y por la sociedad. Para ello, lo primero es ser responsable, lo segundo aprender a ser reflexivo y lo tercero ejercitar algún grado de generosidad y sacrificio.
Es verdad, que lo que podemos hacer con nuestras vidas depende en alguna medida importante de cómo esté organizada la sociedad y del lugar que pudiéramos ocupar en el orden social, pero no es verdad que no haya posibilidad de modificar una realidad cuando esta es contraria al espíritu de solidaridad, al reconocimiento de la dignidad y su contrapartida fundamental, el ejercicio pleno de la libertad.

La historia, nuestra historia es el escenario de instancias decisivas y todo lo que tiene lugar en ella es decisivo, como lo es el propio desarrollo de nuestra plenitud humana.
Nuestro proceso histórico, en este caso me refiero fundamentalmente a mi generación y a las que inmediatamente nos siguen, ha transcurrido dentro de un proceso decadente, lo aprecio en lo que considero hemos perdido, valores firmes y por momentos heroicos a cambio de una práctica de vida, en cierta manera cínica, ya que nos ciega el oportunismo si se trata de la práctica política, o la desaprensión si se trata del respeto por las reglas y la preparación de las nuevas generaciones. Vivimos haciendo responsables a otros y difícilmente asumimos lo que nos toca.

La realidad social habla por si misma, si comparamos la situación de equidad social en nuestros orígenes con la actual. Y la considerábamos injusta, aunque mucho de ello en verdad, por razones de antagonismos políticos Una convicción madura, significa; reflexión, perspectiva, y firmeza, por cierto no necesariamente inalterable. La experiencia y la comprensión de la complejidad social pueden modificar nuestras convicciones, entonces la pregunta es, qué pasa cuando no tenemos convicciones claras y maduras, qué pasa en una sociedad en dónde es difícil encontrar convicciones coherentes en el tiempo y en dónde la autocrítica se constituye en un terreno desconocido. Me parece que esto nos estaría revelando una clara situación de anomia.

¿Y sobre las reglas, qué? cualquier organización necesita de reglas para dirimir sus conflictos, cuando las reglas no son respetadas quiere decir que la organización se derrumba. Es posible cambiar las reglas, claro que sí, pero cuando realmente esté probado que no son válidas para el momento que se está viviendo y que sus cambios implicarán un proceso de búsqueda de consenso para reconstruirla en función de los objetivos comunes.
Cuando no ocurre así, alguien se cree con derecho absoluto a la verdad y al poder, quizás pensando en que es lo mejor, sin duda se está abandonando lo mejor del espíritu democrático, o sea, el diálogo y la persuasión a través de discursos claros por sus fundamentos, el respeto por las diferencias, sin que esto requiera abjurar de lo que se piense como justo, ni de la firmeza necesaria para defender sus posturas.

Cuando, el intercambio no es de esa naturaleza, sus consecuencia es la exaltación de los antagonismos. Antagonismos que por sus peores momentos, nos dejaron cicatrices difíciles aún de erradicar.
Tanto las reglas como las convicciones implican valores en uso, por ejemplo, la tolerancia, el respeto por el disenso, por el entorno, la capacidad de aprender de nuestros errores, concebir que lo que nos toca debe habilitar a las siguientes generaciones; a la vez, pueden aparecer como hegemónicos, valores destructivos del tejido social, tales como la falta de respeto, de responsabilidad, de tolerancia, de amor por el aprendizaje y por el valor de lo institucional, ambas son manifestaciones claras de la vida social.

Cuáles son los valores que imperan en nuestra sociedad sería la pregunta, porque parece que no logramos establecer valores firmes en nuestro mundo de relación, qué pasa cuando todo el mundo mira la paja en el ojo ajeno, qué pasa con nuestra cultura que desconoce siempre al otro, cualquiera fuere. Qué pasa cuando hemos trocado nuestras supuestas convicciones por la búsqueda de la salida individual y todo se justifica, si lo que se justifica favorece nuestros intereses. No hay duda, el discurso único, desde el neoliberalismo, se ha impregnado en nosotros. Me apresuro a agregar que los discursos únicos, son siempre alienantes y aunque se oculte, siempre peligrosamente fundamentalistas.

Nuestro Juez Rafecas, nos dice que la sociedad argentina, a pesar del significado de la institucionalidad democrática, sigue manifestándose autoritaria. Creo que tiene razón y que detrás de nuestros comportamientos existen creencias muy arraigadas y necesarias de desterrar. Ellas tienen por supuesto su historia y por esto las jóvenes generaciones tienen que indagar su porqué. Ello les permitiría una cosmovisión diferente.

Nos hemos olvidado de que, “Las instituciones y las creencias que desarrollamos en un tiempo histórico pueden aumentar o disminuir las oportunidades existenciales de los individuos, incluso el relativo poder de desafiarlas y cambiarlas en el curso de su actividad”. (Roberto Mangabeyra).
En nuestra cultura, muchas decisiones claves definen maravillosas soluciones de corto plazo, una constante, cuyas consecuencias nos llevan a sucesivos colapsos y a enfrentamientos estériles. Esto porque hemos abjurado de valores sociales trascendentes.

Cuando uno observa que destacados intelectuales para defender su causa soslayan la ley en aras de supuestos objetivos superadores, pero cuando sus convicciones, que normalmente no son acompañadas del valor de la tolerancia, son vulneradas, entonces si defienden la ley, uno se da cuenta de que el tema esencial pasa por reconstituir una cultura desde las raíces.

Nuestra sociedad para bien o mal, no es comparable por su composición social y económica ni con Brasil ni con Chile, tan usados de modelo últimamente. Historias diferentes, burguesías diferentes e historia sindical diferente son factores demasiado fuertes para que nos sirvan de comparación, si posiblemente de estímulo. Veamos:
Los cambios socioeconómicos en nuestro país no solamente han sido profundos, sino anárquicos. Pasamos de una década de Gobiernos impuestos por el fraude a un proyecto popular centrado en un fuerte liderazgo, de la revuelta cívico militar contra dicho Gobierno a un Gobierno de corte Desarrollista imposible de comprender y aceptar por el estamento militar como consecuencia de sus alianzas y contradicciones. A este Gobierno le sigue un intento democrático sin el sustento político necesario en las urnas y dentro de un marco ideológico y de acciones no aceptables para los distintos factores de poder. Ambos mediados por Gobiernos de Facto esencialmente conservadores. A dicho intento, le sucede un Gobierno Militar de fuertes rasgos autoritarios, con algún discurso sobre un proyecto nacional, pero altamente imbuido de un anticomunismo enfermizo, lo que los lleva a destruir el importante acerbo universitario. (O sea esencialmente antinacional) Le sigue la vuelta del Peronismo como nica fórmula de paz, dentro de un clima de graves enfrentamientos y diferencias ideológicas cuyo único dique era el mismo Líder, a quien cada bando había idealizado a su manera. Lógico, a su muerte todo se desmorona, nace otro gobierno militar, al que solamente le cabe la calificación de depredador y que a la postre condicionó nuestro futuro. Sigamos, la vuelta a la democracia significó un reconocimiento del fracaso del mito militar como salvador de la patria, pero los efectos socioeconómicos de las transformaciones efectuadas no fueron bien evaluadas. Este hecho, más una fuerte acción sindical, debilita el accionar del Gobierno, por lo que culmina en una situación crítica. A lo que sucede: la transformación del discurso Peronista en un neoliberalismo extremo, sustentado en fuertes apoyos empresarios e internacionales.

Ideología que resultó ser tan ciega como las que uno podría atribuirle a los partidarios de la revolución de los setenta, ceguera que por cierto, incrementó el costo del desenlace. Sin solución de continuidad el neoliberalismo no sólo se había incrustado en fuertes sectores de la dirigencia peronista, también había ganado a amplios sectores del radicalismo (como se demostró en el Gobierno Radical), para terminar su ciclo con una crisis sin precedentes, y de la que no deberíamos olvidarnos. El 2001 y 2002 fue el epicentro de un modelo que estalló y nos derivó a una crisis total.

Lo notable y propio de Argentina fue su notable recuperación económica, como consecuencia de los dolorosos aprendizajes que significó el derrumbe previo. Surgieron políticas diferentes dentro de un contexto internacional favorable, sin que esto pueda haber significado la reversión del cuadro de marginalidad y pobreza estructural derivado de políticas autodestructivas de larga data.

En verdad, no existen cuadros suficientes y maduros dentro de la política para plantear un plan de desarrollo de largo alcance. No sólo es necesario no adorar el mercado, sino entenderlo y regirlo a partir de una fuerte visión que impregne a la sociedad de entusiasmo, esto acompañado de una intelligentzia capaz de diseñar un modelo flexible pero compatible con la realidad estructural.

Esto no es fácil, requiere de otra cultura y de genuina sensibilidad, de mucha claridad y voluntad de transformación.
Esta posibilidad, requerirá de experiencias reflexivas en vastos colectivos y de convicciones muy fuertes de parte de una dirigencia que debería sustentar una cosmovisión que aliente la voluntad colectiva.
El problema actual no es demasiado diferente de los precedentes, nuestra debilidad institucional: una presidente elegida a través de limpias elecciones, pero si, sostenida por el gran elector que era su marido y presidente de la Nación, frente a una oposición sin liderazgos ni proyectos consistentes ante una sociedad, que por lo vivido y por el resultado de la elección no quiere riesgos.

La paradoja: la debilidad de un Gobierno, al que no se le puede imputar yerros serios en su política económica y menos dentro de una grave crisis internacional, pero cuya cultura autoritaria vulnera las aspiraciones institucionales de amplios sectores sociales. (Acrecentando los yerros) Un Gobierno que partió de resaltar en su discurso el significado siniestro del aplauso de los Banqueros Internacionales y la necesidad de autonomía, pero que no parece haber comprendido que el conjunto de la sociedad requiere de otras formas de comunicación, y que sobre todo, creo, aspira a que se abandone la confrontación en “términos de todo o nada”. Este “estilo”, considero, es destructivo, es una forma de entender la práctica política, es estar confundido con los tiempos y con el significado del disenso. El disenso es la esencia de la democracia al igual que los valores republicanos, con todas sus imperfecciones. La democracia no es un juego de niños, pero tampoco “el yo gobierno o la nada”.

Por dónde empezar, no lo sé muy bien, pero si sé que las consecuencias son producto de nuestras creencias y prácticas, por lo que si se aceptara esta hipótesis, lo fundamental sería el crear canales de diálogos con nuestros jóvenes, alentarlos a aprender y rever, a pensar, a evitar los simplismos inconducentes y ayudarlos a sostener nuevas visiones. Ese sería el principio del cambio de todos. Importante sería, que las Universidades despierten.

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