ACERCA DE LOS CAMBIOS EN EL SISTEMA MUNDO (XII)
“El sistema
socialista de mercado chino, facilita las inversiones de las grandes
multinacionales y el desarrollo tecnológico del país quien hoy compite en pie
de igualdad con el Imperio Norteamericano”
ACERCA
DE LOS CAMBIOS EN EL SISTEMA MUNDO (XII)
Por
Eduardo Dalmasso
Los
nuevos Jugadores
Lo interesante del desarrollo del sistema Mundo, como
lo llama Wallerstein “La decadencia del imperio americano”, es que en la medida
que la globalización define y concreta la posibilidad de desplazamiento de
procesos de inversión atendiendo los intereses del Capital, estos inducen a
una disciplina laboral que crea valor por la traslación de métodos
organizativos, la diseminación de
tecnologías avanzadas y cierta expansión en dichos mercados, así como por factores
competitivos. La causa de esta situación: la necesidad de crear (o al menos
conservar) la tasa de beneficios y
acrecentar su cuota de participación en el mercado mundial, que, como lo
demuestra la experiencia, se derrama en el sistema económico local. Todo
ello en la medida que el poder
institucional de los países receptores, sea capaz de desarrollar políticas
autónomas en lo que respecta a temas claves, tales como infraestructura de
transporte, matriz energética, desarrollo tecnológico y educación.
En el caso del sudeste asiático, exceptuando a la
China de Mao, estas posibilidades se acrecentaron en función del altercado
entre EE.UU. y la URSS por la disputa de hegemonía en vastos territorios. La
realidad es que la apertura del mercado de los EE.UU les posibilitó, a partir
de las propias inversiones de las corporaciones de los países centrales y por su propia capacidad de ahorro, un
despliegue de sus potencialidades económicas. La objeción que pudiera hacerse
sobre el modelo de desarrollo adoptado es válida, sin embargo, desde el punto
de vista del sistema global, estos países comienzan a desarrollar su capacidad
productiva y tecnológica en condiciones competitivas muy favorables.
Dicho en otros términos, una población de reserva
comienza a incorporarse al sistema capitalista con el aditamento de una muy baja
propensión al consumo inicial, provocando así, muy altas tasas de ahorro que se
destinan a la Inversión. Casos paradigmáticos de esta índole son Japón, Corea y
Taiwán.
Es correcto
apreciar que, en la medida que no termina de consolidarse la expansión
de los mercados del Asia, en razón de la lógica del capital desarrollados en
esos países, el gran mercado sigue siendo el Occidente desarrollado y de ahí su
sujeción a los vaivenes de la dinámica del capital observado. No obstante, hoy
son jugadores con mayores cuotas de
poder, frente a los anteriormente inexistentes. Por esa razón, el Sudeste de
Asia en su unión con Australia y Nueva
Zelanda, se constituyen como un submundo en disputa entre los intereses de la
potencia hegemónica y la emergente China que, dado su poderío actual, cambia el
tablero mundial.
El
salto hacia el capitalismo de la China Continental
En plena Guerra Fría, la inteligencia norteamericana
concibe explotar la diferencia de intereses entre la China Continental y la
URSS. El Gobierno de Nixon desarrolla una política de acercamiento a la
emergente China, quien a causa sus diferencias con la URSS le resulta propicia esta
alianza (Kissinger- Mis memorias).
La derrota en Vietnam y los problemas internos que le
genera al Imperio tal situación, llevan a la negociación con China dentro de la
estrategia de detente de los conflictos en el sudeste asiático. En Febrero de
1972, se firma un acuerdo que termina abriendo al potencial Chino a un destino
histórico, en ese momento inconcebible. Esto
se hace posible por las políticas pro mercado que lidera Deng Xiaoping
desde 1978 y que consolida en
1982, definitivamente derrotada la línea Maoista.
El nuevo concepto: el sistema socialista de mercado chino,
facilita las inversiones de las grandes multinacionales y el desarrollo
tecnológico del país, quien hoy compite en pie de igualdad con el Imperio
Norteamericano.
El acuerdo
La parte de EE.UU. declaró: “La paz en el Asia y la paz en el mundo requieren los esfuerzos que
reduzcan inmediatamente las tensiones y que también eliminen las causas básicas
del conflicto. Los Estados Unidos trabajarán para lograr una paz segura y justa; justa porque cumple con
las aspiraciones de los pueblos y de las naciones por la libertad y el
progreso; segura porque elimina el peligro de la agresión extranjera”. Por
su parte, el lado Chino declaró: “Donde
hay represión, hay resistencia. Los países desean la independencia, las
naciones quieren la liberación y los pueblos quieren la revolución; esta ha
sido la irresistible tendencia de la historia. Todas las naciones pequeñas o
grandes deben ser iguales; las naciones grandes no deben acosar a las pequeñas
y las naciones fuertes no deben acosar a las débiles”. Por su parte, la
declaración conjunta fue: “Existen
diferencias esenciales entre China y los EE.UU. en sus sistemas sociales y sus
políticas exteriores. Sin embargo, los dos lados está de acuerdo en que los
países, aparte de sus sistemas sociales, deben conducir sus relaciones sobre
los principios del respeto por la soberanía y la integridad territorial de
todos los estados, no agresión contra otros estados, no interferencia en los
asuntos internos, igualdad y beneficio mutuo y coexistencia pacífica. Las
disputas internacionales deben resolverse sobre esta base, sin recurrir al uso
o la amenaza de la fuerza. (…) El adelanto en la normalización de las
relaciones entre China y Estados unidos, está en el interés de los dos países.
(…) A este fin, se discutieron áreas específicas en los campos científicos,
tecnológicos, culturales, deportivos y
periodísticos, en los cuales sería
mutuamente beneficioso un contacto e intercambios de persona a persona. Cada
parte toma sobre sí el facilitar el futuro de tales contactos e intercambios”.
Podemos deducir de estas referencias, que este acuerdo
simbolizó la recuperación del pueblo Chino en su dignidad y autonomía, y
posibilitó que, superada la confrontación política interna, su desarrollo
se afianzara en su apertura a Occidente.
Más
allá de la China continental
Sobre el Sudeste cabe decir, siguiendo a Pablo Bustelo
(Coordinador de Estudios Asiáticos, ICEI .Universidad Complutense de Madrid),
que la notable expansión del producto y
de las exportaciones han coexistido con una no menos impresionante
transformación estructural. En menos de cuatro decenios, Japón y los dragones
han pasado de sociedades agrarias con excedente de mano de obra a economías
plenamente industriales sin apenas desempleo; de disponer de economías cerradas
y dependientes de la ayuda extranjera a figurar entre las principales potencias
comerciales y exportadoras de capital. En la misma línea, en el caso de Corea
se pasó de contar apenas con grandes empresas, a ser la patria de los famosos
chaebol (Samsung, Daewoo, Hyundai, LG, etc.); mientras que la situación de
Corea y Taiwán, pasó de la exportación en más de un 70% de productos primarios,
a vender en el exterior un 95% de manufacturas. Evidentemente, estamos frente a
mejoras sin precedentes en el nivel y la calidad de vida de la población.
Ambos procesos (crecimiento económico rápido y
sostenido, junto con profunda transformación estructural) han acompañado a un
prodigioso incremento del nivel y de la calidad de vida de la población. Lucha
eficaz contra la pobreza, urbanización acelerada, aumento de la esperanza de
vida al nacer y de las tasas de alfabetización de adultos y de matriculación
educativa, reducción de la tasa de mortalidad infantil hasta niveles
comparables a los de los países desarrollados; son algunos ejemplos, entre
muchas otras mejoras, de un auténtico desarrollo económico y social, como ponen
de manifiesto los informes del Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD).
El Banco Mundial (2018) señala, respecto al Asia
Oriental (Desde China y Japón a Vietnam), que esta región tiene innumerables
desafíos respecto a la desigualdad en la renta y al propio modelo de
producción, señalando no obstante que: “En
los últimos 20 años, la pobreza ha disminuido considerablemente en la mayoría
de los países en desarrollo de Asia oriental y, entre 1990 y 2013, más de 920
millones de personas salieron de la pobreza extrema”.
¡No es poco!
Comentarios
Publicar un comentario