SOBRE LIDERES Y MAESTROS EN NUESTRA UNIVERSIDAD NACIONAL

SOBRE LIDERES Y MAESTROS EN NUESTRA UNIVERSIDAD NACIONAL

25 de Octubre de 2018

Por Dr. Eduardo Dalmasso*


El 17 de enero, de hace ya algunos años, leí con asombro en la Nación, notas de reconocimiento a un matemático sobresaliente, el Doctor Cotlar. Con asombro porque el distinguido profesor era reconocido como autodidacta. A sus virtudes intelectuales se le sumaba una humildad conmovedora, y a quienes se sorprendían por sus logros desconcertantes, como haber obtenido un Doctorado en la Universidad de Chicago prácticamente careciendo de educación formal , sin cursar mas que algunos años de la escuela primaria, les contestaba que era: “un matemático modesto , ni siquiera un matemático, un estudiante de matemática” El profesor Sadosky lo condujo a la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, participando de una época de oro de la Universidad hasta el fatídico golpe del 66.

Me parece interesante destacar, el predominio de la sustancia sobre la forma. A ninguno de sus colegas les importó la educación formal, siendo ellos productos excelsos de la misma, les importaba reconocer un par que podía contribuir al desarrollo del conocimiento y el embeleso por la producción del mismo. No fue el único caso, y justamente este encuentro
con la noticia me produjo algunos interrogantes:
¿Qué es lo que primaba en nuestras universidades para que se produjera una vida tan rica intelectual y científica? ¿Por qué el entusiasmo y la búsqueda de la excelencias sobre las formas propias de los valores burocráticos?
Me incorporo a la Universidad como docente en las postrimerías del golpe militar del 66, aún se podía experimentar la libertad de pensamiento, el orgullo por el rol docente, la conciencia de lo que se podía aportar. Por cierto una realidad no totalmente generalizable pero lo suficientemente extendida para sentir que la Universidad aportaba valores, te enseñaba a modificar hábitos, te enseñaba a pensar. Constituía no sólo una herramienta de traslación de información sistematizada, sino una institución que podía jugar como agente de transformación. Me recuerdo discutir en uno de mis primeros concursos, con el profesor titular a quien no conocía. Mostrarle los libros que yo usaba en mi vida profesional y él, junto con el tribunal, dispuesto a intercambiar ideas.
No puedo aducir que era por simpatía ideológica, siempre estuvimos en los extremos, era una reminiscencia creo yo, de esa época de oro de la Universidad en la cual pertenecer significaba mucho. No era así en todas las cátedras, pero era en las suficientes como para no perder la frescura que otorga el aprendizaje permanente. Se lloraban pérdidas académicas, pero lo que sobrevivía aún, era muy fuerte.

¿Qué había en esa Universidad de los sesenta, incluso con fuerte sesgo profesionalista como lo fue en sus orígenes y lo es ahora? Creo que conciencia de su misión y un fuerte sentido de pertenencia. Luego, las terribles disputas políticas por fuera del campo académico, y a posterior la larga noche de la dictadura iniciada en el 76, no podían dejar indenme una
institución considerada de alto riesgo. Muchos profesores exonerados supieron del exilio interno, haciendo tareas increíbles para sobrevivir y ayudar a sus familias. Poco se sabe de las odiseas de estos presuntos sospechosos. Algunos pudieron volver antes a la Universidad, otros regresaron parcialmente, algunos por su experiencia extra-univesitaria, tendrán la posibilidad de ver las debilidades del sistema, otros quizás en forma comprensible se adaptaron a un sistema que (fruto de los sucesivos embates) en mi opinión, se parece mas a un ministerio que a un ámbito de creatividad y saber. Y no precisamente porque no haya gente talentosa. 
La vuelta a la democracia fue otra experiencia traumática. Cuadros de conducción sin experiencia, munidos de un ideologismo extremo, que tampoco aportaron demasiado a lo que debería constituir el centro de atención universitaria: lo académico y la investigación. La ola neoliberal produjo el resto, camadas de jóvenes que no conocieron el fragor de las disputas políticas e intelectuales típicas de la vida universitaria se empiezan a formar dentro de un sesgo exclusivamente profesionalista, y en la carencia de discusiones de alto vuelo intelectual. El marco externo, preñado de individualismo y creciente marginación, despierta sólo un extrañamiento de los jóvenes respecto al significado de la política. El valor predominante del "sálvese quien pueda" se refleja en la práctica habitual de militancia política a cambio de cargos. El estudiantado adopta los mecanismos de negociación propios de una dirigencia política de partidos, carente de visión y firmeza ideológica. Los grupos de poder se definen a través de las facultades, acentuando por esta razón y el volumen del estudiantado, el sesgo profesionista. La investigación y los investigadores quedan subsumidos en general dentro de esa realidad. 
Dentro de este cuadro, es difícil encontrar líderes que desde lo académico motiven para la acción y sobre todo creen un marco adecuado para el disenso y la renovación de la visión. Escuché a Carolina Scotto decir que no concebía que un docente no se animara a expresar su opinión porque esta fuera diferente a la de su Decano. Tengo que decir que si en su accionar como Rectora lograra esa posibilidad, estaría sentando las bases de un cambio de cultura fundamental para la vida universitaria. Hoy, a mi entender, la cultura de la Universidad a este respecto no es demasiado diferente de la que se cultiva en la sociedad política en general. Muchos dirigentes, por la lógica del sistema, cumplen un pobre papel en cargos que requieren de actitudes de liderazgo. Esto de por sí produce desánimos en cualquier organización.

La posibilidad de cambio real en cualquier institución depende de la capacidad que tenga una visión de suscitar entusiasmo y sentido de responsabilidad para con su cumplimiento. Lo primero indudablemente es la formulación de la visión y su enriquecimiento por los principales actores, en este caso, los Decanos y el propio Consejo Superior. Poner la proa a por lo menos 12 años, permitiría la formulación de un plan estratégico en términos de política. Plan flexible pero siempre atento a la visión.

Rectores con mucha valía ha tenido nuestra Universidad pero no es suficiente. La posibilidad de modificar un sistema requiere la transformación de un sistema de poder basado en las facultades que no satisface y requiere de transformaciones radicales. Quizás una medida fundamental sea la de crear centros de investigación que incorporen los distintos centros dependientes de las facultades en Centros dependientes del Rectorado, vinculados a las facultades en materia de docencia, con estrictas obligaciones de rendimiento de cuentas no solo ante la universidad sino ante la sociedad a quien le deben los recursos y el sacrificio. La experiencia de Córdoba Ciencia, pienso, podría ayudar mucho a este proceso de transformación. No así la CONEAU que me parece está perdiendo la sensibilidad necesaria para interpretar procesos de cambio. Esto sería un primer paso en la regeneración del concepto de Universidad. Universidad que hoy, no se si aceptaría a Domingo Faustino Sarmiento como profesor emblemático.

Quisiera cerrar este artículo trayendo a colación los conceptos sistémicos del profesor Swanson, quien entre otras cosas nos dice:

Los aprendices están aprendiendo las reglas y desarrollando las habilidades para aplicarlas, los oficiales expertos comprenden las reglas y saben aplicarlas, mientras que los maestros intentan captar el todo y entienden porque existen las reglas en su contexto. 

En este sentido, dice que los maestros son personas de fe porque buscan lo emergente, y que la complejidad y la interacción entre las reglas, no llega por si mismo a abarcar el todo. Dentro de su pensamiento, tanto la regla como la excepción son producto de la acción humana, individual y colectiva.

La primera observación es que, en el mundo de de la academia, no estamos formando Maestros. La segunda es que, comprensiblemente y acordando con Swanson, un líder es un Maestro. La tercera es que, nuestros ámbitos educativos son renuentes a aceptar que estamos inmersos en un proceso de cambio de paradigmas y que estos deberían ser motivo de reflexión, en función de los propios Estatutos que rigen la Universidad.

A las Autoridades y Estudiantes se les plantea el desafío.

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