PENSAR LA UNIVERSIDAD - UNIVERSIDAD Y CIVISMO
PENSAR LA UNIVERSIDAD
UNIVERSIDAD Y CIVISMO
La Universidad no logra repensarse como sujeto colectivo responsable, en gran parte, de los valores emergentes de la sociedad a la cual se debe.
Por Eduardo Dalmasso
28 de Noviembre de 2018
El artículo dos del título uno de los estatutos de la Universidad Nacional de Córdoba, dice: Misión de la Universidad: la Universidad, como institución rectora de los valores sustanciales de la sociedad y el pueblo a que pertenece, tiene los siguientes fines:
a) la educación plena de la persona humana;
b) la formación profesional y técnica, la promoción de la investigación científica, el elevado y libre desarrollo de la cultura y la efectiva integración del hombre en su comunidad, dentro de un régimen de autonomía y de convivencia democrática entre profesores, estudiantes y graduados;
c) la difusión del saber superior entre todas las capas de la población mediante adecuados programas de extensión cultural;
d) promover la actuación del universitario en el seno del pueblo al que pertenece, destacando su sensibilidad para los problemas de su época y las soluciones; e) proyectar su atención permanente sobre los grandes problemas y necesidades de la vida nacional, colaborando desinteresadamente en su esclarecimiento y solución.
Me parece que el enunciado de la misión da lugar a varios interrogantes, excepto quizá en lo que se refiere al punto que aparece con mayor claridad en su práctica, la transmisión de conocimientos necesarios para actividades que requieren de un acervo técnico. Sobre los resultados de sus esfuerzos en el campo de la investigación, aparecen como menos evidentes si nos atenemos a las opiniones de Gerardo Fidelio, decano de Ciencias Químicas (La Voz del Interior, 10-10-06) y Carlos Debandi, presidente de la Agencia Córdoba Ciencia (La Universidad como desafío, setiembre de 2005).
Uno de ellos es dar respuesta por ejemplo a esta pregunta: ¿qué significaría para la sociedad a la cual supuestamente se debe, la adulteración o el no cumplimiento de sus fines?, y también una complementaria: si ese cumplimiento o no aparece en la conciencia de sus actores. Vale decir, en los profesores, científicos, estudiantes y burocracias de soporte. Porque si este tema no estuviera en sus agendas para la discusión y las acciones consecuentes, es posible estemos ante conductas corporativas.
Sobre el sentido de la educación plena de la persona humana, nos parece de interés remitirnos al Manifiesto Liminar de la Reforma, ya que impregna las referencias discursivas de las diferentes corrientes que tienen injerencia en la conducción de la vida política universitaria. Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y por consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden. Sigue: fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen cuartelario, pero no una labor de ciencia.
Ahora bien, me pregunto: esta vinculación tan cara al pensamiento reformista, ¿se da?; ¿es en realidad parte de la práctica? Y si no fuera así, como surgiría de cualquier puesto de ¿observación?, ¿qué consecuencias es posible extraer?
Nuestra Universidad, podemos convenir, aparece en el análisis histórico con una fuerte tendencia al cambio en los años posteriores a la Reforma y en los años de 1960. Esta tendencia se manifiesta en la fuerte incidencia de la Universidad en el acontecer político y en sus manifestaciones intelectuales, incluso por su liderazgo en el concierto latinoamericano. En estos períodos, más allá de falencias propias de toda construcción humana, la Universidad expresa la búsqueda de coherencia con la misión enunciada. Si esto fue así, lo que sigue sería preguntarnos: ¿cumple nuestra Universidad hoy con sus fines o se ha apartado de uno de los aspectos más significativos de su quehacer? Pregunta que a nuestro
juicio debería ser insoslayable y permanente. En las sociedades capitalistas la institución universitaria cumple el rol de ser la principal fuente y ámbito de la educación de su clase dirigente, tanto en función política como de referente de actividades sociales. A nuestro parecer, ese fundamento constituye un hecho de carácter estratégico para el desarrollo del Estado y por ello su existencia trasciende las acciones necesarias para constituirse en escuela de formación de profesionales, científicos y humanistas. Esta cuestión no es menor.
Los ideólogos reformistas atribuyen para sí un nuevo sentido de la filosofía que debe reinar en la producción de conocimiento en la Universidad. La reflexión crítica, como un valor sustancial, debe preceder todo intento de producción de conocimiento, si se quiere que éste contribuya a generar cambios en los modos en que los hombres producen la sociedad y su propia historia. Según los mismos ideólogos y en palabras de ellos, las transformaciones deben venir desde arriba, porque el cambio se genera a partir de la generación y el debate de ideas.
Sus postulados se anticipan a los claros conceptos que enunciaría Habermas a propósito del sentido de la construcción de la razón y de autores latinoamericanos que, en línea con el pensamiento crítico de la Reforma, señalan la necesidad de generar modelos a partir de la propia realidad. (Escolar Cora 1998, Zemelman Hugo 1987/2005, Lander y otros).
Nuestra Universidad, a tenor de las diferentes declaraciones de sus principales referentes aparece como un típico ejemplo de la sociedad argentina. Enunciados de objetivos propios de su naturaleza, que en el acontecer diario se licúan o incluso contradicen los valores que pretenden representar. Tiene casi cuatro siglos de existencia y un profundo arraigo en el medio, pero Guillermo Baena, distinguido profesor de Pittsburgh y de universidades colombianas, nos hizo saber que no pudo encontrar nuestra Universidad
en ninguno de los rankings de carácter mundial. Y, si tomamos a Fidelio, ni siquiera entre las mejor ranqueadas de América latina.
Egresados en acción
Esto a propósito de nuestro manifiesto orgullo de pertenencia. Verdad que en su misión enuncia el propósito de que sus egresados y su propio cuerpo actúen en beneficio del pueblo, pero si nos toca juzgar el bajo índice de credibilidad de nuestros representantes políticos, su incapacidad para transmitir lineamientos y ejecutar acciones de carácter estratégico, el oportunismo que caracteriza la mayoría de las acciones políticas, y que estas acciones son lideradas por egresados de nuestras universidades, entre ellos en forma significativa de la UNC, algo está fallando en lo que se refiere a la educación plena de la persona humana. Primer punto del enunciado de la misión.
Sin embargo, existe mucha gente valiosa en nuestra casa de altos estudios. Entonces, la pregunta siguiente sería; ¿qué nos sucede? Si esta Universidad es capaz de desarrollar personalidades excelentes en el campo de la producción teórica o de la conducción académica, ¿por qué no se manifiesta en el campo del desarrollo científico de acuerdo a cánones internacionales? Si su producción, incluso de doctores, se ha multiplicado en los últimos 15 años, ¿por qué sus egresados no transmiten valores firmes y claros o por qué no tienen el predicamento suficiente al menos en lo que se refiere al significado de cumplir reglas de convivencia democrática y en especial sobre el valor de las instituciones y el concepto de solidaridad?
La comunidad cordobesa no ve claro o ve extraña la forma cómo la Facultad de Filosofía reflexiona sobre la realidad a partir de sus fundamentos. Tampoco por qué la Facultad de Arquitectura tiene tan poco predicamento sobre la visión de la imagen urbana de la ciudad u otras sobre el campo tecnológico, económico, etcétera. Más allá de importantes acciones puntuales, podemos convenir que no existe la fuerza de escuelas y un discurso en los diversos campos que obligue a reflexiones y refutaciones de los diferentes representantes de sus fuerzas vivas. Quizá este renuncio se deba a que nuestra Universidad ha reducido su misión a producir profesionales con ciertos requerimientos disciplinarios, con cierto rigor, al menos para el percentil superior de sus egresados y con esto cree que conforma el ideario
reformista. Nos parece que si éste fuera el caso, habría que modificar su estatuto.
Pero si convalidamos la misión enunciada, ¿no deberíamos preguntarnos si el sistema que ha desarrollado la Universidad no esconde un proceso de desvirtuación? ¿No será que el discurso político de fracciones demanda tanta energía que lo académico científico queda en un segundo plano?; ¿no será que la práctica estudiantil reformista ha trocado por el sistema de clientelismo? Son preguntas al menos para pensar. Por que si esto fuera así, sería el sistema el que no da más. Ya que la lógica del sistema clientelista tiende a cobijar burócratas, punteros, controlar concursos y tronchar los esfuerzos de los más dotados, ya sea para conducir o para producir conocimientos. Hasta podría darse el caso en estas
condiciones que alumnos o ex alumnos con habilidad política, pero sin fundamentos académicos, gravitaran en decisiones clave de la vida universitaria.
Hoy está presente la posibilidad de modificar el sistema electoral. Quizá esto constituya un paso positivo respecto a que puede abrir el juego a nuevos actores, pero también dada la dimensión de la Universidad se requerirá el manejo de mayores recursos para acceder a las diferentes postulaciones. Me parece que si no se modifican algunos aspectos clave que hacen a un sistema de carácter clientelista, las posibilidades de cambios de fondo se verán truncadas. Un nuevo barniz para una misma esencia.
José L. Coraggio, ex rector de la Universidad Nacional General Sarmiento, declaraba a La Voz del Interior: No estamos haciendo historia... El tema es cómo lograr cambiar cuando el mundo y el conocimiento están cambiando, cuando los campos disciplinarios se están redibujando, cuando la sociedad está anómica y no tiene proyecto. Si tenemos los intelectuales y técnicos y debemos dar respuestas, es evidente que hay una dificultad para pensar la transformación&. En suma, la Universidad no logra repensarse como sujeto colectivo responsable en gran parte de los valores emergentes de la sociedad a la cual se debe. De allí su dificultad para enfrentar los grandes problemas. Me parece que repensarse y
actuar es el desafío de la hora.
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