REFORMA DE 1918, ESTUDIANTES Y CAMBIO SOCIAL

Reforma de 1918, estudiantes y cambio social

07 de Noviembre de 2018

Por Eduardo Dalmasso

Es posible que lo que existe sea muy difícil de modificar, pero los estados y las sociedades
requieren centros de educación que nutran realmente sus elites, y eso no sucede en nuestra
Universidad.

Pocos estudiantes tienen conciencia del significado de la gesta reformista, no sólo en lo que
respecta a la vida universitaria, sino también para el progreso intelectual, político y social de la República, que era la meta de estos rebeldes militantes antidogmáticos. Para los líderes de la revuelta, la Universidad tenía la misión de constituirse en la fuente de irradiación de los
valores que hacen a la vida democrática y la búsqueda de la verdad científica.

Esta pléyade de intelectuales y estudiantes insistían –con José Ingenieros y otros– en la
importancia de combatir la mediocridad dentro del sistema. Pensaban que la libertad del
hombre era el atributo fundamental para ejercitar la voluntad en la búsqueda de alterar la
realidad y desarrollar un mundo social y político más armónico.

Su primer objetivo era revolucionar la Universidad Nacional de Córdoba, dogmática y
acientífica, controlada y amordazada por un sector social que se reconocía como “Corda
Frates”.

No existía en su discurso un planteamiento de clases, sino de carácter libertario de profunda
sensibilidad social. ¿De qué otro modo se podría interpretar el entrañable acompañamiento de Alfredo Palacios, primer diputado socialista de América?

Los miembros de la Asociación Córdoba Libre –compañeros e ideólogos de la gesta– no
concebían una república sin un pueblo al que se le reconociera la dignidad y la igualdad de
oportunidades. Ellos no sólo participaban en las acciones estudiantiles; también en actos del
movimiento sindical y generaban actividades dentro de las bibliotecas populares. Por cierto,
abominaban de las prácticas clientelares, porque entendían que estas vulneraban la dignidad de las personas.

Su norte: trabajar por la identidad enraizada en lo latinoamericano y el logro de una sociedad que aboliera prebendas y respetara las jerarquías del mérito y de la ética. Dentro de la Universidad, propugnaban la búsqueda del pensamiento crítico y la asunción de valores que contrarrestaran los que propician la mediocridad, la estulticia y la anomia social.
No aceptaban ni a los profesores mediocres ni al estudiante conformista; no negociaron sus
principios con el régimen. El problema de la identidad del país era un tema permanente de sus deliberaciones. El impacto de la Reforma fue de tal magnitud que se transformó en un mito latinoamericano.

Instruir sin educar

En una interesante publicación del Centro de Estudios Avanzados de 2011, Carolina Scotto
planteaba la necesidad de iniciar un diálogo franco y con fundamentos sobre lo que sabemos, lo que no sabemos, lo que queremos, lo que no queremos, lo que podemos, lo que no podemos.

Dice, además: “La Universidad se reconoce a sí misma como una institución cuya razón de ser y estrategias para el cumplimiento de sus funciones, o si se prefiere de su misión, dependen en una importante medida de su propia capacidad para repensarse, rediseñarse y cambiar”.

Afirma que es necesario atreverse a mirar con desprejuicio a nuestros adorados mitos, a
nuestros consagrados dogmas, a nuestros inconfesables pecados de acción u omisión, para
poder enfrentarnos con la realidad y hacernos responsables.

Las palabras de Scotto y de otros académicos no dejan de parecerse al estado de situación de
la Universidad prerreformista, en la que la necesidad de modificar el statu quo estaba en boca de importantes dirigentes conservadores y liberales, sin que por ello la Universidad modificara nada esencial.

Es cierto, estamos ante una Universidad masiva, de facultades cuasi independientes (como
otrora), que no está en condiciones de planificar su futuro, de definir prioridades, de modificar concepciones sobre currículas inflexibles o de discutir desde lo propio –o sea, desde el diálogo científico– por su propia estructura de poder político. En suma, una niversidad que imparte instrucción pero no educa. El tema es que esto no se corresponde con su misión.

Marcela Mollis afirma que lo institucional no alcanza para disimular que, en la práctica,
estamos desarrollando las características de una institución de carácter terciario, en la que los alumnos se nutren de apuntes para superar sus materias, con escasa posibilidad de abordar sus estudios desde un pensamiento reflexivo y crítico.

De ella, emergen miles de profesionales sin la adecuada cosmovisión que hace al objetivo que plantea el artículo 2 de sus estatutos o la caracterización clásica de Ortega: “Educar personas que contribuyan a regular y enriquecer la vida pública, mediante la aplicación de la capacidad desarrollada en su ámbito a través de conductas signadas por valores y una clara comprensión del sistema de ideas vivas, que encarnan la cultura de su tiempo”.

Claro que hay alumnos y docentes brillantes, pero se pierden por ser minoría dentro del
sistema. Las autoridades, con escasas excepciones, soslayan el hecho de que la Universidad no logra estar en un buen nivel en las mediciones internacionales. Las excusas son múltiples y se enuncia que el nivel de exigencia a los alumnos es alto, lo que es en general muy cierto, pero no se reconoce que el despilfarro de recursos es exorbitante y que la mayoría de los alumnos que egresan carece de una sólida formación en valores sociales y casi nulo sedimento cultural.

El esfuerzo científico que se desarrolla termina diluyéndose en el conjunto de restricciones y
de exigencias burocráticas, con sus correspondientes excepciones. 

La Universidad necesita recrearse. Es posible que lo que existe sea muy difícil de modificar,
pero los estados y las sociedades requieren centros de educación que nutran realmente sus
elites, y eso no sucede en nuestra Universidad.

De alguna manera, “al mito de la gesta reformista habría que recrearlo”; para ello será necesario abandonar el pensamiento dogmático y esforzarnos en repensar juntos –juventud, sectores de la intelectualidad, de la política y otros– los nuevos caminos para recuperar la necesaria irradiación de su misión.

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