ARGENTINA: BASES POLÍTICAS EN LA CONFORMACIÓN DEL ESTADO MODERNO 5TA PARTE - 1
ARGENTINA:
BASES
POLÍTICAS EN LA CONFORMACIÓN
DEL
ESTADO MODERNO
5TA PARTE
- 1
Por Eduardo Dalmasso*
¡La realidad
que percibo!
Argentina es una sociedad
inestable. Lo fue mucho
antes de que se reinstaurara el sistema democrático postdictadura, y lo fue en el transcurso de los últimos casi
40 años de vigencia de elecciones democráticas y libres. Sus
antagonismos son exacerbados y su visión del significado del Estado de Derecho
presenta, de forma ostensible, diferencias que aparecen como irreconciliables.
Un estado, de hecho, anárquico y con diferencias culturales muy profundas que
se trasuntan en valores divergentes. Agregado a esto, impactos poblacionales diversos, con su consecuente
influencia en la vida política. Una ciudad capital que, por su riqueza
relativa, mantiene su disparidad con el resto del país y cuya consecuencia es
la visión sesgada de sus dirigentes respecto de la realidad del país en su
conjunto. En estas condiciones, la
decadencia es su cauce natural cualquiera sea la ideología que se esgrima. Creo que esta deriva tiene raíces muy
profundas y nunca comprendidas o asumidas por una dirigencia miope y sin duda
mediocre. El supuesto de todas las posiciones y acciones, entiendo, ha sido que
la riqueza de argentina permitía una lucha sin cuartel en procura de imponer la
verdad de cada bando. Como
lo he expresado en algunos de mis escritos, las Fuerzas Armadas cumplieron un
papel de árbitros hasta que su concepción del poder y la mediocridad de sus
generales culminaron en un latrocinio funesto. Obvio que su presencia estuvo ligada a lo que
Guillermo O`Donnel, al referirse a las
falencias democráticas, definió como
juego imposible ante la situación del poder de veto de los grupos en disputa. A
esto se agrega, según mi visión, la práctica autoritaria gestada desde los
comienzos de la conformación del Estado Moderno.
Más allá del Peronismo:
¿Se puede
explicar esa lucha fraticida por la
emergencia del movimiento Peronista? Personalmente creo que las raíces del
debilitamiento institucional están en la propia conformación del Estado Moderno,
configurado por lo que la iconografía asoció con la generación del 80 y que yo
he tratado de desentrañar en los 4 artículos precedentes de esta serie.
El peronismo, en todo caso, es una resultante del quiebre institucional que vivió el país en el período que inicia Uriburu y que culmina con el derrocamiento del Presidente Castillo. Su impronta es definida por la emergencia de una dupla “Juan y Eva Perón” de características iconoclastas que logra romper con el statu quo al proponer, a través de una intensa acción política, una identidad social diferente, signada por formas autoritarias. Esto a la postre redundó en la división de amigos y enemigos, lo que quebró las bases de la estabilidad democrática. Un proceso que surge dentro de un amplio espectro de alianzas, pero en el que el nacionalismo católico imprime su fuerte sello ideológico.
Perón, sin duda, excedía ese sello: tal como lo demostró en el reconocimiento y apoyo
al estado de Israel y su posterior apertura hacia los EEUU, pero sin duda la
Iglesia se sentía como una parte fundamental del proyecto. Considero que es necesario comprender
que el movimiento emerge de un
golpe militar y que fue precedido por más de una década signada por el fraude, la
arbitrariedad y el despotismo, con lo que se trataba de menguar el impacto de una profunda crisis del sistema
capitalista. Una etapa llena de
paradojas en el que la
oligarquía hace prevalecer sus intereses por sobre el valor de la democracia.
La década del 30 como
basamento del futuro
En 1930, el general José Félix
Uriburu puso fin a la democracia iniciada en 1916, a través de un golpe de
Estado con el que destituyó al presidente Hipólito Yrigoyen.
Por boca de Matías Sánchez
Sorondo, los sectores que habían ostentado el poder político y económico hasta
al advenimiento de la primera presidencia de Yrigoyen recuperaron con impunidad
el control del aparato del Estado.
“Nuestra ciudad,
portavoz desde la independencia del país entero, volcó sus muchedumbres a las
calles. Fue una popularidad representativa. Significó la aceptación de la
revolución por sí misma, con indudable desapego respecto de otras posibles
soluciones legales. Conviene tenerlo en cuenta. Ello destruye la hipótesis de
una conjuración artificiosa urdida en la sombra para desalojar el poder del
mandatario del pueblo. No más allá de las expresiones partidarias, la
revolución adquirió, repito, una auténtica plenipotencia representativa”.
Sánchez Sorondo expresaba que el
presidente había sucumbido porque la sociedad en su conjunto no había salido a
defender la institucionalidad.
De hecho, la asonada en favor de
la clase dominante explicitó de la peor manera posible que la administración
del aparato del Estado no resguardaba sus intereses ante una realidad que
devenía en caos.
El pueblo no se movilizó contra
este golpe. Incluso sectores del estudiantado universitario fueron
prescindentes o apoyaron la destitución.
Luego esto cambiaría, pero la
suerte de la denominada “década infame” estaba echada.
El presidente Yrigoyen, líder
personalista, no pudo apreciar que su identificación con los intereses del
conjunto de la sociedad no alcanzaba para dar respuestas al malestar social y
político. Además, erosionaba su poder las divisiones dentro de su propio
partido, los ministros que peleaban por la sucesión y la lentitud en el
accionar de Gobierno, ignorante de la magnitud de los problemas.
Esta situación de fuertes
tensiones internas, la división del Partido Socialista, la indiferencia del
movimiento obrero y la acción de los medios – en especial, del diario Crítica–
influyeron para que la heterogénea e importante clase media se comportara pasivamente
ante un cambio que trastrocó un proceso político de 70 años de perdurabilidad.
La población, carente de sentido
de identidad y de tradición institucional, no salió a defender un orden que, en
lo político, aparecía como descontrolado y carente de respuestas a las
necesidades de los diferentes sectores sociales. En especial, al temor que despertaba
la magnitud de la crisis mundial.
Sociedad aluvional
Argentina, en esa época, podría
describirse como una sociedad de característica aluvional. Una parte de ella
–la clase media ligada a actividades mercantiles y agropecuarias– sumamente
ambiciosa en términos sociales y económicos. Una clase obrera que bregaba por
sus derechos, y masas de trabajadores rurales en el interior.
Recién en la década de 1920, un
importante número de hijos de inmigrantes se incorporaron al servicio militar
obligatorio. El sistema educativo, objeto de tantos desvelos, demostró no ser
suficiente para resguardar una cultura institucional que nunca había
trascendido lo formal, tal cual lo predijo Joaquín V González en Discurso del
Siglo.
*Dr.
En Ciencia Política (UNC_CEA) Editor del Blog Miradas Políticas y otros
enfoques. Profesor de posgrado en seminarios de Liderazgo y Análisis
Estratégico. Su último libro, “1918. Raíces
y Valores del Movimiento Reformista” (UNC Edit. Colección Reforma)
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