Presente y Pasado: "Argentina, un Estado a la deriva" - 2° parte

 



En el escrito precedente, (publicado el sábado 08 de noviembre en este Blog), me detuve en diversas causas que redundan en el comportamiento anómico del Estado. 
En el presente, intento profundizar uno de los problemas medulares: la inexistencia de acuerdos inter temporales, requisito fundamental para resolver conflictos y evitar la deriva que caracteriza la historia política de Argentina.


Crisis de hegemonía

He señalado que el modelo oligárquico, por su metodología y práctica en el uso del poder, constituye un modelo de dominación no hegemónico. Es importante precisar la diferencia conceptual.

Cuando hablamos de clase dominante, nos referimos a aquellas fracciones sociales que detentan el poder económico estructural mediante la propiedad de los medios de producción, financieros, tecnológicos e incluso de los medios de comunicación. Por su gravitación, ejercen influencias por fuera de la legitimidad democrática, lo que deriva en políticas de Estado que impactan en la vida social y política.

El concepto de hegemonía surge con claridad de los estudios de Antonio Gramsci (1927/35). Supone que una fracción social, detentando el poder económico estructural, tiene la capacidad de generar una clase dirigente consustanciada con un proyecto inclusivo que articule el consenso social y ejerza una dirección moral e intelectual sustentada en valores comunes.

La diferencia entre hegemonía y dominación se visualiza con claridad en la llamada década infame: golpe de Estado, fraude, imposiciones, persecuciones para preservar los intereses de la oligarquía. Se diluyen los valores comunes al desconocer la legitimidad democrática. La sociedad se escinde. Esta situación se repite tras la caída del gobierno de Perón.

El intento del gobierno peronista adolece de una situación inversa: busca construir una hegemonía popular articulando un discurso integrador, basado en la justicia social y el liderazgo carismático. En la práctica, excluye sectores medios y liberales. La proscripción, el autoritarismo y el conflicto con poderes fácticos erosionan su legitimidad. Portantiero analiza estos límites en “Estudios sobre el peronismo” (1983).

Natalio Botana (1997), desde otra perspectiva ideológica, señala que el liderazgo de Perón se apoya en una legitimidad carismática y plebiscitaria que desborda los marcos institucionales. Destaca que el proyecto peronista subvierte los principios liberales (división de poderes, alternancia, pactos constitucionales), sin lograr reemplazarlos por un nuevo orden legítimo. Concluye que su hegemonía fue efímera y conflictiva, incompatible con la estabilidad democrática liberal.

 

En síntesis:

  • Portantiero ve el fracaso como una imposibilidad estructural de articular un bloque histórico que integre clases subalternas y dominantes. El peronismo queda atrapado en un conflicto irresuelto que impide la hegemonía.
  •  Botana interpreta el fracaso como resultado de la tensión entre liderazgo carismático e institucionalidad liberal. El peronismo desborda los marcos republicanos sin lograr una síntesis constitucional legítima.

Toda la historia posterior a la caída del gobierno de Perón se define por el enfrentamiento de intereses que responden a visiones distintas sobre el rol del Estado y los fundamentos de un desarrollo integrador. El proceso fincado en el ideal del desarrollismo industrial sufre una derrota total por la anarquía creciente en los setenta y el golpe de gracia de las políticas destructivas de Martínez de Hoz, orientación neoliberal convalidada por la administración de Menem. Un sector de la clase dominante, respaldado por un gobierno dictatorial logra debilitar fuertemente al sector industrial generado por las políticas de sustitución de importaciones.

 

En Democracia

La experiencia histórica del regreso democrático demuestra que preservar la fórmula democrática no garantiza la existencia de un discurso hegemónico. Desde esta perspectiva, la anomia es el reverso de la hegemonía. Es decir, al no existir una clase dirigente capaz de generar consenso, el Estado no logra producir legitimidad, y la sociedad se fragmenta en fracciones que compiten por imponer su propio interés.

El acceso de Duhalde al poder en enero de 2002 expresa con claridad el vacío de hegemonía. No surge de una voluntad colectiva ni de una síntesis de intereses, sino del pánico de las élites ante la disolución del orden. No tiene ninguna posibilidad de generar un proyecto de largo plazo, solo tiene capacidad para ordenar el marasmo social producido por la crisis del 2001.

Las situaciones descriptas desembocan en lo que O’Donnell (1973/94) llama democracia delegativa: forma de gobierno donde el líder, legitimado por el voto, actúa sin rendición de cuentas efectiva, lo que erosiona la calidad democrática y reproduce una cultura política autoritaria, incompatible con los principios liberales de división de poderes y deliberación pluralista. La democracia delegativa, constituye otra fuerte traba al consenso inter temporal, por el hecho de desconocer la esencia democrática en términos del devenir.

Sin élites

Esta deriva sin rumbo y la permanente declinación contribuye a diluir el concepto de élite, entendida como referentes políticos y sociales creíbles por sus trayectorias y capacidad de abordar la complejidad institucional. Esto se agravará en un mundo de redes que transforma todas las interrelaciones sociales y políticas.

*Eduardo Dalmasso - Dr. en Ciencia Política.

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