HABLANDO DE LÍDERES - V
HABLANDO DE LÍDERES - V
Por Eduardo Dalmasso*
¿Cómo los distinguimos?
No es
fácil distinguir un líder de quien no lo es. Solemos pensar que son líderes los
que tienen roles codiciados en el campo empresario, político, deportivo,
de la salud, etc. El tema es que líderes auténticos son aquellos que facilitan
el crecimiento de las personas bajo su influencia, de forma que estos eleven su
autoestima, su afirmación personal, y sobre todo el sentido de dignidad de su
existencia. Claro, esto exige mucho de los líderes: claridad respecto a lo que
se aspira, reconocimiento de la misión que define como clave para recorrer un
camino, capacidad de aprender, pero también de desaprender en el mismo nivel de
importancia, gran capacidad de empatía y una clara actitud hacia la escucha
activa. Sus conocimientos, su experiencia y capacidad de observación serán su
basamento.
No
hay líderes ideales, en los casos que presenté en esta columna para cuestionar
estereotipos quedó muy en claro: (Alfil Diario 17-09). Sin
embargo, aprecio que más allá de las debilidades propias de la imperfección humana, los líderes auténticos, para conseguir o
acrecentar su dominio personal, reflexionan mucho sobre sí mismos a los efectos
que su autoconocimiento les permita administrar sus emociones, controlar sus
impulsos y sostener su capacidad reflexiva.
Reitero, que la decisión de ser un líder auténtico obliga a estos
personajes a un esfuerzo muy superior a la de sus seguidores.
Un
ejemplo:
“Mientras salía por la puerta y me dirigía hacia la verja
que me llevaría a la libertad, sabía que, si no dejaba atrás el odio y el
resentimiento, seguiría encarcelado"
Nelson
Mandela estuvo 27 años en una cárcel sudafricana, y seguramente pasó por todas
las etapas que vive una persona privada de su libertad: amargura, odio,
tristeza, y sin embargo pudo trascender sus estados emocionales en función de
una finalidad trascendente: contribuir a
la reivindicación ciudadana de sus congéneres de raza negra. La conducta de Mandela, mucho se parece a la
determinación de Viktor Frank de sobrevivir dentro de un campo de concentración
nazi, relato que se expresa en “El hombre en busca de sentido”.
El
nivel de conciencia de Mandela, fue lo que lo transformó en un observador nato, en
un aprendiz permanente de la realidad, por ello tuvo mucho que desaprender y reflexionar. Esto, creo, es lo que le permitió luchar contra el “Apartheid”
desde una perspectiva diferente a la que sostenía en su juventud. Desde esta mirada,
no considero que este líder haya ignorado que tendría que hacer un esfuerzo
igual de importante en persuadir a sus camaradas negros, respecto de que era necesario
negociar con los blancos y compartir con ellos la vida ciudadana. Para entender
esto, hay que darse cuenta de la historia de segregación y violencia que
vivieron los miembros de las diversas tribus africanas durante un largo período
de la historia colonizadora.
Lo que he señalado, es justamente lo que distingue un líder auténtico de un demagogo o de un facilista verborrágico.
Mandela pudo plasmar su objetivo
de restaurar la dignidad de su pueblo, no solo por su inteligencia y capacidad
de negociación, que obvio lo destacaban, sino por su autoridad moral, aspecto
que irradiaba como consecuencia de su probado sacrificio y lealtad
inclaudicable.
Sobre la autoridad moral
La
autoridad moral, diría, es el blasón de nobleza que distingue a estas personas
que tratan de buscar la coherencia harto difícil de pensar, decir y hacer
trazando una línea de transparencia a lo largo del tiempo. Cabe decir: sin
transparencia no hay autoridad moral. Este
ejercicio de vida es lo que hace que sus seguidores lo respeten, y no tomen en
cuenta sus imperfecciones o debilidades humanase. El líder auténtico no es un
santón, pero si es una persona fiel a sus principios, y por ello creíble en lo
que lo define en ese rol. El liderazgo del sudafricano es un buen
ejemplo, porque en el predominó una visión de futuro sobre la del pasado, y porque
desarrolló una trayectoria que sostenía su credibilidad ante
las decisiones más difíciles que entendía había que tomar. Su búsqueda de
trascendencia se revela con crudeza en la siguiente afirmación:
“La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho
lo que él considera como su deber para con su pueblo y su país, puede descansar
en paz. Creo que he hecho ese
esfuerzo y que, por lo tanto, dormiré por toda la eternidad”
En un
líder político esto que decía resuena como épico, pero no es necesario pensar
solamente en ese plano. Cuando uno se reconoce en una misión: deportiva, empresarial, científica, educativa,
intelectual, espiritual o simplemente dentro del mundo del trabajo, lo que cabe
es reflexionar si lo que uno hace trasciende el interés personal o nos perdemos
en solazarnos en el ego. En suma: dominar el ego, quizás es la tarea más difícil.
Se
puede tener una empresa con 20.000 trabajadores, “un
imperio”, y sin embargo no confundirse. ¿Qué sería no confundirse? Para mí el no
olvidar que todo ser humano es digno de respeto, y que el poder, si no es para
algo trascendente, se transforma en una prisión, siendo la peor de ellas, la
soberbia. La soberbia nos cierra toda posibilidad de vida espiritual y es la
puerta de entrada
al síndrome de Hubris.
· *Dr. en
Ciencia Política. Profesor de posgrado universitario en desarrollo de líderes y
análisis estratégico. Editor del Blog: Miradas Políticas y Otros enfoques. Su
último libro “1918. Raíces y valores del movimiento reformista”
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