HABLANDO DE LÍDERES - VI

 HABLANDO DE LÍDERES - VI

Por Eduardo Dalmasso*

Alberto Rigail, un distinguido profesor ecuatoriano, cita a Joseph Campbell para rescatar el concepto de héroe. Idea a la que este antropólogo llega a partir de examinar, desde Grecia hasta los Incas, a cientos de mitos y leyendas con el objetivo de encontrar puntos comunes para dilucidar, a partir de sus diversas historias, si existe un patrón sobre las ideas que configura la humanidad de estos celebrados y admirados personajes.

Para Campbell el héroe es el hombre o la mujer que ha sido capaz de combatir y triunfar sobre sus limitaciones históricas, personales y locales. Agrega que, por ese objetivo de superación, el héroe es quien resulta capaz de abandonar su comodidad y cruzar un umbral para emprender un viaje que lo lleve a un mundo extraordinario, donde se conquista a sí mismo y logra sus objetivos, conectándose con algo mayor que él. Estos personajes trascienden desde el mundo físico al mundo espiritual.

El heroísmo implica entonces estar dispuestos a transitar un viaje con un propósito, y aceptando todas las consecuencias derivadas del trayecto que emprende. El héroe crece y sufre en el viaje y aprende a compadecerse de otros y a tener compasión por sí mismo; pero al final siempre recibe una recompensa: ¡la sabiduría y la sensación de que su vida valió la pena!

Esos individuos, siguiendo el pensamiento del antropólogo citado, buscan el logro que implica entender cuál es el sentido de su vida y, así motivados,  actúan  tratando de arribar a ese nivel de conciencia.  Los más poderosos son aquellos que reverencian la vida y sostienen una gratitud permanente por estar vivos y poder maravillarse ante las diversas manifestaciones de la naturaleza humana y física. Esto no significa otra cosa más que el vivir con intensidad porque se es capaz de superar el pasado y el futuro.

Concordamos con Campbell en que toda vida tiene su limitación y, al desafiar ese límite, lo estamos llevando más cerca de nosotros: “Los héroes son los que inician sus acciones, sea cual sea el destino que pueda resultar. Lo que sucede es, en consecuencia, función de lo que hace la persona.”

Podemos comprender entonces que los seres humanos necesitamos superar la rutina. Y que en la medida que lo logramos, nos sentimos más dignos y armónicos con nuestra existencia.

La rutina, que en muchos aspectos de nuestra práctica diaria es ineludible, solo la aceptamos   bien cuando nos sentimos portadores y jardineros de un sueño. Vale decir, cuando nos sentimos hacedores de algo esencial y reconocemos que por ello debemos soportar esa rutina,  de manera tal que podamos así, enriquecer   nuestra  sensación  de plenitud.

¿Qué es un sueño?  Algo que nuestro espíritu y nuestro cuerpo reclaman como una posibilidad de realización y transformación.

Sabremos que una visión es realmente propia cuando refleje nítidamente nuestros sueños y nos incite a la acción, facilitando  el despliegue de la adrenalina adecuada, en forma concurrente a la armonización de nuestro espíritu, cuerpo y mente.

La adrenalina fluye porque toda visión, al responder a nuestros deseos más profundos, tiene que aceptar desafíos, que serán tanto más fuertes según el destino que nos asignemos. Por otra parte, la incertidumbre y las dificultades son propias del estado natural y esto, ya de por sí, produce tensión y cierto grado de temor.

Al temor solo lo vence la convicción de que la realización de nuestros sueños implica encontrarnos con nosotros mismos. Este encuentro es justamente lo que conduce a la armonía; es obvio que para armonizarnos necesitamos conocernos y meditar sobre nuestras necesidades más profundas. Y esto, es una práctica.

La seguridad sobre nuestro destino y el saber qué expresan nuestros sentimientos más profundos, nos permite ver realidades y caminos que otros no podrán ver o no estarán dispuestos a sostener. Es por esto que los jardineros de una visión imaginan y ejecutan acciones que otros consideran irrazonables; esos otros, que son muchos, corren el riesgo de no encontrar su propio camino, de ser abatidos por la rutina y el aburrimiento. La paradoja de una visión bien cultivada es que no hay que buscarla en algún punto del horizonte, sino en nuestras propias profundidades.

Jorge. Bernard Shaw decía, con singular agudeza:

“Las personas razonables se adaptan a las circunstancias. Los irrazonables adaptan las circunstancias a sí mismos.

El progreso depende de las personas irrazonables.

Ser irrazonable no es lo mismo que no ser realista.

Ser irrazonable significa actuar de una manera que es inconsistente con la sabiduría convencional y el sentido común”.

 

* Dr. en Ciencia Política. Profesor de posgrado universitario en desarrollo de líderes y análisis estratégico. Editor del Blog: Miradas Políticas y Otros enfoques. Su último libro “1918. Raíces y valores del movimiento reformista”

Comentarios

Entradas populares