Emperador Adriano: Líder y Estadista (8)
La persona de Adriano
* Por Eduardo Dalmasso
El escrito de Marguerite Yourcenar va descubriendo la personalidad de Adriano. Una dinámica atravesada por una constante: la idea de superarse a sí mismo. Pasó de la escuela española a una en Roma bajo la dirección de un maestro excepcional para proseguir sus estudios en Atenas, a la que consideraba la cuna de la cultura. Sus inquietudes en esta estancia se revelaron por completo: No solo filosofía y lógica fueron objetos de sus aplicaciones, sino también incursionó en la medicina y profundizó el estudio de las constelaciones cuyos primeros pasos habían sido dados de la mano de su abuelo. En el mismo tenor sus especulaciones sobre la relación entre el cuerpo y alma.
Adriano lograba conjugar la vida virtuosa y austera de un soldado o del gobernante que se asume como servidor, con su vida privada en la que daba lugar a sus emociones sexuales y sus pasiones. Para el: “la moral es una convención privada; la decencia es una cuestión pública; toda licencia demasiado visible me ha hecho siempre el efecto de una ostentación de mala ley” (pag. 91)
Una impronta lo identifica: “en cuanto a mi, busque la libertad más que el poder, y el poder tan solo porque en parte favorecía la libertad.” Y en ese cometido apunta: “la gimnastica me ayudaba a ello; la dialéctica no me perjudicaba.” (pag. 41).
Era capaz de entrever lo común y lo diferente. Así reconocía que había muchos dioses en cada uno de los pueblos que constituían el Imperio, y que cada dios romano tenía su análogo en la cultura griega (a muchos simplemente se les cambiaba el nombre griego por el romano), destacaba que los dioses griegos tenían analogía con ciertas deidades egipcias y de otras culturas. En su trayectoria se destaca su experiencia en diferentes ritos que le permitían conocer el trasfondo de distintas culturas y un paulatino reconocimiento que la constelación de dioses representa: anhelos, inquietudes, miedos y esperanzas de los humanos cualquiera sea el pueblo que integraran. Desde esa mirada observaba al pueblo judío, este totalmente ajeno a su concepción del mundo. El culto a los emperadores era una práctica que se remontaba a Augusto, de hecho, una religión civil. El propio Adriano, diviniza su joven amante “Antinoo” quien fallece a los 20 años, erigiendo diversos templos en su honor y recuerdo.
La aspiración de Adriano: “Entreveía la posibilidad de helenizar a los bárbaros, de aticizar a Roma, de imponer poco a poco al mundo la única cultura (…), que ha inventado una definición del método, una teoría de la política y de la belleza”. (pag. 65)
Israel en llamas
Adriano, el fundador de ciudades destinadas al desarrollo de los negocios del Imperio (Plotinópolis-Andrinópolis-Antínoe-Adrianoterea) (pag. 69) y amante de la paz, ya había observado a propósito de la rebelión contra los avances de Trajano, que el pueblo de Israel, más allá de hacer causa común con los árabes contra la guerra, “aprovechaba para lanzarse contra un mundo de que la excluían sus furores religiosos, sus singulares ritos y la intransigencia de su dios”. (pag.73)
No mide la resistencia que su proyecto de hacer de Jerusalén una nueva ciudad romana le provocaría: “La buena administración de Judea y los progresos del comercio oriental requerían el desarrollo de una gran metrópoli en esa encrucijada de caminos. Imaginé la capital romana habitual” (pag. 152)
La reacción fue inmediata: “La sinagoga de Jerusalén delegó a su miembro más venerado, el nonagenario Akiba, para que me instara a renunciar a los proyectos en vías de realización”. (pag. 157). Un diálogo de sordos por sostener concepciones absolutamente diferentes. Para Adriano, Akiba era un sectario. Avanza con las obras e incluso abre escuelas para enseñar letras griegas que escandalizó al clero. No midió que no solo se trataba de un nacionalismo religioso, sino un conflicto racial y cultural entre judíos y griegos.
La rebelión estalló bajo la inspiración de Simeón, quien se hacía llamar Bar-Koshba, Hijo de la Estrella, (pag. 190) Jerusalén cae en manos de los insurgentes y los barrios nuevos de Elia Capitolina ardieron como una antorcha. Las primeras legiones alistadas para sofocar la rebelión son derrotadas, por lo que Adriano llama a uno de sus mejores generales para combatir una guerra de guerrillas y escaramuzas que con suma valentía operaban los judíos rebeldes. Llevó 3 años a los romanos reconquistar Jerusalén. Todos los intentos de negociación fracasaron. Los insurgentes preferían morir a rendirse. (pag. 193)
El poder romano se impuso, se prohibió el estudio de la ley judía y se expulsó a los judíos de su ciudad: “Judea fue borrada del mapa y recibió conforme a mis órdenes el nombre de Palestina.” (pag. 201) 90.000 legionarios y 600.000 judíos perecieron. La guerra fue atroz. Cientos de ciudades y aldeas destruidas y saqueadas. Elia Capitolina fue erigida otra vez, pero a escala más modesta. (pag. 201)
Adriano se reprochaba: “No lo niego: la guerra de Judea era uno de mis fracasos. No tenia la culpa de los crímenes de Simeón ni de la locura de Akiba, pero me reprochaba haber estado ciego en Jerusalén, distraído en Alejandría, impaciente en Roma.(…) no había sabido ser lo bastante flexible o lo bastante firme a tiempo. (pag. 193)
*Doctor en Ciencia Política. Editor del Blog. Miradas Políticas y otros enfoques.
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