Construcción Regional (2)
El 11 de septiembre es una fecha especial por muchas cosas. Pero en América Latina se vivió un momento bisagra a partir del derrocamiento del Presidente socialista Salvador Allende en 1973, en Chile.
Con la intención de alimentar la nueva sección “Construcción regional”, expongo una crónica del momento que hé vivido el día del Golpe de Estado, con el apoyo determinante de los Estados Unidos. De allí las consecuencias que implica imponer un gobierno militar para frenar con los sueños de una revolución.
Van a encontrar un texto diferente a los expuestos, pero no creo que sea de menor importancia. Considero que describe una situación en la que el objetivo de lograr una sociedad con justicia social no concluye nunca, pero ¿qué otra alternativa queda si no es apuntar a ella?
Son bienvenidos los innumerables puntos de vista que puedan existir.
La revolución es un sueño eterno
Estábamos tomando el café, con Sergio Valdebenito y Enrique Ferreyra, cuando escuchamos las noticias que todos esperábamos. El Gobierno nos alertaba de la traición del general Pinochet y del movimiento de tropas en dirección a la Casa de la Moneda.
Ya había sucedido la asonada de junio. Ésta fue un alerta que no pasó a mayores, pero flotaba en las movilizaciones la sensación que un enfrentamiento preponderante era inminente.
Un millón de personas se manifestaron el 4 de septiembre, principalmente en Santiago. Tanta gente, tanto pueblo, tanta alegría, no fue suficiente para parar un ejército disciplinado y con el claro objetivo de derrocar, no sólo un gobierno, sino su intento de cambio de sistema.
Estábamos atentos. Sergio y Enrique, en esa previa noche, habían dormido en nuestro departamento capitalino esperando instrucciones que nunca llegaron. Las discusiones sobre el modelo de cambio político social eran interminables y entre nosotros no fue una excepción. Si mal no me acuerdo, pudimos acordar que el intento de cambio había navegado entre las acciones de los activistas ultras. La intención de conformar un bloque político social para la concreción de las reformas hacia un capitalismo de Estado inclusivo: Una reforma agraria dentro de un proceso inflacionario, acentuado por las maniobras de especulación y el lock out de los camioneros.
En suma, el cuadro existente, en los meses que precedieron a la muerte del político más coherente que he podido vislumbrar en mis años de vida, era caótico. Coherente en su dignidad, coherente en sus valores; por supuesto, también un ser humano con errores, como lo demostraba el propio cuadro de desinteligencias del gobierno y resultados negativos del propio proceso que lideraba. En verdad, era un demócrata, pero ni él, ni su Gobierno, tomaron conciencia práctica que lo que se estaba jugando no era independiente del campo de disputa entre el campo socialista liderado por la URSS y el campo capitalista liderado por EEUU. Un Estado dentro de una situación que le limitaba la libertad. Todavía, la implosión de la URSS no se vislumbraba.
Nos miramos y hablamos hasta que uno de nosotros expresó: “No podemos quedarnos quietos, este es nuestro gobierno. Este gobierno, con sus errores y aciertos, ha cambiado la vida del pueblo chileno”.
Sergio estaba como atontado, en su experiencia de vida lo militar no entraba ni podía dimensionar. Era hijo de un trabajador, Ingeniero Comercial, militante del partido socialista, inteligente, agudo, ducho en los juegos universitarios. Otro, de los que quizás por ser parte de un partido que hacía galas de exitismo revolucionario sin serlo, le costaba digerir lo que estaba sucediendo. Enrique se mostraba asustado. Él era un médico cordobés, amigo de la bohemia, simpatizante de la Unidad Popular, más proclive a la música que a la lucha. Todo lo que estaba pasando, como a muchos que estábamos en Chile en 1973, le parecía una pesadilla. No era lo que nos estaba sucediendo lo que esperaban.
Saludamos a mi mujer, supongo que sintiéndonos héroes y sin saber bien lo que nos esperaba, nos subimos a mi Citroën 3cv y enfilamos. Tomamos un teléfono de campaña y nos dirigimos hacia la casa de “El Gringo” Lorenzo. No habíamos hecho muchas cuadras cuando nos topamos con la columna militar, a una distancia de cuatro ó cinco cuadras de la Casa de Gobierno. Un suboficial nos detuvo para preguntarnos dónde nos dirigíamos y pedirnos los documentos, con suma amabilidad. La reflexión que tuve luego, sobre ese momento, es que gran parte de la tropa no tenía en claro que el cometido era derribar y hasta matar al Presidente si fuera necesario. Si bien nosotros no teníamos seguramente pinta de militantes, según las películas de revolucionarios, estábamos atravesando las filas. Dos éramos extranjeros y, si la indagatoria hubiera sido dura, mal podíamos justificar qué hacíamos en un día de pleno enfrentamiento en ese lugar y a esa hora. Luego fue diferente, muerto el “chicho” y desbarrancado el gobierno, los movimientos de las fuerzas armadas se me asemejaban al terror nazi, según las películas americanas. Daban miedo.
Superada esa instancia, continuamos con una palidez cadavérica pero había que llegar a lo de “El Gringo”. Él era un artesano que, con su mujer y su hija, luego de trabajar en Kaiser Argentina, decidió irse a Chile para trabajar por la revolución. La casa que ocupaba, medio derruida, había sido seguramente principezca muchos años atrás. Lo recuerdo como un soñador que vivía de la artesanía y que hacía gala de un discurso de transformación social, que lo encuadraba dentro del proceso allendista. Por esa casa pasaba todo el mundo afín a la Unidad Popular y también gente que no podía permanecer en la Argentina, fundamentalmente del E.R.P. Personajes que me parecían rarísimos, uno de ellos pintaba magistralmente.
Ávidos de noticias, nos lanzamos decididos para llegar y alistarnos en la defensa del gobierno. Todos los meses anteriores, mi humilde Citroën había servido de transporte de elementos necesarios para prevenir el golpe o contraatacar.
Fieros revolucionarios de América Latina estaban presentes en ese convulsionado Chile, la fiebre rebelde nos inundaba y, para eso, miles de activistas saldrían como un solo hombre a defender el proceso. Dentro de esos miles, me había tocado actuar con un grupo de venezolanos y colombianos, más chilenos por supuesto. Nos sentíamos revolucionarios. Sin embargo, no las tenía todas conmigo; nunca estuve de acuerdo con esos desmadres de tomar desde pizzerías a invadir pequeñas propiedades agrarias en nombre de una revolución que, a lo sumo (como se demostró después), podía aspirar a un profundo cambio social. Ante esos hechos, el gobierno estaba atado de manos. Su práctica y el discurso se lo impedían, la extrema izquierda no daba tregua y el proceso inflacionario y escasez desbordaba la paciencia de los sectores más conservadores de la sociedad y no sólo de ellos. Sus brillantes Ministros de Economía fueron sobrepasados por las demandas, la consecuente inflación y la especulación. Los militantes y la clase obrera estrechaban filas pero el resto se embanderaba en la oposición.
En el desfile del 4 de septiembre, no sé porque se me ocurrió que la felicidad que emanaba de los rostros de quienes desfilaban, seguramente también habría nacido de la misma forma en los trabajadores peronistas. Pero, al igual que en el 55’ de Argentina, estas movilizaciones no fueron suficientes.
Nunca entendí, quizás por mi experiencia de Argentina y mis años de Liceo Militar, el discurso de Carlos Altamirano Orrego[1] en el estadio Caupolicán[2]. Incitaba a la división de las fuerzas armadas, explicitaba que estaba seguro que un sector apoyaría al gobierno. Me pareció, a pesar de mi juventud, de una ingenuidad y peligrosidad manifiesta. Expresaba sí, el ardor de un revolucionario pero al mismo tiempo un desconocimiento supino de lo que se estaba jugando. En realidad ya era tarde y con su discurso seguramente precipitó el triunfo de los duros. Por otra parte, los ejercicios de movilización generados dentro del Partido Socialista, eran de una precariedad y desorganización manifiesta. Por supuesto, vastos sectores de los partidos de izquierda esperaban otro apoyo de la URSS, sin embargo no fue así. La larga permanencia de Fidel en Chile, tampoco ayudó. En el tablero mundial, Chile no era prioritario para la Unión Soviética y sí para el poder imperial de EEUU. Los hechos lo demostraron.
Fuera de esas cavilaciones, nosotros seguíamos nuestro rumbo, para alistarnos. Llegamos, nos metimos rápidamente en la sonanbulezca casa, sorteando vigas caídas y salones vacíos. No me acuerdo bien, pero creo que llegamos a la antecocina. En la misma, con forma de u, estaban sentados en el suelo los compañeros revolucionarios y Miguel, escuchando las noticias. Nos sumamos con mis compañeros y, después de tratar de conocer qué es lo que habían pergeñado ante la compleja situación tan experimentados cuadros, me dirigí al jefe del grupo.
- ¿Qué hacemos? ¿Qué hay que hacer? ¿Cómo está organizada la resistencia? – Sabía quién me dirigía por las acciones en las que habíamos colaborado con mi Citroën.
Carlos, el médico, me mira, nos observa quedamente y, en esa eternidad que nos sacude cuando estamos inmersos en un estado de ansiedad, nos dice:
- Nada.
- ¿Cómo nada? ¿Qué hay de todo lo que hicimos? – Expreso.
- Lamentablemente nada, es imposible defender. Nada.
No lo podíamos creer, pero si esta gente supuestamente entrenada para la acción se manifestaba de esa manera, ¿qué podíamos hacer nosotros? Universitarios devenidos en revolucionarios.
Luego, lo que sabemos: El Presidente muerto heroicamente, el terror con tanques en las calles, patrullas permanentes, entradas a las viviendas de cualquier sospechoso, la huida, campos de concentración, un nuevo orden social. En el intertanto, mis amigos asilados: uno en la Embajada de Bélgica, el otro en la de Alemania, otros que en esos días no estuvieron conmigo o murieron, se recluyeron o se anularon de la vida pública, en el mejor de los casos. Al poco tiempo, yo regresaba a mi amada ciudad, donde también se vendría la noche.
En el devenir, a partir de la derrota plebiscitaria de Pinochet, los dirigentes de la concertación luego de su exilio, administran el modelo impuesto, se reconocen en su verdadera clase social y atienden las nuevas realidades. Sin embargo, y no solamente por las movilizaciones estudiantiles, toca actuar dentro de un modelo que muestra claros signos de agotamiento. Las manifestaciones, emergentes en la actualidad, son la fiebre que revela el acontecimiento de un nuevo cuadro de situación y de nuevos dirigentes. Final abierto, dada la composición social de Chile.
Creo que ha llegado la hora de reivindicar a un gran patriota latinoamericano. Para mí está claro, la democracia es el norte. Dentro de ese proceso, las libertades son esenciales para la dignidad del ser humano, la justicia social su condición manifiesta. Han pasado 43 años y todavía me recuerdo del surrealismo en que estábamos insertos.
Salvador Allende: Monumento a la dignidad y a la coherencia.
[1] Secretario General del Partido Socialista.
[2] Teatro en Santiago de Chile.
Con la intención de alimentar la nueva sección “Construcción regional”, expongo una crónica del momento que hé vivido el día del Golpe de Estado, con el apoyo determinante de los Estados Unidos. De allí las consecuencias que implica imponer un gobierno militar para frenar con los sueños de una revolución.
Van a encontrar un texto diferente a los expuestos, pero no creo que sea de menor importancia. Considero que describe una situación en la que el objetivo de lograr una sociedad con justicia social no concluye nunca, pero ¿qué otra alternativa queda si no es apuntar a ella?
Son bienvenidos los innumerables puntos de vista que puedan existir.
La revolución es un sueño eterno
Estábamos tomando el café, con Sergio Valdebenito y Enrique Ferreyra, cuando escuchamos las noticias que todos esperábamos. El Gobierno nos alertaba de la traición del general Pinochet y del movimiento de tropas en dirección a la Casa de la Moneda.
Ya había sucedido la asonada de junio. Ésta fue un alerta que no pasó a mayores, pero flotaba en las movilizaciones la sensación que un enfrentamiento preponderante era inminente.
Un millón de personas se manifestaron el 4 de septiembre, principalmente en Santiago. Tanta gente, tanto pueblo, tanta alegría, no fue suficiente para parar un ejército disciplinado y con el claro objetivo de derrocar, no sólo un gobierno, sino su intento de cambio de sistema.
Estábamos atentos. Sergio y Enrique, en esa previa noche, habían dormido en nuestro departamento capitalino esperando instrucciones que nunca llegaron. Las discusiones sobre el modelo de cambio político social eran interminables y entre nosotros no fue una excepción. Si mal no me acuerdo, pudimos acordar que el intento de cambio había navegado entre las acciones de los activistas ultras. La intención de conformar un bloque político social para la concreción de las reformas hacia un capitalismo de Estado inclusivo: Una reforma agraria dentro de un proceso inflacionario, acentuado por las maniobras de especulación y el lock out de los camioneros.
En suma, el cuadro existente, en los meses que precedieron a la muerte del político más coherente que he podido vislumbrar en mis años de vida, era caótico. Coherente en su dignidad, coherente en sus valores; por supuesto, también un ser humano con errores, como lo demostraba el propio cuadro de desinteligencias del gobierno y resultados negativos del propio proceso que lideraba. En verdad, era un demócrata, pero ni él, ni su Gobierno, tomaron conciencia práctica que lo que se estaba jugando no era independiente del campo de disputa entre el campo socialista liderado por la URSS y el campo capitalista liderado por EEUU. Un Estado dentro de una situación que le limitaba la libertad. Todavía, la implosión de la URSS no se vislumbraba.
Nos miramos y hablamos hasta que uno de nosotros expresó: “No podemos quedarnos quietos, este es nuestro gobierno. Este gobierno, con sus errores y aciertos, ha cambiado la vida del pueblo chileno”.
Sergio estaba como atontado, en su experiencia de vida lo militar no entraba ni podía dimensionar. Era hijo de un trabajador, Ingeniero Comercial, militante del partido socialista, inteligente, agudo, ducho en los juegos universitarios. Otro, de los que quizás por ser parte de un partido que hacía galas de exitismo revolucionario sin serlo, le costaba digerir lo que estaba sucediendo. Enrique se mostraba asustado. Él era un médico cordobés, amigo de la bohemia, simpatizante de la Unidad Popular, más proclive a la música que a la lucha. Todo lo que estaba pasando, como a muchos que estábamos en Chile en 1973, le parecía una pesadilla. No era lo que nos estaba sucediendo lo que esperaban.
Saludamos a mi mujer, supongo que sintiéndonos héroes y sin saber bien lo que nos esperaba, nos subimos a mi Citroën 3cv y enfilamos. Tomamos un teléfono de campaña y nos dirigimos hacia la casa de “El Gringo” Lorenzo. No habíamos hecho muchas cuadras cuando nos topamos con la columna militar, a una distancia de cuatro ó cinco cuadras de la Casa de Gobierno. Un suboficial nos detuvo para preguntarnos dónde nos dirigíamos y pedirnos los documentos, con suma amabilidad. La reflexión que tuve luego, sobre ese momento, es que gran parte de la tropa no tenía en claro que el cometido era derribar y hasta matar al Presidente si fuera necesario. Si bien nosotros no teníamos seguramente pinta de militantes, según las películas de revolucionarios, estábamos atravesando las filas. Dos éramos extranjeros y, si la indagatoria hubiera sido dura, mal podíamos justificar qué hacíamos en un día de pleno enfrentamiento en ese lugar y a esa hora. Luego fue diferente, muerto el “chicho” y desbarrancado el gobierno, los movimientos de las fuerzas armadas se me asemejaban al terror nazi, según las películas americanas. Daban miedo.
Superada esa instancia, continuamos con una palidez cadavérica pero había que llegar a lo de “El Gringo”. Él era un artesano que, con su mujer y su hija, luego de trabajar en Kaiser Argentina, decidió irse a Chile para trabajar por la revolución. La casa que ocupaba, medio derruida, había sido seguramente principezca muchos años atrás. Lo recuerdo como un soñador que vivía de la artesanía y que hacía gala de un discurso de transformación social, que lo encuadraba dentro del proceso allendista. Por esa casa pasaba todo el mundo afín a la Unidad Popular y también gente que no podía permanecer en la Argentina, fundamentalmente del E.R.P. Personajes que me parecían rarísimos, uno de ellos pintaba magistralmente.
Ávidos de noticias, nos lanzamos decididos para llegar y alistarnos en la defensa del gobierno. Todos los meses anteriores, mi humilde Citroën había servido de transporte de elementos necesarios para prevenir el golpe o contraatacar.
Fieros revolucionarios de América Latina estaban presentes en ese convulsionado Chile, la fiebre rebelde nos inundaba y, para eso, miles de activistas saldrían como un solo hombre a defender el proceso. Dentro de esos miles, me había tocado actuar con un grupo de venezolanos y colombianos, más chilenos por supuesto. Nos sentíamos revolucionarios. Sin embargo, no las tenía todas conmigo; nunca estuve de acuerdo con esos desmadres de tomar desde pizzerías a invadir pequeñas propiedades agrarias en nombre de una revolución que, a lo sumo (como se demostró después), podía aspirar a un profundo cambio social. Ante esos hechos, el gobierno estaba atado de manos. Su práctica y el discurso se lo impedían, la extrema izquierda no daba tregua y el proceso inflacionario y escasez desbordaba la paciencia de los sectores más conservadores de la sociedad y no sólo de ellos. Sus brillantes Ministros de Economía fueron sobrepasados por las demandas, la consecuente inflación y la especulación. Los militantes y la clase obrera estrechaban filas pero el resto se embanderaba en la oposición.
En el desfile del 4 de septiembre, no sé porque se me ocurrió que la felicidad que emanaba de los rostros de quienes desfilaban, seguramente también habría nacido de la misma forma en los trabajadores peronistas. Pero, al igual que en el 55’ de Argentina, estas movilizaciones no fueron suficientes.
Nunca entendí, quizás por mi experiencia de Argentina y mis años de Liceo Militar, el discurso de Carlos Altamirano Orrego[1] en el estadio Caupolicán[2]. Incitaba a la división de las fuerzas armadas, explicitaba que estaba seguro que un sector apoyaría al gobierno. Me pareció, a pesar de mi juventud, de una ingenuidad y peligrosidad manifiesta. Expresaba sí, el ardor de un revolucionario pero al mismo tiempo un desconocimiento supino de lo que se estaba jugando. En realidad ya era tarde y con su discurso seguramente precipitó el triunfo de los duros. Por otra parte, los ejercicios de movilización generados dentro del Partido Socialista, eran de una precariedad y desorganización manifiesta. Por supuesto, vastos sectores de los partidos de izquierda esperaban otro apoyo de la URSS, sin embargo no fue así. La larga permanencia de Fidel en Chile, tampoco ayudó. En el tablero mundial, Chile no era prioritario para la Unión Soviética y sí para el poder imperial de EEUU. Los hechos lo demostraron.
Fuera de esas cavilaciones, nosotros seguíamos nuestro rumbo, para alistarnos. Llegamos, nos metimos rápidamente en la sonanbulezca casa, sorteando vigas caídas y salones vacíos. No me acuerdo bien, pero creo que llegamos a la antecocina. En la misma, con forma de u, estaban sentados en el suelo los compañeros revolucionarios y Miguel, escuchando las noticias. Nos sumamos con mis compañeros y, después de tratar de conocer qué es lo que habían pergeñado ante la compleja situación tan experimentados cuadros, me dirigí al jefe del grupo.
- ¿Qué hacemos? ¿Qué hay que hacer? ¿Cómo está organizada la resistencia? – Sabía quién me dirigía por las acciones en las que habíamos colaborado con mi Citroën.
Carlos, el médico, me mira, nos observa quedamente y, en esa eternidad que nos sacude cuando estamos inmersos en un estado de ansiedad, nos dice:
- Nada.
- ¿Cómo nada? ¿Qué hay de todo lo que hicimos? – Expreso.
- Lamentablemente nada, es imposible defender. Nada.
No lo podíamos creer, pero si esta gente supuestamente entrenada para la acción se manifestaba de esa manera, ¿qué podíamos hacer nosotros? Universitarios devenidos en revolucionarios.
Luego, lo que sabemos: El Presidente muerto heroicamente, el terror con tanques en las calles, patrullas permanentes, entradas a las viviendas de cualquier sospechoso, la huida, campos de concentración, un nuevo orden social. En el intertanto, mis amigos asilados: uno en la Embajada de Bélgica, el otro en la de Alemania, otros que en esos días no estuvieron conmigo o murieron, se recluyeron o se anularon de la vida pública, en el mejor de los casos. Al poco tiempo, yo regresaba a mi amada ciudad, donde también se vendría la noche.
En el devenir, a partir de la derrota plebiscitaria de Pinochet, los dirigentes de la concertación luego de su exilio, administran el modelo impuesto, se reconocen en su verdadera clase social y atienden las nuevas realidades. Sin embargo, y no solamente por las movilizaciones estudiantiles, toca actuar dentro de un modelo que muestra claros signos de agotamiento. Las manifestaciones, emergentes en la actualidad, son la fiebre que revela el acontecimiento de un nuevo cuadro de situación y de nuevos dirigentes. Final abierto, dada la composición social de Chile.
Creo que ha llegado la hora de reivindicar a un gran patriota latinoamericano. Para mí está claro, la democracia es el norte. Dentro de ese proceso, las libertades son esenciales para la dignidad del ser humano, la justicia social su condición manifiesta. Han pasado 43 años y todavía me recuerdo del surrealismo en que estábamos insertos.
Salvador Allende: Monumento a la dignidad y a la coherencia.
[1] Secretario General del Partido Socialista.
[2] Teatro en Santiago de Chile.
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