Raíces de nuestra cultura (2)

El nuevo artículo que alimenta el blog refleja las advertencias y señalamientos que se destinan a analizar la complejidad de nuestra sociedad. Los efectos no esperados de medidas sociales y económicas se consideran como igualmente válidos para cualquier gobierno. En el escrito aparece con claridad lo que indico sobre el significado de la carencia de un sector hegemónico dentro de la sociedad argentina. La prueba de esta tesis es la propia realidad cambiante que nunca culmina. El artículo original fue publicado en La Voz del Interior en abril del 2012, pero fue amoldado a la actualidad, ya que el análisis trasciende los diferentes momentos históricos.


Los límites de la realidad

   Los procesos políticos y económicos expresan comportamientos que suelen escapar a la intención de los gobiernos que los van generando. La acción de gobierno define responsabilidades sobre las consecuencias de sus decisiones, lo que implica no sólo voluntad sino inteligencia estratégica.
   La dificultad mayor que subyace es que, por su propia dinámica, los resultados no son fáciles de prever. El sistema económico, que de por sí es inestable, agudiza esta condición debido a errores en el diagnóstico, fallas en la implementación de políticas o derivaciones de la situación internacional.
   Argentina es un país moderno y complejo, a partir de su configuración social diversa y una débil tradición institucional. Vulnerabilidad que es comprensible cuando nos detenemos a reflexionar en la disputa por el control del Estado, que ha marcado la historia de, al menos, sus últimos ochenta años. El hecho de haber transcurrido más de 30 años de continuidad institucional, no ha impedido hiperinflaciones, adelantos de entrega de gobiernos, crisis de un nivel terminal.
 Lo anterior tiene el sentido de precisar que nuestra realidad, más allá de su alto potencial en lo humano y económico, ha demostrado en el resurgimiento posterior al 2002, que debiera ser considerada con suma prudencia. Debido a que los exitismos y los discursos, que pudieran no contemplarla en su total dimensión, pueden tornarse impotentes ante dificultades que tronchen las expectativas que el propio gobierno ha generado.
   En estas situaciones aparecen no sólo las dificultades, sino que es posible que las contradicciones de intereses, ocultas bajo el importante crecimiento de los ingresos de los distintos sectores, estallen de diversas maneras y en diferentes espacios. Diagnóstico que nos sugiere un campo de fuerzas inestables.
   Emerge la importancia de la cultura de los gobernantes para conducir una burocracia profesional, dentro de un marco estratégico y objetivos muy claros. Obvio, estos no serán compartidos por todos, eso es imposible, pero permitiría aclarar si las diferencias se centran en los objetivos o en los procedimientos.
   Lo expresado nos sumerge en el terreno de la visión y las acciones propias de la concepción política, respecto al cómo y qué construir; lo que supone senderos diversos hacia el objetivo de elevar el nivel de vida, material, espiritual y cultural del conjunto. Es importante no olvidar que los conflictos son inherentes a la vida democrática, siempre y cuando estos no transgredan sus valores fundamentales: las libertades públicas, la libertad de expresión y la autonomía de la justicia.

La inestabilidad del corto plazo

   El problema reside en que la complejidad suele ocultarse cuando los logros de corto plazo satisfacen las necesidades inmediatas e importantes del conjunto social. Cuando esto ocurre, el gobierno corre el riesgo, y en nuestro país ya ha sucedido, quizás por nuestra cultura, de descuidar o no interpretar las consecuencias de determinadas políticas, que tienen que ver con el mediano y largo plazo. Un ejemplo paradigmático podría asociarse a lo que nos sucede en el campo energético hoy, y lo que nos ocurrió con la convertibilidad ayer.
   Errores u omisiones, quizás asociados a la búsqueda de la perpetuación en el poder, por visiones acotadas o por ceguera ideológica. Esto se agrava cuando los equipos técnicos son desplazados de la planificación operativa y se concentran las decisiones en personas que no cuentan con la capacidad necesaria.
   En cualquiera de estas situaciones, cuando las cosas van bien todo es disimulable, pero cuando estallan suele suceder que se comienzan a tomar decisiones de suma importancia estratégica -fundamentalmente en lo político-, de forma anárquica y precipitada. Los significativos problemas que emergen no pueden resolverse en el corto plazo.
   Las decisiones de carácter voluntarista suelen producir desconcierto y daños colaterales que, si se descontrolan, redundan en la aparición de múltiples efectos indeseados. Cuando este cuadro se hace visible produce que diversos actores sociales comiencen a vislumbrar cierta debilidad en los equipos de gobierno, ya que, en forma previa, el ciudadano no está en condiciones de evaluar las consecuencias de distintas decisiones que hacen al comportamiento de cierta complejidad (muchos actores, múltiples intereses que se manifiestan en el largo plazo).

Carentes de brújula

   Argentina carece de un sector social que ejerza algún nivel de hegemonía en el concierto de clases sociales. Ésto significa que no aparece un discurso cultural eficaz, que oriente las acciones políticas y de gestión estatal por fuera de la intuición o capacidad de generar políticas por parte del partido que ejerce el control del Estado. Esta crisis de hegemonía se nos revela muy claramente cuando observamos, en nuestra historia, los golpes de timón constantes en la concepción del Estado, incluso dentro del partido o movimiento con mayor arraigo social. Esto deviene también en la debilidad del discurso, dentro del arco de los diferentes partidos políticos. Existe, por cierto, un tema cultural y de concepción en los partidos de mayor predicamento, que les impide resolver un planteo ideológico definido. Por supuesto, la coherencia ideológica es una condición necesaria, pero no suficiente; la prueba está en la escasa representación de los partidos clasistas.
   A la posible objeción de la falta de cohesión ideológica, cuando existe la práctica del poder, se puede gobernar desde distintas visiones de la realidad, porque hay mejores máquinas electorales que otras y mejores dirigentes políticos para ejercerlo. Justamente es lo que se pensaba del gobierno del ex Presidente Menen, por lo menos hasta su reelección; hoy conocemos las consecuencias de “su modelo”.
   Un ejemplo más reciente. Más allá de los importantes logros que la administración K - desde una visión divergente - ha proporcionado al conjunto de la sociedad, éstos o gran parte de los mismos, están en riesgo, como consecuencia de una visión absolutista. Esta concepción es lo que condujo al olvido o a omisiones fundamentales; ya que todo sistema social requiere de niveles de transparencia, productividad y competitividad crecientes, ante un mundo que mientras más inestable se encuentra, más agresivo reacciona. Importantes logros en el plano de los derechos civiles y humanos, de la ciencia, y aún económicos, se opacaron ante los desafíos que plantearon los problemas -entre otros-  de la provisión de energía, inflación y el sostenimiento de ingresos en los sectores populares.
   En esas condiciones, sólo una gran capacidad de regenerar un discurso que provocase la empatía del conjunto de la sociedad, y una suma claridad en la gestión, podría haber permitido al gobierno sobrellevar la carga de reajustar un modelo que, por propios errores más que por acciones de terceros, y la propia incidencia de la coyuntura internacional, tendría que haberse adecuado a sus reales posibilidades. De otra manera, hubiera sido posible que pocos se presenten como enemigos en razón de la legitimidad electoral. La ilusión que se creó era otra.

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