Construcción Regional

Hoy comienzo una nueva sección a la que denominamos “Construcción regional”. La idea que propongo alude a que lograr el bienestar de los pueblos puede ser una realidad si la búsqueda es el crecimiento en conjunto. La interrelación entre los Estados latinoamericanos, dentro de la complejidad del mundo de hoy, es lo que posibilita que podamos encontrar un camino certero e inclusivo.
En el artículo, expreso el parámetro en el que nos encontramos. El laberinto que presenta un mercado mundial sobreinformado, las redes, internet, las fluctuaciones, lo financiero. Herramientas que, en muchos casos, dejan de serlo para volverse parte de un perjuicio.
Espero que disfruten del artículo. Son bienvenidos los comentarios.


El mundo que viene

   Los niveles de volatilidad e incertidumbre llegan a rangos preocupantes. La situación de Estados Unidos y Europa se desenvuelve no sólo con dificultades económicas de carácter estructural sino también de carácter político. El problema de la falta de crecimiento genuino, las migraciones en oleadas y las rupturas de las estructuras del estado de bienestar, reflejan el porqué de las preocupaciones. Por otra parte, el cercano y medio oriente se constituyen en un polvorín sin fin, donde las contradicciones de intereses sólo se dirimen por las armas y el odio entre los pueblos. El mundo que nos insertamos es fantástico, debido a lo que significan los avances tecnológicos y científicos dentro del proceso de evolución de la humanidad; pero esto mismo precipita nuevas y profundas desigualdades, aún en el seno de los países que se consideran desarrollados. Estaríamos en el medio de un río tormentoso, del cual no podemos atisbar la otra orilla. Una época de muerte de las ideologías abarcativas y subyugantes del s. XX. Si es mejor o peor, para la búsqueda de sentido, dependerá de los capaces que seamos en montarnos sobre nuestros propios hombros.
   La crisis originada en el centro de las economías más desarrolladas estalla en el 2008, pero viene precedida de varios sacudones de carácter financiero en los 90: México, Brasil, sudeste asiático. Argentina, y otros disimulados dentro del ejercicio del poder del centro. Lo que describimos al inicio es consecuencia de una crisis que se le atribuye a los movimientos financieros pero, desde nuestra mirada, más la identificamos con los ciclos propios del sistema capitalista y la profundidad de los cambios tecnológicos. Sobre las cegueras ideológicas basta leer a Paul Krugman[1], quien comenta sobre la negación de la posibilidad de crisis como manifestación propia del capitalismo de los principales economistas norteamericanos, a mero título de ejemplo.
   La paradoja más edificante es que la guerra moderna y total es suicida, por lo que asistiremos, como lo estamos haciendo, a guerras focalizadas. Beligerancias donde el despliegue obliga a que estados objetivamente enemigos tengan que cooperar para poner fin a situaciones insostenibles para sociedades enteras.
   La readecuación de China está repercutiendo en los precios internacionales de los productos básicos, lo que muestra importantes reducciones en plazos cortos –aunque continúan en niveles superiores en cuanto a su tendencia de largo plazo, particularmente los minerales y metales. China, un nuevo jugador que pesa en el tablero mundial, por su capacidad económica, su población, sus avances tecnológicos y el hecho de la férrea conducción que ejerce el Partico Comunista chino. Por una parte, como consecuencia de la organización maoísta y, por otra, una concepción tecnocrática y de carácter pragmático que lo lleva a conducir un proyecto de envergadura y de fuerte incidencia en el mundo. En el caso latinoamericano, esto se aprecia con absoluta claridad.
   Dentro de este juego de modificaciones del tablero de la post guerra ocurre que, países o federaciones considerados de primer orden, caso de la Unión Soviética, ya no existen y, aunque parte de ella, como es el caso de Rusia, siga siendo un jugador de peso por su capacidad armamentística, su realidad económica lo torna frágil y con serias dificultades de sostener un nivel de vida acorde a su potencial y al conjunto de su población. Otros países emergentes de envergadura comienzan a tener participación en el tablero del poder mundial, como sería el caso de India, Sudáfrica y Brasil. Sin embargo, su dimensión y avances en progresos económicos, no obsta para que aún tengan que superar situaciones de extrema pobreza, contradicciones raciales y afianzar su concepción democrática como llave para el logro de sociedades más justas.
   El caso de Brasil, que es el que más nos afecta por su gravitación en América Latina, es una muestra palpable de las dificultades: Serios retrocesos en su nivel de actividad económica y pérdida de competitividad de su sistema industrial. Como consecuencia, en parte, de los tremendos excedentes producidos por la prioridad en la comercialización de sus commodities y las dificultades para desarrollar una política sustentable de largo plazo, pusieron en crisis su sistema institucional y, en blanco sobre negro, un sistema de alianzas y representación política basadas en la corrupción generalizada de sus cuadros políticos.
   Cuando aparecen señales de estancamiento rápidamente afloran no sólo los problemas estructurales, sino los que hacen a los propios fundamentos de una sociedad democrática.  Brasil, no por eso, estimamos dejará de ser un jugador importante, pero se encuentra ante el desafío de regenerar un sistema de crecimiento económico genuino  (no dependiente) y un sistema político creíble ante la sociedad. Un desafío de proporciones, pero que se torna fundamental se supere, no sólo por la sociedad brasileña, sino por su importante gravitación dentro del concierto latinoamericano. Cabe acotar que problemas parecidos afectan a otros países de nuestra América, sólo que la magnitud del Estado de más de 200 millones hace a la descripción realizada.
   Dentro de ese cuadro, tal como lo anticipaba años atrás la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), se pone en evidencia que la desaceleración de los países industrializados afecta las posibilidades no sólo del comercio mundial sino de las contingencias de expansión de los países emergentes. La desaceleración de China influye en los precios de los conmodities, aunque no en el nivel que los pronósticos pesimistas auguraban; dado que, si bien la transformación del modelo de desarrollo llevará  su tiempo, no por eso podrá prescindir de insumos básicos para su inmensa población. Es importante señalar que si bien el caso de China es el más notorio, países como Alemania y Francia, ambos puntales del Mercado Común Europeo, también están obligados a reconvertir sus estructuras económicas. Uno y otro con claras consecuencias durante el período de transición en su nivel de bienestar, ante un carro norteamericano que no puede arrastrar como lo hizo en la post guerra mundial y que tiene que subsanar sus propios problemas estructurales. Esto que planteamos se ve muy claramente en lo que pone en evidencia el actual proceso electoral del país de mayor gravitación en el mundo.
   En suma, los países que conformamos Latinoamérica debiéramos ser conscientes que los años extraordinarios de principios del s. XXI es muy probable que no se repitan .En todo caso, es imposible predecir esa circunstancia; lo que obliga a todos el replanteo de sus estrategias de desarrollo al no contar con tan altos precios internacionales aunque, como dijimos, hay ciertos materiales que es probable sigan aumentando su valor, caso el lignito[2]. Esto afectará los saldos comerciales y las cuentas corrientes en consecuencia, sin contar con los sistemas de proteccionismos encubiertos o no que cada país despliega según su fortaleza en el concierto internacional.
   La existencia de nuevos jugadores de peso, según hacíamos referencia respecto a distintas variables de la economía mundial, ha  generado y, muy posiblemente, generará actitudes defensivas y de temor en las potencias de mayor peso histórico. En esto no sólo influyen las acciones de los más importantes como es el caso de China e India, sino también a otros como Rusia, Brasil, Sudáfrica, Irán, países del sudeste asiático y otros de menor peso relativo pero de una creciente cultura industrial y científica, como es el caso de Argentina y de Colombia.
   El giro más importante, en términos históricos de este cuadro que hemos tratado sucintamente de describir, es el inédito desvío de las corrientes de comercio tradicional, norte-sur, norte-norte y oriente-norte, hacia una fuerte corriente que se viene encauzando entre el Oriente y América latina. Esto deriva en cambios de influencias y en la mirada del mundo de sus clases dirigentes.
   Cabe acotar que estamos transitando un proceso de cambio acelerado, con sus secuelas en el campo del trabajo, la educación, las costumbres y los valores sociales. Un sistema que tiende a desnudarnos a través de relacionamientos múltiples dentro de redes y a la vez crearnos ilusiones. Por una parte, si bien pueden contribuir a una mejor realización de cada ser humano, también está la posibilidad de atontarlos; dentro de un sistema que, por su propia mecánica, tiende a someter el pensamiento crítico y a centrar todas las posibilidades en el sujeto como individuo conectado pero esencialmente aislado. Esto se percibe en la carencia de discursos políticos y sociales que planteen la posibilidad de otros valores, más ligados al sentido comunitario o  a utopías que motiven al conjunto de la sociedad a pelear por un mundo más justo. Como contrapartida, la amplia difusión de libros de autoayuda como recetarios de posibilidades para soslayar. En suma, la propia condición humana.
   Lo cierto es que convive hoy un mundo que todavía se mueve al compás de las estructuras económicas y sociales definidas en el siglo XX, con otro en que las estructuras tienden a cambiar todos los patrones de los procesos productivos y de servicios. Esto no sólo ocurre en los países en desarrollo, sino en los propios países avanzados; según los patrones referidos de crecimiento en base a los modelos mecánicos y fuentes de energía tradicionales en su amplio espectro. Cambios que están incidiendo en la economía, la sociedad, los mercados, la gerencia, la organización, la calidad empresarial y la tipología de demanda de los trabajadores. Estos ya no se corresponden con los arquetipos fabriles de la etapa fordista, ni siquiera de la etapa toyotista, sino que responden a patrones de educación y habilidades muy diferentes. Se refiere al poder responder al desafío que implica vivir inmersos en la etapa de una economía y un mundo tecnológico y científico, turbulento, peligroso, rápidamente cambiante y, quisiéramos o no, globalizado. Porque todo está interconectado, todo lo que sucede en cualquier parte del planeta, de algún modo, llega a afectarnos.
   El impacto de lo vertiginoso no se limita a mejorar los productos y servicios existentes. El proceso innovador actual tiene un calado disruptivo. Es decir, se están cambiando las reglas de juego en múltiples ámbitos. La robotización creciente y a gran escala, el big data[3], los teléfonos inteligentes, las fintech[4], internet, la secuenciación del genoma humano, el bitcoin[5], las energías verdes, las plataformas digitales de intercambio entre particulares, etc.
   Mundo subyugante pero, al que si no nos adaptamos, se pierde el tren de la historia. Esto no significa un problema de épica, significa la lucha por lograr el bienestar del conjunto de ciudadanos de nuestros países. De allí que se requiera mucha lucidez en la clase dirigente y mucha claridad política de carácter estratégico para definir las grandes líneas de acción hacia un posicionamiento significativo. Entre esas, la más importante: Crear un nuevo sistema de educación más acorde a los requerimientos de un mundo en proceso de cambios acelerados mediante el uso de tecnologías inconcebibles, sólo 25 años atrás y aún menos.
   De la coyuntura se deduce que el gran desafío, para nuestros países, es aprender de la historia. En el sentido que, como proveedores de materias primas, podríamos perder nuevamente el rumbo si renunciamos a nuestras posibilidades de desarrollo industrial y tecnológico y, para ello, es necesario que comprendamos que es imposible lograrlo de manera aislada.
   Pensar en conjunto significa luchar por procesos de integración crecientes, no sólo en torno al comercio sino en aspectos culturales, científicos, industriales y financieros. En caso contrario, la productividad relativa de China y del sudeste asiático arrasará con nuestras posibilidades. Sin que esto signifique que hayan desaparecido los países ganadores del s. XX dentro del juego de los mercados.
   Nada fácil. Convive un Mercosur más desarrollado en términos de planteamiento e intenciones políticas a través de los discursos, que en hechos de integración productiva.  Este acuerdo requiere de una visión más defensiva dado su estructura productiva, que la que requeriría  la realidad de la Alianza del Pacífico, más proclive al desarrollo de economías abiertas en su mayoría y con una visión de desarrollo más integrada al mundo, ante la carencia de infraestructuras industriales significativas. Sin embargo, por distintas razones, todos viven tensiones sociales y demandas que, de forma aislada, difícilmente puedan subsanar  si se trata de procesos sustentables en el tiempo.
   Por lo tanto, rearmar el Mercosur dentro de políticas realmente convergentes y no sólo declamatorias o políticas y encontrar caminos de convivencia y concertación con la Alianza del Pacífico es la gran tarea. En realidad, es el necesario desafío de nuestra América Latina a afrontar durante el s. XXI: “Crecer juntos”. A partir de las importantes manifestaciones políticas y económicas generadas en los últimos 20 años, de manera imperfecta pero inéditas desde el punto de vista histórico. Esto, sin duda, nos demandará  inventivas en los discursos políticos y económicos, bajo el principio rector del bienestar de nuestros pueblos.



[1] Economista estadounidense.
[2] Carbón mineral.
[3] Datos a gran escala.
[4] Empresas del sector financiero.
[5] Red innovativa de pagos.

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