Estado y democracia (3)
Hoy presento un artículo que está ligado a los anteriores. En el primero de la sección se hizo hincapié en la vinculación entre el Estado y la droga; en el segundo, en el rol de los partidos políticos en nuestras sociedades; y en éste en la jerarquía que, según considero, poseen las élites. La construcción de grupos dirigentes, superiores a la masa, permiten elaborar un trayecto para guiar a la mayoría de la sociedad.
Intento reflexionar sobre las diferentes acepciones, desde teorías de izquierda hasta de derecha, que existen sobre las élites. Teniendo como punto en común la ubicación de este pequeño grupo en el poder político.
PENSAMIENTO ELITISTA
El pensamiento considerado elitista, si bien es personificado en algunos autores clásicos, tiene distintas variantes y fundamentos ideológicos. El concepto de élite surge con cierta claridad en mis diversos escritos referidos a la construcción de poder, la cultura social y el rol de Estado. Aparece a veces en la superficie, otras debajo de ella, pero está insoslayablemente presente.
A propósito de la observación precedente y por la propia importancia que en mis diversos escritos le concedo al valor de la conformación de las élites, es que me parece importante que nos adentremos en profundizar su íntima vinculación con la vigencia democrática y el desarrollo de los pueblos a partir de distintas miradas.
Observemos que incluso el discurso populista, si bien éste hace énfasis en la participación popular y se nutre del concepto de identidad (atento a la experiencia histórica latinoamericana), gira alrededor de liderazgos personalistas, con un fuerte sentido mesiánico. Estos discursos, en lo sustancial, emergen ante el fracaso del sistema democrático institucional capitalista en contener al conjunto de la sociedad. Ya que no pueden establecer un modelo de acumulación inclusivo, ni tampoco parecería ser demasiado afín a su cultura histórica. Al menos en amplios extractos de su población.
No obstante, según las características de los estados capitalistas más avanzados, su realidad política va más allá del valor y respeto por sus instituciones de carácter democrático. El ejercicio del poder se ajusta, en mayor o menor grado, a la visión de Wright Mills[1], quien en defensa de sus discursos sobre las élites, nos dice:
El autor norteamericano nos señala que los análisis estructurales no deben oscurecer la necesidad de estudiar las particularidades. En este caso, sobre el ejercicio del poder, para el autor no existe una relación mecánica entre objetivos ideológicos y la praxis. Continúa su exposición explicitando el punto:
Determinadas instituciones definen la característica de su ejercicio y su verdadera influencia. En consecuencia, lo que aparece en la superficie de lo político no muestra a importantes actores y aún directores de la escena social. Haciendo un paralelo, es posible que la forma de selección de los representantes del pueblo cubano, no muestre la verdadera influencia de los dirigentes del Partido Comunista en la práctica decisional.
Élite
Por élite se entiende un grupo pequeño que, por algún motivo, característica, facultad o privilegio, es superior o mejor en comparación al grueso de una población determinada; con cualidades o prerrogativas de las que la gran mayoría no disfrutan. En general, se habla de élite como sinónimo de elegido, escogido, eminente o distinguido. Esta concepción tiene más o menos el mismo significado con que este término es manejado en las ciencias sociales.
Elitismo es sinónimo a lo que se denomina como teoría de las élites, y que Norberto Bobbio[2] definió como una teoría realista de la política: “(…) afirma que en toda sociedad una minoría es siempre la única que detenta el poder en sus diversas formas, frente a una mayoría que carece de él”.
Los principales rasgos característicos del elitismo, y que nos permiten distinguirlo como una constante en la Ciencia Política, son los siguientes:
ü En toda sociedad las relaciones entre individuos o grupos son desiguales.
ü La causa de la desigualdad radica en la distribución del poder, que se concentra en un grupo restringido.
ü El poder político determina a los demás poderes.
ü El poder, especialmente el político, lo detenta siempre una minoría (o “clase política”).
ü Una de las causas principales, para que la minoría gobierne sobre la mayoría, radica en que, siendo pocos y con intereses comunes, se organizan.
ü Puesto que el poder pertenece siempre a una minoría, la diferencia entre un régimen y otro se encuentra en la existencia o inexistencia de las minorías; en el distinto modo en que nacen, se transmiten y mueren, el modo en que se organizan y su competencia recíproca.
ü El elemento opuesto a la élite es la masa, que es el conjunto de los que no tienen poder, y que son la mayoría (desorganizada, como tal).
ü Lo irracional —sentimientos, instintos, ambiciones, etcétera— es lo que determina la acción humana.
La democracia es un régimen político, un conjunto de reglas que determinan quien ejerce el poder y como será ejercido. Aunque su existencia primigenia se remonta al s. V a. C., en la Atenas clásica, es a partir de estas últimas décadas que se ha transformado en un sistema de gobierno casi indiscutido en todo el mundo. En Grecia, la idea fuerza de democracia estaba asociada a la noción de igualdad entre los ciudadanos, lo que posibilitó la existencia de un Demos en condiciones de gobernar. Esto, sin embargo, abarcaba una minoría homogénea de sus habitantes y cabe destacar que sus filósofos de mayor influencia le oponían serios reparos (Aristóteles) o un rechazo abierto (Platón).
Robert Dahl, tomando como referencia la tradición griega, no deja de esclarecernos que la general aceptación y el sostén ideológico de las democracias modernas reconoce no sólo como fuente al ideal griego, sino también a la tradición republicana de Roma y Venecia; al principio del Gobierno representativo desarrollado fundamentalmente por el pensamiento político anglosajón en los s. XVII y XVIII (Dahl; 1989, 1991).
En esta caracterización, no debiéramos dejar de contemplar el hecho de que muchos estados, de distintas regiones del mundo, institucionalizaron regímenes políticos democráticos. Pero, la manera que estos se implementaron o se implementan difiere de un país a otro. Por ejemplo, el modelo constitucional propuesto e impuesto por Chávez para Venezuela. No se trata de un concepto único que significa o denota algo, sino como un término que suele asociarse a un valor positivo ideal.
Max Weber[3] analizó las condiciones que hacen a un país democrático. En sus escritos, sostuvo que la democracia moderna sólo era posible en estados con regímenes económicos capitalistas. A la vez sugirió que los países protestantes estaban mejor preparados que los católicos para desarrollar un régimen.
También es importante traer a colación que existe un concepto de democracia que cuestiona los fundamentos capitalistas como posibilidad de la misma (Marx C, Lenín y otros). Pero por la propia experiencia histórica de los distintos estados que han sostenido o sostienen un sistema de propiedad pública de los bienes de reproducción, el concepto de élite en el poder es pertinente más allá de los fines. Dos buenos ejemplos al respecto son la primera etapa del gobierno bolchevique y la propia experiencia castrista.
La constitución de las élites, en suma, definiría las posibilidades de una sociedad determinada en cuanto a su desarrollo humano: Igualdad de oportunidades, crecimiento de oportunidades, libertad y dignidad.
ASPECTOS CLAVES
Recordemos que la primera mitad del s. XX estuvo marcado por el enfrentamiento entre dos concepciones del mundo y su relación con el proceso de modernización de Occidente. Por un lado, la concepción que C. B. MacPherson[4] bautizó como democracia liberal (MacPherson, 1966); por el otro, una concepción marxista de democracia, que entendía la autodeterminación en el mundo del trabajo como el centro del proceso de ejercicio de la soberanía por parte de ciudadanos comprendidos como individuos productores (Pateman, 1970). De ese enfrentamiento surgieron las concepciones hegemónicas al interior de la teoría de democracia que pasaron a fortalecerse en la segunda mitad del s. XX. Al fracasar el desarrollo de las democracias socialistas, tanto en el plano institucional como social, el debate se circunscribe al modo democrático capitalista y sobre este plano, dos autores, Avritzer[5] y Boaventura de Sousa Santos[6], señalan la existencia de una triple crisis en la explicación democrática tradicional. Para estos autores hay, en primer lugar, una crisis del marco estructural de explicación de la posibilidad democrática (Moore, 1966); en segundo lugar, una crisis de la explicación homogeneizante sobre la forma de la democracia que surgió como resultado de los debates del periodo de entreguerras (Schumpeter, 1942) y hay, en tercer lugar, una nueva propensión a examinar la democracia local y la posibilidad de variación en el interior de los Estados nacionales a partir de la “recuperación de tradiciones participativas solapadas en el proceso de construcción de identidades nacionales homogéneas” (Anderson, 1991).
SCHUMPETER
Nos interesa destacar el concepto de élite tal cual lo manifiesta Schumpeter en Capitalismo, Socialismo y Democracia.
Al decir de Avritzer y Boaventura de Sousa Santos:
En el mismo tenor, los autores desarrollan el pensamiento de Bobbio (Bobbio, 1986: 33-34):
Luego, rescatan de Robert Dahl un tercer elemento que forma parte de la concepción hegemónica de la democracia, que es la percepción de que la representatividad constituye la única solución posible en las sociedades de gran escala al problema de la autorización[7].
“Cuanto menor sea una unidad democrática mayor será el potencial para la participación ciudadana y menor será la necesidad para los ciudadanos de delegar las decisiones de gobierno a sus representantes. Cuanto mayor sea la unidad, mayor será la capacidad para lidiar con problemas relevantes para los ciudadanos y mayor será la necesidad de los ciudadanos de delegar decisiones a sus representantes”. (Dahl; 1998, 110)
Cabe aclarar que esta mirada en retrospectiva y muy actual, puede encontrar caminos diferentes tomando en perspectiva los avances de la tecnología. Algunos ejemplos han comenzado a darse, pero aún estamos en un proceso que se inicia y altera la relación de cumplimientos de mandatos o ejercicios de autorización en prácticamente tiempo real. Ésto se vio claramente en la resolución del conflicto del transporte en junio 2017, ciudad de Córdoba. Esto no implicó democracia directa, pero sí un cambio clave en el valor de los nuevos sistemas de comunicaciones. No obstante, nos atenemos a los que nos preocupa en este escrito: La representación y las luchas por el ejercicio del poder que se reflejan en el status de minorías.
Schumpeter toma, de la filosofía del s. XVIII, el concepto que define al método democrático: “El método democrático es aquel sistema individual de gestación de las decisiones políticas que realiza el bien común, dejando al pueblo decidir por sí mismo las cuestiones en litigio mediante la elección de los individuos que han de congregarse para llevar a cabo su voluntad” (J.A. Schumpeter. 1968: 321). Lo que en realidad le interesa es el concepto de bien común para refutarlo:
Schumpeter avanza sobre el concepto de racionalidad, como sustento de la capacidad de decisión y elección. A ese respecto, expone:
Entiendo que, para su planteo de racionalidad, todo el mundo tendría que saber de un modo preciso lo que quiere defender. A su vez debería estar fundado en la capacidad para observar e interpretar correctamente no sólo los hechos sino los procesos que los configuran. Además saber la diferenciación de significados, no sólo en términos de corto plazo. Su posición es bastante pesimista al respecto cuando cita el trabajo de Gustave Le Bon[8] a propósito de la pérdida de cordura de las masas (1895):
He tratado a través de los análisis críticos de distintos autores, abrir un camino a la interpretación de la relación entre élites y real influencia del pueblo. Si analizamos, por ejemplo, el incumplimiento de las promesas de Gobierno del Doctor Menen, y su posterior reelección con políticas absolutamente diferentes, nos resulta claro que se conjugan dos elementos fundamentales: La capacidad de liderar y el factor confianza, por cierto dentro de avales de un ficticio éxito económico. En el mismo tenor, el inicial apoyo a la candidatura del Doctor Alfonsín indicó una fuerte confianza de un gran conjunto social, le da la espalda en forma drástica. Fracasó el liderazgo y también la inteligencia de la élite de gobierno para interpretar el significado de las secuelas producto del régimen militar. En ambos casos, una clara demostración de la pobreza intelectual. Ambos terminan en un fracaso con altísimos costos sociales.
El ciudadano, por mas politizado que esté no está en condiciones de comprender los efectos de ciertas políticas, menos aún los efectos retardatarios en el tiempo. Su preocupación es el aquí y el ahora (lo que es lógico). En general, sólo puede discernir sobre el impacto en sus bolsillos de lo que visualiza como causa, con lo cual se equivoca, porque nunca se puede hablar de una causa, siempre responden a una multiplicidad de factores.
Mientras mejor educado esté el pueblo, mayor la posibilidad de erigir élites más esclarecidas y respetuosas de valores fundamentales para el desarrollo de los pueblos.
No hay prueba más irrefutable de la pésima conformación de las élites que analizar la decadencia de un país durante al menos cinco décadas: Pérdida de calidad de vida, distribución desigual del ingreso-retroceso en la calidad educativa y serias alteraciones en lo que respecta al cumplimiento de la ley en todos sus estamentos.
A modo de consecuencia
Al tema de las élites lo podemos abordar desde distintas perspectivas ideológicas: Desde la variante vanguardista de la izquierda revolucionaria (muy bien fundamentada por Lenin), el pensamiento de Michels sobre las tendencias oligárquicas de cualquier estructura partidaria, la propia aproximación de Paretto sobre la alternancia, las preocupaciones últimas de Gaetano Mosca por preservar lo sustancial del sistema democrático, hasta las observaciones críticas de Luis Rodeiro, sintetizadas en el libro de autores varios No Matar. Todos dan buena cuenta del infantilismo que subyace de aquellos que se niegan a reconocer la importancia de las élites e incluso negar la preponderancia particular de la existencia de liderazgos genuinos; mientras sus propios dirigentes responden a la concepción de minorías (sindicatos, político, docente, etc.).
[1] Sociólogo estadounidense.
[2] Jurista, filósofo y politólogo italiano.
[3] Filósofo, economista, jurista, historiador, politólogo y sociólogo alemán.
[4] Profesor canadiense.
[5] Sociólogo brasilero.
[6] Doctor en Sociología y profesor portugués.
[7] La justificación de la representación por la teoría hegemónica de la democracia está basada en la cuestión de la autorización. “Dos tipos principales de pilares sustentan el argumento de la autorización: el primer pilar trata respecto al problema del consenso de los representantes y surgió, en el interior de la teoría democrática clásica, en oposición a las formas de alternancia en el proceso de toma de decisiones propio de las formas de democracia directa”. (Manin, 1997)
[8] Sociólogo y físico francés.
Intento reflexionar sobre las diferentes acepciones, desde teorías de izquierda hasta de derecha, que existen sobre las élites. Teniendo como punto en común la ubicación de este pequeño grupo en el poder político.
PENSAMIENTO ELITISTA
El pensamiento considerado elitista, si bien es personificado en algunos autores clásicos, tiene distintas variantes y fundamentos ideológicos. El concepto de élite surge con cierta claridad en mis diversos escritos referidos a la construcción de poder, la cultura social y el rol de Estado. Aparece a veces en la superficie, otras debajo de ella, pero está insoslayablemente presente.
A propósito de la observación precedente y por la propia importancia que en mis diversos escritos le concedo al valor de la conformación de las élites, es que me parece importante que nos adentremos en profundizar su íntima vinculación con la vigencia democrática y el desarrollo de los pueblos a partir de distintas miradas.
Observemos que incluso el discurso populista, si bien éste hace énfasis en la participación popular y se nutre del concepto de identidad (atento a la experiencia histórica latinoamericana), gira alrededor de liderazgos personalistas, con un fuerte sentido mesiánico. Estos discursos, en lo sustancial, emergen ante el fracaso del sistema democrático institucional capitalista en contener al conjunto de la sociedad. Ya que no pueden establecer un modelo de acumulación inclusivo, ni tampoco parecería ser demasiado afín a su cultura histórica. Al menos en amplios extractos de su población.
No obstante, según las características de los estados capitalistas más avanzados, su realidad política va más allá del valor y respeto por sus instituciones de carácter democrático. El ejercicio del poder se ajusta, en mayor o menor grado, a la visión de Wright Mills[1], quien en defensa de sus discursos sobre las élites, nos dice:
“El estudio de las minorías no excluye la aceptación de la visión estructural que se encuentra, por ejemplo en Marx. Realmente hay que prestar atención a ambas cosas. La estructura histórica de la oportunidad es más importante, creo yo, que la toma del poder por minorías, de que tanto hablan algunos críticos” (Wright Mills; 1969, 85).
El autor norteamericano nos señala que los análisis estructurales no deben oscurecer la necesidad de estudiar las particularidades. En este caso, sobre el ejercicio del poder, para el autor no existe una relación mecánica entre objetivos ideológicos y la praxis. Continúa su exposición explicitando el punto:
“Las instituciones, según documenté repetidamente, seleccionan y forman a quienes llegan a su cima. De hecho a veces las normas de selección y las influencias formadoras de las estructuras institucionales son más importantes para entender los asuntos humanos, y aún los asuntos de los poderosos, que los círculos reales de individuos, situados en la cima en cualquier momento dado (…) Pero también es cierto, dada la forma actual de las grandes instituciones de Estados Unidos, que quienes están en la cima son algo más que personas privilegiadas; en medida variable, en diferentes situaciones históricas, también son poderosos con todos los medios de poder que disponen ahora”. (Wright Mills; 1969, 85).
Élite
Por élite se entiende un grupo pequeño que, por algún motivo, característica, facultad o privilegio, es superior o mejor en comparación al grueso de una población determinada; con cualidades o prerrogativas de las que la gran mayoría no disfrutan. En general, se habla de élite como sinónimo de elegido, escogido, eminente o distinguido. Esta concepción tiene más o menos el mismo significado con que este término es manejado en las ciencias sociales.
Elitismo es sinónimo a lo que se denomina como teoría de las élites, y que Norberto Bobbio[2] definió como una teoría realista de la política: “(…) afirma que en toda sociedad una minoría es siempre la única que detenta el poder en sus diversas formas, frente a una mayoría que carece de él”.
Los principales rasgos característicos del elitismo, y que nos permiten distinguirlo como una constante en la Ciencia Política, son los siguientes:
ü En toda sociedad las relaciones entre individuos o grupos son desiguales.
ü La causa de la desigualdad radica en la distribución del poder, que se concentra en un grupo restringido.
ü El poder político determina a los demás poderes.
ü El poder, especialmente el político, lo detenta siempre una minoría (o “clase política”).
ü Una de las causas principales, para que la minoría gobierne sobre la mayoría, radica en que, siendo pocos y con intereses comunes, se organizan.
ü Puesto que el poder pertenece siempre a una minoría, la diferencia entre un régimen y otro se encuentra en la existencia o inexistencia de las minorías; en el distinto modo en que nacen, se transmiten y mueren, el modo en que se organizan y su competencia recíproca.
ü El elemento opuesto a la élite es la masa, que es el conjunto de los que no tienen poder, y que son la mayoría (desorganizada, como tal).
ü Lo irracional —sentimientos, instintos, ambiciones, etcétera— es lo que determina la acción humana.
La democracia es un régimen político, un conjunto de reglas que determinan quien ejerce el poder y como será ejercido. Aunque su existencia primigenia se remonta al s. V a. C., en la Atenas clásica, es a partir de estas últimas décadas que se ha transformado en un sistema de gobierno casi indiscutido en todo el mundo. En Grecia, la idea fuerza de democracia estaba asociada a la noción de igualdad entre los ciudadanos, lo que posibilitó la existencia de un Demos en condiciones de gobernar. Esto, sin embargo, abarcaba una minoría homogénea de sus habitantes y cabe destacar que sus filósofos de mayor influencia le oponían serios reparos (Aristóteles) o un rechazo abierto (Platón).
Robert Dahl, tomando como referencia la tradición griega, no deja de esclarecernos que la general aceptación y el sostén ideológico de las democracias modernas reconoce no sólo como fuente al ideal griego, sino también a la tradición republicana de Roma y Venecia; al principio del Gobierno representativo desarrollado fundamentalmente por el pensamiento político anglosajón en los s. XVII y XVIII (Dahl; 1989, 1991).
En esta caracterización, no debiéramos dejar de contemplar el hecho de que muchos estados, de distintas regiones del mundo, institucionalizaron regímenes políticos democráticos. Pero, la manera que estos se implementaron o se implementan difiere de un país a otro. Por ejemplo, el modelo constitucional propuesto e impuesto por Chávez para Venezuela. No se trata de un concepto único que significa o denota algo, sino como un término que suele asociarse a un valor positivo ideal.
Max Weber[3] analizó las condiciones que hacen a un país democrático. En sus escritos, sostuvo que la democracia moderna sólo era posible en estados con regímenes económicos capitalistas. A la vez sugirió que los países protestantes estaban mejor preparados que los católicos para desarrollar un régimen.
También es importante traer a colación que existe un concepto de democracia que cuestiona los fundamentos capitalistas como posibilidad de la misma (Marx C, Lenín y otros). Pero por la propia experiencia histórica de los distintos estados que han sostenido o sostienen un sistema de propiedad pública de los bienes de reproducción, el concepto de élite en el poder es pertinente más allá de los fines. Dos buenos ejemplos al respecto son la primera etapa del gobierno bolchevique y la propia experiencia castrista.
La constitución de las élites, en suma, definiría las posibilidades de una sociedad determinada en cuanto a su desarrollo humano: Igualdad de oportunidades, crecimiento de oportunidades, libertad y dignidad.
ASPECTOS CLAVES
Recordemos que la primera mitad del s. XX estuvo marcado por el enfrentamiento entre dos concepciones del mundo y su relación con el proceso de modernización de Occidente. Por un lado, la concepción que C. B. MacPherson[4] bautizó como democracia liberal (MacPherson, 1966); por el otro, una concepción marxista de democracia, que entendía la autodeterminación en el mundo del trabajo como el centro del proceso de ejercicio de la soberanía por parte de ciudadanos comprendidos como individuos productores (Pateman, 1970). De ese enfrentamiento surgieron las concepciones hegemónicas al interior de la teoría de democracia que pasaron a fortalecerse en la segunda mitad del s. XX. Al fracasar el desarrollo de las democracias socialistas, tanto en el plano institucional como social, el debate se circunscribe al modo democrático capitalista y sobre este plano, dos autores, Avritzer[5] y Boaventura de Sousa Santos[6], señalan la existencia de una triple crisis en la explicación democrática tradicional. Para estos autores hay, en primer lugar, una crisis del marco estructural de explicación de la posibilidad democrática (Moore, 1966); en segundo lugar, una crisis de la explicación homogeneizante sobre la forma de la democracia que surgió como resultado de los debates del periodo de entreguerras (Schumpeter, 1942) y hay, en tercer lugar, una nueva propensión a examinar la democracia local y la posibilidad de variación en el interior de los Estados nacionales a partir de la “recuperación de tradiciones participativas solapadas en el proceso de construcción de identidades nacionales homogéneas” (Anderson, 1991).
SCHUMPETER
Nos interesa destacar el concepto de élite tal cual lo manifiesta Schumpeter en Capitalismo, Socialismo y Democracia.
Al decir de Avritzer y Boaventura de Sousa Santos:
“Schumpeter toma como punto de partida para su reflexión el mismo elemento que iría a desencadenar la reflexión política de Bobbio: la controversia de la idea de una soberanía popular fuerte asociada a un contenido de sociedad propuesta por la doctrina marxista. Schumpeter critica ese elemento al colocar en su clásico libro Capitalismo, socialismo y democracia, la siguiente pregunta: ¿es posible que gobierne el pueblo? La respuesta dada por Schumpeter a la cuestión es clara e incluye un desarrollo del argumento procedimentalista. Para él, no podemos pensar en la soberanía popular como un posicionamiento racional por la población o por cada individuo acerca de una determinada cuestión. Por lo tanto, el elemento procedimental de la democracia no es ya la forma como el proceso de toma de decisiones remite a la soberanía popular. Para Schumpeter, el proceso democrático es justamente lo contrario: “un método político, es decir, un cierto tipo de arreglo institucional para llegar a decisiones políticas y administrativas” (Shumpeter; 1942, 242)”.(Avritzer, De Sousa Santos. 2003: 4)
En el mismo tenor, los autores desarrollan el pensamiento de Bobbio (Bobbio, 1986: 33-34):
“Bobbio radicaliza el argumento weberiano al afirmar que el ciudadano, al efectuar la opción por la sociedad de consumo de masa y por el Estado de bienestar social, sabe que está desistiendo del control sobre las actividades políticas y económicas por él ejercidos a favor de burocracias privadas y públicas“(Avritzer, De Sousa Santos; 2003, 5)
“Cuanto menor sea una unidad democrática mayor será el potencial para la participación ciudadana y menor será la necesidad para los ciudadanos de delegar las decisiones de gobierno a sus representantes. Cuanto mayor sea la unidad, mayor será la capacidad para lidiar con problemas relevantes para los ciudadanos y mayor será la necesidad de los ciudadanos de delegar decisiones a sus representantes”. (Dahl; 1998, 110)
Cabe aclarar que esta mirada en retrospectiva y muy actual, puede encontrar caminos diferentes tomando en perspectiva los avances de la tecnología. Algunos ejemplos han comenzado a darse, pero aún estamos en un proceso que se inicia y altera la relación de cumplimientos de mandatos o ejercicios de autorización en prácticamente tiempo real. Ésto se vio claramente en la resolución del conflicto del transporte en junio 2017, ciudad de Córdoba. Esto no implicó democracia directa, pero sí un cambio clave en el valor de los nuevos sistemas de comunicaciones. No obstante, nos atenemos a los que nos preocupa en este escrito: La representación y las luchas por el ejercicio del poder que se reflejan en el status de minorías.
Schumpeter toma, de la filosofía del s. XVIII, el concepto que define al método democrático: “El método democrático es aquel sistema individual de gestación de las decisiones políticas que realiza el bien común, dejando al pueblo decidir por sí mismo las cuestiones en litigio mediante la elección de los individuos que han de congregarse para llevar a cabo su voluntad” (J.A. Schumpeter. 1968: 321). Lo que en realidad le interesa es el concepto de bien común para refutarlo:
“En primer lugar, no hay tal bien común, unívocamente determinado, en el que todo el mundo pueda estar de acuerdo o pueda hacérsele estar de acuerdo en virtud de una argumentación racional. Esto (…) se debe [a que] para los distintos individuos y grupos, el bien común ha de significar necesariamente cosas diferentes. En segundo lugar, aun cuando resultase aceptable para todos un bien común suficientemente definido –como por ejemplo, el máximo de satisfacción económica en los utilitaristas- esto no implicaría respuestas igualmente definidas para los problemas particulares. (…) Los padres utilitaristas de la teoría democrática no vieron toda la importancia de esto simplemente porque ninguno de ellos consideró seriamente una modificación sustancial del cuadro económico ni de los hábitos de una sociedad burguesa. (…) En tercer lugar (…) como consecuencia de las dos proposiciones anteriores, el concepto particular de voluntad del pueblo, o de la volonté générale, adoptado por los utilitaristas, se desvanece en aire. Pues ese concepto presupone la existencia de un bien común claramente determinado y discernible por todos.” (J.A. Schumpeter; 1968, 322 -323)
“Aunque todavía pueda decirse que surge una especie de voluntad común o de opinión pública de la maraña infinitamente compleja de las situaciones, voliciones, influencias, acciones y reacciones individuales y colectivas que entran en el “proceso democrático”, el resultado carecería no sólo de la unidad racional, sino también de sentido racional. (…) La falsa sanción racional significa que, puesto que esta voluntad no se acomoda ya a ningún “bien”, será ahora necesario a fin de reclamar una dignidad ética para el resultado, replegarse en una confianza ilimitada en las formas democráticas que, en principio, tendría que ser independiente de deseabilidad de los resultados. (…) En particular, subsiste todavía la necesidad práctica de atribuirle a la voluntad del individuo una independencia y calidad racional que son completamente irreales...” (J.A. Schumpeter. 1968: 325)
Entiendo que, para su planteo de racionalidad, todo el mundo tendría que saber de un modo preciso lo que quiere defender. A su vez debería estar fundado en la capacidad para observar e interpretar correctamente no sólo los hechos sino los procesos que los configuran. Además saber la diferenciación de significados, no sólo en términos de corto plazo. Su posición es bastante pesimista al respecto cuando cita el trabajo de Gustave Le Bon[8] a propósito de la pérdida de cordura de las masas (1895):
“(…) los ciudadanos de espíritu elevado y disposiciones exhortatorias que predican la responsabilidad de los electores o contribuyentes individuales descubren invariablemente el hecho de que este elector o contribuyente no se siente responsable por lo que hacen los políticos locales (…) Hay muchas controversias nacionales que atañen a los individuos y los grupos tan directa inequívocamente como para dar origen en ellos a voliciones perfectamente auténticas y definidas. El ejemplo más importante lo constituyen aquellas medidas que llevan consigo una ventaja pecuniaria y personal para los electores (...) Una experiencia que se remonta a la antigüedad muestra que los electores reaccionan casi siempre de una manera rápida y racional ante toda oportunidad de esta naturaleza. (…) Sin embargo, cuando nos alejamos de las preocupaciones privadas, la volición individual, el conocimiento de los hechos y el método de inferencia dejan pronto de desempeñar el papel que les atribuye la teoría clásica”. (Schumpeter. 1968: 333-334)
El ciudadano, por mas politizado que esté no está en condiciones de comprender los efectos de ciertas políticas, menos aún los efectos retardatarios en el tiempo. Su preocupación es el aquí y el ahora (lo que es lógico). En general, sólo puede discernir sobre el impacto en sus bolsillos de lo que visualiza como causa, con lo cual se equivoca, porque nunca se puede hablar de una causa, siempre responden a una multiplicidad de factores.
Mientras mejor educado esté el pueblo, mayor la posibilidad de erigir élites más esclarecidas y respetuosas de valores fundamentales para el desarrollo de los pueblos.
No hay prueba más irrefutable de la pésima conformación de las élites que analizar la decadencia de un país durante al menos cinco décadas: Pérdida de calidad de vida, distribución desigual del ingreso-retroceso en la calidad educativa y serias alteraciones en lo que respecta al cumplimiento de la ley en todos sus estamentos.
A modo de consecuencia
Al tema de las élites lo podemos abordar desde distintas perspectivas ideológicas: Desde la variante vanguardista de la izquierda revolucionaria (muy bien fundamentada por Lenin), el pensamiento de Michels sobre las tendencias oligárquicas de cualquier estructura partidaria, la propia aproximación de Paretto sobre la alternancia, las preocupaciones últimas de Gaetano Mosca por preservar lo sustancial del sistema democrático, hasta las observaciones críticas de Luis Rodeiro, sintetizadas en el libro de autores varios No Matar. Todos dan buena cuenta del infantilismo que subyace de aquellos que se niegan a reconocer la importancia de las élites e incluso negar la preponderancia particular de la existencia de liderazgos genuinos; mientras sus propios dirigentes responden a la concepción de minorías (sindicatos, político, docente, etc.).
[1] Sociólogo estadounidense.
[2] Jurista, filósofo y politólogo italiano.
[3] Filósofo, economista, jurista, historiador, politólogo y sociólogo alemán.
[4] Profesor canadiense.
[5] Sociólogo brasilero.
[6] Doctor en Sociología y profesor portugués.
[7] La justificación de la representación por la teoría hegemónica de la democracia está basada en la cuestión de la autorización. “Dos tipos principales de pilares sustentan el argumento de la autorización: el primer pilar trata respecto al problema del consenso de los representantes y surgió, en el interior de la teoría democrática clásica, en oposición a las formas de alternancia en el proceso de toma de decisiones propio de las formas de democracia directa”. (Manin, 1997)
[8] Sociólogo y físico francés.
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