Recurrir a los valores para lograr la cohesión social

Miradas políticas y otros enfoques se dispone a comenzar una nueva sección: “Recurrir a los valores para lograr la cohesión social”.
   En este artículo, me sitúo en la raíz de las relaciones interpersonales y cómo éstas pueden concluir en una integración o desintegración de la sociedad.
   Un análisis que se remonta a comprender cómo, a partir de hechos históricos, se establecieron bases para una convivencia. Desde momentos claves, como la Reforma Protestante (iniciada en el s. XVI), se cuestionaron los valores precedentes y se instalaron otros. Este origen de nuevas formas para sostener un orden legítimo es lo que se pretende analizar. En un principio reflexionando sobre el pasado, pero la propuesta y el esfuerzo es aplicarlo a la actualidad.



Valores e integración social


   El siguiente artículo parte del concepto de valores para analizar cómo se ponen de manifiesto las distintas tendencias en la integración o desintegración del Estado Moderno.
   Weber[1] es quien desarrolla sus trabajos dentro de un período en que el orden liberal comienza a mostrar signos de agotamiento, o al menos de perturbación, ante la presión de las masas y la propia fase de desarrollo. Esto en razón de su búsqueda de elementos constitutivos racionales y no racionales, que configuran toda acción humana concreta.
   El alemán, en su búsqueda de fundamentos para analizar e interpretar comportamientos sociales, elabora un sistema de referencia. Lo lleva adelante a través de conceptos tipos puros, que sirven para explicar la motivación para la acción. A propósito  de esta finalidad, Weber construye categorías en el campo de la sociología. Al respecto nos dice: 



 “Los conceptos constructivos de la sociología son típico-ideales no sólo externa, sino también internamente. La acción real sucede en la mayor parte de los casos con oscura semi-conciencia o plena inconsciencia de su ‘sentido mentado’. El agente más bien ‘siente’ de un modo determinado a saber que ‘sabe’ o que tiene clara idea; actúa en la mayor parte de los casos por instinto o costumbre. Sólo ocasionalmente –y en una masa de acciones análogas únicamente en algunos individuos- se eleva a conciencia un sentido (sea racional o irracional) de la acción. Una acción con sentido efectivamente tal, es decir clara y con absoluta conciencia es, en realidad, un caso límite. Toda consideración histórica o sociológica tiene que tener en cuenta este hecho en su análisis de la realidad. Pero esto no debe impedir que la sociología construya sus conceptos mediante una clasificación de los posibles ‘sentidos mentados’ y como si la acción real transcurriera orientada conscientemente según sentido”. (Weber; 1992, 18)



   Esta afirmación me parece importante para introducirme en la justificación de  trabajar el concepto de valores como indicador del nivel de cohesión social de una sociedad determinada. Señalo como importante lo anterior por el intento de demostrar que cuando los valores no representan ejes efectivos de cohesión social estamos ante una situación de anomia.


Valores como foco de estudio
   La categoría valores ha tomado un giro importante a partir del desarrollo de  diversos estudios al respecto, iniciados en Europa a partir de los años ‘80.
   A título de ejemplo: la Encuesta Mundial de Valores es una investigación de variación política y sociocultural. Ha sido llevada a cabo por encuestas nacionales representativas de los valores básicos y creencias públicas de más de 65 sociedades en los seis continentes, conteniendo casi el 80 por ciento de la población mundial. Basada en la encuesta europea de valores, y llevada a cabo por primera vez en 1981, una segunda ola de encuestas, diseñada para uso global, fue completada entre 1990-1991. Una tercera corriente fue entre 1995 y 1996; y una cuarta tuvo lugar entre 1999-2001. Esta investigación ha producido evidencia del gradual, pero dominante, cambio respecto de las formas en que la gente quiere dejar de vivir. Además, la dirección básica de esos cambios es, hasta cierto punto, predecible. Esta investigación ha dado origen a más de 300 publicaciones en 16 idiomas.

Perspectiva triádica
   En este artículo postulo que las características del desarrollo socio-político de Argentina justifican el abordaje del significado de los valores emergentes,  en el plano social, respecto de la construcción del Estado. A partir de una concepción comunitarista o de carácter republicano.
        Autores como Weber, Habermas[2] y Taylor[3] desarrollan sus elaboraciones desde una clasificación de las diferentes formas de accionar y vincularse de las personas dentro de las sociedades que ellos intentan caracterizar. El propio Aristóteles presenta, en su Tratado sobre La Política, el concepto de ciudadano virtuoso; dentro de los límites del concepto de ciudadano y polis.
   La vinculación que establece Weber respecto al significado de la ética protestante, en el desarrollo del capitalismo, si bien sujeto a otras miradas (como Skinner[4]), es una demostración del significado de determinados valores en la articulación y dirección de ciertas acciones.
   Dadas las diferentes características de tratamiento del tema, he decidido tomar diversos autores para articular el fundamento epistemológico del concepto. No obstante, los tres que con distinta magnitud constituirán el eje del desarrollo de esta sección serán: Weber, Habermas y Taylor, sin dejar por eso de citar otros que pienso pueden enriquecer mi argumentación. Esto, a su vez, me permitiría luego iluminar otra inquietud, que surge de considerar que el egresado universitario, como integrante de una sociedad a la cual debería insertarse como parte de su élite[5], podría llegar a constituirse en un factor disgregador dado su nivel de representatividad relativa. De esto último es que remarco  especial énfasis en lo desarrollado por Charles Taylor. Porque, en razón de nuestra inquietud respecto al rol del sistema educativo, en la generación de valores, es necesario repensar si este efectivamente contribuye a la consolidación de una comunidad de ciudadanos.[6]

Virtud ciudadana
   Parte de los estudios históricos referidos al campo de la construcción social se han dedicado a investigar la ciudadanía en general, el pueblo. Tomaron como muestra a élites y consideraron únicamente a la ciudadanía en cuanto a su intervención en roles de autoridad o núcleos de poder dentro de espacios como, por ejemplo, los partidos políticos. Otras investigaciones desarrollaron el concepto de estructura y sistemas como abordaje funcional propio de sociedades ya avanzadas en su construcción. Otras corrientes abordaron el desarrollo político desde una visión materialista e histórica dialéctica. Por último, existen posturas más ligadas a la construcción social, en la medida en que van configurando imaginarios colectivos y desafíos que, al superarse, permiten ir plasmando la identidad de un pueblo.
   Con el agotamiento de las interpretaciones neo-positivistas, montadas en esquemas metodológicos propios de las ciencias duras, se produce en el s. XX un retorno al estudio del ciudadano. Éste no equiparable al construido por el modelo científico- socio-biológico, sino más tendiente a pensarlo como ser social provisto de una ética y un raciocinio. Este cambio de rumbo no sólo ha provocado la multiplicación de estudios en lo concerniente a la intervención ciudadana, la participación democrática y la sociedad civil, sino que también ha tenido claras implicaciones políticas por la incidencia del ámbito privado en el público y viceversa, además de una importante preocupación  respecto de la virtud pública.
   Dicho enfoque rescata cierto tipo de republicanismo que estaría implícito en las diferentes manifestaciones que hacen a la virtud pública. Definiendo a ésta como “la generosidad de todo ciudadano responsable que lo impulsa a intervenir desinteresadamente en los asuntos de la esfera pública, demostrando una solidaridad colectiva que va más allá de la manifiesta en el entorno inmediato, familiar y cercano”. (Llano, 2004)
   El ideal del humanismo cívico tiene antecedentes en Nicolás Maquiavelo[7] (Viroli; 2000, 241), quien sostiene que, por virtud de los ciudadanos, se produce el surgimiento de la capacidad creativa y dinamismo de toda República. Es la predisposición libre de actuar en la vida comunitaria y en la actividad política de la ciudad, hacia la que se corresponden como miembros activos y responsables.
   Es importante señalar que el estudio de los valores, como categoría de discernimiento sobre la funcionalidad social, de ninguna manera significa desconocer fuentes diversas de cambios sociales. Pero sí notar que, a nuestros fines, se constituyen en fuertes indicadores del tipo de orden social existente.
   Esta aclaración es importante si tomamos en consideración lo que Nisbet[8], citado por Juan Carlos Portantiero (1969), ha señalado sobre cinco ideas significativas de orden conservador, que han predominado en el pensamiento de los teóricos clásicos. Ellas son: Comunidad, autoridad, lo sagrado, status y alienación. Para Nisbet, en Saint Simón, en Comte, en Tönnies, en Durkheim o en Weber, estas ideas predominan dentro del concepto de concebir las sociedades como sujeto orgánico superior y exterior a los individuos que la componen. Colectivos unificados en sus elementos por valores que le dan cohesión y estabilidad, y que proporcionan sustento a las normas que rigen las conductas  de los individuos. “Si esos valores, esas normas, esas instituciones se alteran, la sociedad entrará en un período de desgarramiento y desintegración”. (Portantiero; 2004, 18 -19)


Acción social, el menor y fundamental componente en la sociedad
   La característica conceptual de la acción social es un mínimo de reciproca bilateralidad. El contenido puede ser el más diverso, pero siempre se trata de un sentido real y expresado por los partícipes. La relación social consiste sola y exclusivamente en la existencia presente, pasada o futura de una forma determinada  de conducta social que es de carácter recíproca por su sentido. No es estrictamente necesario que en un caso concreto los participantes de la acción mutuamente referida pongan el mismo sentido en esa acción, o que cada uno adopte en la intimidad idéntica actitud respecto al otro (amor, amistad, piedad, lealtad) -es decir que exista lealtad en el sentido en cuanto a contenido.
   La relación social es objetivamente unilateral, pero no deja de estar referida, en la medida en que el actor presupone, erróneamente quizás, una determinada actitud de su contrario frente a él, y en esa expectativa orienta su conducta. La ausencia de reciprocidad sólo excluye la existencia de una relación cuando falta el hecho de una referencia mutua de las dos acciones.
   Vale decir, Weber concibe sus análisis en el supuesto de que los sujetos son conscientes del sentido que le imprimen a sus acciones. A partir de esta premisa él elabora una clasificación o tipología que le permite discernir sobre diferentes procesos y conductas sociales. Sin embargo, es importante destacar ciertos puntos, recurriendo nuevamente a Juan Carlos Portantiero (2004):

§  El desarrollo del hombre es de una creciente racionalidad en su relación con el mundo. Las regularidades en la conducta humana se deben principalmente al reconocimiento por los actores de la existencia de un orden legítimo que les otorga validez. Esa legitimidad puede estar garantizada por la tradición, por la entrega afectiva, por el acatamiento a valores absolutos o por la adhesión a la legalidad estatuida positivamente. Esta última, según Portantiero, es la legitimidad contemporánea, sobre la que se construye el moderno tipo de dominación legal y burocrática racional.
§  La sociología es: “Una ciencia que pretende entender, interpretándola, la acción social, para de esa manera explicarla causalmente  en su desarrollo  y efectos”. (Weber, 1992: 15) El  Estado, la familia, cualquier formación social  deja de existir socialmente cuando no existen relaciones sociales que le den sentido.

   Como se menciona anteriormente, en la introducción de este escrito, Weber considera que los conceptos constructivos de la sociología son típico-ideales externa e internamente, y que las acciones reales suceden, las más de las veces, en niveles de inconsciencia o semi-conciencia de su sentido.
    A partir de lo enunciado es que el filósofo, tomando en cuenta las limitaciones    existentes para el control de las interpretaciones, esboza la estrategia metodológica del método histórico comparativo, que pone en práctica y teoría en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”. Si comparando sociedades diferentes, logramos igualar las principales variables –económicas, sociales, políticas, culturales, etc.- que aparecen en ellas, quedando una y solo una cuyas características no son compartidas por la totalidad, queda claro que es la decisiva para explicar la diferencia específica. Esta sería la impronta que, según Weber, jugó la ética protestante en los orígenes del capitalismo como sistema social.
   El alemán nos dice, en la compilación realizada por Horowitz, Irving Louis[9], que “lo propio y específico de la reforma, en contraste con la concepción católica, es el haber acentuado el matiz ético y aumentado la prima religiosa concedida al trabajo en el mundo racionalizado en profesión”. Expresa: “La evolución del concepto estuvo en íntima conexión  con el desarrollo de distintas formas de piedad en cada una de las iglesias reformadas”. Para concretar: “Pero la razón  de que católicos y luteranos aborrezcan por igual al calvinismo radica en el singular matiz ético de ésta. La investigación más superficial descubre al momento que la relación entre la vida religiosa y el obrar en el mundo es de tipo esencialmente distinto en los calvinistas que en los católicos y luteranos.”
      En conclusión, la orientación de Weber está signada por la búsqueda de factores  específicos dentro de relaciones sociales que le permitan inferir comportamientos. En su desarrollo, ubica la validez del orden, las costumbres, creencias y valores, como soporte implícito de la legalidad y, más importante aún, de los comportamientos. De otra manera, aun haciendo las salvedades metodológicas que el autor propone, ¿cómo puede incorporar a su interpretación el valor de la ética protestante en el desarrollo de capitalismo? ¿Qué encarna la ética protestante, sino valores asumidos por los sectores hegemónicos de la sociedad que se trasmiten con fuerza de su sentido al conjunto de la sociedad?

*Doctor en Ciencia Política. CEA - UNC.





[1] Filósofo, economista, jurista, historiador, politólogo y sociólogo alemán.
[2]  Filósofo y sociólogo alemán.
[3]  Filósofo canadiense.
[4]  Psicólogo, filósofo social, inventor, y autor estadounidense.
[5] Tomando al concepto de élite como expresión de un sector que por su capacidad económica, intelectual o de conducción política debería erigirse en guía de construcciones sociales más justas. En nuestra definición nos aproximamos a Taylor alejándonos del concepto de élite de Paretto o Mosca, más acotado en estos últimos a la capacidad de control del poder político.
[6] Estos ciudadanos, si bien egoístas en términos de Adam Smith, se ubican o deberían ubicarse dentro de espectro social atendiendo códigos de conducta apropiados para el desenvolvimiento ético social dentro de una economía de propiedad privada. (Sen; 2000, 325)
[7]Diplomático, funcionario público, filósofo político y escritor italiano.
[8] Sociólogo estadounidense.
[9] “Concepción luterana de la profesión. La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, 1964. EUDEBA.

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