Examinando el significado de valores en la construcción social (3)

A continuación se muestra el tercer artículo de la sección “Examinando el significado de valores en la construcción social”. En este reflexiono sobre el arraigo social que deben poseer las acciones para contribuir a una sociedad afianzada.
A partir de distintos teóricos, interpreto que la riqueza de una comunidad depende, en un alto grado, de los valores que logra instituir. Retomo los conceptos del pensamiento aristotélico y del comunitarista Charles Taylor, quienes desde dos ópticas disímiles coinciden en que los valores sólo se pueden difundir, reproducir e internalizar dentro de un tipo de sociedad.
La virtud, una de las nociones destacadas por Aristóteles, otorga superioridad debido a que está orientada hacia el bien común. Desde Taylor, una sociedad que sólo posee intercambios comerciales carece de sentido. Las acciones, ancladas en valores compartidos y en una comunidad fortalecida, deben ser coherentes con lo social. Continúa en que si un individuo no se siente parte de la colectividad su sentimiento es propio de quien está a la deriva, sin brújula cierta.
Espero que disfruten de la lectura y que genere un momento de reflexión.


La visión aristotélica del ciudadano

   Aristóteles plantea que si una ciudad deviene progresivamente unitaria, esa característica recaería en un individualismo del hombre sobre sí mismo. Según el autor, es la diversidad de elementos lo que da unidad a la ciudad, pues las capacidades diferentes de los ciudadanos comunes, en conducta recíproca, garantizan la graduación y la complementariedad indispensables para la armonía social. Acuerdo hecho posible, a su vez, por la libertad que éstos tienen de diferir entre sí cualitativamente. De esta forma, la igualdad otorgada por la reciprocidad salvaguarda la cohesión social, pues la participación práctica es la que le da unidad al conjunto.
   Asimismo, la postura aristotélica que propugna que "se gobierne sobre la base de bienes buscados en comunidades efectivamente existentes", discurre con actuales posturas liberales (Rawls, Dworking) que sugieren que “la teoría de la justicia tiene que ser definida con independencia de las particularidades prácticas de una sociedad”.
   Alejandro Llano[1] destaca la consideración de Aristóteles respecto a que la determinación del bien práctico no puede proceder de una disquisición teórica independiente de la experiencia histórica y social. Su método exige que toda investigación comience con un examen “dialéctico” de las opiniones en presencia, para dirimir cuál o cuáles tienen una índole radical e irreducible, y qué otras presentan un carácter meramente derivado o accidental. La filosofía política tiene que abarcar o comprender todas las variantes de una práctica dada, de las que en absoluto se puede prescindir.
   Ahora bien, es necesario tomar en cuenta que toda práctica individual debe ser examinada en función del sistema social al que pertenece y de en qué medida se acerca o aparta de los "bienes" manifiestos en una sociedad determinada.
   Aristóteles distinguió entre "la vida" y "la vida buena". "La vida" presenta una significación meramente estructural. De "la vida buena", en cambio, parte la exigencia propiamente política que remite a las actividades más elevadas y específicamente humanas: la contemplación de la verdad y la virtud ciudadana que asume el hombre al asociarse en una comunidad plural y autárquica. 
   Según Llano, estaríamos muy próximos a los hechos que expone la hipótesis aristotélica respecto a una situación de crisis de la ‘polis’: “a ser un conjunto de hombres que sólo tienen en común los intercambios comerciales y las alianzas guerreras, de manera tal que no constituyen una comunidad cívica, no pueden discutir acerca de la justicia, no se da propiamente entre ellos actividad política, ni existe verdadera convivencia ya que las relaciones mutuas son iguales cuando están unidos en un mismo lugar”. 
   Para comprender mejor el trasfondo socio – histórico, del que surge el pensamiento de Aristóteles, nos valdremos de Johnn Dunn. Este autor dice:

“Entre las instituciones sociales y políticas de la polis, cuyos ciudadanos gobernaban y eran gobernados por turno, y las técnicas auto-críticas y analíticamente precisas del pensamiento griego, existía una clara afinidad electiva. Ambos se apoyaban, en última instancia, en las prácticas de la discusión pública, en la franca aportación (y aceptación) de razonamientos que eran las bases de las conclusiones” (…) “A pesar del atractivo que el conocimiento esotérico tenía a menudo para algunos grupos de pensadores  griegos, así como la clara condescendencia política aristocrática incluso en la polis griega más incondicional de la democracia, los griegos aprendieron a desarrollar las matemáticas, la lógica, la filosofía y varias ciencias naturales como estructuras de creencia públicamente responsable, de la misma manera que aprendieron a desarrollar el gobierno democrático como una estructura de autoridad públicamente responsable”. (Dunn; 1995, 315-316)

   En otras palabras, a pesar de las sospechas mutuas permanentes y la animosidad intermitente entre la investigación científica y la autoridad democrática, ambas estaban arraigadas en la misma experiencia colectiva social. En suma, la participación, el alto valor otorgado al conocimiento, la capacidad de razonar socialmente en términos de crítica y auto-critica, y su desarrollo comercial y productivo, permitieron el florecimiento de uno de los periodos más destacados de la historia de la humanidad.  De lo que expone Llano y lo que resalta Dunn, surge que lo que está en juego en el desarrollo de una comunidad, para que esta se consolide como tal, es  el tipo de valores que predominen en la misma. De ello la importancia de lo que Aristóteles denominó virtud cívica[3], un  concepto luego retomado por Nicolás Maquiavelo.
   Aristóteles abordó el tema de la ciudadanía (en términos de su etapa histórica) sosteniendo que el verdadero fundamento del Estado y del derecho es la virtud. Sin ella ninguna institución podría ser legítima.

 “El fin de la sociedad política no es solamente vivir con sus semejantes, sino realizar el bien. Por lo tanto el hombre más virtuoso en sociedad tiene más derechos a ser ciudadano que el más rico o más libre, ya que en virtud los supera”. (Aristóteles, 1955: Libro I, Cap. V)

   En mi opinión, dentro del pensamiento de Aristóteles, el fundamento de la acción política en democracia tiene reglas claras: la política se ejerce para el bien común aunque no deje de expresar la lucha por el poder. En el momento en que la política abandona esa esencia pierde credibilidad y la sociedad inevitablemente acentúa sus fracturas.
   Más allá de la evolución de las distintas formas sociales hacia el modelo de sociedad burguesa, en donde el concepto de reproducción y un economicismo pragmático prima sobre el concepto de virtud en el sentido Aristotélico -Hannah Arendt ha estudiado este vuelco como la supremacía del trabajo (labor) sobre la acción (action)-, no se puede soslayar el concepto de valor como substrato de las acciones racionales. Lo importante es rescatar que el ideario de la virtud, según el filósofo griego, se asienta en valores que rescatan lo público y común como parte esencial de la acción del ciudadano, incluso otorgándole una categoría superior. De ésto la importancia de la transcripción de John Dunn.

Charles Taylor[4]: Lo que subyace en las conductas ciudadanas
   Charles Taylor realiza en sus escritos una profunda crítica al liberalismo político. Desde los argumentos comunitarios representa un cuestionamiento muy profundo a posturas como el individualismo y el contractualismo, característicos del liberalismo.
   En el marco del pensamiento de Taylor, algunos puntos centrales son:
·         La concepción antropológica del autor, que trata especialmente algunos conceptos claves de su filosofía, como los de la dimensión moral de la vida humana y la identidad personal.
·         El concepto de comunidad y su discusión con las visiones atomistas de la sociedad.
·         Su punto de vista en torno a los derechos colectivos y el multiculturalismo.
   Sobre su concepción antropológica, sólo diré que a Taylor le preocupa captar el concepto de ser humano, a partir de manifestar que es imposible captar su esencia, si no la concebimos desde la dualidad de la razón y las emociones. Es más, no imagina en la naturaleza del individuo la posibilidad de dividir ambas manifestaciones que son propias del hombre en acción e integrado a un mundo de relaciones. Para Taylor, como bien lo manifiesta Carlos Donoso en el centro de la interpretación de lo que es ser un ser humano, está la idea de moralidad, entendida ésta como algo objetivo que se da por intermedio de las emociones humanas.
   La idea de moralidad resulta del diálogo, de experiencias y objetivos que una comunidad se plantea y de la cual el individuo forma parte. Esta comunidad prescribe mediante normas lo que es bueno o malo y, al ser parte de una colectividad, estas reglas explícitas e implícitas se internalizan. En suma, la moralidad tiene que ver con la preservación de una comunidad determinada a partir de su aprendizaje y relación con la naturaleza y  sus formas de vinculación con otras comunidades.
   En lo anterior subyace la idea que el sentido positivo o negativo con el cual el hombre identifica sus emociones, está ligada a las prescripciones que una sociedad ha adoptado. Identifica, entre otras: la vergüenza, la dignidad, la culpa, el orgullo, la admiración y el desprecio, la obligación moral, el remordimiento, la auto-infravaloración y la autoaceptación.

"El pensador canadiense observa que estas emociones –las que sentimos ‘en cuanto sujetos’-, son precisamente la base de nuestra comprensión de qué es ser un ser humano, en contraste con ser un mero cuerpo o un mero animal. Estas emociones (deseos, aspiraciones, motivaciones, etc.) incorporan lo que es importante para nosotros en nuestra vida, lo que nos importa en cuanto sujetos humanos. Por lo tanto, en el análisis de las emociones humanas, Taylor ha descubierto que, además de darnos un sentido de la situación (intencionalidad), ellas nos abren el dominio del bien humano. La aserción es muy fuerte: a través de las emociones somos capaces de darnos cuenta de qué es el bien para nosotros en cuanto sujetos humanos" (Carrasco; 2001, 34).

   En la interpretación de Donoso, Taylor advierte que los temas de la identidad personal y el bien, de la individualidad y la moral, están inextricablemente entretejidos. En otras palabras, el yo se desarrolla, a su juicio, en relación al bien y, por lo tanto, está situado en el terreno de lo moral, lo que no ha sido entendido así por gran parte de la filosofía contemporánea. Esta última, se ha centrado más bien en lo que es correcto hacer y no en lo que es bueno ser.  Donoso traer a colación el pensamiento de Carlos Thiebaut[5], por la claridad con la que expresa el valor de los marcos referenciales en el pensamiento de Taylor.

“Carlos Thiebaut (…) sintetiza el análisis fenomenológico que  hace Taylor de nuestra vida moral señalando que dicho análisis nos sugiere que "todo acto, toda valoración moral, están inmersos en una serie de marcos valorativos que constituyen el horizonte sin el cual no podría realizarse ni ese acto ni esa valoración" (Thiebaut 1992: 69). Agrega Thiebaut que, de acuerdo a este planteamiento, esos marcos irrenunciables "son, de hecho, la matriz de nuestra moral, el horizonte sobre cuyo fondo y a cuya luz se recortan e iluminan todos nuestros actos de valoración, de preferencia, de elección. Constituyen, por así decirlo, una especie de espacio moral en el que nos movemos y sin ellos sería imposible la moral misma. Esos marcos u horizontes pueden tener, y tienen, formas históricas diversas –desde la ética del honor o del guerrero hasta la ética universalista que se apoya sobre las ideas o los marcos de dignidad o autonomía-, en cada una de las cuales son diversos los comportamientos que se desean y se ensalzan y son diferentes las razones por las que ello es así" (Ibíd.). Por esto, sería profundamente erróneo proponer, como hacen algunas éticas modernas, que tales marcos sustantivos no existen, aduciendo "que uno de ellos –digamos, por ejemplo, el del teísmo católico medieval- haya quedado obsoleto o se haya desvanecido con otras ruinas de la historia. También las morales burguesas que emergen del desencantamiento del mundo medieval poseen su horizonte valorativo sustantivo”. (Donoso; 2003, 9)

“Yo defiendo -dice Taylor- la firme tesis de que es absolutamente imposible deshacerse de los marcos referenciales; dicho de otra forma, que los horizontes dentro de los cuales vivimos nuestras vidas y que les da sentido, han de incluir dichas contundentes discriminaciones cualitativas.” (Taylor; 1996, 43).

   Para Taylor, la respuesta a la pregunta sobre quién es una determinada persona, equivale a conocer dónde esa persona se encuentra. Inmersa en el sentido de los compromisos e identificaciones que proporcionan el marco u horizonte dentro del cual se intenta determinar lo que para ella es bueno o valioso, lo que debe hacer, lo que se aprueba o rechaza. Por eso, las llamadas "crisis de identidad" representan "una aguda desorientación que la gente suele expresar en términos de no saber quiénes son, pero que también se puede percibir como una desconcertante incertidumbre respecto al lugar en que se encuentran. Carecen del marco u horizonte dentro del cual las cosas adquieren una significación estable; dentro del cual es posible percibir, como buenas y significativas, ciertas posibilidades vitales, y otras, como malas o triviales" (Taylor; 1996, 43). El vínculo entre identidad y orientación dentro del espacio moral es, pues, esencial.
   Esta visión del canadiense sobre la identidad se enfrenta a la visión naturalista, para la cual es posible que nos deshagamos por completo de los marcos referenciales y consideremos meramente nuestros deseos y aversiones, nuestros gustos y antipatías, sin aceptar ninguna distinción cualitativa. La cuestión de los marcos referenciales vendría a ser algo artificioso. Para Taylor, en cambio, esto pertenece a la clase de cuestiones ineludibles. Es parte de la acción humana existir en un espacio de cuestiones sobre los bienes potentemente valorados, antes de cualquier elección o cambio cultural aleatorio. "A la luz de lo que comprendemos como identidad, la imagen de un agente humano libre de todos los marcos referenciales representa más bien una persona dominada por una tremenda crisis de identidad" (Taylor; 1996, 47).
   El pensamiento de Taylor avanza en profundidad en conceptos que otros autores sólo enuncian. No son desarrollados en los términos del proceso experiencia/aprendizaje, ni tampoco respecto al valor de los lazos que se van tejiendo en una comunidad. Situación que se da a partir de enfrentar diferentes estados de naturaleza y como consecuencia de su propia evolución.
   Taylor da un giro crucial  sobre el concepto de identidad y referencias. No hay para este autor una moralidad intrínseca. Esta se desarrolla dentro de los valores de una comunidad que le proporciona el sentido de identidad y le proporciona el marco para plantear y desarrollar sus acciones, aun las de carácter teleológico.
   Pienso, a partir de Taylor, que toda práctica, aún de carácter individual, conlleva modelos sociales y obediencia a reglas. La sujeción de las propias actitudes, elecciones, preferencias y gustos de los individuos a esos modelos, es lo que define la  práctica. Por supuesto, las prácticas tienen historia y evolucionan; no obstante, no podemos iniciarnos en una práctica sin aceptar la autoridad de las que consideramos mejores desde el punto de vista social. Esta es la posible radiografía de una comunidad dada en un momento determinado de su historia.



[1] Filósofo español.
[3] Prioridad al bien común.
[4] Filósofo canadiense.
[5] Filósofo español. 

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