Estado y democracia (2)

El artículo que ahora presento, da continuidad directa al precedente, de la sección actual Estado y Democracia. El estado deplorable de las sociedades, generado por la intromisión de la droga a distintos estamentos, nos atraviesa por completo. Quienes no están al margen, mutando en su función de intermediarios entre Estado y sociedad, son los partidos políticos.
   A partir de distintos teóricos, con perspectivas diversas, y la síntesis que manifiesto, la discusión pone de relieve las fragmentaciones en nuestros países latinoamericanos. Las consecuencias, en países más vulnerables, siempre es mayor, por eso políticamente nos encontramos sin rumbo cierto.
   Espero que disfruten de este nuevo aporte. Que sirva para repensarnos.
   

El espacio político en los países institucionalmente débiles


   El discurso de Macola (completo en el primer capítulo de la sección) representa la lucidez de los sectores desposeídos respecto al significado de la inexistencia de valores claves para el desenvolvimiento de la política pública. Enfrentan, desde la violencia, un mundo que nada les ofrece y del cual se pueden apropiar a través del temor y la incorporación de tecnologías. Emergen líderes capaces de entender la realidad pero impotentes y demasiado cínicos para pretender modificarla. La nulidad y la necesidad de sobrevivir es lo que engendra su  violencia.
   Lo interesante de Marcos Camacho es que su nivel de reflexión nos conduce al nivel de inteligencia y sensibilidad de los sectores desposeídos. Estos podrán no estar en condiciones de dar repuestas a la complejidad emergente pero captan en la práctica la posibilidad de confiar en los dirigentes. Esa inteligencia es el lazo de unión no circunstancial entre élites y pueblo.
¿Qué sucede con los partidos?
   En el juego de poder interno y externo, sumado a los cambios en los procesos de hegemonías políticas y sociales, se va produciendo un dislocamiento entre sociedad y elites políticas.
   Una de las razones es porque las propias estructuras partidarias se tornan conservadoras ante los requerimientos de los juegos de poder emergentes y la necesidad de supervivencia ante situaciones sociales cambiantes e impredecibles. Provocan su extrañamiento paulatino de la sociedad, o parte de ella, quien en alguna etapa lo genera. El punto de inflexión aparece cuando pierde su capacidad de reconocer que el quién y el qué de sus decisiones atenta contra los fines que le dieron origen.
   Cuando esta situación deviene en el proceso de partido atrapa todo, como bien lo describe Tcach[1], su situación se torna absolutamente frágil. Lo peor es que en el desarrollo de sus procesos de lucha, el marco ideológico que le dio origen se sostiene en base a consignas hueras y cada vez más débiles. Mientras va perdiendo toda capacidad de comprensión de la complejidad creciente de las diferentes sociedades.
   Por lo que se denomina democracia de audiencias, aparecen otros tipos de protagonistas y de procesos de otorgamiento o retiro de la confianza política. En esta etapa, sobre todo en la etapa de desarrollo político de las sociedades de carácter periférico, aparece una bifurcación entre los procesos en los partidos de los países desarrollados y  los que se corresponden con nuestras realidades.
   En este punto, sin desconocer la importancia que podría asumir el concepto de crisis de hegemonías, nos concentramos por la metodología de exposición elegida en abordar la situación de crisis de los partidos políticos. El marco de este intento están dentro de los términos en que se resolvió el concepto de legitimidad post parlamentarismo, sobre todo luego de la Segunda Guerra Mundial y el significado de su evolución según reflexiones seleccionadas de autores reconocidos en el mundo de la academia. El objetivo es reflejar, a través de ellos, la situación del sistema de partidos en el mundo desarrollado para, a partir de las apreciaciones de Abal Medina, marcar las diferencias de contexto y el significado de esas desigualdades.

   Kurt Lenk[2] y Franz Neumann[3] nos expresan:  
“El partido burgués de viejo estilo, con su representación individual, se convierte ahora en excepción. Aunque algunos de estos partidos se mantienen con vida, ya no determinan el carácter de sistema de partidos. Al mismo tiempo, el partido de integración, nacido en una época de diferencias de clase más profundas y de estructuras confesionales  más claramente reconocibles, se transforma en un auténtico partido popular, en un partido de todo el mundo (match-all-party). Renuncia a los intentos de incorporar moral y espiritualmente a las masas y dirige su atención ante todo hacia el electorado; sacrifica por tanto, una penetración ideológica más profunda a una irradiación más amplia y a un éxito electoral más rápido. La perspectiva de una tarea política más limitada y de un éxito electoral inmediato se diferencia esencialmente de los antiguos fines más comprensivos”. (Lenk y Neuman; 1980, 331)
“En las sociedades desarrolladas, de las que  se trata aquí, en las cuales se ha alcanzado un alto nivel de bienestar económico y de seguridad social, ampliados todos por las instituciones del Estado del bienestar o aseguradas por el acuerdo entre las partes sociales, muchos hombres ya no tienen frente al Estado la insatisfecha necesidad de protección que tenían antes (...) Por otra parte, muchos electores son ya conscientes de la complejidad y multiplicidad de los factores que depende su bienestar futuro”. (Lenk y Neuman; 1980, 333)
“Los partidos populares de Europa se encuentran en una fase de desideologización que ha contribuido notablemente a su ascenso y ampliación. Desideologización  política significa privar a la ideología de su puesto de centro motor en la fijación de objetivos políticos, y limitarla a ser uno de los elementos posibles en una cadena de motivaciones mucho más compleja”. (Lenk y Neuman; 1980, 333)
“Por regla general, sólo los partidos grandes pueden convertirse  con éxito en partidos de todo el mundo”. (Lenk y Neuman; 1980, 334)

   Por otra parte, Bernard Manin dice:
“Cada partido solía proponer al electorado un detallado programa de medidas que prometía llevar a cabo si regresaba al poder. Ahora, las estrategias de candidatos y partidos se basan en cambio en la elaboración de imprecisas imágenes con los que, sobre todo presentan la personalidad de sus dirigentes. El escenario público está cada día más dominado por especialistas en medios, expertos en opinión pública y periodistas en los que cuesta ver el reflejo típico de la sociedad”. (Manin; 1998, 237)
“Cuando quedó claro que los partidos de masas no habían socavado las instituciones representativas, los cambios que en un principio fueron considerados como amenazas a la representación fueron reinterpretados para que aparecieran más democráticos. El gobierno representativo parecía dirigido hacia una identificación entre representantes y representados y hacia el gobierno popular. Los comentaristas dejaron de preocuparse  por la evolución  anterior sistema para fijarse en el futuro”. (Manin; 1998, 240-241)
“Por lo tanto surge una curiosa simetría entre la situación actual y la de finales del siglo X1X y comienzos del XX. Ahora,  como entonces, se está extendiendo la idea  de que la representación está en crisis. Este paralelismo inspira la hipótesis de que quizá,  más que a una crisis de representación, estamos asistiendo a la de una forma concreta de representación, esto es, a la establecida tras los partidos de masas”. (Manin; 1998, 241)
“El papel de los partidos de masas y de los programas parecía ser la consecuencia de la ampliación del derecho del sufragio y, como un desafío futuro al sufragio universal parecía imposible, se consideró que la naturaleza de la representación había sido alterada de forma irreversible”. (Manin; 1998, 241)
“Es posible  que los cambios que trajo la democracia de partidos fueran menos fundamentales de lo que se supuso… Puede que la historia del gobierno representativo constituya una secuencia de tres formas separados por dos rupturas”. (Manin; 1998, 242)

   Ángelo Panebianco[4] manifiesta:
“La teoría de sustitución de los fines de Michels ilustra precisamente el paso de la organización desde su etapa de instrumento para la realización de ciertos objetivos (las metas socialistas originarias del partido) a la del sistema natural, en la cual el imperativo de la supervivencia y los objetivos particulares de los actores organizativos llegan a ser ‘preponderantes’” (Panebianco; 1990, 38)
“Ciertamente en una organización consolidada las actividades destinadas a asegurar su supervivencia, predominan en general sobre las relacionadas  con la búsqueda de aquellos fines para cuyo logro surgió la organización”. (Panebianco; 1990, 38)
“Si la organización distribuye demasiados incentivos selectivos y de una forma demasiado visible, resta credibilidad al mito de la organización como instrumento enteramente volcado en la realización de –la causa- (lo que debilita su capacidad para distribuir incentivos colectivos). Por otra parte si pone en exceso el acento sobre los incentivos colectivos, se compromete la continuidad de la organización (que se reafirma gracias a los incentivos selectivos). La organización debe por tanto encontrar el equilibrio entre la exigencia de satisfacer intereses individuales a través de los incentivos selectivos y alimentar las lealtades organizativas que dependen de los incentivos colectivos”. (Panebianco; 1990, 42)
“La primera función interna de la ideología es la de mantener la identidad de la organización a los ojos de sus partidarios; con lo que se convierte en la fuente principal de los incentivos colectivos. La segunda es la de ocultar la distribución de los incentivos selectivos no sólo ante quienes, en la organización, no se benefician de ellos sino, a menudo también a los ojos de los propios beneficiarios. Esta función de ocultación es fundamental por la razón ya indicada de que una excesiva visibilidad de los incentivos selectivos debilitaría la credibilidad del partido en cuanto organización dedicada a la –causa- y comprometería por tanto, su capacidad de distribuir también incentivos colectivos”. (Panebianco; 1990, 42-43)
   Por último, Juan Abal Medina expone:
“Sin embargo, la dificultad de la identificación de los intereses propia de la sociedad actual conduce a que nuevos contenidos más personales que políticos se complemente entre sí. Así, en la popularidad conviven de manera compleja factores tales como el conocimiento, la simpatía, el carisma, la presencia mediática y la sinceridad, entre otros”. (Abal Medina; 2004, 44)
“(…) de este modo se genera lo que alguien definió como “una democracia de audiencia” o de “los públicos” en la que los electorados se comportan como públicos cuya fidelidad los partidos deben construir en el día a día con su accionar. Los públicos de las democracias avanzadas deben así ser permanentemente seducidos y para ello los partidos deben ofrecerle de manera creíble incentivos colectivos que contengan alguna promesa de futuro, algún ideal de sociedad. De no lograrlo, de transformarse en meras agencias electorales capaces de adoptar cualquier programa, de ofrecer  paquetes contradictorios de incentivos, el lazo representativo se convierte tan poco sólido que se vuelve irrelevante y nadie podrá racionalmente sentirse representado por ellos”. (Abal Medina; 2004, 44)
“Este es el núcleo de la contemporánea crisis de la representación política: Sociedades que son difícilmente representables y organizaciones partidarias incapaces de hacerlo que generan en los electorados la apatía y el distanciamiento de la política del que hablábamos en los capítulos precedentes. A su vez, si a lo anterior le agregamos que las dificultades en la enunciación de incentivos colectivos vuelven más visibles los selectivos y que, precisamente la lógica mediática se encarga de mostrarlos hasta el cansancio (peleas internas, corruptelas etc.), nos encontramos con que el resultado crítico es evidente”. (Abal Medina; 2004, 44-45)

   Coincido con Abal Medina en su apreciación cuando se refiere al hecho de que si estas situaciones producen un fuerte impacto negativo en las sociedades centrales, más significativo resulta para países como Argentina o Brasil. Debido a los niveles de desigualdad, pobreza y marginación, que  significan de por sí una fuente de deslegitimación permanente sobre los gobiernos democráticos. Esto implica la generación de violencia y la desarticulación de las estructuras sociales, con el consiguiente debilitamiento de la función del Estado.
   Cabe destacar que algunos autores, como Panebianco, intentan cuestionar las  conclusiones de Michels respecto a su tesis: “(…) en las organizaciones consolidadas, se verificaría un proceso de sustitución de los fines que motivaron su creación”.
   Es decir, sus fundamentos ideológicos iniciales se sustituyen en razón de la necesidad de la supervivencia de la organización. Este concepto de supervivencia exige el sacrificio de los principios generativos. Por lo tanto, en la práctica política, lo importante, para los detentadores del control del partido, es sólo salvaguardar la organización que en definitiva responde a una trama de intereses.
   Es evidente la pérdida de legitimidad de la dirigencia partidaria, que en mi opinión, Panebianco trata de salvaguardar. Esto aparece claramente cuando, si bien no acepta el abandono de fines, termina reconociendo su dilución:

“La relación entre fines y comportamientos no se rompen nunca del todo, pero se atenúa: los líderes reafirmarán constantemente la coherencia entre los comportamientos del partido y sus fines oficiales, pero entre los muchos caminos practicables en la búsqueda de éstos se seleccionarán solo aquellos compatibles con la estabilidad de la organización”. (Panebianco; 1990, 52)

   Los otros autores, citados arriba, con mucha justeza, describen el proceso de transformación de los partidos, de partidos de masas a partidos de audiencia o de atrapa todo, para indicar la pérdida de valor de las ideologías movilizadoras  hacia la transformación. La realidad de los países avanzados torna inviable, en esta etapa del proceso histórico, su rescate tal cual lo expresaban los partidos de masas. Esta situación induce a otro tipo de discurso, marcando la necesidad de dar repuestas a otras insuficiencias; pero también sellando la tendencia hacia la corrupción que implica la propia estructura de funcionamiento real y de poder que genera.
   Es una realidad que parece semejante al fenómeno que acaece en los partidos de la periferia pero, en este caso, insertos en sociedades que demandan lo que otrora pretendían satisfacer los partidos de masa europeos.
A modo de corolario
   Los últimos sucesos, en las elecciones de Francia y EE.UU. e incluso la sorpresa del Brexit, dan fe de las tendencias enunciadas, donde la ruptura ante los sistemas partidos es evidente. Es posible que ante una situación de estancamiento y el fenómenos de los aludes inmigratorios,  los pueblos pierdan  confianza en la dirigencia no sólo por promesas incumplidas sino por percibir - en ésto, el mundo  de redes que nos interconectan al instante tiene mucho que ver – como lo observó Michels, la clase política se constituye en un establishment; ajeno a los intereses del conjunto, lo que termina por licuar su legitimidad.
   El mismo fenómeno sucede dentro de nuestros países. Brasil nos da una pauta del derrotero de los partidos. Aparece un fin de ciclo, sin que se pueda predecir que es lo que continuará. Históricamente, las situaciones de crisis eclosionan dando lugar a nuevas tendencias, discursos y liderazgos. Al inicio de las gestiones populistas, estas preferencias en América Latina parecieron que contradecían los procesos ya enunciados respecto a los países centrales. Sin embargo, los escenarios posteriores refrendaron la importancia de visualizar la complejidad del mundo en que se tiene que mover la política hoy.
   Es necesario comprender lo que estaría sucediendo en nuestras narices y, a partir de ello, darnos cuenta que el cambio de discurso tiene necesariamente que estar asociado  a la percepción del conjunto de un cambio de valores. Para cerrar cabe decir que estos procesos serán harto difíciles para los países que están profundamente penetrados por la corrupción y sistemas de justicia comprometidos con los gobiernos, cualquiera sea el signo político. Un desafío, de no fácil respuesta.



[1] Historiador argentino.
[2] Político alemán.
[3] Político, abogado y escritor alemán.
[4] Politólogo italiano.

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