Raíces de nuestra cultura (5)

Presento ahora un nuevo artículo. Lo considero valioso porque evidencia cuáles fueron los inicios de nuestra Argentina. La estabilidad institucional no fue lograda ni siquiera cuando se proyectó un modelo para seguir. La inmigración, como una situación desbordante, y constituyendo el mayor porcentaje de la población en las provincias más ricas, sobrepasó todo tipo de capacidad para la planificación de un modelo a largo plazo.
   Lo que se visualiza en la historia, desde el s. XIX hasta la actualidad, tiene su origen. Un ejercicio de reflexión, de aquella parte de nuestras raíces, es la propuesta.

Las fracturas en el origen de nuestra modernidad

   Toda comunidad se asienta en valores comunes. Los valores son los marcos de referencia de las conductas y tipos de realizaciones de los ciudadanos.
   Los valores hacen a la tradición y se constituyen en fuente del aprendizaje social. Los ciudadanos desarrollan su modelo de convivencia y aplicación de sus conocimientos o habilidades, a partir del sistema de valores que rigen su percepción de lo que es valioso o no, para lograr sus objetivos.
   Dentro del sistema capitalista, se considera que existe la necesidad de un discurso hegemónico inducido por las clases dominantes, el cual serviría de referencia al grueso de la sociedad.
   Argentina es un país de características muy particulares:
·        Sufrió una guerra civil que duró más de 50 años entre unitarios y federales.
·        Participó en una cruenta guerra contra Paraguay en la década del 60.
·        La unidad entre Buenos Aires y el interior carecía de fortalezas institucionales, en consecuencia, el desafío principal de los gobiernos de Mitre, Sarmiento y Avellaneda, era la consolidación del Estado. Eran gobiernos federales débiles.
   Esta precariedad institucional se manifestó con claridad cuando el Presidente Avellaneda, en 1880, logró que la ciudad de Buenos Aires se constituya en capital de la República, en contra de los intereses de la provincia de Buenos Aires. Decisión que lo obligó a enfrentar las fuerzas de Carlos Tejedor en feroces combates; casi tres mil muertos y la mediación de Mitre definieron la consolidación del proyecto de Estado. El Presidente Roca comenzó su mandato, bajo el lema: “Paz y Administración”.
   A partir de la presidencia de Julio Argentina Roca se inició un proceso de modernización , asentado en la incorporación del país al mercado mundial, un amplio predominio de la propiedad terrateniente y la conformación de una clase política que consolidó su poder mediante acuerdos entre el gobierno central, los caudillos del interior y el uso del fraude electoral. La crisis de los noventa, y la emergencia de concepciones diferentes, debilitaron el predominio roquista hasta su total agotamiento.
   En un lapso de 30 años se incorporaron millones de inmigrantes, que desplazaron rápidamente a los habitantes de origen criollo. Principalmente en los ámbitos vinculados al comercio y las actividades productivas, que pudieran cubrir necesidades de demanda interna. En las provincias del litoral, esto significó un fuertísimo impacto social y de costumbres, dado que esa masa de extranjeros, alcanzó casi el 70% de la población. Los grandes negocios financieros, de exportación de infraestructura y comunicaciones, en manos del capital internacional y la oligarquía local cómo beneficiaria de la renta agraria.
   Tomando el país, la población extranjera de diverso origen llegó al 50 %, lo que tornó imposible toda posibilidad de absorción cultural y reconocimiento de valores de los sectores hegemónicos. Además, en su práctica política, ostentaban una visión contradictoria respecto a su ambición de construir un gran país. Sus consecuencias fueron la pérdida de identidad y debilitamiento progresivo del régimen. La preocupación por el choque cultural se manifestaba en casi todos los círculos intelectuales afines al “patriciado”.
   Como trasfondo de ese proceso, los escritos de Juan Agustín García (miembro del patriciado) revelaron la opinión de los sectores más lúcidos de la oligarquía, respecto al rol de los sectores terratenientes. En los mismos, refirió al escaso interés de los latifundistas por crear una sociedad realmente avanzada en términos de modernidad y justicia. Para García, la celeridad y dimensión de fortunas habidas al calor de los precios mundiales, definieron un propietario de carácter rentístico, ajeno a las características que él atribuía a una burguesía progresista:
“La fortuna, para ser respetada y protegida, siente la necesidad de rodearse de esa aureola de moral y de cultura y de altruismo, que, si está bien inspirada, se traduce en las obras que contribuyen a mejorar los sentimientos y la inteligencia del pueblo”.(García; 1922,394)
   La complejidad y efectos, de esta suma de hechos, lo resumió quizás el más reconocido intelectual de las filas del roquismo, Joaquín V González, que expresó en su discurso del siglo:
“Que la educación política del pueblo argentino no ha llegado al nivel de sus instituciones escritas no podría negarlo ningún observador imparcial y que anhelase para él un progreso verdadero, de base futura indestructible. Por más deslumbradores que aparezcan los progresos generales que califican si se quiere una civilización avanzada. (…) Ni la educación de las escuelas ni la que viene de la vida, han podido destruir los gérmenes, ni menos abatir los troncos robustos que han colocado en nuestros hábitos los vicios, violencias, errores y fraudes originarios de nuestra reconstrucción nacional. (…) Si la época de la elaboración de nuestro orden institucional fue larga y agitada, la época que se inicia con la reconstitución, que fue un resultado de violentos conflictos y un pacto de los gobiernos y de las armas, debía serlo mucho más y acaso tanto, que nuestros hijos y los de ellos no puedan ver consumada la completa normalidad del régimen creado, tal como corresponde a un estado superior de la cultura.”
   En 1916, Yrigoyen, quien no cuestionó el modelo de modernización dependiente, concentró el poder del partido radical. La UCR pretendió constituirse en representante del conjunto de la sociedad, adoptó una forma de gobernar personalista y dio lugar al acceso de nuevos sectores a la estructura del Estado. Las modalidades de gobierno fueron seriamente cuestionadas por los sectores pro oligárquicos, calificándolas de ilegítimas. Administración que también se vio jaqueada por las reincidencias de graves conatos de carácter proletario y protestas de chacareros.
   Visiones tan disímiles sobre las cuestiones de Estado, las diferencias entre la cultura popular y la elitista, el desplazamiento de importantes sectores de la sociedad de los privilegios del gobierno y los costos políticos de mediar dentro de un sistema económico que no se cuestionaba, dificultaron los términos de la convivencia cívica.
   La sociedad arribó a los años 20 con las fuertes huellas del proceso oligárquico, con su clase dominante intacta, sin la existencia de una burguesía progresista y la realidad de una población inmigrante que, por ese hecho, no le era posible sentir la identidad propia de una tradición que no era la suya.
   Esa Argentina, que aparecía con importantes índices de modernidad, producto de la renta agropecuaria, escondía en su seno la crisis de un orden que moría y otro que nacía al calor de heterogeneidades difíciles de superar.
   Joaquin V González fue premonitorio, marcó la tendencia y la admisión del fracaso. Dentro de ese conjunto de contradicciones y un discurso hegemónico en crisis, hablar de valores y de identidad, que cohesionen y permitan el desarrollo de conductas sociales apropiadas, es muy difícil. De ello, en parte, las historias que siguieron.

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