Estado y democracia (5)
La democracia argentina no es la misma que la democracia de otros países, incluso latinoamericanos (aunque también se pueden encontrar similitudes). Nuestras instituciones, desde el Estado a la Justicia, nunca pudieron constituirse estructuralmente de manera que su coherencia traspase los distintos poderes políticos que se sucedieron. Actualmente se percibe cómo la Justicia Federal, pero también la Justicia de la Provincia de Córdoba, responden temporalmente a quien tome el Poder Ejecutivo.
El perjuicio social es inconmensurable y más se profundiza en este mundo que sólo aspira a la inmediatez. Con instituciones inestables el daño es mayor, es lo que pasa en Argentina y lo podemos palpar cotidianamente. De ello el título de esta sección: “El Valor de la Política”
Esperamos que colabore para observarnos como ciudadanos, como individuos que formamos parte de la sociedad y como responsables del destino.
El valor de la política
La política, como expresión de la evolución del hombre, es la actividad que representa su capacidad de socializar, elevar las condiciones de vida de una comunidad y reflejar, a la vez que fortalecer, la identidad del conjunto. Es tan importante que el propio Aristóteles definió al hombre como un animal político. De ello que cuando las sociedades enfrentan situaciones inéditas se resquebrajan o se agotan en enfrentamientos, disminuyendo su potencial de progreso. Ésto implica la existencia de contradicciones muy fuertes en la escala de valores, en sus prácticas comunitarias y en la visión de su futuro. Suele suceder entonces que la representación política se degrade y carezca tanto de convicciones como de credibilidad. Reformular y recrear las prácticas e ideologías de la política se tornan esenciales si se quiere preservar la identidad y un destino común.
Estado
Creemos que no hay sociedad autónoma si sus integrantes no son autónomos. Castoriadis nos dice que la sociedad únicamente puede ser soberana – es decir autogobernada y con capacidad de elección – si sus integrantes tienen el derecho y los recursos necesarios para elegir. En ningún caso renuncian a ese derecho ni se lo ceden a alguien o (algo más). Bauman toma el discurso de Castoriadis para decirnos:
Ahora, bien, pese al discurso del Presidente de Francia, Eric Hobsbawn, al resumir los resultados generales del desparejo y mal sincronizado proceso de globalización, nos dice:
Bauman lo dice de otro modo pero al efecto es el mismo:
La situación de complejidad no aparece como un estado circunstancial sino como un estado que ha llegado para quedarse. Asistimos a una fractura del orden establecido en el período regido por el manto filosófico de lo que se denominó modernidad.
Los países del sur, en los dichos de Boaventura, atraviesan circunstancias aún más complejas porque muchos de ellos, como el caso de Argentina o Brasil, se ven atravesados por los efectos de la revolución tecnológica y la violencia propia de una cuota significativa de marginalidad. Vale decir, no han podido asumir plenamente un Estado propio de la modernidad, cuando tienen ya que enfrentar el desafío de constituirla necesariamente de un modo diferente. Otros, en menor estado de desarrollo, tienen que superar además sus cuestiones étnicas postergadas por siglos. Todo esto dentro de un proceso de conciencia universal, pero a partir de necesidades diferentes.
Los países desarrollados, normalmente asociados con el norte, tienen el desafío de la situación de las futuras generaciones y el resquebrajamiento del Estado - Nación en estructuras que responden a las necesidades de globalización. En ellos, el tema étnico como consecuencia de la inmigración se ha transformado en un tema que hace a nuevos conceptos de identidad y nuevos riesgos, como lo expresa muy bien el discurso de Sarkosy. Son desafíos que encuentran serias dificultades de superación si uno analiza el posterior fracaso de diversas gestiones del Estado francés y de las agrupaciones políticas severamente cuestionadas por la sociedad en su conjunto. La revolución demográfica inversa, la falta de adaptación a las nuevas realidades que juegan en el tablero mundial, los somete a tensiones crecientes y a necesidades que la sola evolución tecnológica no puede cubrir. El juego dialéctico entre procesos de globalización y resguardo del espíritu nacional se presenta como el tema central de la acción política. Dentro de ese mismo juego de relaciones, la visibilidad que facilita el mundo de redes que nos envuelve –y nos somete- hace que la coherencia entre el discurso y la acción de los que representan la política se torne imprescindible. Por lo contrario, la desconfianza del demos se hace rápidamente evidente.
La exigencia de pensar distinto
Castoriadis nos permite pensar de una manera distinta, quizás menos formal en términos académicos pero más ricos en términos de interpretación de las nuevas realidades. El filósofo afirma que la política es una creación socio-histórica rara y frágil. Esta definición sorprendente, por lo aparentemente ambigua, nos abre a una comprensión de los procesos políticos contingentes mediados por una construcción sólo coordinada y voluntaria - en tanto se la referencie directamente a una paideia[1]- que recuerda claramente a la del estilo de la antigua Grecia. Este ciudadano nacido es humanizado y socializado por el entorno, a modo de una previamente razonada o espontánea paideia y convertido en un potencial ciudadano. También es poseedor de lo que él denomina infrapoder implícito instituyente[2] como resultado precisamente de esa formación recibida. El entorno en el que se produce la interacción de los individuos sociales con la sociedad instituida es el mundo o campo socio-histórico. Este individuo social es el productor del imaginario colectivo instituyente en pugna constructiva con la sociedad instituida o el poder explícito instituido. En términos filosóficos, Castoriadis nos explicita que estos procesos involucran cambios básicos en la comprensión del devenir del conjunto de la sociedad. Lo que requiere no sólo de inteligencia política respecto a la administración del Estado, sino primordialmente un diálogo constante e imaginativo entre la psique instituida y la que requiere de nuevos sentidos a partir de no abandonar el concepto de autonomía.
Análisis de discursos
El discurso de Habermas aparece como un ideal dentro de una conformación de un tipo de Estado sometido a todas las tensiones de la globalización. Presupone un estado de educación y ciertos valores como fundamentos de una racionalidad que sería algo así como el nirvana de la sociedad civilizada. Su posición no nos parece atacable como objetivo, pero las cuestiones de poder atraviesan toda conformación social y esto no es interpretado en su modelo, al menos desde la visión práctica de Bobio o Schumpeter. Supone que la democracia, a partir de sus presupuestos, funcionaría atendiendo la dignidad del ser humano.
Castoríadis no visualiza el proceso de crecimiento de las sociedades como un ethos a llegar sino como una construcción permanente. Transcurso ligado a las posibilidades y afirmación de valores emergentes en el que el sentimiento de pertenencia establece el potencial de las acciones de creación y desarrollo de lo material y de lo espiritual.
El proceso de cambio arrasa, en términos de Bauman y Hobsbawn. Pero el Estado – Nación, aún en su fragilidad, sigue siendo el escenario de la política. El propio Sarkozy lo expresa a partir de un discurso que tiende a denunciar la cosificación de otros establecidos en los sesenta, momentos que los cambios plantean realidades que en la estructura de los partidos tradicionales son difíciles de evaluar y menos de enunciar. De ellos los fracasos descriptos.
En definitiva, un discurso heterodoxo que pretende romper con moldes que impedirían la liberación de energías renovadoras. Los conceptos de Castoriadis y de Bauman nos sirven para entender los requisitos claves que hacen a una sociedad democrática cuando nos define el valor de la autonomía y de su significado. Teniendo como origen la existencia de derechos y recursos en una combinación propia de la dignificación del conjunto social como seres humanos.
Necesidad de creaciones
De las diversas interpretaciones y el estado de los partidos políticos, enunciados por distintos autores, es que entrevemos la necesidad de creación de nuevas instituciones y la recreación de otras. El propio desarrollo depende de la historia social y política de cada realidad. Circunstancias que, a partir de sus particularidades, tienen que asumir a riesgo de perder su relativo bienestar y su identidad.
Aparece la necesidad de ponderar la irrupción del pensamiento o planteo rupturista de Latour, cuando nos dice que nuestros esquemas de razonamiento intelectual, fundados en parcialidades disciplinarias, responden a realidades inexistentes en el nuevo mundo que vivimos. A partir de allí la importancia de meditar sobre el valor del concepto de construcción permanente de Castoriadis, ya que de su exposición lo que resulta es una invitación a la imaginación y la búsqueda de valores que nos ayuden a transitar lo que denominamos las nuevas realidades.
Las nuevas realidades del s. XXl nos ponen ante situaciones propias de las condiciones humanas e históricas, ante el poder y ante un mundo que he caracterizado como surrealista. Es decir el narcotráfico, los Macron, el destino de la Comunidad Económica Europea, los Trump, la resolución de los crecientes conflictos del Imperio, los Putin en el sostenimiento del poder de Rusia, Xi Jinping en la afirmación del predominio hegemónico de China, Kim Jong como expresión de la condición humana dentro de una sociedad cerrada y harto peligrosa, los jihadistas del cercano oriente como expresión del odio, la crisis de identidad de pueblos sometidos por minorías que ejercen el poder, las condiciones impuestas por ideologías colonialistas vigentes, la crisis política de Brasil como expresión del agotamiento de una clase dirigente, los niveles de corrupción y sus dificultades macroeconómicas, la violencia en Venezuela ante un modelo personalista que ha agotado y restringido las libertades y condiciones de vida de vastos sectores de la sociedad, el agotamiento del modelo chileno estancado en lo que respecta al progreso del conjunto y con serios problemas en el sostenimiento de su bienestar económico, los intentos de paz en Colombia dentro de un cuadro de división política extrema y el resabio de las expresiones populistas latinoamericanas, cada uno representando realidades diferenciadas pero imbricadas entre sí.
Realidades solapadas en un mundo cuyos acelerados cambios tecnológicos y científicos, los derroteros financieros y el poder de las empresas multinacionales constituyen un trasfondo que excede realidades políticas concebidas. Situaciones asentadas, en su mayoría, en resabios de los discursos del s. XX, como lo señala Latour en su crítica transversal a los modelos de análisis políticos y social predominantes. Un mundo que, como lo explicita Gregory Bateson, ejerce la explotación de la naturaleza sin límite alguno, con sus consecuencias en la destrucción de la capa de ozono, la lluvia ácida, el efecto de la casa verde, la destrucción de los bosques. La raíz principal es el progreso técnico sin tener control sobre los valores que implica la vida, además de ciertos errores en el pensamiento que reflejan los valores y actitudes propios de la cultura occidental.
Schumpeter nos dice que en sociedades complejas las posibilidades están íntimamente vinculadas a la calidad de las élites y no sólo de las políticas. En su discurso subyace el concepto de hegemonía como sustrato de las diferentes opciones. Pero, al plantear las condiciones de emergencia de estos líderes, está esbozando requisitos a la sociedad que los nutre, sin por eso pretender un igualitarismo utópico salvo el de oportunidades crecientes. Es un análisis que nos permite avizorar las raíces profundas de las crisis que viven países como Argentina, que carece de una clase dirigente lúcida y de tradiciones asentadas en valores constructivos comunes. Históricamente los sectores de derecha adoptaron la ideología de la modernización, desconociendo en su práctica política lo constitutivo de un sistema republicano. La paradoja es que la experiencia populista se asentó en el concepto de demos como expresión del poder político pero también, al igual que los sectores oligarcas, desconociendo también los fundamentos de la institucionalidad democrática republicana. Esta convergencia, planteada en términos de antagonismos, generó lo que vengo sosteniendo en mis escritos: Una guerra civil, en períodos solapada en formalidades democráticas y en otros tiempos abierta en términos de golpes militares.
Este enfrentamiento, agravado por factores culturales que hacen a la identidad, el desconocimiento del valor de instituciones -como la justicia, generalmente tomada por asalto en forma similar a la ocupación del Estado- derivó en la ausencia de sectores hegemónicos que permitan elaborar un discurso ideológico. Además de una práctica de valores aceptados por el conjunto. Cuando esto sucede la gangrena de la corrupción se torna muy difícil de limitar. A partir de allí derivan las dificultades de generar un discurso superador del estado de pugna que ha caracterizado la realidad política de los últimos 80 años, para crear condiciones de gobernabilidad que atiendan la complejidad interna de un mundo vertiginoso e impredecible.
Mills (autor injustamente olvidado) realiza observaciones acerca de las elites de poder y su dialéctica discursiva con los intereses de diferentes instituciones. Si bien es verdad que ambos autores se dirigen a sociedades insertas y promotoras de Estados jurídica y económicamente solventes, nos alertan sobre la importancia que tiene la capacidad del sistema social en generar elites progresistas. Entendiendo por estas las que trabajan y crean instituciones prácticas que acrecientan la igualdad de oportunidades para el conjunto de los ciudadanos. Subyace la imposibilidad de establecer condiciones de democracia absoluta pero, a la vez, a través de las discursivas de De Sousa Santos y Avritzer, sostenemos que es innegable que diferentes realidades sociales determinen reividicaciones de participación crecientes con especial énfasis en lo que se refiere a niveles locales.
De lo que ve Schumpeter a lo que plantea Habermas existe un recorrido imprevisible. No obstante la complejidad bien abordada por Latour, y las necesidades o lucha por reivindicaciones de los estados del sur, plantean a nuestro juicio la necesidad de elites progresistas. En consecuencia, ese recorrido puede reconocerse en el creciente respeto por la dignidad humana. Ésto no es fácilmente predecible, ni tampoco lo planteamos como un recorrido predeterminado, de ello neutro rescate de la visión de Castoríadis.
En el caso particular de Argentina, y en relación al enfoque de los autores tratados en este apartado, creemos que lo que manifiesta Borón es ejemplificativo de las dificultades a superar en orden a la supremacía de lo institucional:
Observemos que Borón diferencia el comportamiento de clases de Brasil respecto de Argentina, a sabiendas de la pobreza de sus instituciones y del propio sistema de representación. Sobretodo si nos atenemos al significado del discurso de Marcola, desarrollado en el primer capítulo de la sección. Es la búsqueda de pilares básicos en el campo de los valores de la República, que nos permitan expresar las diferencias dentro de un marco central de acuerdos que la comunidad tome como propios y marque el límite de las divergencias. Por lo contrario, será muy difícil establecer una visión o derrotero común.
Cierre
Por todo lo que vengo exponiendo, resulta conveniente ubicarnos en que los procesos democráticos responden a la posibilidad o potencialidad que permita la integración entre cultura, economía y el aprendizaje social vinculante al concepto de dignidad. Dependiendo de la sociedad que se trate, de las elites que la representen – y acrecienten el concepto de autonomía en los términos de Bauman-, es posible el enriquecimiento de democracia. En todo caso no es un modelo, es una búsqueda y florecerá según la particularidad de cada colectividad y la forma de organizarse en el tiempo. No sólo para responder al concepto de dignidad de los ciudadanos, sino para contraponer a los nuevos retos de la sociedad global. Ésto es un juego dialéctico, impredecible a mi entender.
Quizás esta aseveración pueda ser mejor entendida si observamos que la polis griega, numen de origen en lo que se refiere a la cultura democrática, presentaba la siguiente particularidad:
Hablar de un Estado democrático ideal no es incorrecto, pero su visión responderá indudablemente a un enfoque de clase. La cultura creada, los Estados reales y aún las sociedades se van configurando tal cual lo adelantamos en el pensamiento de Castoríadis. Mucho más en un mundo de rupturas permanentes, por lo que nos parece atinado rescatar que la política es una creación socio-histórica rara y frágil. La democracia es tan frágil como la política y está en eterna construcción. Ambos son fruto de la creación y condición humana.
[1] Proceso de crianza de los niños.
[2] Refiere al proceso de socialización de la psique. El poder fundamental en una sociedad, el poder primero del que dependen todos los otros, es el infrapoder, es el poder instituyente, no localizable. Pone de relieve el imaginario instituyente. La lengua, la familia, las costumbres y su evolución escapan a la legislación pero como este poder es participable, todos forman parte, todos son actores de la evolución de ellos.
El perjuicio social es inconmensurable y más se profundiza en este mundo que sólo aspira a la inmediatez. Con instituciones inestables el daño es mayor, es lo que pasa en Argentina y lo podemos palpar cotidianamente. De ello el título de esta sección: “El Valor de la Política”
Esperamos que colabore para observarnos como ciudadanos, como individuos que formamos parte de la sociedad y como responsables del destino.
El valor de la política
La política, como expresión de la evolución del hombre, es la actividad que representa su capacidad de socializar, elevar las condiciones de vida de una comunidad y reflejar, a la vez que fortalecer, la identidad del conjunto. Es tan importante que el propio Aristóteles definió al hombre como un animal político. De ello que cuando las sociedades enfrentan situaciones inéditas se resquebrajan o se agotan en enfrentamientos, disminuyendo su potencial de progreso. Ésto implica la existencia de contradicciones muy fuertes en la escala de valores, en sus prácticas comunitarias y en la visión de su futuro. Suele suceder entonces que la representación política se degrade y carezca tanto de convicciones como de credibilidad. Reformular y recrear las prácticas e ideologías de la política se tornan esenciales si se quiere preservar la identidad y un destino común.
“El pensamiento único, que es el pensamiento de quienes lo saben todo, de quienes se creen no sólo intelectualmente sino moralmente por encima de los demás, había denegado a la política la capacidad para expresar una voluntad. Había condenado la política. Había profetizado su caída imparable frente a los mercados, las multinacionales, los sindicatos, Internet. Se sostenía que en el mundo, tal cual es hoy, con sus informaciones que se difunden instantáneamente, sus capitales que se desplazan cada vez más rápido y sus fronteras ampliamente abiertas, la política ya no jugaría más que un papel tintas variantes ideológicas anecdótico y que ya no podría expresar una voluntad. Porque el poder pronto estaría compartido, diluido, disperso en red; porque las fronteras estarían totalmente abiertas y los hombres, los capitales y las mercancías circularían sin obedecer a nadie. Pero la política retorna. Retorna por todas partes (…) La necesidad de política tiene por corolario la necesidad de Nación. Ésta también había sido condenada. (…) Quizá la inquietud es excesiva, pero es bien real y expresa una necesidad de identidad muy fuerte. (…) La Nación no es sólo la identidad. Es también la capacidad de estar juntos para protegerse y para actuar. Es el sentimiento de que no se está solo para afrontar un futuro angustioso y un mundo amenazante. Es el estremecimiento de que, juntos, se es más fuerte, y podremos hacer frente a lo que solos no podríamos. (…) Yo he querido volver a poner la voluntad política y Francia en el corazón del debate político. La voluntad política y la nación están siempre para lo mejor y para lo peor. El pueblo que se moviliza, que se convierte en una fuerza colectiva, es una potencia temible que puede actuar tanto para lo mejor como para lo peor. Hagamos las cosas de manera que sea para lo mejor. (..) Conjuraremos lo peor haciendo que la moral retorne a la política”. (Fragmento del discurso de Nicolas Sarkozy contra el “pensamiento único” neoliberal y la ideología izquierdista de Mayo del 68).
Estado
Creemos que no hay sociedad autónoma si sus integrantes no son autónomos. Castoriadis nos dice que la sociedad únicamente puede ser soberana – es decir autogobernada y con capacidad de elección – si sus integrantes tienen el derecho y los recursos necesarios para elegir. En ningún caso renuncian a ese derecho ni se lo ceden a alguien o (algo más). Bauman toma el discurso de Castoriadis para decirnos:
“Una sociedad autónoma es una sociedad que se autoconstituye; los individuos autónomos son individuos que se auto constituyen. En ambos casos esa autoconstitución es una cuestión de gradación, pero el grado de autoconstitución puede aumentar –social- e individualmente- en ambos niveles de solo de manera simultánea”. (Bauman. 2006: 146)
Ahora, bien, pese al discurso del Presidente de Francia, Eric Hobsbawn, al resumir los resultados generales del desparejo y mal sincronizado proceso de globalización, nos dice:
“La estructura de la economía global está cada vez más separada de la estructura política del mundo, cuyas fronteras trasciende” Las repercusiones de esta situación sobre el potencial de construcción de identidad de los estados naciones son sobrecogedoras. (…) A diferencia del Estado, con su territorio y su poder, otros elementos de la nación, pueden ser y son aplastados por el globalismo de la economía. Los dos más obvios son la etnicidad y el lenguaje. Si se eliminan el poder estatal y la fuerza coercitiva, su relativa insignificancia se hace manifiesta”. (Hobsbawn; 1998, 4- 5)
“Las naciones ya no están seguras bajo la protección de la soberanía política de los estados, que antes funcionaban como garantía de la vida perpetua. Esa soberanía ya no es lo que era: Las pautas sobre lo que descansaba, la autosuficiencia económica, militar y cultural, y la capacidad autárquica ha sido fracturada y por ende la soberanía anda con muletas”. (Bauman; 2006, 48)
Los países del sur, en los dichos de Boaventura, atraviesan circunstancias aún más complejas porque muchos de ellos, como el caso de Argentina o Brasil, se ven atravesados por los efectos de la revolución tecnológica y la violencia propia de una cuota significativa de marginalidad. Vale decir, no han podido asumir plenamente un Estado propio de la modernidad, cuando tienen ya que enfrentar el desafío de constituirla necesariamente de un modo diferente. Otros, en menor estado de desarrollo, tienen que superar además sus cuestiones étnicas postergadas por siglos. Todo esto dentro de un proceso de conciencia universal, pero a partir de necesidades diferentes.
Los países desarrollados, normalmente asociados con el norte, tienen el desafío de la situación de las futuras generaciones y el resquebrajamiento del Estado - Nación en estructuras que responden a las necesidades de globalización. En ellos, el tema étnico como consecuencia de la inmigración se ha transformado en un tema que hace a nuevos conceptos de identidad y nuevos riesgos, como lo expresa muy bien el discurso de Sarkosy. Son desafíos que encuentran serias dificultades de superación si uno analiza el posterior fracaso de diversas gestiones del Estado francés y de las agrupaciones políticas severamente cuestionadas por la sociedad en su conjunto. La revolución demográfica inversa, la falta de adaptación a las nuevas realidades que juegan en el tablero mundial, los somete a tensiones crecientes y a necesidades que la sola evolución tecnológica no puede cubrir. El juego dialéctico entre procesos de globalización y resguardo del espíritu nacional se presenta como el tema central de la acción política. Dentro de ese mismo juego de relaciones, la visibilidad que facilita el mundo de redes que nos envuelve –y nos somete- hace que la coherencia entre el discurso y la acción de los que representan la política se torne imprescindible. Por lo contrario, la desconfianza del demos se hace rápidamente evidente.
La exigencia de pensar distinto
Castoriadis nos permite pensar de una manera distinta, quizás menos formal en términos académicos pero más ricos en términos de interpretación de las nuevas realidades. El filósofo afirma que la política es una creación socio-histórica rara y frágil. Esta definición sorprendente, por lo aparentemente ambigua, nos abre a una comprensión de los procesos políticos contingentes mediados por una construcción sólo coordinada y voluntaria - en tanto se la referencie directamente a una paideia[1]- que recuerda claramente a la del estilo de la antigua Grecia. Este ciudadano nacido es humanizado y socializado por el entorno, a modo de una previamente razonada o espontánea paideia y convertido en un potencial ciudadano. También es poseedor de lo que él denomina infrapoder implícito instituyente[2] como resultado precisamente de esa formación recibida. El entorno en el que se produce la interacción de los individuos sociales con la sociedad instituida es el mundo o campo socio-histórico. Este individuo social es el productor del imaginario colectivo instituyente en pugna constructiva con la sociedad instituida o el poder explícito instituido. En términos filosóficos, Castoriadis nos explicita que estos procesos involucran cambios básicos en la comprensión del devenir del conjunto de la sociedad. Lo que requiere no sólo de inteligencia política respecto a la administración del Estado, sino primordialmente un diálogo constante e imaginativo entre la psique instituida y la que requiere de nuevos sentidos a partir de no abandonar el concepto de autonomía.
Análisis de discursos
El discurso de Habermas aparece como un ideal dentro de una conformación de un tipo de Estado sometido a todas las tensiones de la globalización. Presupone un estado de educación y ciertos valores como fundamentos de una racionalidad que sería algo así como el nirvana de la sociedad civilizada. Su posición no nos parece atacable como objetivo, pero las cuestiones de poder atraviesan toda conformación social y esto no es interpretado en su modelo, al menos desde la visión práctica de Bobio o Schumpeter. Supone que la democracia, a partir de sus presupuestos, funcionaría atendiendo la dignidad del ser humano.
Castoríadis no visualiza el proceso de crecimiento de las sociedades como un ethos a llegar sino como una construcción permanente. Transcurso ligado a las posibilidades y afirmación de valores emergentes en el que el sentimiento de pertenencia establece el potencial de las acciones de creación y desarrollo de lo material y de lo espiritual.
El proceso de cambio arrasa, en términos de Bauman y Hobsbawn. Pero el Estado – Nación, aún en su fragilidad, sigue siendo el escenario de la política. El propio Sarkozy lo expresa a partir de un discurso que tiende a denunciar la cosificación de otros establecidos en los sesenta, momentos que los cambios plantean realidades que en la estructura de los partidos tradicionales son difíciles de evaluar y menos de enunciar. De ellos los fracasos descriptos.
En definitiva, un discurso heterodoxo que pretende romper con moldes que impedirían la liberación de energías renovadoras. Los conceptos de Castoriadis y de Bauman nos sirven para entender los requisitos claves que hacen a una sociedad democrática cuando nos define el valor de la autonomía y de su significado. Teniendo como origen la existencia de derechos y recursos en una combinación propia de la dignificación del conjunto social como seres humanos.
Necesidad de creaciones
De las diversas interpretaciones y el estado de los partidos políticos, enunciados por distintos autores, es que entrevemos la necesidad de creación de nuevas instituciones y la recreación de otras. El propio desarrollo depende de la historia social y política de cada realidad. Circunstancias que, a partir de sus particularidades, tienen que asumir a riesgo de perder su relativo bienestar y su identidad.
Aparece la necesidad de ponderar la irrupción del pensamiento o planteo rupturista de Latour, cuando nos dice que nuestros esquemas de razonamiento intelectual, fundados en parcialidades disciplinarias, responden a realidades inexistentes en el nuevo mundo que vivimos. A partir de allí la importancia de meditar sobre el valor del concepto de construcción permanente de Castoriadis, ya que de su exposición lo que resulta es una invitación a la imaginación y la búsqueda de valores que nos ayuden a transitar lo que denominamos las nuevas realidades.
Las nuevas realidades del s. XXl nos ponen ante situaciones propias de las condiciones humanas e históricas, ante el poder y ante un mundo que he caracterizado como surrealista. Es decir el narcotráfico, los Macron, el destino de la Comunidad Económica Europea, los Trump, la resolución de los crecientes conflictos del Imperio, los Putin en el sostenimiento del poder de Rusia, Xi Jinping en la afirmación del predominio hegemónico de China, Kim Jong como expresión de la condición humana dentro de una sociedad cerrada y harto peligrosa, los jihadistas del cercano oriente como expresión del odio, la crisis de identidad de pueblos sometidos por minorías que ejercen el poder, las condiciones impuestas por ideologías colonialistas vigentes, la crisis política de Brasil como expresión del agotamiento de una clase dirigente, los niveles de corrupción y sus dificultades macroeconómicas, la violencia en Venezuela ante un modelo personalista que ha agotado y restringido las libertades y condiciones de vida de vastos sectores de la sociedad, el agotamiento del modelo chileno estancado en lo que respecta al progreso del conjunto y con serios problemas en el sostenimiento de su bienestar económico, los intentos de paz en Colombia dentro de un cuadro de división política extrema y el resabio de las expresiones populistas latinoamericanas, cada uno representando realidades diferenciadas pero imbricadas entre sí.
Realidades solapadas en un mundo cuyos acelerados cambios tecnológicos y científicos, los derroteros financieros y el poder de las empresas multinacionales constituyen un trasfondo que excede realidades políticas concebidas. Situaciones asentadas, en su mayoría, en resabios de los discursos del s. XX, como lo señala Latour en su crítica transversal a los modelos de análisis políticos y social predominantes. Un mundo que, como lo explicita Gregory Bateson, ejerce la explotación de la naturaleza sin límite alguno, con sus consecuencias en la destrucción de la capa de ozono, la lluvia ácida, el efecto de la casa verde, la destrucción de los bosques. La raíz principal es el progreso técnico sin tener control sobre los valores que implica la vida, además de ciertos errores en el pensamiento que reflejan los valores y actitudes propios de la cultura occidental.
Schumpeter nos dice que en sociedades complejas las posibilidades están íntimamente vinculadas a la calidad de las élites y no sólo de las políticas. En su discurso subyace el concepto de hegemonía como sustrato de las diferentes opciones. Pero, al plantear las condiciones de emergencia de estos líderes, está esbozando requisitos a la sociedad que los nutre, sin por eso pretender un igualitarismo utópico salvo el de oportunidades crecientes. Es un análisis que nos permite avizorar las raíces profundas de las crisis que viven países como Argentina, que carece de una clase dirigente lúcida y de tradiciones asentadas en valores constructivos comunes. Históricamente los sectores de derecha adoptaron la ideología de la modernización, desconociendo en su práctica política lo constitutivo de un sistema republicano. La paradoja es que la experiencia populista se asentó en el concepto de demos como expresión del poder político pero también, al igual que los sectores oligarcas, desconociendo también los fundamentos de la institucionalidad democrática republicana. Esta convergencia, planteada en términos de antagonismos, generó lo que vengo sosteniendo en mis escritos: Una guerra civil, en períodos solapada en formalidades democráticas y en otros tiempos abierta en términos de golpes militares.
Este enfrentamiento, agravado por factores culturales que hacen a la identidad, el desconocimiento del valor de instituciones -como la justicia, generalmente tomada por asalto en forma similar a la ocupación del Estado- derivó en la ausencia de sectores hegemónicos que permitan elaborar un discurso ideológico. Además de una práctica de valores aceptados por el conjunto. Cuando esto sucede la gangrena de la corrupción se torna muy difícil de limitar. A partir de allí derivan las dificultades de generar un discurso superador del estado de pugna que ha caracterizado la realidad política de los últimos 80 años, para crear condiciones de gobernabilidad que atiendan la complejidad interna de un mundo vertiginoso e impredecible.
Mills (autor injustamente olvidado) realiza observaciones acerca de las elites de poder y su dialéctica discursiva con los intereses de diferentes instituciones. Si bien es verdad que ambos autores se dirigen a sociedades insertas y promotoras de Estados jurídica y económicamente solventes, nos alertan sobre la importancia que tiene la capacidad del sistema social en generar elites progresistas. Entendiendo por estas las que trabajan y crean instituciones prácticas que acrecientan la igualdad de oportunidades para el conjunto de los ciudadanos. Subyace la imposibilidad de establecer condiciones de democracia absoluta pero, a la vez, a través de las discursivas de De Sousa Santos y Avritzer, sostenemos que es innegable que diferentes realidades sociales determinen reividicaciones de participación crecientes con especial énfasis en lo que se refiere a niveles locales.
De lo que ve Schumpeter a lo que plantea Habermas existe un recorrido imprevisible. No obstante la complejidad bien abordada por Latour, y las necesidades o lucha por reivindicaciones de los estados del sur, plantean a nuestro juicio la necesidad de elites progresistas. En consecuencia, ese recorrido puede reconocerse en el creciente respeto por la dignidad humana. Ésto no es fácilmente predecible, ni tampoco lo planteamos como un recorrido predeterminado, de ello neutro rescate de la visión de Castoríadis.
En el caso particular de Argentina, y en relación al enfoque de los autores tratados en este apartado, creemos que lo que manifiesta Borón es ejemplificativo de las dificultades a superar en orden a la supremacía de lo institucional:
“Este es un país aluvional, inmigratorio, muy plebeyo, en donde no tenemos las normas de respeto a los poderes establecidos que prevalecen en países como Brasil o Chile… Argentina tiene una sociedad mucho mas iconoclasta, mucho mas irrespetuosa, más vibrante y políticamente, casi indómita “ (Borón; 2000, 113)
Cierre
Por todo lo que vengo exponiendo, resulta conveniente ubicarnos en que los procesos democráticos responden a la posibilidad o potencialidad que permita la integración entre cultura, economía y el aprendizaje social vinculante al concepto de dignidad. Dependiendo de la sociedad que se trate, de las elites que la representen – y acrecienten el concepto de autonomía en los términos de Bauman-, es posible el enriquecimiento de democracia. En todo caso no es un modelo, es una búsqueda y florecerá según la particularidad de cada colectividad y la forma de organizarse en el tiempo. No sólo para responder al concepto de dignidad de los ciudadanos, sino para contraponer a los nuevos retos de la sociedad global. Ésto es un juego dialéctico, impredecible a mi entender.
Quizás esta aseveración pueda ser mejor entendida si observamos que la polis griega, numen de origen en lo que se refiere a la cultura democrática, presentaba la siguiente particularidad:
“Como Geofrey Lloyd ha explicado con detalle, existían los vínculos más estrechos entre esa experiencia y algunos de los rasgos más distintivos y humanamente importantes del pensamiento griego, entre la vida democrática y el estilo cognitivo griego (…) Entre las instituciones políticas y sociales de la polis, cuyos ciudadanos gobernaban y eran gobernados por turno, y las técnicas autocríticas y analíticamente precisas de gran parte del pensamiento griego, existía una clara afinidad electiva”. (Dunn; 1993, 315)
Hablar de un Estado democrático ideal no es incorrecto, pero su visión responderá indudablemente a un enfoque de clase. La cultura creada, los Estados reales y aún las sociedades se van configurando tal cual lo adelantamos en el pensamiento de Castoríadis. Mucho más en un mundo de rupturas permanentes, por lo que nos parece atinado rescatar que la política es una creación socio-histórica rara y frágil. La democracia es tan frágil como la política y está en eterna construcción. Ambos son fruto de la creación y condición humana.
[1] Proceso de crianza de los niños.
[2] Refiere al proceso de socialización de la psique. El poder fundamental en una sociedad, el poder primero del que dependen todos los otros, es el infrapoder, es el poder instituyente, no localizable. Pone de relieve el imaginario instituyente. La lengua, la familia, las costumbres y su evolución escapan a la legislación pero como este poder es participable, todos forman parte, todos son actores de la evolución de ellos.
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