Estado y democracia (4)
El cuarto artículo de Estado y democracia intenta poner de relieve cómo un sistema democrático puede desarrollarse intentando ser lo más justo posible. Desde la teoría de Schumpeter y Habermas realizo una mixtura que permite ver las falencias que tenemos como sociedad y que a su vez nos impiden una inclusión social.
Las dificultades están en todos los países, pero se vuelven más evidentes en los países como Argentina y Brasil, porque no se cuenta con una estructura sólida institucional. Lo cual se traduce en pobreza, desocupación, ignorancia. Como consecuencia, se convive con la falta de cohesión social. Frente a esto, hago hincapié en la importancia de establecer una clase dirigente sólida e instruida que pueda guiar al conjunto hacia un camino concreto.
Espero que sea un artículo que aporte a la reflexión.
EL ENSAMBLADO DE LA DEMOCRACIA
Schumpeter sostiene que los individuos, en su papel de ciudadanos, lo que pueden determinar con precisión es el significado directo de decisiones de corte político, en sus situaciones personales y fundamentalmente en el aquí y ahora. Cuando los ciudadanos tienen que enfrentarse a cuestiones complejas, les es muy difícil encontrar bases racionales. Aparece como esencial el procedimiento y los valores predominantes en la cultura social para encontrar respuestas adecuadas en sus representantes. A partir de lo anterior, el economista postula una serie de condiciones de la clase dirigente.
A mi parecer, en su discurso subyace el concepto de hegemonía de clase. Porque, cuando enuncia las condiciones de un buen gobierno o de representación efectiva en sociedades complejas, las colectividades, a partir de sus enunciados de características sistémicas, sólo podrían ser posibles dentro de un ordenamiento social. En éste el discurso de valores y la elite emergente que encarnen un proyecto que sostenga la cohesión social. En caso contrario se establecería una situación de crisis en el sistema.
De su análisis de la posibilidad del comportamiento racional, se desprende una visión clasista pero respaldada en su observación de comportamientos reales[1]. La observación sobre las élites en EE.UU. se corresponde con el desarrollo de diferenciación de posibilidades de los distintos ciudadanos, según la condición social y su integración institucional.
Schumpeter no se detiene en el concepto de aprendizaje social, ni tampoco en la integración de la racionalidad personal efectiva con la coherencia global de un proyecto. Creo que su pretensión era mostrar, más allá de las debilidades estructurales del capitalismo y el desafío del comunismo, las características del sistema democrático. En cuanto a la posibilidad de vetar a las elites de gobierno, establece una diferencia fundamental con los sistemas de representación socialistas. También avanza sobre las condiciones de sustentabilidad del sistema democrático.
Dentro de sus enunciados:
Schumpeter habla de la existencia de una clase hegemónica que garantiza el funcionamiento del Estado. Su interpretación del rol de la burocracia y los límites que le fija al poder político sólo sería posible cuando la superestructura ideológica y la práctica política de una clase determina el respeto por el derecho positivo, un determinado rol del Estado y la convalidación periódica del sistema a través de elecciones. Éstas constituyen, a juicio del autor, la convalidación del sistema. Si bien su discurso es genuinamente elitista, no es menos cierto que aún las corrientes de profunda raíz revolucionaria lo son por práctica y discurso. El Estado que concibe Schumpeter prefigura un contrato social que se respalda en una estructura de relaciones que, dentro de los límites definidos en el discurso ideológico dominante, permite algún grado de reivindicación de los intereses de los sectores no hegemónicos.
Cuando el juego de las reivindicaciones se rompe, se estaría en una situación de crisis que refleja no solo la necesidad de cambios estructurales sino la propia confrontación de hegemonías. También es cierto que cuando el economista se refiere a que un régimen procedimental, de características democráticas, podría ser posible en un Estado donde la propiedad privada no fuera predominante, su concepción de la práctica política no cambia.
La fuerte impronta weberiana se destaca en sus observaciones sobre el valor de la burocracia del Estado en relación a la estabilidad del sistema. En todo caso, creemos podemos coincidir en que Schumpeter ha explicado en forma magistral lo que realmente hace el demos de las democracias representativas modernas: Elegir entre equipos relativamente organizados de candidatos al gobierno.
“La democracia prospera en sistemas sociales que muestran ciertas características, y muy bien podría dudarse si tiene o no sentido el preguntarse cómo le iría en otros sistemas que no tienen esas características (…) En una democracia, el gobierno tiene que atender primordialmente a los valores políticos de un programa o de un proyecto o de un decreto administrativo –es decir, el propio hecho que impone el principio democrático de la subordinación del gobierno a los votos del parlamento y del electorado- (…) En especial, esta circunstancia impone a los hombres que están en el timón o cerca de él una visión de corto alcance y les hace sumamente difícil servir a los intereses a largo plazo de la nación que puedan requerir un trabajo continuado para fines remotos; la política exterior, por ejemplo, corre el peligro de degenerar en políticas internas”. (Schumpeter; 1968, 365)
“El material humano de la política (…) debe ser de una calidad suficientemente elevada (…) La idoneidad del material humano es especialmente importante para el éxito del gobierno democrático. No es cierto que en una democracia tienen siempre los hombres la especie y la calidad de gobierno que desean o merecen. (…) Hasta ahora, sin embargo, la experiencia parece sugerir que la única garantía efectiva, a este respecto, está en la existencia de un estrato social que sea el mismo producto de la política como cosa natural”. (Schumpeter; 1968, 368-9)
El concepto de ciudadano en el modelo habermasiano
Observemos que Habermas, en opinión de Boaventura de Sousa Santos[2] y Avritzer[3], perfecciona la postura de Schumpeter. Expresa que el concepto de deliberación social permite a los individuos cuestionar su exclusión social o de arreglos públicos. Para Habermas, en función de lo que él denomina principio D: “sólo son válidas aquellas normas-acciones que cuentan con el asentimiento de todos los individuos participantes de un discurso racional” (Habermas, 1995).
Al postular un principio de deliberación amplio, el alemán vuelve a colocar en el interior de la discusión democrática un procedimentalismo social y participativo. De acuerdo con esa concepción, éste tiene su origen en la pluralidad de las formas de vida existentes en las sociedades contemporáneas. Para ser plural, la política ha de contar con el asentimiento de esos actores en procesos racionales de discusión y deliberación. Para el filósofo, el concepto de ciudadano liberal se refiere a aquel que está parado sobre los derechos subjetivos, ámbito en el que tiene garantizada la pluralidad de opciones sólo limitadas por una legalidad previamente pactada y en la que queda libre de coacciones externas. Este es un ciudadano que es tal, en tanto ejerce estos derechos frente al Estado y a los demás ciudadanos, haciendo valer sus intereses privados de modo que en confluencia con otros intereses privados puedan ejercer efectivo dominio sobre la administración estatal o sus resortes de poder. Sin embargo, en la óptica de Habermas este ciudadano en la actualidad parece que no alcanza. De allí que:
“En situaciones de pluralismo cultural y social, tras las metas políticamente relevantes se esconden a menudo intereses y orientaciones valorativas que de ningún modo pueden considerarse constitutivos de la identidad de la comunidad en conjunto, es decir, del conjunto de un forma de vida subjetivamente compartida”. (Habermas; 2002, 45)
Es a raíz de esta profundización del discurso de Habermas que se va incorporando el nuevo nivel de complejidad de las relacciones sociales, por ende institucionales. Se agrega la falta de seguridad interna y mundial como lo demostró el 11-S, que la concepción de ciudadano liberal clásico desaparezca. Aparece así un ciudadano sujeto a distintos riesgos y realidades, tanto en los países avanzados como los que se reconocen como subdesarrollados.
Se requiere, ante ese cuadro de mayor complejidad que expone Habermas, una revisión del valor de los sistemas normativos o procedimentales. Ya que aparecen como incapaces de contener y proyectar un grupo social y menos sociedades complejas. Desde lo conceptual, esto significaría que los procedimientos, si no se asientan sobre un cúmulo de valores que definan determinados comportamientos (que se defiendan tanto para la esfera pública como para la esfera privada), los sistemas tienden a perder efectividad.
Por lo anterior, el enfasis en la comunidad cultural es importante para el logro de convergencias y acatamiento a un orden institucional democrático desde la concepción republicana:
Esta señalización es la que tiene por objetivo amalgamar un procedimiento integral para la deliberación y la toma de decisiones, en la medida que combina en la negociación política los componentes de la autocomprensión ética, mientras estructura la comunicación en términos normativos. El complemento dimensional estará en la acción comunicativa: interacción simbólicamente mediada [orientada] de acuerdo con normas intersubjetivamente vigentes. Ambas dimensiones rebautizadas como la política instrumental y la política dialógica, respectivamente, e incluida en el documento en cuestión, tendrían como fin asegurar las condiciones básicas de comunicación en los procesos políticos que permitirían arribar a resultados racionales. Habermas introduce nuevos factores pero sigue sosteniendo la vinculación entre valor de las instituciones y cultura común.
Estos aspectos comienza a incorporar el discurso de Habermas ante la complejidad de las redes sociales y políticas. Estos procesos tienden a ser objeto de intensa disputa política. Por eso:
Se va sedimentando, a través del proceso de estudio que venimos realizando, que la democracia meramente procedimental no abarca los requerimientos de una democracia participativa. Más se percibe cuando las instancias de complejidad se van acentuando por distintos factores de cambio. Los procesos neoliberales, los propios cambios que determinan el fenómeno de la globalización y la incidencia brutal de los cambios tecnológicos no sólo no contribuyen a morigerar los problemas estructurales sino que acentúan la complejidad de la política como expresión de prácticas sociales. Por lo tanto, aparece por un lado una necesidad creciente de contemplar los requerimientos de amplios espectros poblacionales, con factores agravantes como la expansión del consumo de drogas; por el otro la necesidad de recrear un marco ideológico que permita regenerar la clase dirigente, atendiendo estas nuevas realidades. Esto en una etapa de desconcierto por la derrota del socialismo real y la pérdida de expectativas sobre la posibilidad de cambios revolucionarios. Ligado ésto a la crisis estructural que sufre el modelo capitalista, fundamentalmente por los cambios tecnológicos y la emergencia de nuevos jugadores en el tablero del mercado mundial.
Todos estos elementos producen un desconcierto acentuado en los países subdesarrollados, como es el caso de los países latinoamericanos, debido a la débil institucionalidad en la mayoría de ellos. Hubo intentos de dar repuestas populistas, escindidas en su concepción y práctica de la búsqueda de soluciones estructurales a las diversas demandas de la población. En consecuencia, agotados los ciclos favorables o los recursos disponibles, estas sociedades se debaten en crisis recurrentes y el descreimiento de su representación política. Fenómeno que si bien se presenta en el tablero mundial, en nuestros países se acentúa no sólo la desesperanza sino también la violencia. Un caso paradigmático es el de Argentina, con una pobreza estructural que abarca no menos del 30 % de la población generada en los últimos 40 años, en parte por su indeterminación hegemónica. Además de un deterioro en la educación irremontable.
Estos países, que personificamos en Brasil y Argentina, por su relevancia en el concierto latinoamericano, enfrentan dos desafíos fundamentales. El primero es la conformación de una clase dirigente que pueda responder a las características que exige Schumpeter, como condición de gobernabilidad de una democracia débil -con el cual acuerdo-. El segundo, no menos importante, es el desafío de restaurar valores primordiales en lo que hace a la ética pública y privada. Es cuestión que no dejemos de reflexionar sobre el discurso del jefe narco, a propósito de la entrevista que citamos en el primer capítulo de esta sección Estado y Democracia. Refleja los procesos de corrupción que abarca, como lo describía Marcola a prácticamente toda la clase dirigente.
[1] Proviene de la escuela de economistas austriacos. Desde una perspectiva heterodoxa y conoce de primera mano el fenómeno del nazismo. Su vida madura transcurre entre la Primera Guerra y primeros años de los cincuenta. Personaje capaz, en su carácter de Presidente de la Asociación de Economistas de EE.UU., de “realizar un Congreso sobre la vigencia del Manifiesto Comunista de carácter interdisciplinario”. (Borón; 2000, 26)
[2] Doctor en Sociología portugués.
[3] Profesor en Brasil.
Las dificultades están en todos los países, pero se vuelven más evidentes en los países como Argentina y Brasil, porque no se cuenta con una estructura sólida institucional. Lo cual se traduce en pobreza, desocupación, ignorancia. Como consecuencia, se convive con la falta de cohesión social. Frente a esto, hago hincapié en la importancia de establecer una clase dirigente sólida e instruida que pueda guiar al conjunto hacia un camino concreto.
Espero que sea un artículo que aporte a la reflexión.
EL ENSAMBLADO DE LA DEMOCRACIA
Schumpeter sostiene que los individuos, en su papel de ciudadanos, lo que pueden determinar con precisión es el significado directo de decisiones de corte político, en sus situaciones personales y fundamentalmente en el aquí y ahora. Cuando los ciudadanos tienen que enfrentarse a cuestiones complejas, les es muy difícil encontrar bases racionales. Aparece como esencial el procedimiento y los valores predominantes en la cultura social para encontrar respuestas adecuadas en sus representantes. A partir de lo anterior, el economista postula una serie de condiciones de la clase dirigente.
A mi parecer, en su discurso subyace el concepto de hegemonía de clase. Porque, cuando enuncia las condiciones de un buen gobierno o de representación efectiva en sociedades complejas, las colectividades, a partir de sus enunciados de características sistémicas, sólo podrían ser posibles dentro de un ordenamiento social. En éste el discurso de valores y la elite emergente que encarnen un proyecto que sostenga la cohesión social. En caso contrario se establecería una situación de crisis en el sistema.
De su análisis de la posibilidad del comportamiento racional, se desprende una visión clasista pero respaldada en su observación de comportamientos reales[1]. La observación sobre las élites en EE.UU. se corresponde con el desarrollo de diferenciación de posibilidades de los distintos ciudadanos, según la condición social y su integración institucional.
Schumpeter no se detiene en el concepto de aprendizaje social, ni tampoco en la integración de la racionalidad personal efectiva con la coherencia global de un proyecto. Creo que su pretensión era mostrar, más allá de las debilidades estructurales del capitalismo y el desafío del comunismo, las características del sistema democrático. En cuanto a la posibilidad de vetar a las elites de gobierno, establece una diferencia fundamental con los sistemas de representación socialistas. También avanza sobre las condiciones de sustentabilidad del sistema democrático.
Dentro de sus enunciados:
“En sexto lugar, debe observarse que, al hacer de la función de crear un gobierno (…) la función primaria del electorado, era mi intención incluir en esta frase también la función de disolverlo. Lo uno significa simplemente la aceptación de un leader o de un grupo de leaders; lo otro significa simplemente rechazar esta aceptación. (…) Como los electorados no fiscalizan normalmente a sus leaders políticos de ninguna manera, a no ser negándose a reelegirlos o negándose a reelegir las mayorías parlamentarias que los apoyan, es conveniente reducir nuestras ideas acerca de esta fiscalización a los medios indicados en nuestra definición”.(…) “Evidentemente, la voluntad de la mayoría es la voluntad de la mayoría y no la voluntad “del pueblo”. (…) El principio de la democracia significa simplemente que las riendas del gobierno deben ser entregadas a los individuos o equipos que disponen de un apoyo electoral más poderoso que los demás que entran en la competencia”. (Schumpeter; 1968, 347-348)
Schumpeter habla de la existencia de una clase hegemónica que garantiza el funcionamiento del Estado. Su interpretación del rol de la burocracia y los límites que le fija al poder político sólo sería posible cuando la superestructura ideológica y la práctica política de una clase determina el respeto por el derecho positivo, un determinado rol del Estado y la convalidación periódica del sistema a través de elecciones. Éstas constituyen, a juicio del autor, la convalidación del sistema. Si bien su discurso es genuinamente elitista, no es menos cierto que aún las corrientes de profunda raíz revolucionaria lo son por práctica y discurso. El Estado que concibe Schumpeter prefigura un contrato social que se respalda en una estructura de relaciones que, dentro de los límites definidos en el discurso ideológico dominante, permite algún grado de reivindicación de los intereses de los sectores no hegemónicos.
Cuando el juego de las reivindicaciones se rompe, se estaría en una situación de crisis que refleja no solo la necesidad de cambios estructurales sino la propia confrontación de hegemonías. También es cierto que cuando el economista se refiere a que un régimen procedimental, de características democráticas, podría ser posible en un Estado donde la propiedad privada no fuera predominante, su concepción de la práctica política no cambia.
La fuerte impronta weberiana se destaca en sus observaciones sobre el valor de la burocracia del Estado en relación a la estabilidad del sistema. En todo caso, creemos podemos coincidir en que Schumpeter ha explicado en forma magistral lo que realmente hace el demos de las democracias representativas modernas: Elegir entre equipos relativamente organizados de candidatos al gobierno.
“La democracia prospera en sistemas sociales que muestran ciertas características, y muy bien podría dudarse si tiene o no sentido el preguntarse cómo le iría en otros sistemas que no tienen esas características (…) En una democracia, el gobierno tiene que atender primordialmente a los valores políticos de un programa o de un proyecto o de un decreto administrativo –es decir, el propio hecho que impone el principio democrático de la subordinación del gobierno a los votos del parlamento y del electorado- (…) En especial, esta circunstancia impone a los hombres que están en el timón o cerca de él una visión de corto alcance y les hace sumamente difícil servir a los intereses a largo plazo de la nación que puedan requerir un trabajo continuado para fines remotos; la política exterior, por ejemplo, corre el peligro de degenerar en políticas internas”. (Schumpeter; 1968, 365)
“El material humano de la política (…) debe ser de una calidad suficientemente elevada (…) La idoneidad del material humano es especialmente importante para el éxito del gobierno democrático. No es cierto que en una democracia tienen siempre los hombres la especie y la calidad de gobierno que desean o merecen. (…) Hasta ahora, sin embargo, la experiencia parece sugerir que la única garantía efectiva, a este respecto, está en la existencia de un estrato social que sea el mismo producto de la política como cosa natural”. (Schumpeter; 1968, 368-9)
El concepto de ciudadano en el modelo habermasiano
Observemos que Habermas, en opinión de Boaventura de Sousa Santos[2] y Avritzer[3], perfecciona la postura de Schumpeter. Expresa que el concepto de deliberación social permite a los individuos cuestionar su exclusión social o de arreglos públicos. Para Habermas, en función de lo que él denomina principio D: “sólo son válidas aquellas normas-acciones que cuentan con el asentimiento de todos los individuos participantes de un discurso racional” (Habermas, 1995).
Al postular un principio de deliberación amplio, el alemán vuelve a colocar en el interior de la discusión democrática un procedimentalismo social y participativo. De acuerdo con esa concepción, éste tiene su origen en la pluralidad de las formas de vida existentes en las sociedades contemporáneas. Para ser plural, la política ha de contar con el asentimiento de esos actores en procesos racionales de discusión y deliberación. Para el filósofo, el concepto de ciudadano liberal se refiere a aquel que está parado sobre los derechos subjetivos, ámbito en el que tiene garantizada la pluralidad de opciones sólo limitadas por una legalidad previamente pactada y en la que queda libre de coacciones externas. Este es un ciudadano que es tal, en tanto ejerce estos derechos frente al Estado y a los demás ciudadanos, haciendo valer sus intereses privados de modo que en confluencia con otros intereses privados puedan ejercer efectivo dominio sobre la administración estatal o sus resortes de poder. Sin embargo, en la óptica de Habermas este ciudadano en la actualidad parece que no alcanza. De allí que:
“En situaciones de pluralismo cultural y social, tras las metas políticamente relevantes se esconden a menudo intereses y orientaciones valorativas que de ningún modo pueden considerarse constitutivos de la identidad de la comunidad en conjunto, es decir, del conjunto de un forma de vida subjetivamente compartida”. (Habermas; 2002, 45)
Es a raíz de esta profundización del discurso de Habermas que se va incorporando el nuevo nivel de complejidad de las relacciones sociales, por ende institucionales. Se agrega la falta de seguridad interna y mundial como lo demostró el 11-S, que la concepción de ciudadano liberal clásico desaparezca. Aparece así un ciudadano sujeto a distintos riesgos y realidades, tanto en los países avanzados como los que se reconocen como subdesarrollados.
Se requiere, ante ese cuadro de mayor complejidad que expone Habermas, una revisión del valor de los sistemas normativos o procedimentales. Ya que aparecen como incapaces de contener y proyectar un grupo social y menos sociedades complejas. Desde lo conceptual, esto significaría que los procedimientos, si no se asientan sobre un cúmulo de valores que definan determinados comportamientos (que se defiendan tanto para la esfera pública como para la esfera privada), los sistemas tienden a perder efectividad.
Por lo anterior, el enfasis en la comunidad cultural es importante para el logro de convergencias y acatamiento a un orden institucional democrático desde la concepción republicana:
“(…) conforme a este modelo, la deliberación, en lo que a su contenido se refiere, puede apoyarse en un consenso de fondo entre los ciudadanos que se basa en la común pertenencia a una misma cultura y que se renueva en los rituales en que se hace memoria de algo así como de un acto de fundación republicana”. (Habermas; 2002, 47)
Esta señalización es la que tiene por objetivo amalgamar un procedimiento integral para la deliberación y la toma de decisiones, en la medida que combina en la negociación política los componentes de la autocomprensión ética, mientras estructura la comunicación en términos normativos. El complemento dimensional estará en la acción comunicativa: interacción simbólicamente mediada [orientada] de acuerdo con normas intersubjetivamente vigentes. Ambas dimensiones rebautizadas como la política instrumental y la política dialógica, respectivamente, e incluida en el documento en cuestión, tendrían como fin asegurar las condiciones básicas de comunicación en los procesos políticos que permitirían arribar a resultados racionales. Habermas introduce nuevos factores pero sigue sosteniendo la vinculación entre valor de las instituciones y cultura común.
“Los procesos de liberación y los procesos de democratización parecen compartir un elemento común: La percepción de la posibilidad de la innovación entendida como participación ampliada de actores sociales de diferentes tipos en proceso de toma de decisión. En general, estos procesos implican la inclusión de temáticas hasta entonces ignoradas por el sistema político, la redefinición de identidades y vínculos y el aumento de la participación, especialmente en el nivel local”. (Avritzer, De Sousa Santos; 2003, 8).
“Tanto en la India como en Brasil, las experiencias más significativas de cambio en la forma de la democracia, tienen su origen en movimientos sociales que cuestionan las prácticas sociales de exclusión a través de acciones que generan nuevas normas y nuevas formas de control del gobierno por los ciudadanos”. (Avritzer, De Sousa Santos; 2003, 16)
Se va sedimentando, a través del proceso de estudio que venimos realizando, que la democracia meramente procedimental no abarca los requerimientos de una democracia participativa. Más se percibe cuando las instancias de complejidad se van acentuando por distintos factores de cambio. Los procesos neoliberales, los propios cambios que determinan el fenómeno de la globalización y la incidencia brutal de los cambios tecnológicos no sólo no contribuyen a morigerar los problemas estructurales sino que acentúan la complejidad de la política como expresión de prácticas sociales. Por lo tanto, aparece por un lado una necesidad creciente de contemplar los requerimientos de amplios espectros poblacionales, con factores agravantes como la expansión del consumo de drogas; por el otro la necesidad de recrear un marco ideológico que permita regenerar la clase dirigente, atendiendo estas nuevas realidades. Esto en una etapa de desconcierto por la derrota del socialismo real y la pérdida de expectativas sobre la posibilidad de cambios revolucionarios. Ligado ésto a la crisis estructural que sufre el modelo capitalista, fundamentalmente por los cambios tecnológicos y la emergencia de nuevos jugadores en el tablero del mercado mundial.
Todos estos elementos producen un desconcierto acentuado en los países subdesarrollados, como es el caso de los países latinoamericanos, debido a la débil institucionalidad en la mayoría de ellos. Hubo intentos de dar repuestas populistas, escindidas en su concepción y práctica de la búsqueda de soluciones estructurales a las diversas demandas de la población. En consecuencia, agotados los ciclos favorables o los recursos disponibles, estas sociedades se debaten en crisis recurrentes y el descreimiento de su representación política. Fenómeno que si bien se presenta en el tablero mundial, en nuestros países se acentúa no sólo la desesperanza sino también la violencia. Un caso paradigmático es el de Argentina, con una pobreza estructural que abarca no menos del 30 % de la población generada en los últimos 40 años, en parte por su indeterminación hegemónica. Además de un deterioro en la educación irremontable.
Estos países, que personificamos en Brasil y Argentina, por su relevancia en el concierto latinoamericano, enfrentan dos desafíos fundamentales. El primero es la conformación de una clase dirigente que pueda responder a las características que exige Schumpeter, como condición de gobernabilidad de una democracia débil -con el cual acuerdo-. El segundo, no menos importante, es el desafío de restaurar valores primordiales en lo que hace a la ética pública y privada. Es cuestión que no dejemos de reflexionar sobre el discurso del jefe narco, a propósito de la entrevista que citamos en el primer capítulo de esta sección Estado y Democracia. Refleja los procesos de corrupción que abarca, como lo describía Marcola a prácticamente toda la clase dirigente.
[1] Proviene de la escuela de economistas austriacos. Desde una perspectiva heterodoxa y conoce de primera mano el fenómeno del nazismo. Su vida madura transcurre entre la Primera Guerra y primeros años de los cincuenta. Personaje capaz, en su carácter de Presidente de la Asociación de Economistas de EE.UU., de “realizar un Congreso sobre la vigencia del Manifiesto Comunista de carácter interdisciplinario”. (Borón; 2000, 26)
[2] Doctor en Sociología portugués.
[3] Profesor en Brasil.
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