Raíces de nuestra cultura (7)
El artículo que presento a continuación posee una mirada más relajada que los anteriores. Logro concliur en “Un tango, un mundo” la situación vigente del país, que fue detallando en los escritos que completan la presente sección “Raíces de nuestra cultura”. Concidero al tango mencionado como una muestra representativa de nuestra idiosincracia, en la cual sin reglas claras que cimienten la vida institucional y sin una élite que lidere al conjunto, no se podrá construir ni llevar adelante los cambios estructurales que aún prescindimos y anhelamos como República.
Buena lectura!
Muchos tangos hablan de la realidad, pero uno en especial – Cambalache, de Enrique Santos Discépolo[1]– manifiesta su mirada crítica sobre nuestro mundo social, señalando la carencia de principios y valores acordes a una sociedad más civilizada.
El poeta se queja de la ausencia de valores de excelencia y del reconocimiento del mérito. Critica a la sociedad, porque esta no responde a un patrón justo de ordenamiento. Sus versos dan cuenta de la frustración que lo embarga ante un orden social que convalida la injusticia y niega el principio de identidad común.
El escritor interpreta que se ha perdido el rumbo. La letra expresa una queja melancólica y de desesperanza social. Por lo que dice, está claro que nos habla de que no hay reconocimiento de élites[2] y que eso ocasiona que todo valga:
“¡Todo es igual!/ ¡Nada es mejor!/
¡Lo mismo un burro/ que un gran profesor!/
No hay aplazaos/ ni escalafón,/
los inmorales/ nos han igualao”.
Subyace en sus versos la falta de respeto por las normas fundamentales de convivencia y la ausencia de un sector que, ya sea por su capacidad económica, intelectual o de conducción política, influya a partir de su hegemonía en un orden social que respete los valores esenciales del capitalismo.
Nada más claro para describir el cuadro de crisis imperante.
Realidad que se contrapone a la afirmación de Adam Smith[3], quien señala como fundamental que, para que una sociedad capitalista progrese, “la conducta de los ciudadanos atiendan los códigos de conductas apropiados para el desenvolvimiento ético social dentro de una economía de propiedad privada”.
En el mismo sentido, Jürgen Habermas[4] entiende que la viabilidad de la democracia está en relación, directamente proporcional, con el equilibrio que guarden entre sí las instituciones normativas y las cualidades y actitudes de la acción ciudadana.
Dicho de otra manera, la vida institucional –que vincula la existencia de los ciudadanos con el Estado y el mercado– debe estar regulada no sólo por las normas que subyacen en el pacto constitucional, sino por las conductas que las respeten. Sólo así los derechos y obligaciones serán principios rectores y de carácter universal, para que la diferencia de clases no perturbe la marcha hacia el progreso.
Refieren a la expresión social que se manifiesta en la preparación adecuada, en base a algún concepto de mérito; por lo que la sociedad los reconoce como primus interpares[5], para conducir a un conjunto o subconjunto social.
Discépolo fue el intérprete de lo que Joaquín V. González[6] avizoró en su discurso de siglo:
“Que la educación política del pueblo argentino no ha llegado al nivel de sus instituciones escritas no podría negarlo ningún observador imparcial y que anhelase para él un progreso verdadero, de base futura indestructible. (...) Si la época de la elaboración de nuestro orden institucional fue larga y agitada, la época que se inicia con la reconstitución, que fue un resultado de violentos conflictos y un pacto de los gobiernos y de las armas, debía serlo mucho más y acaso tanto que nuestros hijos y los de ellos no puedan ver consumada la completa normalidad del régimen creado, tal como corresponde a un estado superior de la cultura”.
La respuesta a la crisis vino, primero, de la dirección nacionalista del golpe de Estado de 1943 y continuó con la presidencia de Juan Domingo Perón.
Este proceso político emergió desde una concepción diferente: regular los intereses de las minorías, además de cambiar con un sentido social la distribución de los ingresos. Produjo reformas sustanciales, si bien dentro de una concepción centralista y poco respetuosa de las formas republicanas.
Floreció una dirigencia proveniente del mundo del trabajo, del medio militar, de sectores conservadores del interior y de emigrados del radicalismo. Lo popular era su caracterización.
Perón y sus seguidores conducían los destinos del país, pero esta élite no era aceptada por los sectores políticos de tradición democrática, ni por los partidos de izquierda. De hecho, la conducción reconocida por los sectores populares no sólo gobernó con una fuerte oposición, sino que esta se negó incluso a reconocer las bases electorales de la democracia imperante. Tal situación les resultaba inadmisible.
Dentro de ese proceso, el centralismo político, y el endiosamiento del líder y de Eva Perón, contribuyó a socavar la propia revolución. Dicha revolución no sólo afectaba intereses internos sino los principios de la Guerra Fría de las dos potencias mundiales. Además, ¿cómo entender una revolución que nace de la derecha?
El país se dividió y se volvió imposible llegar a un acuerdo basado en el respeto a la Constitución, pues la posición sectaria de ambos bandos se fue exacerbando.
Esta crisis de gobernabilidad estalló de modo definitivo en 1955, con la autollamada Revolución Libertadora, producto de la división del Ejército, la oposición de la Iglesia Católica y de amplios extractos de las clases medias y de los sectores vinculados con la oligarquía.
El golpe militar dio lugar a una guerra civil prolongada por décadas. Apareció así una doble crisis. La primera, caracterizada por la falta de una élite social reconocida por el conjunto. La segunda, la oposición acérrima entre los seguidores de Perón y los antiperonistas. Esa lucha fratricida debilitó el cuerpo social, además de revelar la inexistencia de una clase hegemónica.
La democracia como sistema emerge luego del agotamiento de la alternativa militar en 1983, pero el fracaso del gobierno de Raúl Alfonsín y la crisis generada durante el menemismo estarían revelando la ausencia de lo que Adam Smith y Habermas plantean como esencial para el desarrollo de una sociedad donde la justicia y el progreso predominen.
Caben, entonces, las preguntas: ¿cuáles son los valores que predominan en la dirigencia emergente? ¿Cuál es el grado de mérito para dirigir los destinos de un país complejo? ¿Cuál es el grado de madurez del conjunto social para superar concepciones corporativas en aras de un desarrollo convergente? ¿Persiste lo que el poeta declamaba en Cambalache? ¿Podemos prescindir de nutrir en los hechos el concepto de élite?
[1]Compositor, músico, dramaturgo y cineasta argentino.
[2]El significado de élite, (no de oligarquía o plutocracia) se fundamenta en la apreciación del mérito como elemento clave del desarrollo social. De ello por ejemplo que en muchos países de Europa, de acuerdo a la performance de los estudiantes en el nivel intermedio, está la posibilidad de ser asignado o elegir las universidades más prestigiosas. (Similar a los países socialistas en su momento)
[3]Economista y filósofo escocés.
[4]Filósofo y sociólogo alemán.
[5]El primero entre iguales.
[6]Político, historiador, educador, masón, filósofo, jurista y literato argentino
Buena lectura!
Un tango, un mundo
¿Cuál es el grado de mérito para dirigir los destinos de un país complejo? ¿Cuál es el grado de madurez del conjunto social para superar concepciones corporativas en aras de un desarrollo convergente? ¿Qué significa reconocer una élite?
Muchos tangos hablan de la realidad, pero uno en especial – Cambalache, de Enrique Santos Discépolo[1]– manifiesta su mirada crítica sobre nuestro mundo social, señalando la carencia de principios y valores acordes a una sociedad más civilizada.
El poeta se queja de la ausencia de valores de excelencia y del reconocimiento del mérito. Critica a la sociedad, porque esta no responde a un patrón justo de ordenamiento. Sus versos dan cuenta de la frustración que lo embarga ante un orden social que convalida la injusticia y niega el principio de identidad común.
El escritor interpreta que se ha perdido el rumbo. La letra expresa una queja melancólica y de desesperanza social. Por lo que dice, está claro que nos habla de que no hay reconocimiento de élites[2] y que eso ocasiona que todo valga:
“¡Todo es igual!/ ¡Nada es mejor!/
¡Lo mismo un burro/ que un gran profesor!/
No hay aplazaos/ ni escalafón,/
los inmorales/ nos han igualao”.
Subyace en sus versos la falta de respeto por las normas fundamentales de convivencia y la ausencia de un sector que, ya sea por su capacidad económica, intelectual o de conducción política, influya a partir de su hegemonía en un orden social que respete los valores esenciales del capitalismo.
Nada más claro para describir el cuadro de crisis imperante.
Realidad que se contrapone a la afirmación de Adam Smith[3], quien señala como fundamental que, para que una sociedad capitalista progrese, “la conducta de los ciudadanos atiendan los códigos de conductas apropiados para el desenvolvimiento ético social dentro de una economía de propiedad privada”.
En el mismo sentido, Jürgen Habermas[4] entiende que la viabilidad de la democracia está en relación, directamente proporcional, con el equilibrio que guarden entre sí las instituciones normativas y las cualidades y actitudes de la acción ciudadana.
Dicho de otra manera, la vida institucional –que vincula la existencia de los ciudadanos con el Estado y el mercado– debe estar regulada no sólo por las normas que subyacen en el pacto constitucional, sino por las conductas que las respeten. Sólo así los derechos y obligaciones serán principios rectores y de carácter universal, para que la diferencia de clases no perturbe la marcha hacia el progreso.
Refieren a la expresión social que se manifiesta en la preparación adecuada, en base a algún concepto de mérito; por lo que la sociedad los reconoce como primus interpares[5], para conducir a un conjunto o subconjunto social.
Discépolo fue el intérprete de lo que Joaquín V. González[6] avizoró en su discurso de siglo:
“Que la educación política del pueblo argentino no ha llegado al nivel de sus instituciones escritas no podría negarlo ningún observador imparcial y que anhelase para él un progreso verdadero, de base futura indestructible. (...) Si la época de la elaboración de nuestro orden institucional fue larga y agitada, la época que se inicia con la reconstitución, que fue un resultado de violentos conflictos y un pacto de los gobiernos y de las armas, debía serlo mucho más y acaso tanto que nuestros hijos y los de ellos no puedan ver consumada la completa normalidad del régimen creado, tal como corresponde a un estado superior de la cultura”.
La respuesta a la crisis vino, primero, de la dirección nacionalista del golpe de Estado de 1943 y continuó con la presidencia de Juan Domingo Perón.
Este proceso político emergió desde una concepción diferente: regular los intereses de las minorías, además de cambiar con un sentido social la distribución de los ingresos. Produjo reformas sustanciales, si bien dentro de una concepción centralista y poco respetuosa de las formas republicanas.
Floreció una dirigencia proveniente del mundo del trabajo, del medio militar, de sectores conservadores del interior y de emigrados del radicalismo. Lo popular era su caracterización.
Perón y sus seguidores conducían los destinos del país, pero esta élite no era aceptada por los sectores políticos de tradición democrática, ni por los partidos de izquierda. De hecho, la conducción reconocida por los sectores populares no sólo gobernó con una fuerte oposición, sino que esta se negó incluso a reconocer las bases electorales de la democracia imperante. Tal situación les resultaba inadmisible.
Dentro de ese proceso, el centralismo político, y el endiosamiento del líder y de Eva Perón, contribuyó a socavar la propia revolución. Dicha revolución no sólo afectaba intereses internos sino los principios de la Guerra Fría de las dos potencias mundiales. Además, ¿cómo entender una revolución que nace de la derecha?
El país se dividió y se volvió imposible llegar a un acuerdo basado en el respeto a la Constitución, pues la posición sectaria de ambos bandos se fue exacerbando.
Esta crisis de gobernabilidad estalló de modo definitivo en 1955, con la autollamada Revolución Libertadora, producto de la división del Ejército, la oposición de la Iglesia Católica y de amplios extractos de las clases medias y de los sectores vinculados con la oligarquía.
El golpe militar dio lugar a una guerra civil prolongada por décadas. Apareció así una doble crisis. La primera, caracterizada por la falta de una élite social reconocida por el conjunto. La segunda, la oposición acérrima entre los seguidores de Perón y los antiperonistas. Esa lucha fratricida debilitó el cuerpo social, además de revelar la inexistencia de una clase hegemónica.
La democracia como sistema emerge luego del agotamiento de la alternativa militar en 1983, pero el fracaso del gobierno de Raúl Alfonsín y la crisis generada durante el menemismo estarían revelando la ausencia de lo que Adam Smith y Habermas plantean como esencial para el desarrollo de una sociedad donde la justicia y el progreso predominen.
Caben, entonces, las preguntas: ¿cuáles son los valores que predominan en la dirigencia emergente? ¿Cuál es el grado de mérito para dirigir los destinos de un país complejo? ¿Cuál es el grado de madurez del conjunto social para superar concepciones corporativas en aras de un desarrollo convergente? ¿Persiste lo que el poeta declamaba en Cambalache? ¿Podemos prescindir de nutrir en los hechos el concepto de élite?
[1]Compositor, músico, dramaturgo y cineasta argentino.
[2]El significado de élite, (no de oligarquía o plutocracia) se fundamenta en la apreciación del mérito como elemento clave del desarrollo social. De ello por ejemplo que en muchos países de Europa, de acuerdo a la performance de los estudiantes en el nivel intermedio, está la posibilidad de ser asignado o elegir las universidades más prestigiosas. (Similar a los países socialistas en su momento)
[3]Economista y filósofo escocés.
[4]Filósofo y sociólogo alemán.
[5]El primero entre iguales.
[6]Político, historiador, educador, masón, filósofo, jurista y literato argentino
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