Recurrir a los valores para lograr la cohesión social (3)

Hoy culmino una nueva sección. Debido a la coyuntura actual de nuestra realidad política, económica, social, educativa, judicial, etc., consideré necesario una revisión de lo elemental, es decir de nuestras acciones. En ellas se vinculan la razón y las emociones, que son propias de cada comunidad. Desde los conceptos de Taylor, se da un valor incalculable a la pertenencia a una sociedad, a la identidad que proporciona y el grado de pertenencia. Situaciones que se manifiestan en las conductas humanas.
Hago hincapié en la relevancia de los valores que se perciben en una colectividad. Identificar los nuestros y estudiarlos nos llevaría a, por lo menos, tomar un rumbo certero.
Espero que disfruten de este cierre, aplicable a la Argentina de hoy.


LA CONFORMACIÓN DE LAS CONDUCTAS HUMANAS

   Carlos Donoso[1], autor a quien sigo acerca de la crítica de Charles Taylor al liberalismo político desde los argumentos comunitarios, dice que éste representa una detracción muy profunda a posturas tales como el individualismo y el contractualismo, característicos del liberalismo.
   En el marco del pensamiento de Taylor, algunos puntos centrales son:

·    La concepción antropológica, que trata especialmente algunos conceptos claves de su filosofía como los de la dimensión moral de la vida humana y la identidad personal.
·         El concepto de comunidad y su discusión con las visiones atomistas de la sociedad.
·         Su punto de vista en torno a los derechos colectivos y el multiculturalismo.

   Sobre su concepción antropológica, a Taylor le preocupa captar el concepto de ser humano a partir de integrar el concepto de razón y emociones. Es más, no concibe en la naturaleza del hombre la posibilidad de dividir ambas manifestaciones, que son propias del  hombre en acción e integrado a un mundo de relaciones. Para Taylor, como bien lo manifiesta Donoso, en el centro de la interpretación de lo que es ser un ser humano está la idea de moralidad, entendida ésta como algo objetivo que se da por intermedio de las emociones humanas.
   La idea de moralidad resulta del diálogo, de experiencias y de objetivos que una comunidad se plantea y de la cual el individuo forma parte. Esta comunidad prescribe mediante normas lo que es bueno o malo y, al ser parte de una comunidad, estas reglas explícitas e implícitas se internalizan. Es decir, la moralidad tiene que ver con la preservación de una comunidad determinada a partir de su aprendizaje y relación con la naturaleza y sus formas de vinculación con otras comunidades.
   Subyace la idea de que, el sentido positivo o negativo con el cual el hombre identifica sus emociones, está ligada a las prescripciones que una sociedad ha adoptado. Identifica, entre otras: la vergüenza, la dignidad, la culpa, el orgullo, la admiración y el desprecio, la obligación moral, el remordimiento, la auto-infravaloración y la auto aceptación.

"El pensador canadiense observa que estas emociones –las que sentimos ‘en cuanto sujetos’-, son precisamente la base de nuestra comprensión de qué es ser un ser humano, en contraste con ser un mero cuerpo o un mero animal. Estas emociones (deseos, aspiraciones, motivaciones, etc.) incorporan lo que es importante para nosotros en nuestra vida, lo que nos importa en cuanto sujeto humano. Por lo tanto, en el análisis de las emociones humanas, Taylor ha descubierto que, además de darnos un sentido de la situación (intencionalidad), ellas nos abren el dominio del bien humano. La aserción  es muy fuerte: a través de las emociones somos capaces de darnos cuenta de qué es el bien para nosotros en cuanto sujetos humanos" (Carrasco; 2001, 34).


   En la interpretación de Donoso, Taylor advierte que los temas de la identidad personal y el bien, de la individualidad y la moral, están inextricablemente entretejidos. En otras palabras, el yo se desarrolla, a su juicio, en relación al bien y, por lo tanto, está situado en el terreno de la moral, para Taylor el bien definido por las reglas morales, es lo que caracteriza la evolución del ser humano como co-constituyente de una comunidad que acrecienta su conciencia de sí.   Donoso trae a colación el pensamiento de Carlos Thiebaut[2], pienso que por la claridad con la que expresa el valor de los marcos referenciales en el  pensamiento de Taylor:

“Carlos Thiebaut, (…) sintetiza el análisis fenomenológico que hace Taylor de nuestra vida moral señalando que dicho análisis nos sugiere que "todo acto, toda valoración moral, están inmersos en una serie de marcos valorativos que constituyen el horizonte sin el cual no podría realizarse ni ese acto ni esa valoración" (Thiebaut 1992: 69). Agrega Thiebaut que, de acuerdo a este planteamiento, esos marcos irrenunciables "son, de hecho, la matriz de nuestra moral, el horizonte sobre cuyo fondo y a cuya luz se recortan e iluminan todos nuestros actos de valoración, de preferencia, de elección. Constituyen, por así decirlo, una especie de espacio moral en el que nos movemos y sin ellos sería imposible la moral misma. Esos marcos u horizontes pueden tener, y tienen, formas históricas diversas –desde la ética del honor o del guerrero hasta la ética universalista que se apoya sobre las ideas o los marcos de dignidad o autonomía-, en cada una de las cuales son diversos los comportamientos que se desean y se ensalzan y son diferentes las razones por las que ello es así" (Ibíd.). Por esto, sería profundamente erróneo proponer, como hacen algunas éticas modernas, que tales marcos sustantivos no existen, aduciendo "que uno de ellos –digamos, por ejemplo, el del teísmo católico medieval- haya quedado obsoleto o se haya desvanecido con otras ruinas de la historia. También las morales burguesas que emergen del desencantamiento del mundo medieval poseen su horizonte valorativo sustantivo”. (Donoso Pacheco; 2003, 9)


   “Yo defiendo la firme tesis de que es absolutamente imposible deshacerse de los marcos referenciales; dicho de otra forma, que los horizontes dentro de los cuales vivimos nuestras vidas y que les da sentido, han de incluir dichas contundentes discriminaciones cualitativas”. (Taylor 1996: 43).

   Para Taylor, la respuesta a quién es una determinada persona, equivale a conocer dónde esa persona se encuentra. En el sentido de los compromisos e identificaciones que proporcionan el marco u horizonte dentro del cual se intenta determinar lo que para ella es bueno o valioso, lo que debe hacer, lo que se aprueba o rechaza. Por eso, las llamadas crisis de identidad representan:

 "(…) una aguda desorientación que la gente suele expresar en términos de no saber quiénes son, pero que también se puede percibir como una desconcertante incertidumbre respecto al lugar en que se encuentran. Carecen del marco u horizonte dentro del cual las cosas adquieren una significación estable; dentro del cual es posible percibir, como buenas y significativas, ciertas posibilidades vitales, y otras, como malas o triviales". (Taylor 1996: 43)  

   El vínculo entre identidad y orientación dentro del espacio moral es esencial. Esta visión de Taylor, sobre la identidad, se enfrenta a la visión naturalista, para la cual es posible que nos deshagamos por completo de los marcos referenciales y consideremos meramente nuestros deseos y aversiones, nuestros gustos y antipatías, sin aceptar ninguna distinción cualitativa. La cuestión de los marcos referenciales vendría a ser algo artificioso. Para Taylor, en cambio, esto pertenece a la clase de cuestiones ineludibles. Es parte de la acción humana existir en un espacio de cuestiones sobre los bienes potentemente valorados, antes de cualquier elección o cambio cultural aleatorio. "A la luz de lo que comprendemos como identidad, la imagen de un agente humano libre de todos los marcos referenciales representa más bien  una persona dominada por una tremenda crisis de identidad". (Taylor 1996: 47)
   El pensamiento de Taylor avanza en  profundidad en conceptos que otros autores sólo enuncian. Conceptos a los cuales otros dan importancia, pero no desarrollan en los términos del proceso experiencia/aprendizaje, ni tampoco respecto al valor de los lazos que se van tejiendo en una comunidad a partir de enfrentar diferentes estados de naturaleza y como consecuencia de su propia evolución.
   Taylor da un giro crucial  sobre el concepto de identidad y referencias. No hay  para este autor una moralidad intrínseca. Esta se desarrolla dentro de los valores de una comunidad, que le proporciona el sentido de identidad y le proporciona el marco para plantear y desarrollar sus acciones, aún las de carácter teleológico.
        Pienso a partir de Taylor, que toda práctica, aún de carácter individual, conlleva modelos sociales y obediencia a reglas. La sujeción de las propias actitudes, elecciones, preferencias y gustos de los individuos a esos modelos, es lo que define la  práctica. Por supuesto, las prácticas tienen historia y evolucionan; no obstante, no podemos iniciarnos en una de ellas sin aceptar la autoridad de las que consideramos mejores desde el punto de vista social.


La importancia de abordar un concepto desde varias miradas

   Adam Smith analizó la necesidad de simpatía y compromiso. “Las acciones más humanas no requieren abnegación, dominio de uno mismo, un gran ejercicio del sentido de la corrección, ya que hacen lo que nuestra simpatía nos impulsaría motus propio a hacer’’ (…) “pero con la generosidad la cuestión es distinta” (…) “y lo mismo ocurre con algunos valores más amplios, como la justicia, que requieren que la persona refrene la búsqueda de su interés personal” (…) “hace que el espectador imparcial asuma los principios de su conducta  y puede exigir un mayor ejercicio del espíritu cívico”. Para la visión smithiana de “la corrección de la humanidad  y la justicia” es fundamental “la concordia entre los sentimientos del agente y de los espectadores”. (Sen; 2000, 324-325)[3]. La visión de Smith, de la persona racional, es situada firmemente en compañía de otras, justo en medio de una sociedad a la que pertenece. Las evaluaciones de las personas, así como sus actos, invocan la presencia de otras y el individuo no está disociado del público.
   En esta última sección del blog, hemos recorrido la opinión de diversos autores sobre los principios que rigen o deberían regir las diferentes acciones de los hombres en cuanto ciudadanos. Lo interesante es que en todos ellos subyace una cosmovisión, donde los valores predominantes juegan un papel activo. Es por ello que pensamos que, analizando el tipo de valores que predominan en nuestra sociedad, es posible discernir una tipología sobre el estado de cohesión social y sus consecuencias en la cultura política.
   Weber, Habermas, Castoriadis, Aristóteles y por último Taylor, enfocan el tema de valores desde distintos ángulos, nadie puede soslayarlos. Aún Habermas cambia el énfasis de lo meramente procedimental al introducir el significado de la cultura, aunque en su concepción de lo público los espacios de autonomía sigan siendo su fuente de preocupación. Taylor y Castoriadis visualizan el significado de lo social en las conductas. Más preocupado en la dinámica el último, mientras que Taylor se concentra más en el tema de identidad y conductas. En Aristóteles, el tema de virtud representa el reconocimiento del sentido de identidad y contribución del ciudadano de la polis, al engrandecimiento de la misma. Por último, Weber percibe e investiga las limitaciones del pensamiento materialista para explicar lo que influencia ciertas conductas de una comunidad en particular.
        Traer a colación a Adam Smith para cerrar este trabajo, no tiene otro sentido que llamar la atención en que aún los padres del pensamiento liberal se ven obligados a reconocer la importancia del otro en cuanto a las acciones de los individuos. Que, si bien plantean que las estrategias de acción desde un punto de vista individual, tienen que ver con la identidad personal, eficacia y fines personales, estas acciones no pueden soslayar el marco de referencia, constituido por los intereses del resto de ciudadanos que integran una comunidad. Ésto es lo que John Rawls ha llamado los poderes morales que compartimos.

“Una capacidad para el sentido de la justicia y para la concepción del bien. Rawls considera  que la presuposición de estos poderes compartidos es fundamental en ‘la tradición del pensamiento democrático’, junto con los poderes de la razón (y los del discernimiento, la reflexión y la inferencia relacionados con estos poderes)”. (Sen, 2000: 326)

   Hemos podido entonces apreciar que ninguno de los autores tratados con cierto detenimiento puede, ni quiere, dejar de lado el ethos social reflejado en valores. Estos valores, a mi juicio, nos permiten apreciar el estado de cohesión y fines que prevalecen en la práctica de una sociedad determinada.
   No se trata de resguardar ciertos valores por haber correspondido a una etapa que, visto desde la óptica del pensamiento conservador, habría que sostener. Se trata de estudiar los valores vigentes y, a partir de ellos, discernir qué está pasando en una sociedad determinada. Por ejemplo, en Argentina, considero que cuando uno analiza las tendencias sobre los valores que predominan, podemos darnos cuenta de lo que pasa, como sociedad determinada. Luego, es posible proponer acciones que tendrán que ver con el concepto de sociedad que sostengan como válido, para la dignidad de las personas, los actores que las enuncien.
   Los valores representan un importante papel en la conducta humana. Negarlo, pienso que no sólo equivale a alejarse de la tradición del pensamiento democrático, sino también a limitar nuestra racionalidad. Los valores contribuyen a la regulación del contexto institucional, por la manera en que se forman. Parsons[4] habla de la orientación del valor: puede describirse como una idea organizada y generalizada, que influye en el comportamiento hacia la naturaleza, hacia el lugar que el hombre tiene en ella, hacia las relaciones de los hombres entre sí, y hacia lo deseable y lo no deseable, en la medida en que todo está relacionado con el hombre y con el medio ambiente, así como con la relaciones interhumanas[5].
        Dentro del contexto que vengo señalando, la afirmación de Parsons no difiere esencialmente de las consecuencias que Taylor atribuye a la moralidad aceptada en función del modelo aprendido y adoptado por una comunidad determinada. Dicho de otro modo, nuestras prácticas significan relaciones que tienen que ver con el presente y con el pasado. Esto implica que habrá prácticas sujetas a revisión,  pero también un aprendizaje de las mejores. El tema es que en este proceso que nos lleva del pasado al presente, y de éste al futuro, constituyen un prerrequisito fundamental las virtudes de justicia, valor y veracidad, como ejes para mantener las relaciones que se dan dentro de las prácticas.



[1] Periodista, Magíster de Filosofía Política de la Universidad de Santiago y Director de la Escuela de Periodismo de la Universidad Bolivariana.
[2] Filósofo español.
[3] Amartya Sen (2000), en Desarrollo y Libertad, retoma el pensamiento de Adam Smith (1970) en referencia a su obra “Theory of Moral Sentiments”.
[4] Sociólogo estadounidense.
[5] Idea tomada de la obra de Talcott Parsons Sistema Social (1951).

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