Radiografía del docenio del gobierno kirchnerista, la fuerza del populismo (5)

En el anteúltimo artículo que analiza el proceso kirchnerista en Argentina, ya con vestigios de conclusión, realizo una visión general. En ella se rescata, principalmente, por qué la construcción de un enemigo en el discurso y no un adversario fue lo que delimitó en gran medida el crecimiento del país. Dentro de la lógica que implica la política, como oposiciones ideológicas propias del sistema, lo que falló fue la concreción de un consenso conflictual. Es decir, la prevalencia de cuestiones que son comunes sobre las diferencias.
  La carencia en la visión estratégica, el no aprovechamiento de momentos épicos para realizar cambios estructurales, fueron de las causas más relevantes por las cuales el gobierno kirchnerista no fue reelecto en el 2015.   
 Espero que sea un nuevo aporte para seguir complejizando y comprendiendo cuáles son los motivos de nuestro presente. 



Los riesgos de una gestión populista


   Argentina, al igual que el mito del ave fénix, resurgió. Incluso de una etapa más crítica que el final del gobierno del presidente Alfonsín. Aspecto nada desdeñable para considerar el porqué de las diferencias respecto a la adhesión política de gran parte de la sociedad. Contribuyó a esta extraordinaria recuperación económica, no sólo el precio extraordinario de la soja como elemento motor del saneamiento financiero, sino la batería de medidas conducentes a la recuperación del mercado interno. En una clara oposición ideológica al discurso dominante del ciclo menemista.
   ¿Cuáles fueron las iniciativas fundamentales? En el plano económico: Renegociación de la deuda externa, en las condiciones que se realizó; el sostenimiento de los superávits gemelos, durante el primer período de gobierno. En el plano político: Designación de los jueces de la Corte Suprema, otorgando valores republicanos al lograr licuar la Corte, adicta a los gobiernos anteriores; la reivindicación de las Madres y Abuelas, como símbolo de la resistencia, más la nulidad de las leyes de perdón a los militares. Distintas  medidas que, al desarrollarse con gran aceptación de la sociedad, comenzaron a provocar el  despertar de esperanzas.
   Dentro del cuadro inicial de situación, el sostenimiento y pedido de poderes extraordinarios en favor de las atribuciones del Ejecutivo aparecía como necesario. Un sentimiento social ante una crisis de proporciones avalada por  el descreimiento de la clase política en su conjunto.  Dirigentes a los cuales se hacían responsables del desastre, cuyo oportunismo evidente los dejaba sin autoridad moral. Es bueno recordar la figura patética de legisladores vivando a Rodriguez Sáa ante la declaración de desconocimiento de la deuda externa, los mismos que aprobaban y bendecían todas las medidas de la gestión de Menen. “Que se vayan todos” fue el clamor.

La escasez de límites en el discurso
   Néstor Carlos Kirchner, en cierta medida, al inicio de su gestión representó un acontecimiento. Una persona que supo encarnar el discurso apropiado, la relación dialéctica entre el pueblo y el anti pueblo. Éste encarnado en el poder financiero y la figura imperial de los EEUU.  Kirchner, sin tener la brillantez discursiva del fundador del peronismo, vuelve a plantear los antagonismos como  eje de su construcción política. Una construcción que su “sucesora” exacerba a tal punto que deja de corresponderse con sus intereses políticos. El otro ya no es un adversario sino un enemigo, proceso que se inicia en esos términos con el enfrentamiento contra el campo por la circular 125.


“El sentido real de un acontecimiento trasciende siempre las “causas” pasadas que podemos asignarle (…); aún más: el pasado comienza a existir a partir del acontecimiento mismo. Sólo cuando algo irrevocable ha sucedido podemos intentar rastrear su historia. El acontecimiento ilumina su propio pasado, no puede ser nunca deducido de él. (Marchart; 2009, 15)

   El proceso del desarrollo del kichnerismo, como poder hegemónico, se asentó en las acciones políticas que se asumen como reivindicaciones postergadas de vastos sectores sociales y de las minorías excluidas del reconocimiento social. Por ejemplo: la comunidad gay o los hijos de familias sin recursos socorridos por la Asignación Universal por Hijo o la incorporación de vastos sectores al sistema previsional. Transcurso político afianzado por la recuperación económica, que se demostraba en hitos -como la terminación de la demorada autopista Córdoba - Rosario-, lo que permitió a importantes sectores de la sociedad salir de la situación caótica del 2001 y 2002.
   La fuerza política que le proporciona la recuperación económica, desde una situación de crisis total y el control prácticamente absoluto del presupuesto público, le significó la posibilidad de ganar voluntades y amedrentar otras. Ese poder construido, como consecuencia del proceso virtuoso del crecimiento económico y de las medidas populares, le permite definir, sin oposición alguna o al menos trascendente, la nominación de Cristina Fernández de Kirchner como candidata presidencial.
   El punto de inflexión, o de quiebre, con importantes grupos sociales se produce  cuando se transformó el enfrentamiento con el campo en una lucha entre pueblo y oligarquía. Es decir que al discurso antiimperialista se lo llevó al plano de la lucha popular en la primera etapa del mandato de Cristina Kirchner. Esto significó una torsión, se estaba con el Ejecutivo, defensor de los más desfavorecidos y de los auténticamente nacionales, o se estaba con la oligarquía y los intereses extranjeros. 
   Mediante el discurso y las acciones, los gobiernos kirchneristas encarnaron  la expresión viva del populismo, entendiendo a este como el proceso político que reivindica para sí toda la esencia de lo que significa lo nacional y popular. Se intentó homogeneizar la vida pública desconociendo la existencia del otro, aunque ese otro se correspondiese con el 50 % de la población.
   Era un discurso flamígero que, en el caso de Cristina Kirchner, se exacerbó con el uso de innumerables Cadenas Nacionales para emitir sus opiniones. Relatos que siempre se correspondían con los intereses de la patria. El proceso kirchnerista respondió, a medida que se iban desarrollando sus posibilidades de poder político, a una cultura ya puesta en evidencia durante los 12 años de gestión en Santa Cruz. Esto es importante porque, salvo seres excepcionales, el resto tiende a copiarse a sí mismo. 
   El problema central del populismo es su incapacidad para aceptar la complejidad de la sociedad. Por detrás de la confrontación y la respuesta (real o voluntarista) a necesidades sentidas aparece la pretensión de homogeneizar las fuerzas sociales, detrás de un discurso que para el que no lo siente se le adjudica el calificativo de antipatria. La famosa grieta no es otra cosa que el que o están conmigo o son mis enemigos. Por supuesto, esa fuerza que se expresa políticamente responde a medidas, como he detallado, muy sentida por vastos sectores sociales.
   La elección de Cristina Fernández de Kirchner, como continuadora de la gestión de Néstor Carlos Kirchner, quizás fue la primera muestra ostensible  de la búsqueda de un poder sin límites en el tiempo. Esto mismo se prolonga con expresiones de seguidores incondicionales de Cristina, como el de Cristina eterna. Este fue un deseo tronchado en las elecciones del 2013,  en una concreta respuesta negativa a dichas pretensiones.
   El populismo tiende a personalizar el poder  y a suponer que todas las instituciones deben alinearse con la interpretación del líder. De hecho, no cuestiona la propiedad privada pero en sus discursos la señala como fuente de males. Esto sucede con el apoyo de una parte importante de la población y otra, no menos importante, que no acepta dichas reglas de juego.

Visión teórica del discurso populista
   Un discurso hegemónico que en los hechos no tiene salida, porque el desconocimiento de los valores de la oposición termina dividiendo la sociedad en fracciones irreconciliables. Quizás el caso más ostensible sea el de Venezuela. Se olvida que  las situaciones de hegemonía total, tal cual se plantea con nosotros o con nuestros enemigos, significa la aniquilación de la oposición por muerte o emigración. Léase en Stalin, Hitler o Fidel Castro.
   En la práctica, el relato se monta inteligentemente y con sensibilidad en una suma de intereses populares. Se erigen en referentes como Ernesto Laclau[1] pero  no consideran el valor del pacto democrático, que tan bien expone Chantal Mouffe[2] en sus escritos.
   La filósofa expone que el conflicto entre lo que significa la derecha y la izquierda es esencial para el crecimiento de la propia democracia, pero que ese conflicto no puede transponer la categoría de adversarios. Porque, en ese caso, se disuelve el espacio común y se pierde el valor de las instituciones como contrapeso  de los personalismos.
   Concretamente, Chantal Mouffe expone un pensamiento con el cual coincido por la propia experiencia de Argentina:


“Una sociedad democrática requiere la lealtad de sus ciudadanos hacia un conjunto de principios éticos políticos compartidos, generalmente explicitados en una constitución y encarnado en un marco legal, y no puede permitir la coexistencia de principios de legitimidad contradictorios entre sí”. (Mouffe; 2007, 130)

   Chantal nos habla de lo que podríamos denominar un consenso conflictual. Concepto que implica previamente, o como resultado de una construcción, el reconocimiento de valores comunes para el conjunto, como podría ser la ética pública. Además, subraya que es importante que la defensa de los principios liberales sea asumida por el conjunto como una forma de vida conquistada a través del crecimiento y participación. Es más, nos dice:


“Cuando la división social no puede ser expresada por la división izquierda/derecha, las pasiones no pueden ser movilizadas hacia objetivos democráticos, y los antagonismos adoptan formas que pueden amenazar las instituciones democráticas”. (Mouffe, 2007)

   La paradoja es que en los discursos y acciones pretendidamente democráticos de los gobiernos populistas, aparece el planteo de Carls Smith[3], más allá de la negación virtual a éste por su asociación con los conceptos nazi – fascistas. Vale decir que una sociedad democrática se construye bajo la opción de amigo-enemigo. La consecuencia de esto es, sin duda, la visión de un Estado totalitario.
   ¿Por qué  el pueblo se adscribe a estos movimientos? Por la carencia de respuestas del sistema. Objeciones que deberían manifestarse a través de sus líderes. Se advierte esta situación a través de los problemas estructurales y sus consecuencias, el desempleo abierto y niveles de pobrezas indignos. Esto provoca que muchos miembros de la sociedad, pertenecientes a las clases pobres y también las clase medias, no confíen en las instituciones. 
   El populismo emerge cuando las instituciones establecidas excluyen a las grandes mayorías,  cuando el sufrimiento general es desatendido por el sistema establecido que no le ofrece solución y, a menudo, ni siquiera una representación simbólica. No son las únicas causas, como avizoramos de la experiencia europea y hoy de EEUU pero, en nuestros países, estas parecen determinantes.
   Cuando el sufrimiento general es ignorado es posible que un líder que lo nombra y lo articula en un relato de cambio se encumbre. Un relato que típicamente desautoriza a las instituciones del pasado y que, a menudo, las destruye o al menos lo  intenta. Esto se torna aún más factible cuando las representaciones políticas carecen de confiabilidad y la Justicia escasea de autoridad moral para ser interpretada como tal. Situación que puede darse por su cierre corporativo, defensa a ultranza de privilegios atentatorios contra la igualdad ante la ley, ineficiencia y, peor aún, por sus compromisos con el poder de turno, ostentando comportamientos inadecuados al rol.
   La paradoja es que el personalismo que exige esta forma de entender la política abre cauces a posibilidades de corrupción y arbitrariedades. Es igual, o peor, cuando se carece de cuadros suficientemente preparados para dar respuesta a la complejidad y prevenir el futuro. Más aún que la conducción carezca de la visión del estadista, apreciación con la que coincido y que surgen de las manifestaciones autocríticas citadas de Andrés Soliz Rada o el propio Emir Sader.
   Es más, Soliz Rada y Sader no excluyen la importancia de la sobriedad en el buen gobierno. Hasta las coyunturas más favorables pueden ser dilapidadas. Es mi opinión sobre lo que ocurrió  con la gestión de Cristina Fernández de Kirchner, a partir de la situación económica en la que dejaron al país y la propia incapacidad de al menos solucionar parte de la pobreza estructural por fuera del discurso.
   Cierro, este artículo, señalando la importancia del conflicto como manifestación de intereses e identificaciones incluso de carácter afectivo y que, justamente el valor de la vida democrática, es la aceptación del otro como adversario y no como enemigo. Este planteo, de Chantal Mouffe, es lo que nos permite definir que todo proceso de transformación es consecuencia de disputas hegemónicas. Pugnas que se establecen dentro de un marco de reconocimiento. El aprendizaje social será siempre incompleto y dependiente de la capacidad de la organización social, en sus distintas manifestaciones de generar liderazgos apropiados para conducir o guiar dichos procesos. Situación que, en el caso de Argentina, presenta, a mi juicio, debilidades manifiestas.




[1] Filósofo, teórico político y escritor argentino.
[2] Filósofa y politóloga belga.
[3] Filósofo jurídico alemán.

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