Examinando el significado de valores en la construcción social (2)
El siguiente artículo forma parte de la segunda entrega de la nueva sección: “Examinando el significado valores en la construcción social”. Van a poder apreciar una reflexión que nos pone a los ciudadanos, a nuestra acción social, en el centro de la discusión. Implica una profundización o vuelta de tuerca a lo planteado en el primer artículo de la serie.
Analizo aqui, la conjunción entre los diversos actores que forman parte de la sociedad para que, a partir de la interrelación, en la que subyacen problemas por su propia naturaleza, nos podamos encaminar a un tipo de democracia orgánica y menos disruptiva. Como se puede percibir, no hay un tipo de República que podemos construir, sino varios. Espero que los disparadores en el pensamiento de cada uno apunten a un sistema en el que se puedan poner en juego intereses particulares, pero sobre todo colectivos.
Reflexión epistemológica del ciudadano
Aporte weberiano
La característica conceptual de la acción social es un mínimo de reciproca bilateralidad. El contenido puede ser el más diverso, pero siempre se trata de un sentido real y expresado por los partícipes. La relación social consiste sólo y exclusivamente en la existencia presente, pasada o futura de una forma determinada de conducta social que es de carácter recíproco. No es estrictamente necesario que, en un caso concreto, los participantes de la acción pongan el mismo sentido o que cada uno adopte, en la intimidad, idéntica actitud respecto al otro (amor, amistad, piedad, lealtad) -es decir que exista lealtad en el sentido en cuanto a contenido. La relación social es así por ambos lados: objetivamente unilateral. Sin embargo, no deja de estar referida, en la medida en que el actor presupone-erróneamente quizás- una determinada actitud de su contrario frente a él, y en esa expectativa orienta su conducta. La ausencia de reciprocidad sólo excluye la existencia de una relación cuando falta el hecho de una referencia mutua de las dos posibles acciones.
Vale decir, Weber concibe sus análisis en el supuesto de que los sujetos son conscientes del sentido que le imprimen a sus acciones. A partir de esta premisa, él elabora una clasificación o tipología que le permiten discernir sobre diferentes procesos y conductas sociales. No obstante, es importante destacar ciertos puntos, recurriendo a Juan Carlos Portantiero.
· El desarrollo del hombre es de una creciente racionalidad en su relación con el mundo. Las regularidades en la conducta humana se deben principalmente al reconocimiento por los actores de la existencia de un orden legítimo que les otorga validez. Esa legitimidad puede estar garantizada por la tradición, por la entrega afectiva, por el acatamiento a valores absolutos o por la adhesión a la legalidad estatuida positivamente. Esta última, según Portantiero, es la legitimidad contemporánea, sobre la que se construye el moderno tipo de dominación legal y burocrática racional.
La sociología es “Una ciencia que pretende entender, interpretando, la acción social, para de esa manera explicarla causalmente en su desarrollo y efectos” (Weber, 1992: 15) El Estado, la familia, cualquier formación social deja de existir socialmente cuando no existen relaciones sociales que le den sentido.
Weber considera que los conceptos constructivos de la sociología son típico-ideales[1] externa e internamente, y que las acciones reales suceden la mayoría de las veces en niveles de inconsciencia o semi-consciencia de su sentido.
A partir de lo enunciado es que el sociólogo, tomando en cuenta las limitaciones existentes para el control de las interpretaciones, esboza la estrategia metodológica del método histórico - comparativo, que pone en práctica en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”. Si comparando sociedades diferentes, logramos igualar las principales variables –económicas, sociales, políticas, culturales, etc.- que aparecen en ellas, quedando una, y solo una, cuyas características no son compartidas por la totalidad, queda claro que es la decisiva para explicar la diferencia específica. Esta sería la impronta que, según Weber, jugó la ética protestante en los orígenes del capitalismo como sistema social.
Weber nos dice concretamente que “lo propio y específico de la reforma, en contraste con la concepción católica, es el haber acentuado el matiz ético y aumentado la prima religiosa concedida al trabajo en el mundo racionalizado en ‘profesión’”. Nos dice: “La evolución del concepto estuvo en íntima conexión con el desarrollo de distintas formas de piedad en cada una de las iglesias reformadas”. (...) Otro teórico profundiza: “Pero la razón de que católicos y luteranos aborrezcan por igual al calvinismo radica en el singular matiz ético de ésta. La investigación más superficial descubre al momento que la relación entre la vida religiosa y el obrar en el mundo es de tipo esencialmente distinto en los calvinistas que en los católicos y luteranos.” (Horowitz, 1964: 111)
En conclusión, la orientación de Weber está signada por la búsqueda de factores específicos dentro de relaciones sociales que le permitan inferir comportamientos. En su desarrollo ubica la validez del orden, las costumbres, creencias y valores, como soporte implícito de la legalidad y, más importante aún, de los comportamientos. De otra manera, aun haciendo las salvedades metodológicas que el autor propone, ¿cómo puede incorporar a su interpretación el valor de la ética protestante en el desarrollo de capitalismo? ¿Qué encarna la ética protestante sino valores asumidos por los sectores hegemónicos de la sociedad que se trasmiten con fuerza de su sentido al conjunto de la sociedad?
Aportes de Habermas y Castoriadis
Considero, de forma intuitiva, y quizás por mi concepción del significado y el alcance de la noción de sociedad que, cuando se habla de ciudadanía desde una perspectiva filosófica- política, siempre aparecerán dos aspectos centrales a integrar y esclarecer: Justicia y pertenencia comunitaria. Tomada así, la Justicia está referida a la cuestión de los derechos individuales (Smith/Rawls), mientras que la pertenencia nos remite a la noción de vínculo comunitario o de identidad (Smith/Taylor). Este es un juego de relaciones que propongo a partir de lo que expone Smith sobre el ‘hombre egoísta’[2] -que actúa en medio de espectadores que tiene que respetar-, la posición de Rawls sobre los fundamentos de la justicia individual como principio de equidad, y los fundamentos de conductas que parten de lo social -que bien expone Taylor- para apreciar el bien y la Justicia. Un ida y vuelta con puntos de partida y énfasis ideológicos distintos.
Mediante este doble juego de integrar a Adam Smith con Rawls y al propio Adam Smith con Taylor, se puede acceder a una noción de ciudadanía que, en tanto se apoye en instituciones estables de la libertad constitucional, nos acerca a la idea de democracia.
No son pocos los que coinciden, entre ellos Habermas, en que la viabilidad de la democracia está en relación directamente proporcional con el equilibrio que guarden entre sí las instituciones normativas, y las cualidades y actitudes de la acción ciudadana.
Esta concepción, que configuraría la ortodoxia democrática del mundo occidental, aparece con un enfoque diferente en los conceptos de Cornelius Castoriadis. El filósofo nos proporciona una visión de esta problemática que considero mucho más rica, aunque no excluyente de la anterior. Castoriadis se reubica, en una perspectiva conceptualmente más crítica, al realizar la distinción entre la democracia como procedimiento, o concepción individualista del liberalismo clásico, y la democracia como régimen, que nos remitiría a una forma de objetivación comunitaria de un proyecto humano; es decir, la de una concepción de vida colectiva puesta en escena.
Concretamente, nos dice:
Para Castoriadis, según lo interpreto, toda concepción de la democracia que se detiene exclusivamente en lo procedimental, abandona de hecho el valorar las significaciones imaginarias concernientes a los fines de la vida colectiva, bloqueando cualquier discusión sobre los fines que hacen a la forma del régimen político.
Dentro de este contraste, la propuesta habermasiana, que se desprende del trabajo tomado como referencia, nos conduciría a un proceso de comprensión de tipo sincrónico, regulado por las demandas de mercado y por las seguridades básicas de propiedad y de libre comercio que necesitan de una ética ciudadana. Castoriadis, en cambio, nos estaría ofreciendo una visión más diacrónica, en el sentido de una construcción socio-histórica no necesariamente condicionada por los principios ilustrados ni el capitalismo aunque, como veremos, necesariamente matizada por la irrupción de cambios significativos en su comprensión de otros factores de carácter cultural. En la visión del segundo, se desprende el valor del aprendizaje y el sentido de pertenencia a través de una simbología convocante.
Me parece que, de la lectura de los tres modelos de democracia, la raíz más fuerte del concepto en Habermas parecería basarse primeramente en la del ciudadano liberal. Es decir, aquel que está parado sobre los derechos subjetivos, ámbito en el que tiene garantizada la pluralidad de opciones, sólo limitadas por una legalidad previamente pactada, y en el que queda libre de coacciones externas. Este ciudadano es tal en tanto ejerce estos derechos frente al Estado y los demás ciudadanos, haciendo valer sus intereses privados. De modo que, en confluencia con otros intereses, puedan ejercer efectiva influencia sobre la administración estatal o sus resortes de poder. Sin embargo, en la óptica de Habermas, este habitante en la actualidad parece no alcanzar o no lograr las posibilidades que le otorgaría el sistema de reglas y compromisos consecuentes. De allí que:
Lo que hoy se difunde, desde lo conceptual, para el mundo de las organizaciones es que, si los procedimientos no se asientan sobre un cúmulo de valores que definen determinados comportamientos, y se defienden tanto para la esfera pública como para la esfera privada, los sistemas tienden a perder efectividad. Vale la pena señalar que en la actualidad se reconoce, por lo menos en el nivel académico norteamericano, que los sistemas empresariales y organizaciones en general no alcanzan un funcionamiento apropiado y eficiente, si sólo están basadas en sistemas normativos o procedimentales.
A partir de lo expuesto, extractamos:
Esta incorporación es precisamente la que tiene por objetivo amalgamar un procedimiento integral para la deliberación y la toma de decisiones, en la medida en que combina en la negociación política los componentes de la autocomprensión ética y estructura la comunicación en términos normativos. El complemento dimensional estará en la acción comunicativa: “interacción simbólicamente mediada (orientada) de acuerdo con normas intersubjetivamente vigentes” (Habermas; 2004, 47). Ambas dimensiones, rebautizadas como la política instrumental y la política dialógica respectivamente, tendrían como fin asegurar las condiciones básicas de comunicación en los procesos políticos que, a su vez, permitirían arribar a resultados racionales.
Habermas, sin embargo, acepta que, mientras no cambie la organización de la naturaleza humana y mientras hayamos de mantener nuestra vida por medio del trabajo social, la técnica como corazón de la acción instrumental es innegable e irreemplazable. En esta afirmación subyace que el componente cultural perdería peso como consecuencia de que la acción instrumental responde a la ‘naturaleza humana’ y nos disciplinaría. Mientras que la acción comunicativa, como medio intersubjetivo en el que se objetivan las normas sociales de manera dialógicamente negociadas, quedaría supeditada al valor que adquiere lo procedimental o el disciplinamiento ‘técnico’ en el ethos social.
Esto nos lleva, me parece, a la correlación entre normas positivas y el sentido de los valores articuladores de las mismas. Aparece así un individuo que es humanizado y socializado por el entorno social, a modo de una previamente razonada o espontánea “paideia”[3], y convertido en un potencial ciudadano que es poseedor de lo que Castoriadis denomina “infrapoder implícito instituyente” -la capacidad de imaginar y recrearse a través de los símbolos y valores que le son propios- como resultado precisamente de esa formación recibida. El entorno en el que se produce la interacción de los individuos sociales, con la sociedad como poder explícito instituido, es el mundo o campo social-histórico. Este individuo social, como portador del infrapoder implícito, interactuando en ese entorno, se constituye en el productor del imaginario colectivo instituyente en pugna constructiva (aprendizaje) con la sociedad o el poder explícito instituido.
Es importante señalar que, este planteo de dinámica social, no reniega de las formas procedimentales. Castoriadis entiende que la libertad es tal en la medida en que el individuo se desempeña en un medio regido por el imperio de la ley, que debería ser considerada por todos los ciudadanos como propia. Esto, al igual que la posición última de Habermas, se correlaciona con lo que Gustavo Ortiz expresa al decir:
“Si caracterizamos las instituciones como significados normativos que orientan de manera vinculante la acción o en definitiva, como valores institucionalizados, se puede inferir lo siguiente: a ) Las instituciones pueden ser exitosas si son entendidas en sus pretensiones específicas de validez, es decir en cuanto significados normativamente vinculantes que orientan las acciones humanas; b) entender significados normativamente vinculantes o valores, no es lo mismo que entender significados puramente cognitivos: estos últimos implican referencias a un determinado estado de cosas que se dan en el mundo y son susceptibles de verdad o falsedad; a los primeros, en cambio, se los entiende cuando se aprehenden sus pretensiones de validez, cuando sabemos qué los hace aceptables; c) el entender significados normativos es un proceso eminentemente intersubjetivo, de obtención de acuerdo entre sujetos lingüística e interactivamente competentes. “ (Ortiz; 2000, 265)
Toqueville escribió, en “La democracia en América”, que le parecía notable cómo en Estados Unidos el hombre no respetaba o acataba las órdenes o disposiciones de otro hombre, sino sólo las de la ley. En el planteo de Habermas se sigue apelando a ese ciudadano aunque haya pasado mucho tiempo, porque la construcción de esa democracia se realizó sobre la base de una confluencia étnico-religioso-cultural. Lo interesante es que el sentido de respeto por lo procedimental está ligado a los valores subyacentes.
Pienso que, más allá de su escepticismo, al señalar Habermas los problemas de la democracia procedimental tomando como referencia la contemporaneidad norteamericana, nos está proponiendo un tercer modelo de democracia, como alternativa a los modelos republicano y liberal que constituyen el centro de la discusión filosófico-política entre comunitaristas y liberales en EEUU. De hecho, plantea un modelo menos idealista que el republicano, pero más abierto a cuestiones sociales y culturales; cuestiones que estarían situadas en igualdad de condiciones con las económicas, y que el modelo liberal “per se” no reconoce por fuera de la pugna de los intereses privados.
A mi entender, al abordaje de la reflexión en torno al concepto de ciudadano, ya sea desde la óptica de Habermas o de Castoriadis, subyace la idea de que, en el sentido de las acciones reguladas a través de las normas que ajustan las acciones, aparece claramente la cuestión de los valores como fundamento y sentido de la cohesión social.
[1] Ver en "Examinando el significado de valores en la construcción social (1): Valores en la cohesión social".
[2] Hombre que piensa en sus intereses, luego en los del resto.
[3] Proceso de crianza de los niños, entendida como la transmisión de valores (saber ser) y saberes técnicos (saber hacer) inherentes a la sociedad.
Analizo aqui, la conjunción entre los diversos actores que forman parte de la sociedad para que, a partir de la interrelación, en la que subyacen problemas por su propia naturaleza, nos podamos encaminar a un tipo de democracia orgánica y menos disruptiva. Como se puede percibir, no hay un tipo de República que podemos construir, sino varios. Espero que los disparadores en el pensamiento de cada uno apunten a un sistema en el que se puedan poner en juego intereses particulares, pero sobre todo colectivos.
Reflexión epistemológica del ciudadano
Aporte weberiano
La característica conceptual de la acción social es un mínimo de reciproca bilateralidad. El contenido puede ser el más diverso, pero siempre se trata de un sentido real y expresado por los partícipes. La relación social consiste sólo y exclusivamente en la existencia presente, pasada o futura de una forma determinada de conducta social que es de carácter recíproco. No es estrictamente necesario que, en un caso concreto, los participantes de la acción pongan el mismo sentido o que cada uno adopte, en la intimidad, idéntica actitud respecto al otro (amor, amistad, piedad, lealtad) -es decir que exista lealtad en el sentido en cuanto a contenido. La relación social es así por ambos lados: objetivamente unilateral. Sin embargo, no deja de estar referida, en la medida en que el actor presupone-erróneamente quizás- una determinada actitud de su contrario frente a él, y en esa expectativa orienta su conducta. La ausencia de reciprocidad sólo excluye la existencia de una relación cuando falta el hecho de una referencia mutua de las dos posibles acciones.
Vale decir, Weber concibe sus análisis en el supuesto de que los sujetos son conscientes del sentido que le imprimen a sus acciones. A partir de esta premisa, él elabora una clasificación o tipología que le permiten discernir sobre diferentes procesos y conductas sociales. No obstante, es importante destacar ciertos puntos, recurriendo a Juan Carlos Portantiero.
· El desarrollo del hombre es de una creciente racionalidad en su relación con el mundo. Las regularidades en la conducta humana se deben principalmente al reconocimiento por los actores de la existencia de un orden legítimo que les otorga validez. Esa legitimidad puede estar garantizada por la tradición, por la entrega afectiva, por el acatamiento a valores absolutos o por la adhesión a la legalidad estatuida positivamente. Esta última, según Portantiero, es la legitimidad contemporánea, sobre la que se construye el moderno tipo de dominación legal y burocrática racional.
La sociología es “Una ciencia que pretende entender, interpretando, la acción social, para de esa manera explicarla causalmente en su desarrollo y efectos” (Weber, 1992: 15) El Estado, la familia, cualquier formación social deja de existir socialmente cuando no existen relaciones sociales que le den sentido.
Weber considera que los conceptos constructivos de la sociología son típico-ideales[1] externa e internamente, y que las acciones reales suceden la mayoría de las veces en niveles de inconsciencia o semi-consciencia de su sentido.
A partir de lo enunciado es que el sociólogo, tomando en cuenta las limitaciones existentes para el control de las interpretaciones, esboza la estrategia metodológica del método histórico - comparativo, que pone en práctica en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”. Si comparando sociedades diferentes, logramos igualar las principales variables –económicas, sociales, políticas, culturales, etc.- que aparecen en ellas, quedando una, y solo una, cuyas características no son compartidas por la totalidad, queda claro que es la decisiva para explicar la diferencia específica. Esta sería la impronta que, según Weber, jugó la ética protestante en los orígenes del capitalismo como sistema social.
Weber nos dice concretamente que “lo propio y específico de la reforma, en contraste con la concepción católica, es el haber acentuado el matiz ético y aumentado la prima religiosa concedida al trabajo en el mundo racionalizado en ‘profesión’”. Nos dice: “La evolución del concepto estuvo en íntima conexión con el desarrollo de distintas formas de piedad en cada una de las iglesias reformadas”. (...) Otro teórico profundiza: “Pero la razón de que católicos y luteranos aborrezcan por igual al calvinismo radica en el singular matiz ético de ésta. La investigación más superficial descubre al momento que la relación entre la vida religiosa y el obrar en el mundo es de tipo esencialmente distinto en los calvinistas que en los católicos y luteranos.” (Horowitz, 1964: 111)
En conclusión, la orientación de Weber está signada por la búsqueda de factores específicos dentro de relaciones sociales que le permitan inferir comportamientos. En su desarrollo ubica la validez del orden, las costumbres, creencias y valores, como soporte implícito de la legalidad y, más importante aún, de los comportamientos. De otra manera, aun haciendo las salvedades metodológicas que el autor propone, ¿cómo puede incorporar a su interpretación el valor de la ética protestante en el desarrollo de capitalismo? ¿Qué encarna la ética protestante sino valores asumidos por los sectores hegemónicos de la sociedad que se trasmiten con fuerza de su sentido al conjunto de la sociedad?
Aportes de Habermas y Castoriadis
Considero, de forma intuitiva, y quizás por mi concepción del significado y el alcance de la noción de sociedad que, cuando se habla de ciudadanía desde una perspectiva filosófica- política, siempre aparecerán dos aspectos centrales a integrar y esclarecer: Justicia y pertenencia comunitaria. Tomada así, la Justicia está referida a la cuestión de los derechos individuales (Smith/Rawls), mientras que la pertenencia nos remite a la noción de vínculo comunitario o de identidad (Smith/Taylor). Este es un juego de relaciones que propongo a partir de lo que expone Smith sobre el ‘hombre egoísta’[2] -que actúa en medio de espectadores que tiene que respetar-, la posición de Rawls sobre los fundamentos de la justicia individual como principio de equidad, y los fundamentos de conductas que parten de lo social -que bien expone Taylor- para apreciar el bien y la Justicia. Un ida y vuelta con puntos de partida y énfasis ideológicos distintos.
Mediante este doble juego de integrar a Adam Smith con Rawls y al propio Adam Smith con Taylor, se puede acceder a una noción de ciudadanía que, en tanto se apoye en instituciones estables de la libertad constitucional, nos acerca a la idea de democracia.
No son pocos los que coinciden, entre ellos Habermas, en que la viabilidad de la democracia está en relación directamente proporcional con el equilibrio que guarden entre sí las instituciones normativas, y las cualidades y actitudes de la acción ciudadana.
Esta concepción, que configuraría la ortodoxia democrática del mundo occidental, aparece con un enfoque diferente en los conceptos de Cornelius Castoriadis. El filósofo nos proporciona una visión de esta problemática que considero mucho más rica, aunque no excluyente de la anterior. Castoriadis se reubica, en una perspectiva conceptualmente más crítica, al realizar la distinción entre la democracia como procedimiento, o concepción individualista del liberalismo clásico, y la democracia como régimen, que nos remitiría a una forma de objetivación comunitaria de un proyecto humano; es decir, la de una concepción de vida colectiva puesta en escena.
Concretamente, nos dice:
“A partir del momento que surge en la historia efectiva el proyecto de autonomía como autonomía a la vez individual y colectiva, debemos considerar la idea -y no es simplemente una idea- de una sociedad que no sería sólo un sistema con una finalidad, un para sí más allá de los individuos que ella fabrica y que la componen, sino que sería capaz de reflexionarse, de ‘autoinstituirse’ explícitamente y de decidir con conocimiento de causa y tras deliberación; o sea una sociedad que puede y debe llamarse autónoma.” (Castoriadis, 2004: 56)
Para Castoriadis, según lo interpreto, toda concepción de la democracia que se detiene exclusivamente en lo procedimental, abandona de hecho el valorar las significaciones imaginarias concernientes a los fines de la vida colectiva, bloqueando cualquier discusión sobre los fines que hacen a la forma del régimen político.
Dentro de este contraste, la propuesta habermasiana, que se desprende del trabajo tomado como referencia, nos conduciría a un proceso de comprensión de tipo sincrónico, regulado por las demandas de mercado y por las seguridades básicas de propiedad y de libre comercio que necesitan de una ética ciudadana. Castoriadis, en cambio, nos estaría ofreciendo una visión más diacrónica, en el sentido de una construcción socio-histórica no necesariamente condicionada por los principios ilustrados ni el capitalismo aunque, como veremos, necesariamente matizada por la irrupción de cambios significativos en su comprensión de otros factores de carácter cultural. En la visión del segundo, se desprende el valor del aprendizaje y el sentido de pertenencia a través de una simbología convocante.
Me parece que, de la lectura de los tres modelos de democracia, la raíz más fuerte del concepto en Habermas parecería basarse primeramente en la del ciudadano liberal. Es decir, aquel que está parado sobre los derechos subjetivos, ámbito en el que tiene garantizada la pluralidad de opciones, sólo limitadas por una legalidad previamente pactada, y en el que queda libre de coacciones externas. Este ciudadano es tal en tanto ejerce estos derechos frente al Estado y los demás ciudadanos, haciendo valer sus intereses privados. De modo que, en confluencia con otros intereses, puedan ejercer efectiva influencia sobre la administración estatal o sus resortes de poder. Sin embargo, en la óptica de Habermas, este habitante en la actualidad parece no alcanzar o no lograr las posibilidades que le otorgaría el sistema de reglas y compromisos consecuentes. De allí que:
“En situaciones de pluralismo cultural y social, tras las metas políticamente relevantes, se esconden a menudo intereses y orientaciones valorativas que de ningún modo pueden considerarse constitutivos de la identidad de la comunidad en conjunto, es decir, del conjunto de una forma de vida subjetivamente compartida”. (Habermas, 2004: 45)
Lo que hoy se difunde, desde lo conceptual, para el mundo de las organizaciones es que, si los procedimientos no se asientan sobre un cúmulo de valores que definen determinados comportamientos, y se defienden tanto para la esfera pública como para la esfera privada, los sistemas tienden a perder efectividad. Vale la pena señalar que en la actualidad se reconoce, por lo menos en el nivel académico norteamericano, que los sistemas empresariales y organizaciones en general no alcanzan un funcionamiento apropiado y eficiente, si sólo están basadas en sistemas normativos o procedimentales.
A partir de lo expuesto, extractamos:
“Conforme a este modelo, la deliberación, en lo que a su contenido se refiere, puede apoyarse en un consenso de fondo entre los ciudadanos que se basa en la común pertenencia a una misma cultura, y que se renueva en los rituales en que se hace memoria de algo, así como de un acto de fundación republicana.” (Habermas; 2004, 47)
Esta incorporación es precisamente la que tiene por objetivo amalgamar un procedimiento integral para la deliberación y la toma de decisiones, en la medida en que combina en la negociación política los componentes de la autocomprensión ética y estructura la comunicación en términos normativos. El complemento dimensional estará en la acción comunicativa: “interacción simbólicamente mediada (orientada) de acuerdo con normas intersubjetivamente vigentes” (Habermas; 2004, 47). Ambas dimensiones, rebautizadas como la política instrumental y la política dialógica respectivamente, tendrían como fin asegurar las condiciones básicas de comunicación en los procesos políticos que, a su vez, permitirían arribar a resultados racionales.
Habermas, sin embargo, acepta que, mientras no cambie la organización de la naturaleza humana y mientras hayamos de mantener nuestra vida por medio del trabajo social, la técnica como corazón de la acción instrumental es innegable e irreemplazable. En esta afirmación subyace que el componente cultural perdería peso como consecuencia de que la acción instrumental responde a la ‘naturaleza humana’ y nos disciplinaría. Mientras que la acción comunicativa, como medio intersubjetivo en el que se objetivan las normas sociales de manera dialógicamente negociadas, quedaría supeditada al valor que adquiere lo procedimental o el disciplinamiento ‘técnico’ en el ethos social.
Esto nos lleva, me parece, a la correlación entre normas positivas y el sentido de los valores articuladores de las mismas. Aparece así un individuo que es humanizado y socializado por el entorno social, a modo de una previamente razonada o espontánea “paideia”[3], y convertido en un potencial ciudadano que es poseedor de lo que Castoriadis denomina “infrapoder implícito instituyente” -la capacidad de imaginar y recrearse a través de los símbolos y valores que le son propios- como resultado precisamente de esa formación recibida. El entorno en el que se produce la interacción de los individuos sociales, con la sociedad como poder explícito instituido, es el mundo o campo social-histórico. Este individuo social, como portador del infrapoder implícito, interactuando en ese entorno, se constituye en el productor del imaginario colectivo instituyente en pugna constructiva (aprendizaje) con la sociedad o el poder explícito instituido.
Es importante señalar que, este planteo de dinámica social, no reniega de las formas procedimentales. Castoriadis entiende que la libertad es tal en la medida en que el individuo se desempeña en un medio regido por el imperio de la ley, que debería ser considerada por todos los ciudadanos como propia. Esto, al igual que la posición última de Habermas, se correlaciona con lo que Gustavo Ortiz expresa al decir:
“Si caracterizamos las instituciones como significados normativos que orientan de manera vinculante la acción o en definitiva, como valores institucionalizados, se puede inferir lo siguiente: a ) Las instituciones pueden ser exitosas si son entendidas en sus pretensiones específicas de validez, es decir en cuanto significados normativamente vinculantes que orientan las acciones humanas; b) entender significados normativamente vinculantes o valores, no es lo mismo que entender significados puramente cognitivos: estos últimos implican referencias a un determinado estado de cosas que se dan en el mundo y son susceptibles de verdad o falsedad; a los primeros, en cambio, se los entiende cuando se aprehenden sus pretensiones de validez, cuando sabemos qué los hace aceptables; c) el entender significados normativos es un proceso eminentemente intersubjetivo, de obtención de acuerdo entre sujetos lingüística e interactivamente competentes. “ (Ortiz; 2000, 265)
Toqueville escribió, en “La democracia en América”, que le parecía notable cómo en Estados Unidos el hombre no respetaba o acataba las órdenes o disposiciones de otro hombre, sino sólo las de la ley. En el planteo de Habermas se sigue apelando a ese ciudadano aunque haya pasado mucho tiempo, porque la construcción de esa democracia se realizó sobre la base de una confluencia étnico-religioso-cultural. Lo interesante es que el sentido de respeto por lo procedimental está ligado a los valores subyacentes.
Pienso que, más allá de su escepticismo, al señalar Habermas los problemas de la democracia procedimental tomando como referencia la contemporaneidad norteamericana, nos está proponiendo un tercer modelo de democracia, como alternativa a los modelos republicano y liberal que constituyen el centro de la discusión filosófico-política entre comunitaristas y liberales en EEUU. De hecho, plantea un modelo menos idealista que el republicano, pero más abierto a cuestiones sociales y culturales; cuestiones que estarían situadas en igualdad de condiciones con las económicas, y que el modelo liberal “per se” no reconoce por fuera de la pugna de los intereses privados.
A mi entender, al abordaje de la reflexión en torno al concepto de ciudadano, ya sea desde la óptica de Habermas o de Castoriadis, subyace la idea de que, en el sentido de las acciones reguladas a través de las normas que ajustan las acciones, aparece claramente la cuestión de los valores como fundamento y sentido de la cohesión social.
[1] Ver en "Examinando el significado de valores en la construcción social (1): Valores en la cohesión social".
[2] Hombre que piensa en sus intereses, luego en los del resto.
[3] Proceso de crianza de los niños, entendida como la transmisión de valores (saber ser) y saberes técnicos (saber hacer) inherentes a la sociedad.
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